domingo, 20 de marzo de 2011

Capítulo XIX VOLVER A EMPEZAR

Capítulo XIX

El ruido del helicóptero puma alejándose, rebotaba entre los cerros y faldones cordilleranos. Como siempre, la visita del capitán General había sido rápida y eficiente. Era su forma de ejercer o mostrar que ejercía el control y siempre concluía con una arenga, acerca de la lucha iniciada por su gobierno contra el comunismo internacional, que lo agredía con su propaganda pagada por los marxistas. Incluso, esta vez, acusaba a los trasandinos, otrora sus aliados, como títeres del imperialismo soviético para crearles problemas limítrofes.

Mientras caminaba a su carpa, Luis se sentía observado a sus espaldas y así era. Tanto clases como soldados, comentaban el hecho de que había sido presentado como un ejemplo por el propio comandante en jefe. Los oficiales, molestos con el hecho, puesto que habían quedado mal ante la comandancia general, se mostraban como que no les importaba; pero el llamado de atención indirecto, realizado por el Presidente de la Republica, al reconocer ante todas las unidades que el sargento había sido el único preparado para la lucha, estaba dirigido a la oficialidad... primera en la línea de mando.

Repentinamente, el subteniente Zamora alcanzó a Luis y caminando, se ubicó a su costado.

- Como el sargento Pérez es el único que está preparado... - Agregó sarcásticamente el oficial. - Esta noche le toca guardia.

- (...) Este huevon... El tuvo la culpa y la agarró conmigo. - Pensó el sargento. - Yo le dije que eran deficientes las posiciones defensivas.

Después del rancho, Luis se retiró a su carpa a descansar. Le tocaba el segundo turno de guardia que comenzaba alrededor de las dos de la madrugada.

Tendido en su catre de campaña y con los ojos cerrados, no lograba conciliar el sueño.

- El teniente Zamora me tiene entre ceja y ceja. - Pensaba. - Además de mandarme en la primera patrulla a la frontera, me tira de guardia... Estaba mejor cuando era aspirante. Para colmo el viejo "salvador de la patria" me recomienda a la DINA. ¡No! No creo poder resistir ni un día más en el Ejercito, después de esto.

Se incorporó de la cama y tomando sus ropas, buscó un cigarro. Sacó un paquete vacío y arrugándolo, lo tiró en un rincón. Se levantó del camastro poniéndose solamente las botas; salió de su carpa, enfrentando al cielo rojizo por los arrabales del atardecer. El sol se había ocultado y el aire era cálido.

- ¿Que raro? Estamos en otoño y no hace frío... y en plena cordillera. - Murmuro.

Caminó en dirección contraria al tibio viento, no había carpas que interrumpieran su camino. Se detuvo, volviéndose a mirar extrañado y vio solamente su carpa, gris... parecía que los vientos se habían soltado dejándola lánguida y abatida, sola en el árido terreno cordillerano. Luis miró en todas direcciones, buscando las otras carpas del batallón, pero no estaban. De pronto, la figura de un militar que lo llamaba, comenzó a caminar en su dirección reconociéndole a medida que se acercaba.

- ¡El teniente Lehtman!... ¿Que hace Aquí?

El oficial se volvió y comenzó a bajar por una pendiente, desapareciendo en una luminosidad celeste. Luis trató de correr hacia él, pero no pudo, sus pies le pesaban. Hizo un esfuerzo y comenzó a caminar pesadamente hacia la luminosidad, parecía que no avanzaba lo andado y de pronto, apareció una figura femenina sentada en las rocas.

- ¿Y esa mujer? ¡Seguramente a ella, la custodiaba Lehtman!... ¿Como habrá llegado hasta Aquí?... Pero, la mujer. ¡Yo la conozco! ¡­Es Hilda!

Nuevamente trató de correr pero no podía. Se tomó de una roca para darse impulso, pero solo caminó unos pasos.

- ¡­Hildaaa! - Gritó - ¡­Me dijeron que te habían matado!... ¡Y estas aquí!

De pronto, la mujer se levantó y mirándolo se dispuso a marchar. - Me debo ir Luis, querido... amigo mío. - Guardó silencio unos segundos y agregó con tono melancólico - No te preocupes, nos encontraremos otra vez y será para siempre... No habrán jaulas, ni rejas, y serás libre.

- ¡­Espera, no te vayas! - Agregó el sargento, tratando de terminar con la inercia obligada de su cuerpo.

