Capitulo V SERAN LOS MEJORES


Capítulo V




El sol comenzaba a aparecer por entre los cerros del Puerto. 
Recortada por la luminosidad matutina se vislumbra en los muros del cuartel, la silueta de un soldado que, levanta una corneta y posándola en sus labios comienza a tocar la diana.
En la cuadra dormitorio comenzó el ajetreo abruptamente, anunciando que comenzaba una nueva  semana de instrucción.
Un cabo primero corpulento, no muy alto y de piel curtida por el sol de la costa, gritaba las órdenes que resonaban en las paredes de la pieza.
- ¡Levantarse! ¡Que no han venido a veranear! - Una boina negra  cargada a un costado, llevaba junto a las barras que identificaban su grado, un pequeño paracaídas.
- ¡Desde ahora ustedes son aspirantes y este curso deberá dar el ejemplo! ¡Tienen que demostrar que son los mejores de sus cuarteles!
Todo el inicio de la jornada lo hicieron corriendo presionados por el clase que no paraba de gritar. Cuando llegaron al rancho a tomar desayuno, hubo un tiempo para reflexionar.
 - Parece que esto va a ser peor que en la capital. -  Pensó Luís y tomó el caliente tacho de aluminio en el cual servían la leche y se lo llevó a la boca. El líquido quemó su lengua.  -  ¡Rechú! Esto me pasa por hocicón.
Cuando el sargento Henríquez llegó a la cuadra, después del desayuno, los aspirantes recién terminaban el aseo. El clase se detuvo un momento, observó por unos instantes el ajetreo de los soldados y comenzó a buscar algo. De pronto su mirada quedó clavada en el piso.
- ¿Que es esto? - gritó - ¿Por qué no sacan este tronco de la pasada?
Los soldados que se encontraban cerca miraron el suelo y vieron junto a la bota del instructor un pequeño cerillo de fósforos.
- ¡Rápido! ¡Quítenlo del camino que no deja pasar!
Un soldado se inclinó a recoger el pequeño inconveniente mientras el instructor buscaba más detalles.
- ¡Muy malo el aseo! - Gritaba mientras pasaba el dedo índice por el dintel de la puerta. - ¡Miren esto! – Chilló desgarradoramente mientras mostraba el polvo extraído de la parte superior. - ¡Traigan una carretilla para sacar estos escombros de aquí!
Luís quedó observando unos minutos al instructor. Era esbelto, caucásico, en su rostro se le dibujaba una sonrisa que más parecía una mueca sarcástica. Sobre su cabeza, cargada hacia el lado izquierdo, lucia una boina negra que sostenía sus respectivas piochas de comando paracaidista junto a su barra y la insignia del segundo de infantería.
- Esto ya está  pareciendo un manicomio. - Pensó Luís - Ojala que no sea contagioso.

Entretanto, en otro lugar del cuartel, las lustrosas botas del soldado brillaron al cruzar el dintel de la puerta que daba a una oficina. Atornillada en esta, una placa con letras de bronce que anunciaba “Comandante del Regimiento”, brilló con la luz de la mañana que se filtraba por una ventana de la comandancia.
- Permiso mi coronel.   
- Dígame aspirante, ¿en qué lo puedo ayudar?
- Vengo a presentarme... Soy el soldado de seguridad interna, aquí están mis credenciales.
El oficial superior tomó los documentos y comenzó a leerlos.
Se levantó de su escritorio y con los papeles en la mano se acercó a la puerta. Junto con volverse para seguir leyéndolos, serró la puerta tras de sí.


