domingo, 20 de marzo de 2011

Capítulo XXI LA RESISTENCIA

Capítulo XXI


El sol de la mañana, se filtraba entre las nubes entibiando levemente el suelo cordillerano del refugio militar. Bancos nubosos cubrían los picachos como preparándose a desatar una tormenta otoñal que era presagiada por una tibia ventolera.

El cabo Araya se había levantado temprano ese día y después de levantar a los soldados, junto con encender el fuego, escribía el informe que enviaría al comando, con la incompleta escuadra del cabo Landon.

- El sargento Pérez me dijo que el informe lo enviara en forma urgente. - Pensaba mientras doblaba la hoja de papel. - Lo que no me ordenó, fue, que no lo fuera a buscar, si no llegaba. Pero yo no puedo quedarme aquí esperando a que regrese. Si está vivo, no aguantara un día más en la cordillera... menos, con esta tormenta que se avecina.

Se levanto de la mesita tomando el tacho con la bombilla, para llenarlo con el agua caliente que bullía en la negra tetera colgada en un gancho sobre la fogata.

Después de beber el reconfortante mate, acompañado de duras galletas extraídas de uno de los sacos que almacenaba el refugio, se dirigió hacia donde compartían los soldados de la escuadra sin mando.

- ¿Quien es el soldado más antiguo? - Preguntó cuando llegó al grupo.

Uno de los soldados se levantó y sin decir palabra, adopto la posición militar.

- Desde ahora en adelante, estas a cargo de la escuadra y junto con llevarla de vuelta al campamento, entregaras este informe al comandante del tercer batallón.

- O ka, partimos de inmediato. - Contestó el soldado.

Araya se retiró y mientras los soldados comenzaban a moverse preparándose para partir, llamó a formar una patrulla de su escuadra, para volver en busca del sargento. Cuatro fueron los voluntarios que, ordenando su equipo, se dispusieron a marchar nuevamente hacia territorio argentino.

Las nubes habían subido por sobre los picachos de las altas cumbres. Nuevamente un viento frío se colaba por la ropa entumeciendo los cuerpos de los soldados que avanzaban por el sendero.

Unas heladas gotas de agua comenzaron a caer en forma casi horizontal, aumentando la preocupación del cabo Araya por encontrar con vida al comandante de la escuadra.

- Busquemos un refugio para capear el aguacero que se nos viene encima. - Indicó a los soldados. - Ojala que no dure mucho, para que podamos buscar al sargento.

- Podríamos disparar una bengala, para que sepa que lo andamos buscando... - Agregó un soldado. - Si está vivo, claro.

Los gendarmes trasandinos deben andar también por la zona y no podemos delatar nuestra posición. Hay que buscarlo así no más y que Dios le ayude si está vivo.

Segundos después, la patrulla se acomodaba a un costado de unas rocas que formaban un pequeño espacio cavernoso, y que los protegía de la lluvia que caía copiosamente.

Los minutos comenzaron a pasar lentamente. La lluvia, se había convertido en copos de nieve que parecían flotar en el aire precipitándose y a medida que se acercaban a la tierra, se disolvían transformándose en agua que mojaba el suelo arenoso.

Con un cigarrillo en la boca, el cabo observaba el horizonte como esperando ver aparecer a alguien, mientras los soldados dormitaban en el improvisado refugio. Las colillas fueron apilándose una tras de otra, hasta que por fin, después de un par de horas, la lluvia y la nieve amainaron. Pero un frío intenso fue lo que sobrevino a la tormenta.

- ­¡Vamos! Nos queda poco tiempo antes de volver al refugio y debemos recorrer la mayor zona posible. - Agregó Araya mientras se levantaba.

La patrulla se puso en marcha nuevamente, el cabo apuró el tranco como una forma de entrar en calor. Los guantes de lana no impedían que el hielo enfriara las manos y un viento arremolinado comenzó a soplar haciendo cada vez más dificultoso el avance.

La tarde comenzó a caer en el refugio. Los soldados esperaban a la patrulla con la fogata encendida a pesar del fuerte viento que soplaba en las alturas. Dentro del refugio, el tambor que servía de estufa, era alimentado por las brazas que sacaban de la fogata y trozos de tronco que, apilados a un costado, se secaban con el calor. Sobre el tambor, descansaba la humeante tetera que ya no podía estar colgada sobre la fogata porque el viento y su bamboleo no se lo permitían.