La mujer, se perdió en la luz donde había desaparecido Alejandro. Luis estático, no pudo hacer nada, sus pies se hundían en al arenoso suelo y no podía salir de ahí. Sintió una voz a sus espaldas. - ¡­Despierta sargento! ¡­Despierta!

En la oscuridad y casi sobre él, el cabo González lo remecía para que se incorporara.

- Es la hora de tu turno de guardia, ya son las doscientas y el teniente ya pasó la ronda.

- De acuerdo, gracias. - Dijo Luis, levantándose de su cama.

- Sigue después el cabo Jara y debes dejarlo bien despierto, porque a ese gordo, le cuesta levantarse.

Se vistió rápidamente y salió a la fría oscuridad. Las negras sombras y siluetas de las carpas interrumpían su camino. Algunos metros más allá, la luminosidad de una fogata sirvió para orientarlo hacia el puesto de guardia y, cuidando de no enredarse con los vientos que en la oscuridad eran invisibles, se dirigió al lugar.

Algunos soldados conversaban, calentando sus manos y los tachos con café‚ en la fogata; otro, quebraba algunas ramas y las tiraba al fuego que se revitalizaba con ellas. Los demás, dormitaban sentados en rededor, esperando de seguro que la noche pasara rápidamente.

- ¿Hace cuanto que relevaron el puesto sur? - Preguntó Luis a los soldados.

- Como unas dos horas, mi sargento. - Respondió el que quebraba las ramas.

- Despierta a los relevos, para que vengan a tomarse un café, que este frío cala hasta los huesos.

Las horas pasaban lentamente. Luis de pie frente a la fogata, se calentaba las manos; los soldados dormitaban recostados alrededor, mientras el fuego, se extinguía dejando brazas ocultas bajo las cenizas. El sargento se encuclilló y tomando una rama, comenzó a escarbar haciendo reaparecer los candecentes muñones de madera calcinada, que se iluminaba con el viento intermitente. Dejando en medio la rama que comenzaba a encenderse, tomó otras y partiéndolas, las arrojó también. El humo subió por un instante hasta que de pronto, las llamas comenzaron a danzar en forma ondulante haciendo crujir el combustible que liberaba la humedad de sus entrañas.

- ­¡Por fin! ...Solo me falta media hora. - Murmuró, mientras aprovechaba la luminosidad del fuego para mirar su reloj.

levantándose, comenzó a caminar hacia el puesto de vigilancia. Elevó su mirada al cielo, para encontrar el fugaz paso de una estrella que se perdió entre los cerros.

- Si se cumplieran los deseos que uno le pide a las estrellas fugaces, me gustaría que todo esto terminase mañana... para volver a empezar y ser yo mismo, buscando mi razón de existir.

El ruido de una rama al quebrarse, le hizo salir de sus cavilaciones. Miró las figuras erectas de los soldados que custodiaban el sendero cordillerano. parecían absortos en vigilar, el accidentado horizonte cordillerano, cual centinelas pretorianos en espera de las hordas salvajes.

El sargento continuó acercándose y los soldados, impertérritos, continuaban en su posición apoyados en su fusil, que semejaba un tercer pie en medio y frente a su cuerpo.

Sigilosamente, Luis llegó por la espalda de los centinelas que, al parecer, continuaban sin percatarse de la presencia del sargento. Cuando este se ubicó frente a ellos, pudo comprobar que los soldados dormían de pie, manteniéndose en esa posición gracias a su fusil.

- ­¡Despierten, soldados! - Dijo con voz tranquila. - Podría haberlos degollado, si hubiese sido el enemigo...

Sobresaltados, los soldados asumieron la posición firmes.

- ¡­Ordene mi sargento!

- ¿Saben ustedes que si hubiésemos estado en guerra declarada, esto hubiera sido motivo de sumario?

- Pero mi sargento, solo estábamos meditando.

- De acuerdo... Antes de entregar mi puesto les voy a mandar relevos, pero no los esperen durmiendo. ¿Está bien?

- Si mi sargento, gracias.

- Agradezcan que no fue el teniente quien los encontró así. - Agregó Luis volviendo sobre sus pasos.

Después de mandar relevos a los puestos de vigilancia, el sargento se dirigió a las carpas de los clases. Ingresó a una de ellas, presumiblemente la del cabo Jara.

- Por los ronquidos, esta debe ser.