*  *  *

El teniente Lehtman caminaba por el medio de la empinada calle del barrio porteño, faltaban algunos minutos para que comenzara el toque de queda y sus pasos se multiplicaban repetidos por el eco que rebotaba en los muros de cemento hechos para contener la erosión de los cerros.
El camino le era conocido, lo había recorrido en un operativo para desbaratar una supuesta casa de seguridad enemiga del Régimen Militar. Miró la puerta del recinto en el que aún había huellas del destrozo provocado, y su chapa ahora la remplazaba una cadena con candado asegurándola. Se dirigió a la casa, miró hacia la esquina como buscando alguien en la penumbra y acto seguido golpeó la puerta suavemente.
Una voz femenina solicitó unos minutos de paciencia y al rato, quitó el candado soltando la cadena. La puerta se abrió unos centímetros y la cara de rasgos orientales de Hilda, demacrada pero hermosa, apareció por el espacio dejado por el umbral y la puerta.
-  ¿Dígame quien es usted y que quiere? -  Inquirió la mujer.
-  Yo…  Soy el teniente que estuvo a cargo del allanamiento a su casa, mi nombre es Alejandro Lehtman. ¿Puedo entrar?
-  Ya le dije todo lo que sabía… - Agregó Hilda como susurrando. - No he hecho nada más.
-  No vengo de servicio, solo quiero saber cómo está usted y ver si puedo ayudarla en algo. Déjeme entrar que lo mejor es que no me vean aquí afuera conversando con usted.
Hilda abrió la puerta con inquietud dejando pasar al oficial.
-   Por favor, no piense que solo vengo para obtener información… - Continuó el teniente. - Lo que ocurre es que ese día, al verla tan desesperada… y usted es tan… vulnerable.
Hilda se sentó en la cama sin quitar la vista del suelo, Lehtman miró su cuerpo en que su silueta se recortaba con el camisón largo de hilo, un segundo después, continuó.
-  Sobre usted, el informe que entregué la libera de sospechas, pero debe cuidarse, porque los de la Marina están interesados en llevarla a declarar.
-  Pero, yo solo quiero saber el paradero de mi esposo. No sé nada más.
-  Ya lo sé, pero en las instituciones parece que todos están locos… Ven como enemigos a todos los familiares de la gente que estuvo en alguna organización afín al gobierno anterior. Mire, no le aseguro nada, pero me comprometo a investigar y le traeré una respuesta. Si es que usted me lo permite.
-  ¡Si! ¡Solo quiero saber que pasó con mi esposo!
Lehtman  miró a Hilda por un segundo y después, abriendo lentamente la puerta, salió de la casa perdiéndose en la oscuridad de la noche.


*  *  *


Había varios grupos de aspirantes en aquel tercer piso frente a la sala que anteriormente fuese sala de conferencias de oficiales, había sido adaptada como sala de clases para el curso.
En el grupo de la capital, donde se encontraba Luis, los jóvenes comentaban sobre los exámenes hechos recientemente. A todos, aparentemente, les había ido mal. Kurt entretanto, ya había hecho amistad con soldados de otras unidades y hacía alardes de sabiduría. De pronto, en la puerta de la sala aparece el oficial jefe de curso.
Era un subteniente de baja estatura, piel blanca y cabello rizado. Sus ojos sobresalían de sus cuencas y eran de un color café claro, que brillaban con las luces de la sala. Se ubicó de pie frente a los soldados que expectantes, deseaban saber sobre el resultado de los exámenes rendidos el día anterior.

Luís sabía que sus respuestas no habían sido de las mejores y esperaba lo peor. El oficial levantó la vista de los exámenes y agregó.
- En primer lugar les diré‚ que todas las pruebas están malas, no se salva ni siquiera una. Pero hay dos que son las peores... y estos soldados tendrán que regresar a sus respectivas unidades. En cuanto a los demás, no se sientan tan seguros... todavía falta la entrevista con mi coronel, que es, quién tiene la última palabra.
Acto seguido, el subteniente comenzó a buscar los nombres de los soldados que no quedaban en el curso, uno de ellos era Andrés.

La tarde comenzaba a caer y al fondo del regimiento, sobre los toldos que se ubicaban en un nivel más bajo que el patio y donde se guardaban los vehículos, podía verse el mar que se teñía de rojo tragándose el disco solar en el cielo, que parecía fundirse con el agua. Algunas nubes, se coloreaban con tonos púrpuras y rojos, quedando otras de un rosado tenues.
Segundos después, gaviotas en bandada graznaban en el aire, como despidiéndose del sol que era tragado completamente por el horizonte.
Luís apoyado en la baranda del pasillo del segundo  piso, a unos metros de la puerta que daba a la oficina en donde el coronel, entrevistaba a los soldados. Observaba fascinado el cuadro de la puesta de sol que se mostraba ante sus ojos.
Esperaba tranquilo el momento de la entrevista.
- ¿Que le voy a decir cuando me pregunte que porque me presenté a este curso? – Pensaba. - ¡No le puedo responder que no tenía idea y que me eligieron al azar!
En ese momento se abrió la puerta de la sala y el soldado que se encontraba con el coronel, salió con una expresión de haberse sacado un gran peso de encima. Los que esperaban su turno quedaron expectantes, casi conteniendo la respiración para escuchar el nombre del próximo en ingresar.
Luís sintió un nudo en el estomago cuando escuchó su nombre.
- Bueno... Le voy a decir que es porque me gusta servir a mi patria. - Pensó mientras ingresaba a la oficina.
Después de la entrevista se entregó la lista de los elegidos, de los cincuenta que habían llegado quedaron solamente treinta y cinco, conformando el curso de instrucción.