- ¡Se acerca un grupo! - Gritó el vigía.

La agotada patrulla llegó al lugar en los precisos momentos que, nuevamente, la lluvia se desataba con fuerza. La búsqueda había sido infructuosa. Solo un intento por encontrar al clase y una esperanza truncada para Araya, que presentía lo inevitable.

- Nada, ni rastros del sargento. - Informó el cabo.

- ¿Y los cuerpos de los otros? - Inquirió un soldado.

- Tampoco. Parece que se los llevaron los gendarmes o bien, los enterraron llevándose sus pertenencias. De todas maneras, en el informe los catalogué como desaparecidos. - Terminó diciendo Araya, mientas preparaba el mate para acompañar la cena.

La noche era estrellada. Algunas nubes cubrían sectores de la cúpula sideral, mientras el suelo húmedo, reflejaba los trozos luminosos cual espejo de hielo.

Las brazas de la pequeña fogata comenzaron a extinguirse poco a poco y el hombre, arropado en la piel de puma, se acurrucó aun mas, dentro de aquella diminuta caverna horadada por el viento y el agua, en la roca cordillerana.

El intenso frío de la madrugada, terminó por despertar al hombre que saliendo de su refugio, se incorporó y comenzó a caminar. Luis sabía que tenía que moverse para calentar el cuerpo, la pestilente piel del animal no era suficiente para mantener el calor y debía buscar leña para encender una nueva fogata.

- Cada vez está más putrefacta esta piel, sin la sal necesaria, es difícil conservarla. – Pensaba, mientras buscaba la escasa leña de algún espino cordillerano.

Con su mano derecha, movió la piel para tocarse el hombro herido que aún le punzaba.

- Parece que todavía tengo materia y ya no me queda desinfectante en la mochila. Solo espero que no me entre una gangrena, porque ahí si que jodo.

Volvió a cubrirse con cuidado, mientras movía lentamente el brazo y los dedos de su mano izquierda, comprobando su movilidad.

- Por lo menos, todavía puedo mover la mano.

Afortunadamente para el sargento, la herida en el hombro provocada por Kurt, no había sido profunda y el proyectil, había roto la parte superior de la clavícula sin causarle mayor daño.

Caminó varios minutos por el sector, hasta que vislumbró la figura de un espino. El cielo de la madrugada se dividía en dos, partiendo de la oscuridad en el oeste y cambiando paulatinamente hasta llegar al este, con una claridad matutina. Llegó al matorral y comenzó a quebrar sus ramas cuidando no pincharse con las grandes púas húmedas que defendían al inerme vegetal ayudándolo en su conservación.

Después, volvió sobre sus pasos. El improvisado refugio le había servido para protegerse del inclemente temporal del día anterior y lo había llevado a disputarlo con un viejo puma que, al volver a su guarida, había encontrado el fuego de los humanos y la muerte, por un certero disparo del sargento.

- Es de esperar que hoy, sea un buen día para volver al campamento y curarme bien este hombro. – Pensaba, mientras acomodaba las ramas en la ceniza y uno que otro trozo de carbón blanquecino, que no se había consumido completamente.

Sacó una de las balas que aprovisionaba en la mochila y lentamente, con la punta del corvo, comenzó a removerle el plomo hasta desprenderlo. Después, vació la pólvora sobre las ramas que formaban una especie de nido y extrajo de su bolsillo una caja de fósforos.

- Debo cuidar de no perder los últimos tres que me quedan. - Murmuró mientras extraía un cerillo para encenderlo.

Lo raspó en un costado de la caja y la combustión se produjo rápidamente. Esperó un segundo y cuando la llamita estaba bien encendida, la acercó a la pequeña pila y lo arrojó. Una rápida y eficaz combustión, provocó una humareda que se disipo enseguida para dar paso a las danzantes lenguas de fuego, haciendo crujir las húmedas ramas que comenzaban a consumirse.

Se acomodó nuevamente cubriéndose con la piel y se quedó mirando el fuego.

Algunos minutos después, el calor que irradiaba la fogata, le hizo entrar nuevamente en el agradable sopor del sueño.