En el camastro, una gorda figura tendida, dormía emitiendo estertores a causa de una respiración dificultosa. El sargento comprobó con la linterna que se trataba del cabo y procedió a despertarlo.

- ­Jara, oye Jara... ¡Despierta!

El clase se movió quejándose entre balbuceos y ronquidos, giró su cuerpo y siguió durmiendo.

- Este guatón... Parece que voy a tener que tirarlo de la cama. - Murmuró Luis y remeciéndolo con las manos agregó. - ­¡Ya, despierta que te toca la guardia! ¡­Levántate!

El cabo se incorporó rezongando y abrió los ojos, interponiendo la mano frente a su rostro, para tapar la luz de la linterna.

- ­Ya, si... si ¿­Me toca guardia? ¡­Ya, voy!

- Acabo de hacer los relevos y el teniente, no se ha presentado... debe estar durmiendo.

- ­¡Ya, me levanto altiro! - Agregó Jara y se recostó nuevamente cubriéndose con la frazada.

- Mejor que te levantes ahora, los soldados están solos y yo, me voy a dormir.

Dicho esto, Luis salió de la carpa y después de un bostezo, se dirigió a la suya para continuar con su interrumpido descanso.

- Si el guatón se queda dormido, problema de él. - Pensó. - Yo cumplí con mi parte.

* * *

La avenida Alameda copada de vehículos en la mañana de Santiago, semejaba un canal doble de objetos metálicos multicolores, arrastrados en sentido opuesto por la corriente. Controlado por un helicóptero policial, confirmaba la ruta de un automóvil Ford de color negro, que trasladaba a la nueva jefatura de la DINA.

Una comitiva de cuatro motoristas, desplazándose desde el poniente, apuro el paso adelantándose hacia la intersección de Santa Rosa, corto la preferencia de paso que indicaba el color verde del semáforo y permitió la rauda marcha del vehículo fiscal que, protegido por la escolta, viro hacia el sur por la calle San Francisco, para posteriormente ingresar hacia una pequeña calle que interrumpía la amplitud de los edificios céntricos hacia el oriente.

El vehículo ingreso a un estacionamiento subterráneo, protegido por un portón metálico que fue cerrado inmediatamente posterior al paso del automóvil, por los guardias armados con subametralladoras.

El ascensor abrió sus puertas en el tercer piso, un hombre de mediana estatura, amplia frente y pelo rubio canoso, se quito unos lentes tipo piloto y salió del cubículo, seguido por dos hombres de terno gris y pelo corto. Vestía un impecable terno azul de seda italiana... un pañuelo rojo, aparecía por sus puntas en el bolsillo superior del pecho, combinando con la corbata de marca europea. Se dirigieron con seriedad hacia una oficina, uno de los guardaespaldas abrió la puerta y reviso el interior antes que ingresara el elegante individuo que, traspuso el dintel con hidalguía.

Un hombrecito delgado, con lentes ópticos, esperaba de pie al costado de un escritorio. Flecto levemente el cuerpo hacia adelante, como una imperceptible reverencia, cuando ingreso el recién llegado.

- Buenos días, jefe... - Saludo el hombrecito. - Los encargados de los cuarteles le esperan en la sala de reuniones.

- Gracias, Jaime. - Agrego el Jefe haciendo una seña a los acompañantes, que de pie en la entrada, esperaban las indicaciones. - Avisen a los asistentes de la sala, que voy de inmediato para iniciar la reunión.

Los guardaespaldas cruzaron a la sala contigua. Un grupo de Agentes se encontraban sentados alrededor de una gran meza cubierta por un vidrio pavonado, un par de ellos, de pie al costado de un librero biblioteca, revisaban unos libros. El grupo, observo a los custodios que, sin decir palabra, se ubicaron de pie a los costados de la puerta que comunicaba directamente a la oficina.

Segundos después, el nuevo Jefe de seguridad ingresaba a la sala.

- ¡Bienvenidos señores! - Agrego, mientras tomaba asiento en el extremo principal de la meza. - Daremos inicio a la primera reunión, que se repetirán cada mes, en los días que se indicaran de acuerdo a las normas de seguridad correspondiente.

Los asistentes, se levantaron de sus asientos y con solemnidad, saludaron al encargado. - ¡Buenos días, coronel!

después de unos segundos, se sentaron y abrieron sus carpetas para revisar el informe de situación mensual. El encargado silencioso, termino de leer el documento y cerro la carpeta, mirando a los presentes.