*  *  *

   Hilda, se encaminó sorprendida hacia la puerta al sentir los golpes de llamada, porque no tenía amigas que la visitaran. Abrió para encontrarse de frente, con el rostro risueño del teniente Lehtman.
-   No vengo de servicio, solo quiero darle noticias de su marido. - Dijo antes que la mujer pronunciara algo. - ¿Puedo entrar? Es mejor conversar con usted adentro de la casa.
Hilda dejó pasar al oficial.
-   A su marido se lo llevaron de la Aduana los de seguridad de la Marina y no tienen registro de donde lo tienen… si es que está vivo. - Agregó pausadamente el teniente.
La mujer no decía palabra, tampoco denotaba emoción alguna mientras el teniente la observaba.
El oficial miró a su alrededor y se acercó a una silla, tomándola para sentarse. - Como estoy a cargo de los operativos hacia los sindicatos del puerto, puedo conseguir información… pero de su marido se pierde la pista y no hay nada de información. En estos casos, lo mejor es no hacerse ilusiones, señora.
Hilda, se encaminó hacia el fondo de la pieza deteniéndose en un mueble, al lado de una cocina. Tomó un vaso que se encontraba sobre la cubierta y le echó agua desde un jarro. Caminó hacia el oficial y lo dejó sobre la meza sin tomar un sorbo.
-  ¡Tengo que creer que murió! – Exclamo la mujer iracunda. - ¿Y cómo? ¿Si ni siquiera he visto su cuerpo?
-  Que quiere que le diga… En estos días que se viven, es común que pase esto.
- (…) Sin una despedida, sin un adiós… y con una rabia en el corazón, que no deja salir ni una lágrima. ¿Qué me dice usted de eso?
-  Si puedo ayudarla en algo… - Murmuró el teniente levantándose, para dirigirse a la puerta. -  ¿Tal vez, a conseguir un trabajo?
Hilda no contestó.
Se quedo de pie, al lado de la mesa, mirando la luz que se filtraba por las ventana como esperando el sol.
Lehtman salió a la calle, miró el cielo respirando profundamente el aire marino. Metió las manos en sus bolsillos y comenzó a caminar calle abajo. 


*  *  *

- ¡Media vuelta carrera mar! - Gritaba el cabo al grupo de soldados que se desplazaba en el patio del cuartel. -  ¡Tenderse!
En medio del polvo levantado por la carrera, los soldados se tiraron al suelo.
- ¡A la izquierda carrera mar! - fue la siguiente orden y los jóvenes, con agilidad, la cumplieron. - ¡Media vuelta!... ¡Alto!
La tropa se detuvo instantáneamente.  En sus rostros había una mezcla de sudor y polvo, que se escurría por las mejillas, entre el jadeo y la respiración agitada.
El fuerte sol de la mañana les iluminaba con sus rayos, cooperando con el tormento. También iluminaba de frente, el pabellón de tres pisos que se encontraba al costado sur del patio, en el cual los aspirantes, apoyados de las barandas en el largo balcón del último piso,  observaban… mientras esperaban que llegase el monitor con las llaves, para abrir la sala de clases.
- Ya po' carreta oh... ¡Menos mal que llegaste! - Gritó un impaciente aspirante, al monitor que aparecía por la escala. Este, con su típico caminar despaturrado producto de sus largas piernas y pies, que parecían apuntar cada uno en dirección opuesta, cruzó por entre los risueños soldados e introdujo la llave en el cerrojo. Después de girarla abrió la puerta.
Al entrar a la sala, lo primero que aparecía era la mesa de arena, en donde los oficiales jugaban a la guerra. Más atrás, había un estante biblioteca lleno de libros grandes y pequeños, algunos de  roídas tapas.  Luis se acercó a ellos, como diariamente lo hacía, buscando entre los títulos y portadas. La mayoría de estos, eran libros históricos de guerra.
Había títulos sobre la primera guerra mundial, de la guerra civil española y el franquismo. Textos de historia sobre Musolinni, Lautaro San Martín y Simón Bolívar. Luis tomó uno pequeño, con tapa de cuero café‚ él titulo impreso con letras transferidas en calor, indicaba "MI LUCHA" de Adolf Hittler.
De pronto, el aspirante que vigilaba la puerta, dio la voz de alerta.
- ¡Viene el capitán!
Rápidamente Luis dejó el libro en el estante y se apresuró en sentarse, al igual que sus  compañeros. 
Cuando el oficial abrió la puerta, el monitor se levantó instantáneamente adoptando la posición firme. - ¡Levantarse! - Gritó y acto seguido, caminó al centro de la sala. - Honores a mi capitán Vial en la sala, atención... Vista a la izquier!
 Todos los aspirantes quedaron mirando al instructor y el monitor, caminó hasta situarse enfrente.
 - ¡Curso formado mi capitán! Fuerza 43 aspirantes... Forman 43 sin novedad.
- ¡Vista al frent! - Ordenó el capitán. Mientras Zaso, el monitor, se dirigía a su asiento. - ¡Buenos días!
- Buenos días mi capitán. - contestaron todas las voces al unísono.
- Sentarse. - agregó el oficial y todos se acomodaron en sus asientos.
El capitán era de estatura media, su pelo castaño y crespo se arremolinaba en la nuca marcando con un contorno de cabello hundido, la posición de la gorra.
Comenzó a caminar frente a su escritorio, volviendo sobre sus pasos una y otra vez.
- En táctica de infantería... hoy nos corresponde pasar, importancia de los comandos y acciones de sabotaje.
Los aspirantes tomaban nota sobre sus escritorios, el  capitán los miró un segundo y luego continuó.
- En las acciones de sabotaje, lo importante es el trabajo que se realiza antes. Este trabajo se denomina de inteligencia y sirve para ubicar y elegir el objetivo, para estudiar la seguridad de las instalaciones, períodos y fuerzas de vigilancia, modos y formas de ingreso, vías de escape etc. Este trabajo lo realizan, los servicios de inteligencia militar.
El instructor continuó con el monólogo, en algunos momentos levantaba la voz para mantener la atención de los aspirantes que tomaban apuntes.
Los minutos pasaban, Luis comenzó a sentir sueño, el lápiz escribía sin parar.  Los ojos pesaban, había que hacer esfuerzos por mantenerlos abiertos pero, a medida que pasaban los minutos, era imposible lograrlo.
El lápiz de Luis continuaba escribiendo, pero por inercia. Era la mente del joven que se negaba a dormir, el subconsciente que sabía, que si era sorprendido por el oficial, vendría  un castigo.
En la hoja de papel, letras que unidas formaban palabras, pasaron a ser jeroglíficos ilegibles, rayas entrecortadas, círculos inexactos. De pronto un golpe sordo, una explosión que hizo agolparse la sangre en la cabeza adormecida de Luis.
La mirada rápidamente se fijó en el instructor, que estaba de pie frente a los aspirantes al lado del escritorio, con su mano empuñada sobre este. Había golpeado para llamar la atención de los alumnos.
- Los objetivos que siempre son elegidos para una acción de sabotaje, serán los estratégicos para la seguridad nacional... - Continuó explicando el capitán, mientras caminaba de un lado a otro. - Se consideran estratégicos los servicios públicos como; electricidad, telecomunicaciones, entidades financieras, de producción, de distribución etc.
El monólogo continuaba. La mente de Luis se había despejado y continuó escribiendo, nuevamente eran palabras legibles pero, minutos después, el sueño comenzó a reaparecer. Otra vez somnolencia, vanos intentos por mantener abiertos los ojos.
- ¡Levantarse! - fue el grito que hizo saltar como un resorte a los aspirantes que se pusieron de pie.
El oficial los miró un segundo y luego, ordenando a los jóvenes sentarse, continuó con la clase.


