Capitulo X ARRESTOS SUMARIOS


Capítulo  X

 

 Era el primer sábado del mes de noviembre en el Puerto y el sol de la mañana comenzaba a calentar la tierra, el graznar de las gaviotas anunciaba que sería un día despejado ideal para ir de pesca o a marisquear entre las rocas. Recostado encima de su cama, Luis cumplía su tercer día de arresto leyendo un libro de historia. De pronto, el aspirante de servicio ingresó a la cuadra.
 - Pérez, tienes visita en la guardia.
 El soldado se levantó, estiró el cobertor y se dirigió   hacia la puerta.
 - ¿Sabes quién es? - le preguntó.
 - Una flaquita morena. - contesto Iván Pastene que cumplía  su servicio semanal.
 - Y ¿sabes dónde está el huevon de Landon?
 - Creo que en el casino de soldados, se lleva ahí  jugando a las cartas.
 Los aspirantes llegaron a la entrada del cuartel.
Sonia esperaba en un costado de la oficina del comandante de guardia. Miró hacia el acceso del jardín viendo ingresar a Luis, que se acercó.
 - Hola. - Dijo secamente el soldado. - ¿Como supiste que estaba con arresto?
 - Alejandro me avisó, espero que no te molestes por venir a verte.
 - ¿Por eso? ¡No! Y es bueno que hayas venido para aclarar algunas cosas.
 - Entonces... - preguntó  tristemente la muchacha. - ¿Es cierto que ya no quieres verme?
 - ¿Quien te dijo eso?
 - Tu amigo, el rubio. Karl o Kurt, algo así me dijo que se llama.
 - ¿Y por eso le contaste altiro lo de nuestra relación? -  Sorprendida la joven miro a los ojos de Luis. - ¿Y cómo es eso de que estas embarazada?
 - Pero, ¿Quien te dijo? - Balbuceó - Nadie sabe que tengo cinco días de atraso.
 - Kurt lo sabía, y él no es mi amigo.
 - Pero el me dijo que era tu mejor amigo y que tenía un recado tuyo, para juntarnos el martes pasado.
 - Y tú ¿le creíste?
 - ­ ¡Si! Y me hizo preguntas sobre nosotros.
 - Ya, está bien. - Ininterrumpió Luis posando suavemente el dedo índice en boca de la joven. - No te preocupes por nada, pero debes saber que si yo tengo que decirte algo, lo haré‚ personalmente. Ahora déjame que tengo un asunto que arreglar.
 Los ojos de Sonia se iluminaron cuando Luis la beso en la mejilla.
 - Entonces, ¿puedo venir a verte después?
 El aspirante hizo un gesto afirmativo y se dirigió rápidamente hacia el interior del recinto.
Cruzó el patio y de grandes zancadas, subió las escalas que llevaban al casino de soldados. Cuando ingresó a este, lo primero que hizo fue ubicar a Kurt que, en una mesa del fondo, jugaba dominó. Acto seguido, se encaminó furioso hacia donde se encontraba y tomándolo de la solapa lo enfrentó.
 - Tú y yo tenemos algo que arreglar, así que lo mejor es que sea ahora.
 Landon sorprendido no atinaba a nada en el preciso momento que, el soldado a cargo del casino, se interpuso entre los jóvenes.
 - ¡Aquí no van a arreglar nada! Si quieren hacerlo, que sea en otra parte.
 Dicho esto, Kurt abrió los brazos en un gesto de resignación y se sentó nuevamente a la mesa.
 - Lo único malo, es que el juego lo tenía ganado. - Dijo en tono burlón. - Ahora, tendré que jugarlo de nuevo.
 Pérez lo miró un segundo y volvió sobre sus pasos con un cejo de frustración. - Hijo de puta. - Murmuró mientras salía del casino.