La fresca mañana despuntó radiante. Algunas nubes solitarias semejaban blancos copos de algodón formando extrañas figuras. Las puntas de los picachos, emergían resplandecientes de nieve anunciando que comenzaba el tiempo en que la tierra cordillerana, iniciaba su ciclo para vestirse de blanco durante los próximos seis meses.

El sargento, salió de su providencial refugio e inhalando una profunda bocanada del escaso oxigeno de las alturas, se quitó la piel tirándola a un costado. - ­¡Puffh! Cada vez está más pestilente.

Volvió a respirar con avidez. Enseguida, comenzó a girar sobre su eje, mirando a su rededor.

- Veamos... esos dos son los montes más altos y están separados por unos trescientos metros. – Reflexiono. Enseguida, se inclinó para sacar su mochila de la guarida. - Veremos que dice la carta topográfica sobre mi ubicación.

Comenzó a escarbar en sus pertenencias y unos segundos después, se detuvo pensativo.

- ¡Pero, si la carta se la llevó Araya!... ­¡Maldición! Por el apuro, no pensó que después la necesitaría. - A continuación, tomó la mochila y la vació sobre la roca.

- ­¡Tampoco está la brújula! ¡Esta si que esta buena!... No conozco nada de la zona y no sé, si estoy en territorio nacional o más allá de la frontera.

Se levantó y mirando nuevamente en rededor, trató de encontrar una ruta de regreso.

- El sol salió por el este, así es que tengo que dirigirme hacia el suroeste. - Dicho esto, comenzó a guardar sus pertenencias y se dispuso a iniciar la marcha. Tomó la piel y amarrándola en forma de lazo, se la colgó del hombro sano y partió por entre las rocas.

- Esta hedionda, pero me puede ser de utilidad en las frías noches que pasare por aquí. Solo espero que no sean muchas, ya que el hombro, ni siquiera me punza y al parecer, la infección está avanzando.

La imponente montaña vio alejarse a la figura del hombre. Semejaba un viejo ermitaño con equipo militar, y en un lento caminar, se fue perdiendo entre las laderas y faldones cordilleranos rumbo al refugio que tal vez nunca encontraría.

* * *

Recostado en una cama, el cabo Araya leía un viejo libro. El sol que entraba por la ventana del refugio, iluminaba el espacio ocupado por el soldado entregándole además, un placentero calor en su costado y parte de su espalda. Repentinamente, un soldado entró al refugio buscándolo con excitación manifiesta.

- ­¡Viene la escuadra de relevo, Araya!

- Que bueno... - Contestó tranquilamente el cabo - Pero, no veo por que tanta alharaca.

- Lo que pasa, es que viene el teniente Zamora con ellos.

Araya se levantó rápidamente al escuchar lo último. Seguramente el oficial venía a comprobar personalmente el informe enviado por el, además tendría la posibilidad de demostrar su capacidad para hacerse cargo de la escuadra.

Ordenó un poco su uniforme y salió del refugio, con el soldado tras de si.

La escuadra de relevo, en perfecta formación, entraba al campamento encabezada por el oficial dándose aires de formalidad.

- ¡Atención! - Gritó Araya y los jóvenes, se quedaron inmóviles dejando de hacer sus quehaceres.

El cabo se dirigió hacia el oficial y saludando con mano en visera, se presentó.

- Escuadra sin otras novedades, mi teniente. Permiso para continuar.

- ¡Continuar! - Agregó el oficial sintiéndose importante. - Usted Araya, tiene que entregarme todos los pormenores de lo ocurrido con los desertores. - Dicho esto, Zamora ordenó al cabo González, que venía a cargo de la escuadra de relevos, tomar el mando. Después, se dirigió al refugio seguido por Araya.

La instalación se encontraba vacía. El subteniente llegó al tambor del centro y girando esperó al cabo de reserva.

- Cierre la puerta, Araya. – Agregó el oficial en tono adusto. - Ahora, quiero que me cuente todo lo que no puso en el informe.

El soldado miró un segundo a Zamora y, adoptando una aptitud pensativa, comenzó su relato. - Bueno mi teniente, todo empezó cuando llegamos alertados por los disparos del cabo Landon que cazaba guanacos. Desde el principio, el sargento Pérez comenzó a discutir con el cabo y parecía como si fuesen enemigos de antes... Es más, el cabo Landon insinuó que el sargento era un extremista infiltrado.