*  *  *

Hilda caminaba presurosa, una extraña sensación de inseguridad la invadía y le obligaba a volverse para mirar hacia atrás, cada cierto tiempo.
La vereda, enclavada en una suave pendiente, describía un semicírculo hasta llegar a la esquina de un callejón, donde comenzaba una interminable escala de cemento y piedras roídas. Comenzó el ascenso, peldaño a peldaño, el subir se hizo interminable y cuando faltaban solo unos cuantos metros para el final, volvió la mirada y vio la figura de aquel hombre, que al pie de la escala la observaba.
Solo unos segundos le bastaron para llegar al sendero que la conducía a su morada y algunos minutos, para llegar jadeante a la puerta. Buscó nerviosa la llave del candado que colgaba entre dos asas de la cadena y la sacó a tirones del bolso en el cual la guardaba.
Abrió la puerta y rápidamente, ingresó a la vivienda volviéndose en un segundo dispuesta a cerrarla, cuando de pronto, alguien la sostiene. Un sudor frío corrió por su espalda al sentir que, en la entrada, unas manos hicieron presión contraria y lentamente, Alejandro Lehtman apareció en la puerta.
- Tranquila… Soy yo. - Agregó  el militar. - No fue mi intención asustarte.
La tensión del momento fue liberada por Hilda, con un ataque de llanto. El oficial la tomó entre sus brazos y la mujer no se resistió, solo interrumpió con sus manos el camino, que en el rostro, dejaron sus lagrimas y sollozando, se quedó sintiendo después de varios meses, esa sensación de seguridad… aunque fuera solo algunos segundos.
Minutos después, con sus ojos enrojecidos, Hilda escuchaba lo que Alejandro venía a decirle. 
Nada nuevo aportó la información que el militar entregó… No había encontrado antecedentes de donde se encontraba Jorge González, el estibador detenido desaparecido. Nada tampoco, había logrado Hilda buscándolo todo este tiempo, el rastro se perdía en la aduana del puerto y ninguna institución acreditaba el haberlo tomado prisionero. Lo mejor era hacerse a la idea que estaba muerto, enterrado en alguna parte o sumergido en la rivera del océano Pacifico.
 El problema urgente era, conseguirle a Hilda un trabajo para la supervivencia. Una posibilidad había con un amigo de la Universidad, que tenía un cabaret en el barrio chino, "El Dragón Rojo". Pero, para asegurarlo, debería presentarse en un par de días más, después de que Lehtman conversara con él.