- ¡Bien! - Agrego pausado. - Revisaremos la nueva situación en la fase de guerra interna, que ha modificado el segmento social con el cual nos enfrentábamos... Hay un sector de intelectuales y políticos, que se ubican al centro; que los considerábamos aliados u opositores recuperables en su condición de no marxistas, que han pasado a las filas enemigas. En Italia, la cuna ideológica de la corriente Demócrata Cristiana, hay un chileno que pretende unificar con sectores de la Social Democracia Internacional, la campaña antinacional, traidora, de los opositores... contra el Supremo Gobierno, por lo que se debe buscar la manera de anular los intentos unitarios.

- A pesar que las operaciones en el exterior fueron exitosas y se logro el objetivo, los costos políticos fueron altos para el gobierno. - Indico uno de los asistentes. - Especialmente con Estados Unidos.

- Usted, ¿de que cuartel es? - Consulto el coronel.

- Soy Golf Papa, del cuartel Borgoño, coronel.

- Tiene razón, Golf Papa... Pero el costo valió la pena. La prohibición de venta de armas, aprobada por el Congreso Americano, nos obliga a desarrollar tecnología para fabricar nuestras propias armas y tenemos un convenio de asistencia con Israel. En Famae ya se está trabajando en eso. Por lo tanto, seguiremos realizando operativos en el exterior para anular los políticos problema... tenemos la autorización del Gobierno. - Observo un segundo a los presentes y continuo. - Necesito una sección de voluntarios para la misión en Italia.

Tres agentes se levantaron para ofrecerse. El coronel les miro un segundo, y bajo la vista.

- Creo que Alfa Charli, del cuartel Cuatro Alamos, puede encargarse... Gracias a los otros dos. - Agrego abriendo otra carpeta, mientras los agentes se sentaban nuevamente. - Ahora, veremos el trabajo de inteligencia contra las nuevas organizaciones políticas marxistas en el país, que renacen de las cenizas y con más experiencia en el trabajo clandestino.

- Son en su mayoría adultos jóvenes, mi coronel. - Agrego otro participante. - Son varios grupos que trabajan desconectados... al parecer con iniciativa propia. Uno de estos grupos asesinó a un agente en el Puerto.

- ¡Si! ¡Ese grupo está identificado! Pero, debemos dar una señal fuerte a los otros grupos que están operando... Por lo que deberán elegir un par de elementos jóvenes y realizar una operación de aniquilamiento. Como escarmiento a la acción de asesinato. Que les quede claro que por cada uno de nosotros, caerán dos o tres de ellos.

- Yo puedo encargarme, mi coronel. - Agrego uno de los que se habían ofrecido anteriormente. - Tenemos identificado un pintor y su contacto en la zona oriente... Los podemos sacar a pasear a la cordillera, al cajón del Maipo.

- ¡Esta bien! ¡Encárguese usted del asunto! Que parezca acción delictual común para la opinión publica... pero para ellos, que quede claro el motivo. - El coronel cerro la carpeta y se levanto de su asiento. - Es todo por hoy. Alfa Charly se queda, los demás pueden retirarse.

Con las manos en la mesa, apoyando sus palmas, el coronel observo alejarse a los agentes, mientras el indicado se quedaba esperando.

- ¡Bien! Aquí está la carpeta de su misión... - Agrego mirándole mientras extendía la documentación. - El blanco es Bernardo Lagos, secretario de la organización. Todo está en los documentos, los datos de los contactos en Europa... la operación está definida y me informa de los agentes que operaran antes y durante. Realice todo como está indicado y las modificaciones que se requieran, me las informa de inmediato. ¡Puede retirarse!

* * *

El día era soleado en la cordillera. En la carpa de oficiales, el capitán Aldana, frente al cabo Jara y al sargento Pérez, no disimulaba su indignación.

- Como es posible, que en medio de una simple guardia, dejen abandonado el puesto. - increpaba el oficial - ¡Es como abandonar su puesto de combate en una batalla! Y eso, amerita un consejo de guerra... llegando incluso al fusilamiento.

Luis miró de reojo al cabo que sudando, tragaba saliva.

- Y usted, sargento Pérez... ¿No era acaso, el único que sabía en que situación nos encontrábamos?

- Yo deje‚ despierto al cabo Jara, mi capitán.