El oficial tomó la silla del pequeño escritorio y sentándose interrumpió al cabo.

- Y, ¿cual era la actitud de Pérez?

- Era de agresión constante hacia lo que hacía y decía el cabo Landon y más aún, cuando fueron en busca del desertor... - Araya se sentó en una cama, mientras el subteniente, sin ninguna mueca de asombro, continuó escuchando en silencio. - Ahí fue cuando reventó el problema. El sargento discutió mucho sobre los derechos humanos y la convención de Ginebra... como si estuviéramos en guerra entre nosotros.

- Entonces, ¿crees que Pérez era extremista? - Inquirió parcamente el oficial.

- El cabo Landon me gritó que cumpliera con mi deber de patriota, cuando el sargento ordenó que lo arrestáramos.

- ¿Te pregunte si crees que era extremista? - Insistió Zamora, levantándose de la silla.

- No se... Parecía, como si...

- ¿Era o no era?

- Creo que... Si, mi teniente.

- Muy bien, Araya. – Dijo el oficial, asumiendo una actitud paternal y mientras se dirigía a la puerta, agregó. - Eso era lo que necesitábamos saber.

El subteniente salió del recinto, mientras Araya, sentado en la cama, quedó meditando lo ocurrido.

* * *

El viento gélido soplaba a veces con fuerza. Por momentos, reducía su intensidad hasta convertirse en una suave brisa.

Luis caminaba por las ascendientes laderas cordilleranas, hasta alcanzar la cima y comenzaba a bajar nuevamente. Muchas veces tenía que rodear profundos acantilados o deformaciones rocosas, para continuar su marcha en dirección suroeste.

Los interminables cerros y lomas se repetían uno tras otro. Había que rodear también, los gigantescos montes cubiertos por la nieve caída en los últimos días.

- ­ ¡Maldición! Estos cerros se ven todos iguales. – Pensaba, mientras sus entumecidos pies se hundían en bancos de nieve, haciendo más dificultoso el caminar. - Y pareciera, que ya he pasado por este lugar.

El sol, oculto por los montes ya no servía de referencia y el sargento, debería buscar refugio para pasar una nueva noche en las heladas laderas cordilleranas. Se dirigió a un acantilado, que no lo desviaba mucho de la ruta que él había definido como la correcta. Entre las rocas, era más fácil guarecerse del viento y del frío.

- Ya no siento este maldito hombro y cada vez puedo mover menos el brazo. - Reflexionaba mientras bajaba por los roquerones del acantilado.

Encontró un buen lugar contrario a la dirección del viento, y dejó sus cosas en la pequeña planicie rocosa. Acto seguido, salió en busca de ramas para encender una fogata.

Los días fueron pasando lentamente, y en el campamento militar las órdenes del comando central se sucedían una tras otra. Primero fue el batallón de artillería el que levantó cargo y volvió a su asiento permanente en la capital, al igual que el primero de Infantería. Después lo seguirían los otros batallones que, según las órdenes, debían permanecer en la cordillera cuidando el paso fronterizo.

La carpa de oficiales se vio atiborrada esa mañana. El comandante de la división, se había presentado para entregar personalmente las últimas órdenes.

- La información que tenemos de gendarmería Argentina, es que encontraron solo a dos cuerpos de soldados de la patrulla y que al cabo Landon lo tienen hospitalizado en calidad de prisionero. - Indicó el general - Por lo que el sargento, definitivamente esta desaparecido. Es posible que intente regresar por algún sendero cordillerano, si es que está vivo y no lo han devorado los pumas.

El oficial revisó un segundo los informes y continuó enseguida. - Por lo tanto, las órdenes son suspender la búsqueda y que las patrullas regresen. La movilización de la Segunda División ha terminado, puesto que los pasos cordilleranos comienzan a ser intransitables con la llegada del otoño, y solo esperaremos los acontecimientos del sur, para ver si amerita una ofensiva militar. ¿Alguna pregunta?

- Si, mi general. - Interrumpió el comandante del batallón número tres. - ¿Como debo informar a la familia del sargento Pérez? ¿Desaparecido en acción o desertor?

- Oficialmente el sargento es un desertor... Así figura el parte en las unidades policiales y militares. - El general guardó silencio un segundo, y mirando a sus oficiales, agrego; - Eso es todo y con excepción de la unidad que está a la espera de las patrullas, los batallones pueden regresar a sus cuarteles.