*  *  *


Oscurecía en el puerto. Hacía ya mucho rato que el astro rey había sido devorado por el inmenso mar que vomitaba su luminosidad en las espumosas olas que lamían las interminables arenas de la playa.
Luis y Claudio caminaban por los pasillos anteriores al jardín, en dirección a la guardia, para hacer uso de su salida nocturna.
Llegaron ante el comandante de guardia y adoptaron la posición firmes, haciendo sonar estruendosamente sus tacos.
- Permiso para salir, mi cabo. - dicen ambos al unísono.
El clase los observa  de pie a cabeza. Después, lentamente camina hasta colocarse detrás de estos.
 - ¡Pelo largo! - Le dice a Luís, golpeándolo suavemente en la espalda con la mano abierta. - El otro puede salir.
 - Te espero en las "Cachas Grande". - Susurra Claudio mientras Luis, dando la media vuelta, se dirige a la cuadra.
Media hora más tarde, Luis se encontraba nuevamente siendo inspeccionado por el cabo Farias, de guardia.
- ¡No está muy buena la cortada de pelo! Soldado. - Comenta el clase - Pero ya puedes salir.
- (…) Y que más quiere del buche Landon, que se las da de peluquero para pasar el tiempo, porque está castigado. - Pensaba Luís, mientras salía a la calle.
Rato después, bajando por las interminables escalas del  puerto en dirección al barrio chino, Luis pensaba en las  mujeres que atendían a los clientes de las Cachas Grande.
 - Claudio ya debe estar divirtiéndose con alguna amiguita del local. - Pensó - Ojala  tenga una asegurada para mí.
 Doblando por un callejón de pronunciada pendiente, comenzaba el barrio chino. El joven se internó en este, caminando entre la gente en su mayoría bohemios y marineros que, seguramente, buscaban aventuras y diversión nocturna antes del toque de queda.
Cruzaba la esquina anterior al local al cual se dirigía, cuando una mano lo toma del hombro, deteniéndole.
- ¿Buscando diversión, pelado?
Rápidamente, giró volviéndose para enfrentar al interlocutor y se encuentra con la burlona cara de Rodrigo Masías.
- ¿Que tal, Bruto? ¿Andas solo?
- No... Con el Pedro y el Loco. Y tú, ¿adonde vas?
- A las Cachas Grande. Me está esperando Claudio Vergara.
- Tengan cuidado... Mira que ese, prácticamente es el "cuartel de los Managua"
En ese momento, Masías saluda con la mano en alto a una jovencita de larga cabellera color castaño, que luciendo una provocativa falda corta, cruza la acera.
- Si tienen algún problema griten fuerte, nosotros vamos a estar aquí en la esquina con esta flaquita. - Dicho esto, Rodrigo camina hacia la mujer, mientras que Luis sigue hacia el local.
Tras unos pasos, llega a la entrada. Largas tiras compuestas por tapas de bebidas gaseosas, unidas una tras otra, conforman las cortinas que provocan un sonido metálico cuando Luis, con su mano abierta, se abre paso para ingresar.
Un penetrante olor a humo de cigarros, entremezclado con alcohol, impregna las fosas nasales del joven, envolviéndolo con su cálido ambiente junto al bullicio, provocado por las personas que conversan animadamente.
En el fondo, junto al mesón, Claudio charlaba alegremente  con una mujer de mediana estatura. Unos pantalones muy ceñidos  al cuerpo hacían resaltar sus voluminosas nalgas.
En un costado del local, en una pequeña mesa, cuatro jóvenes vistiendo sus uniformes de infantes de marina, lo observaban detenidamente. Mientras, en unas mesas más al fondo, otros marinos se vuelven a mirar al recién llegado.
- Menos mal que llegaste Luis, porque esto, se está poniendo aburrido. -  Gritó Claudio, haciendo señas a su amigo. - Ven, te quiero presentar a la Jenny.
En el preciso momento en que Luís se dirigía  hacia el mesón, uno de los infantes se levantó de la mesa en la que se encontraba.
 - ¡A Jenny, no le gustan los pata hedionda! – Gritó el marino.
Un silencio repentino se produjo en el local. Claudio se volvió lentamente, para mirar a su interlocutor, creando un tenso ambiente. Un par de segundos después, se quitó los lentes haciendo comprender a su compañero lo que ocurriría a continuación.
- Cierra el hocico "Cosaco". – Agregó el joven. – Jenny, me está demostrando todo lo contrario.
- ¡El que va a cerrar el hocico, eres tú! - Gritó el marino, mientras sus compañeros se levantaban de las sillas.