- ¡­No, mentira! - balbuceó el clase - ­ ¡El nunca me despertó! ­ ¡Yo conozco bien mis obligaciones!

- ­Ya, ¡silencio los dos! - interrumpió el oficial - ­Tienen un arresto por diez días con anotación en la hoja de vida, ¡los dos por igual! ­ ¡Ahora, retírense!

Los clases se retiraron de inmediato. Salieron de la carpa y caminaron en silencio, Luis miró a Jara que cabeza gacha, comenzó a murmurar casi imperceptiblemente.

- ¿Que te pasa? - agregó el sargento - ¿No me digas que estas arrepentido por no levantarte?

- Esto no es pa mí... Debería haber postulado a servicios.

- Pero estas aquí y me perjudicaste al no asumir tu responsabilidad.

­- ¡Claro, como tú eres de reserva, no tienes carrera por seguir! ...Cuando salgas de aquí, puedes trabajar en lo que quieras. En cambio yo, con mis antecedentes en la hoja de vida, no voy a llegar ni a sargento.

- Ese es tu problema, cada uno se construye el destino que se merece.

Los jóvenes se detuvieron mirándose el uno al otro, Jara se dio la vuelta y partió hacia las cocinas de campaña, mientras Pérez, se quedaba observándolo un instante. Después, siguió rumbo a su carpa.

- ­ ¿Cuando salga?... De seguir así voy a quedar debiendo días de arresto, y más encima, me quieren mandar a la DINA. ­ ¡Por la cresta! - Agrego mientras caminaba. - Además, ahora tengo que preparar mi cargo y a la escuadra, para la patrulla de mañana.

El fresco aire de la mañana entumía las manos de los soldados. El sargento Pérez, de pie frente a su escuadra, esperaba al oficial. Sacó los verdes guantes de lana y se los colocó lentamente. Los soldados que conversaban tranquilamente, guardaron un repentino silencio. Luis miró acercarse al subteniente Zamora y ordenó formar la escuadra.

- Honores a mi teniente... ¡­Atención, vista a la de...re!

En seguida, se cuadró frente al oficial para entregar la cuenta. - Buenos días mi teniente. Escuadra lista para iniciar la patrulla.

- ­ ¡Vista al free...! ­ ¡Buenos días escuadra!

- ¡­Buenos días, mi teniente! - contestó la escuadra al unísono.

- Bien sargento. Aquí tiene la carta topográfica con la ruta marcada y una brújula, supongo que sabe usar estos elementos. Recuerde que hay que evitar ser vistos por los trasandinos así es que debe ser cuidadoso.

- Voy a tratar de serlo... No me olvido que reprobé el curso de oficial de reserva, por no tener un coeficiente intelectual como el suyo, pero haré un esfuerzo.

- ¿Me está tomando el pelo, sargento?

- ¡­No mi teniente! ­ ¡No puedo hacer eso con mi superior!

- Ahora, se toparan con la patrulla del segundo de línea que regresa. Solicítele información del enemigo, posición y capacidad operativa. Eso es todo y salgan de inmediato.

- A su orden.

Enseguida, el oficial se retiró y Luis, partió con la escuadra rumbo al camino que bordeaba el cerro de las caballerizas.

La hilera de soldados avanzaba lentamente por el sendero cordillerano. Las pendientes de las laderas se suavizaban cada vez más, dejando a la vista las planicies cordilleranas de las altas cumbres. El viento frío parecía cortar la piel de las manos y la cara. A los costados de los pocos montes escabrosos, que se alzaban imponentes, bancos de nieve se mantenían incólumes resistiendo los veranos cordilleranos. Sus nieves eternas matizaban el paisaje con luminosidades y reflejos en la roca limpia y roída, por los torrentes de innumerables deshielos.

- De ahora en adelante guardaremos silencio. - indicó el sargento Pérez. - Porque estamos, según la carta topográfica, en la línea fronteriza. Recuerden que los hitos y las marcas, casi nunca son respetados por los argentinos, así que debemos movernos con sigilo.

- Nosotros tampoco respetamos los hitos. - Agregó el cabo de reserva - Las patrullas en las que he participado con el cabo González, sobrepasamos varias veces el territorio vecino para cazar guanacos.

- De acuerdo, no seremos la excepción. Caminaremos hacia el norte, puesto que el refugio, se encuentra a un par de kilómetros.