Durante la tarde, el ajetreo se hizo interminable. Las carpas, una a una, fueron desapareciendo paulatinamente siendo enrolladas por los conscriptos que, febrilmente ordenaban su cargo y ayudaban a desarmar las instalaciones defensivas, tratando de no dejar rastros de asentamiento humano. Después, formaciones militares recibían las órdenes de marcha y las mulas, tirando las cocinas de campaña, enfilaron rumbo al bajo por los senderos pedregosos, seguidos por las hileras de soldados con sus enceres.

Lentamente, al caer la tarde, el otrora bullente vivac quedó casi vacío. Solo un par de carpas pequeñas, esperaban mudas a las patrullas que buscaban al desertor ocasional.

* * *

El puesto policial que controlaba el tránsito hacia el paso cordillerano de "Los Patos", comenzó a soltar una grisácea humareda, por su chimenea de latón negro. Las luces del pórtico se encendieron, al igual que las de dependencias interiores, tratando de contrarrestar las sombras del atardecer, que comenzaba a caer sobre las llanuras y quebradas.

Los arrabales rojizos encendidos sobre los cerros del oeste, fueron apagándose lentamente mientras el carabinero, tomado del improvisado portón de troncos unidos por alambres, los observaba extasiado. Un segundo después, su abstracción fue rota por un ruido casi imperceptible de ramas quebrándose, que retumbó aumentado por el eco de la quebrada.

El uniformado, se volvió a mirar hacia el sendero que se internaba entre los cerros.

- Debe ser alguna Vizcacha buscando comida. - Pensó mientras agudizaba la vista tratando de ubicarla.

De pronto, una figura tambaleante salió por detrás de los espinos, dirigiéndose hacia el lugar donde se encontraba.

- ¿Y este borracho? - Susurró - No lo vi pasar hacia los cerros durante la tarde.

Movió la cabeza como ajustándola para ver mejor al extraño visitante, que se confundía entre las sombras de los matorrales.

- ¡­Eh, tu! ¡­Sabes que está prohibido pasar hacia ese sector sin avisar! - Gritó dirigiéndose hacia la figura que, sorpresivamente, se dobló quedando hincado en la húmeda tierra de la ladera.

- ¿Que te pasa? ­ ¡Ni siquiera puedes caminar a causa de la borrachera!

Se detuvo un segundo esperando una respuesta, pero el visitante solo se desplomó quedando tirado en el suelo boca abajo.

- ¡­Cabo de guardia! - Gritó enseguida el carabinero y apuró el tranco hacia el individuo. - ­ ¡Tenemos una emergencia!

Dos uniformados aparecieron en el pórtico del recinto y mirando al demandante de ayuda, partieron rápidamente hacia él.

Segundos después, llegaban al individuo que vestía un sucio y roído uniforme militar. La espalda estaba cubierta con una piel casi putrefacta que, junto con su revólver en el estuche unido al cinto, eran sus únicas pertenencias.

- Este debe ser el sargento desertor. - Opinó el cabo de guardia, mientras tomaban al soldado para llevarlo al recinto.

Luis se despertó en un pequeño cuarto. Se encontraba sobre un camastro, cubierto por dos frazadas verdes semi roídas, y sobre él, una pequeña ventana dejaba pasar la luminosidad matutina dándole al espacio una sensación de humedad.

Intentó incorporarse, pero su brazo izquierdo no le respondió y su hombro comenzó a punzarle. Vestía solo con pantalones y la polera militar que, rota en el hombro, dejaba ver un gran parche manchado con sangre.

Un ruido de cerrojo y la puerta del cuarto se abrió lentamente. Un carabinero ingresó llevando un humeante jarro que, extendiéndolo hacia Luis se lo ofreció.

- Veo que recuperaste la conciencia... – Agregó. - Bueno, aquí te traigo un café.

- Gracias. - Respondió tomando el jarro - ¿Me podrías decir donde estoy?

- Por ahora, en el puesto de resguardo de Los Patos. Pero deben estar por llegar de tu unidad para llevarte al cuartel.

- Pero, ¿el batallón esta acantonado aquí arriba?

- Ya no queda ninguna unidad en el paso. - Agrego el carabinero, mientras salía.

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