- Nunca un cosaco maricón le ha cerrado la boca a un infante... y no creo que tú seas tan hombre.
En ese preciso momento Luis corrió hacia la salida, mientras los marinos, enfrentaban a Claudio que, sin esperar un segundo, levanta su puño golpeando en el rostro al cosaco. El marino, sin alcanzar a ser socorrido por sus amigos, perdiendo el equilibrio, cae de espaldas sobre una mesa.
Los otros, sorprendidos por un instante, se lanzan sobre el joven que se defiende fieramente en momentos que Luís llegaba a la calle.
En rápidas señales y gritos, avisa a sus compañeros que se encontraban en la esquina, ingresando nuevamente al local para ayudar a su amigo.
Entretanto el contendor, en visible desventaja, daba menos de lo que recibía y Luis, en solo cuatro zancadas, llegó al lugar de la lucha.
De pronto, sin saber desde donde, un golpe seco en su mandíbula le hace rodar bajo una mesa.  Junto con el crujir del piso, un agudo pito comienza a sonar en su cabeza y semi-embobado, se levanta rápidamente. Pero solo para encontrarse con un cosaco, que lo toma del pecho disponiéndose a darle otro golpe. Luís, instintivamente cierra los ojos, esperando el impacto que no llega y junto con el tirón de su camisa, observa volar a su atacante sobre otra mesa.
- ¡Ya estamos aquí! - Grita el Bruto, mientras toma del hombro a otro cosaco asentándole un golpe en la mandíbula.
Luís vislumbra entre los combatientes un uniforme blanco y negro, que se incorpora. Decidido a devolver el golpe recibido, cierra su puño y lo impulsa hacia la cara del marino, impactando de lleno en una blanda mejilla que, junto con todo el cuerpo, va a dar otra vez al suelo, justo al lugar donde otros marinos, incorporándose, deciden intervenir.
Y otra vez el dolor de un golpe, pero ahora en el hombro.
Volviéndose sorpresivamente, su puño traza un círculo en el aire y va a dar directo a un ojo de su atacante.
Era un momento de confusión, entre los golpes y el crujir de muebles se siente el ulular de unas sirenas y alguien lanza un grito.
- ¡Vienen los pacos!
Instintivamente, los jóvenes trenzados en la batahola, dejaron de pelear como si hubiese caído un balde de agua fría sobre brazas candentes.
 - Eso sería todo. - Dijo el Bruto, mientras ayudaba a un marino a levantarse del suelo. - ¡Arriba Managua, porque hay que irse pa la casa!
 Dicho esto, los combatientes se dispusieron a partir. Pero no alcanzaron a dar tres pasos, cuando en el umbral de la puerta, aparecieron los conservadores del orden y la propiedad privada.
- ¡Están todos detenidos! - Exclamó un carabinero regordete y de baja estatura, que en sus brazos, sostenía los galones de sargento y junto a este, otros dos uniformados ingresaban haciendo sonar las cortinas del local.
Marinos, infantes y soldados, se miraron unos a otros y como si con esa mirada se hubiesen puesto de acuerdo, se lanzaron sobre los recién llegados.
El sargento de carabineros, lleno de sorpresa, comienza a retroceder y trastabillando por las deficiencias del piso, cae sobre el policía que entraba al local en ese momento. Los otros policías, sin saber de donde salieron los puños que los golpearon, fueron a caer junto a sus iguales.
Segundos después, Luís y los demás soldados, corrían por las calles del barrio chino.  Mientras que a sus espaldas, se oían los gritos del sargento dando órdenes a sus subordinados.
Rato después, jadeando por el esfuerzo de subir corriendo por las interminables escalas, que se mezclaban entre los cerros, los fugitivos se dieron cuenta de algo.
- El loco, ¿donde está el loco? - Exclamó Claudio.
- No viene con nosotros. - Responde el bruto. - A ese pelota lo tienen que haber agarrado. No sabe la que le espera.
- Bueno, ya no podemos hacer nada. - Agrega Luís. - No hay que decir una palabra en la guardia y mañana veremos que pasa.
 Mientras tanto, las luces de los faroles parecían silenciosas estrellas reflejadas en ese inmenso mar que los miraba, encendiendo en sus aguas la luminosidad nocturna del puerto. Y entre las sombras de la noche, sigilosas figuras se movían pintando consignas anti militares en las murallas, cuidando no ser sorprendidos por las fuerzas represivas, algunos minutos antes que comenzara el toque de queda.