En silencio, la patrulla enfilo en la dirección definida. El cansancio de los soldados se sumaba a las deficiencias del sendero, que ya prácticamente era solo una huella.

- (...) Espero que lleguemos luego. - pensaba Luis - Para comer algo y poder tomarme un café bien caliente.

De pronto, unos disparos retumbaron entre las altas cubres. Un gesto de guardar silencio y tenderse realizado por el sargento, fue suficiente para que los soldados se tiraran al suelo y quedasen inmóviles. Otra seña y el cabo de reserva se acercó.

- Adelántate sigilosamente y trata de averiguar de que se trata. - susurró Luis.

El soldado partió en cuclillas en dirección a los disparos. Segundos después, el sargento hacia movilizarse con sigilo a la escuadra, aprovechando las deficiencias del terreno.

Avanzaron dificultosamente, hasta llegar a la cima de una loma. Desde ahí, podía verse una gran extensión de la planicie. Un poco más adelante, el cabo de reserva, corría hacia unos requeríos que antecedían al parecer una quebrada.

- Parece que los disparos vinieron de Ahí. - pensó Luis.

Después de comprobar que no se divisaban otras personas en la extensión que permitía la visibilidad, el sargento ordenó, por medio de señas, continuar el camino recorrido por el cabo, que hacía de vanguardia. Se encaminaron en constante estado de alerta, cuando en la lejanía, el cabo mueve su fusil en señal de encuentro.

Minutos después, la patrulla se encontraba reunida a la orilla de una quebrada, mirando a un grupo de soldados que, en el fondo, faenaban a un animal andino.

- Es la patrulla del Maipo. - indicó el cabo - Parece que corretearon a ese guanaco hasta aquí y lo mataron.

- ¿Quien será el comandante de escuadra? - agregó Luis. - Debe ser un estúpido al permitir que disparen aquí. De seguro las patrullas argentinas ya saben de nuestra presencia, y eso era lo que había que evitar.

Se incorporó mirando hacia el horizonte cordillerano.

- ¡­Sigamos! Los esperaremos en el refugio. Ellos saben lo que hacen.

La patrulla se puso nuevamente en movimiento y rodeando la quebrada, enfiló hacia el norte.

Tras los cerros inmediatos, se alzaba imponente el monte Aconcagua.

* * *

Mientras la patrulla de cazadores se acercaba al refugio, los soldados sentados en rededor de una pequeña fogata, calentaban tachos de café. El cabo de reserva, chupaba un mate amargo con una bombilla en el tacho, que después de limpiarla, se lo ofreció al sargento.

- Gracias Araya. - agregó Luis recibiéndola - ¿Que harán con la carne que sobre? ¿No creo que se la coman toda?

- Charqui - contestó el cabo - Se hace charqui y se almacena aquí en el refugio.

El sargento quedó pensativo mirando a los soldados que llegaban. Una figura inconfundible caminaba al final de la columna, la del cabo primero Kurt Landon.

- (...) Aquí te quería pillar, hijo e'puta. - Pensó Luis con tranquilidad. - Ahora vamos a tener la conversación que dejamos pendiente hace algunas semanas.

Se quedó sentado esperando que llegaran al refugio.

- Por fin llegaron... - Dijo jocosamente Landon - ­ ¡Ya era tiempo de que otros asumieran sus responsabilidades! Esta noche nos despedimos con un rico asado de guanaco... pero solo, para los honrosos infantes del Maipo.

- ¡Seguro! - contestó Luis tranquilamente. - Porque con el escándalo que armaron cazándolo, hasta los bolivianos deben saber que estamos aquí.

Kurt se detuvo y su gesto, cambio por una sonrisa de burla y temor. - Miren... ¿A quien tenemos aquí? ­Al único de toda la división que sabe que es lo que debemos hacer. - Agrego con su sarcasmo típico. - ­¡Soldados, no debemos preocuparnos si vienen los argentinos... porque el sargento Pérez esta aquí!

- Tienes razón... ¡­Del que tienes que preocuparte realmente, es de mi! Porque conmigo, tienes cuentas que arreglar.

- ¡­Tu, no olvides que tengo amigos influyentes! ­ ¡Los mismos, que ahora están cuidando a tu familia... así como cuidaron de la hermosa Hilda!

- No te hagas el bravucón conmigo, huevon y ponte mejor a hacer el asado, que para lo único que sirves, es para carnicero. - Concluyó Luis levantándose y dirigiéndose hacia el refugio.


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