Al día siguiente, en la formación matutina faltaba un aspirante. Nadie sabía dónde estaba, o no habían querido decirlo.
Ese día, el teniente Salinas se demoró más en llegar y los aspirantes, ya se encontraban en la sala de clases cuando, en la puerta de esta, aparece el loco y detrás, el oficial jefe de curso.
- Aquí les traigo un regalito que me hicieron hace poco. -  Dijo el oficial con una sonrisa en la boca. - Esta "madre", anoche anduvo de farra y armó una rosca de padre y señor mío. Hasta allí llegaron nuestros aliados "amigos de verde". - El oficial guardó silencio por unos segundos mirando al soldado. - Todo esto no tiene casi nada de reprochable... pero, lo que no merece disculpa alguna, es el hecho que este huevón, ¡dejó que  lo tomaran preso! 
El teniente, dejando al aspirante en medio de la sala, se dirigió a tomar asiento en su escritorio. - Por no haber sido un buen soldado, como sus otros secuaces de juerga,  tiene siete días de arresto. ¡Tome su puesto!
Sin decir una palabra, el alumno, se sentó en su pupitre.
- ¿A esto, se referirá  el sargento Henríquez, cuando habla de los tomos del cateo de la laucha? - Pensó Luís mientras comenzaba la clase. – El castigo es por dejarse atrapar y no por cometer una falta.
El resto de la tarde transcurrió rápidamente, con los temas sobre el adoctrinamiento, que debe hacerse con los soldados, las decisiones que deben tomarse y las cualidades que deben tener los instructores. Era la fase de preparación para ser mandos medios.


*  *  *

El joven comenzó a bajar las interminables escalas del Cerro Playa Ancha, desde el mirador se dominaba el paisaje en una gran panorámica de los cerros, que se poblaban con mediaguas de madera, llenando las quebradas sin planificación alguna. Alejados de los servicios básicos, sus moradores se consumían en la pobreza, esperando soluciones futuras.
Mauro, era un joven estudiante de Arquitectura de la Universidad Técnica, aun Estatal, de Playa Ancha, gracias a una beca que le permitía estudiar sin preocuparse del alto costo que significaba la Educación Superior. Provenía de una familia pobre, que sobrevivía de la pesca artesanal y labores de aseo en casas particulares de la Ciudad Jardín, que desarrollaba un par de días a la semana, su madre.
El joven observó la inmensidad celeste del océano, meditando la situación de precariedad en que se encontraba… debía caminar diariamente a la Universidad desde los cerros, sacrificando horas de descanso y estudiando la mayor parte del tiempo. Consciente de la realidad social, se consideraba opositor a la Dictadura y creía que la  única forma de recuperar la democracia, era participando con algunos compañeros de la Universidad en forma clandestina, para reconstruir la unidad del pueblo, en un frente amplio contra el Gobierno.
Continuó su camino, bajando por la avenida que en una pronunciada pendiente, desembocaba en el Hospital Naval, a pocas cuadras de la Universidad, que se presentaba abajo, con sus amplios espacios y jardines. Dos gruesos libros llevaba colgando a su espalda, amarrados con una correa y un solo cuaderno usaba para tomar sus apuntes.
Llego a buena hora a la facultad, dirigiéndose a la sala de conferencias del Campus, donde se encontraría con dos compañeros  de la misma carrera. Entro a la sala donde algunos alumnos ordenaban sus cuadernos, mientras el profesor salía para dirigirse a una nueva clase. Se encamino hacia donde se encontraba una pareja de jóvenes, revisando apuntes de la clase.
-  Pasé por la muralla de anoche y todavía estaba el rayado, pero no había ningún panfleto… - Agrego en voz baja situándose al lado de ellos. - Parece que las recogieron en la mañana.
-  Claro, los primeros lados donde limpian, es donde hay milicos… - Respondió uno de los jóvenes. -  No los dejan pensar.
-  Mejor salgamos al patio… Aquí las paredes tienen oídos. -  Agregó el otro joven cerrando el cuaderno de apuntes.
Se levantaron de los asientos y salieron de la sala enfrentando el pasillo. Los alumnos del Campus universitario circulaban con sus útiles en las manos, uno que otro conversaba mientras ingresaban a las distintas salas de clases. Los jóvenes bajaron la escala de una de las entradas al edificio y se sentaron en el pasto de un patio exterior.
 - Bueno, Ernesto… ¿Hablaste con María? – Consulto Mauro al joven que les había propuesto salir.
 - Si, pero no quiere meterse en problemas.
 - Inténtalo, necesitamos una casa que no levante sospechas.
 - De acuerdo, voy a insistir con la señora Nora.
Ernesto era un joven moreno. Una fina vellosidad bajo su nariz semejaba un bigote mexicano y en la suave depresión de la pera, bajo el labio inferior, una barbilla fina le daba un toque intelectual. Su físico atlético, producto de su juventud y tal vez de una dieta compuesta de carbohidratos, entonaba con la vestimenta deportiva, confirmando por su apariencia que seguía la carrera de pedagogía en educación física.
Le habían solicitado consultar a su novia, la posibilidad de alojar en el departamento donde vivía, a un compañero estudiante Chino, al que se le había terminado la beca y tenía problemas con el pago de la pensión estudiantil, además del trabajo clandestino.


*  *  *


La sala de clases militar se encontraba silenciosa. Otros jóvenes recibían formación académica destinada a convertirlos en profesionales… pero muy distintos a los de las universidades tradicionales.
El oficial dejó de escribir y se puso de pie.
- Soy el capitán Sagredo y hoy nos corresponde comenzar con la clase de Formación Profesional. - Dijo mirando por unos segundos a los aspirantes sentados en sus pupitres. - Como ustedes se están preparando para ser oficiales de reserva, esta es una de las materias de mayor importancia. Por lo tanto, la nota final tendrá coeficiente dos, es decir corresponde a un veinte por ciento de las evaluaciones totales.
Los soldados se acomodaron en sus asientos, esperando atentamente que el instructor, comenzara a entregar la materia.
 - La primera unidad corresponde al tema de, la Seguridad Nacional. - El oficial caminó a la ventana de la sala y entre abriendo la cortina, miró hacia el exterior. - Esta doctrina está incorporada hace muy poco tiempo en la formación de los oficiales en nuestro país.
Observó por un momento a los aspirantes moviendo rápidamente sus ojos, guardo unos segundos de silencio y continuó. - Son pocos los oficiales superiores que se especializan en esta materia, todos ellos, con cursos aprobados de un año en la Escuela de las Américas de Panamá.
El grupo de estudiantes escribía cabeza gacha, era una mañana fría y dentro de la sala, no había calefacción por lo que Luis comenzó a sentir el hielo en los dedos de sus pies, a pesar de la bota que los protegía.
- En el año 1960, América Latina sufrió la primera agresión a su libertad... - Continuó el oficial. - El marxismo internacional imperialista soviético se apoderó de la isla de Cuba y posteriormente, planificó apoderarse de los otros países americanos. Se libraron batallas en Bolivia, con el triunfo de La Higuera, en Colombia y Brasil, hasta que en 1970, después de una contaminación de las instituciones en nuestra patria, los marxistas se apoderaron de ellas y comenzaron a esclavizarnos. Quizá  ustedes recuerden el caos que había antes del pronunciamiento militar de las Fuerzas Armadas... Falta de alimentos, no había libertad de prensa ni respeto al derecho de propiedad.
Luís recordó el tiempo de estudiante en la secundaria. - ¿Que raro lo de la libertad de prensa? Yo no recuerdo que se haya cerrado ningún diario ni revista por problemas políticos. – pensaba mientras escuchaba al oficial. Los últimos años fueron difíciles, había que hacer cola para conseguir los alimentos, pero en la casa de Luís no faltó nunca que comer, recordaba además que como nunca, en el periodo del gobierno popular hubo suficiente dinero para construir sólidamente y agrandar la casa familiar.
- Después de mil días de esclavitud, las fuerzas armadas se vieron en la obligación de luchar contra la agresión Soviética... - Continuaba el oficial caminando por el pasillo de la sala hasta quedar ubicado detrás de los aspirantes. - Desde esa heroica batalla del 11 de septiembre de 1973, es que nos encontramos enfrentados en una guerra interna, contra un enemigo infiltrado en nuestra sociedad... Es una lucha diaria y si ustedes prestan atención, el enemigo esta infiltrado en todas las instituciones, hasta en la iglesia... es por eso que los curas ahora hablan de política y es posible que también en este curso haya más de un enemigo infiltrado y al asecho...
Los aspirantes se movieron inquietos en sus asientos. Más de uno miró a su compañero de pupitre.
 - Porque nuestros servicios de seguridad están al tanto, de la infiltración en las Fuerzas Armadas. - Continuó diciendo mientras caminaba hacia el escritorio enfrente. -  Trabajando pacientemente en la detección de los traidores a la Patria.
Guardó silencio por un instante mirando a los alumnos, que tensos, observaban al oficial frente a la sala, con la mano en el revólver de servicio que colgaba de su cintura.
 - Es por eso que, nuestra preocupación constante y diaria, debe ser la de descubrir estos elementos marxistas… peligrosos, maquiavélicos, ateos y perversos enemigos de nuestra sociedad cristiana Occidental.
El oficial, nuevamente guardo silencio un instante, recorriendo con la vista los rostros de los aspirantes.
 - Con esto, aquí en el curso, vamos a andar desconfiando unos de otros - Pensó Luís observando el rostro inquisidor del militar. - Y más de alguno de estos, por dárselas de patriota, va a andar buscando un infiltrado, un enemigo entre nosotros mismos.