 En la mañana, el sargento Henríquez con su típico caminar, se dirigía a la formación del curso.
Llevaba en sus manos dos pares de guantes de Boxeo y con su sonrisa burlona, les entregó los guantes a Kurt y a Luis respectivamente.
 - Aquí tienen su cargo. - Agregó. -  ¡Firmes! ­Giro, a la de... re.
Los aspirantes realizaron el movimiento. - Camino al gimnasio, de frente marr...
 El curso marchaba entusiasmado, un combate para que los aspirantes castigados arreglarían sus diferencias con la autorización de sus superiores. Pero, el menos alegre era Luis.
 - Me carga que se entretengan a costa mía. - Pensaba mientras la columna llegaba al patio techado. - Por lo menos, me voy a desquitar con este huevon.
 Landon se veía alegre. Le gustaba ser el centro de la atención y al parecer, no le preocupaba el hecho de salir lastimado en el ring.
Cuando subieron al cuadrilátero, este entró saltando y con sus brazos en alto, como hacen los boxeadores  que usan los golpes como profesión. Las risas y la algarabía de sus compañeros, lo hacían alargar el show estimulando su ego mientras se tomaba de las cuerdas y flectaba las piernas una y otra vez.
 - Debe ser una forma de ocultar su temor o bien, cree que no le va a pasar nada. - Pensaba Luis en los momentos que el sargento, en el centro del ring, con sus manos abiertas llamaba a los adversarios.
 - Acérquense... Quiero una pelea como es debido. - Decía sonriente - No quiero golpes en los testículos, pero de lo demás, todo está  permitido.
Dicho esto, abrió los brazos para dar inicio y acotó - Ahora, a pelear. ¡Ah! Cuidado con agarrarse a mordiscos, porque ahí se las verán conmigo.
 El sargento hizo la señal de comenzar y Luis se dirigió hacia Landon, dispuesto a terminar rápidamente con la pelea. Este, comenzó a retroceder con saltitos cortos y pasos cruzados, continuando con su propio show.
Hacía círculos y piruetas escapando de Pérez, que lo seguía listo para golpearle.
 - ¡Ya pues! ¡Déjense de bailar y peleen! - Gritaban algunos aspirantes que reían de ver la persecución.
 Segundos después, Luis dejó de perseguirlo y haciendo un gesto de despedida, se dirigió a una orilla para bajar del ring. Landon alzó los brazos en signo de triunfo.
 - ¿Quien es el mejor? - Gritaba alegre girando en el centro del ring.
 Acto seguido, se dirigió hacia Pérez que, después de levantar la cuerda que demarcaba la zona de pelea, salía del cuadrilátero.
- Y eso... que te sirva de lección... - Terminó diciendo Kurt al acercarse a las cuerdas.
 Era el momento que esperaba el impaciente soldado. Dando sorpresivamente la vuelta, con su mano derecha golpeó rápidamente el pómulo de Kurt que, sorprendido, cayó hacia un costado quedando tendido en el suelo. Después, Luis bajó del ring y se quitó los guantes entregándoselos a Saso. Sin decir una palabra, se dirigió a las duchas.


*  *  *

La ciudad capital bullía de actividad. El barrio aledaño a la Estación Central era frecuentado constantemente por indigentes y pordioseros que deambulaban por los almacenes ferroviarios de descarga cercanos a un albergue para desposeídos, el "Hogar de Cristo" que recordaba la obra del Padre Hurtado, sacerdote estigmatizado como Rojo en su tiempo por consagrarse en caridad a la causa de los pobres, ayudándoles con comida y ropa, con el fin de ganarlos a la fe cristiana y alejarlos de las ideas marxistas, que se anidaban en ellos como respuesta organizada a la pobreza que genera el Sistema Capitalista.
En la vicaria de la zona oeste, una instalación de la Iglesia Católica contigua a la Escuela San Alberto del sector, terminaba una reunión del Comité pro paz y por la vida.
La creación del Comité Pro Paz, que había surgido a iniciativa del Cardenal chileno y apoyado por los demás líderes las iglesias que profesaban la fe cristiana, era la respuesta a la sistemática violación de los Derechos Humanos, desarrollada por la naciente Dictadura como forma de resolver a su favor el conflicto social.
Víctor salió de la casona ladrillera que cobijaba la Vicaria. La calle Bernal del Mercado se encontraba casi vacía al atardecer, el joven observó en ambas direcciones y enfiló rumbo al norte.
Caminó rápidamente producto de una sensación de inseguridad que le embargaba. La información que había recibido en la reunión para incluirla en el Boletín, era angustiante. Las denuncias por desapariciones producto de allanamientos a los barrios populares, se multiplicaban y los tribunales de Justicia, colapsados por los recursos de amparo interpuestos por abogados de la Vicaría, los rechazaban sin realizar investigación alguna. Un par de jueces ya habían sido removidos por sus pares del Poder Judicial, a causa de solamente acoger las denuncias, por lo que los demás magistrados, evitaban crear problemas que perjudicaran su carrera, a costa de impartir justicia.
Víctor debería volver solo a la población, con la noche cayendo rápidamente junto a la prohibición de circular en horas del toque de queda. Pancho, su vecino y compañero de la capilla no había asistido a la reunión y el joven sabía que los agentes de la represión, controlaban permanentemente los lugares que eran usados por la iglesia en acción social. En la soledad de las calles era vulnerable y los vehículos que aún circulaban, provocaban mayor inseguridad al acercarse enfrentando al muchacho. Sabía que en cualquier momento, uno de estos vehículos podría detenerse frente a él y bajar a lo menos cuatro individuos de negro, para subirlo al automóvil llevándolo con destino desconocido.
Llegó a la alameda que también se encontraba casi vacía, solo autobuses de la locomoción colectiva circulaban cada vez en menor cantidad. Atravesó el bandejòn central hasta la vereda norte, quedando a la espera del microbús que le servía. Percibió una persona que se acercaba y el joven, moviéndose hacia el muro, lo enfrenta con la mirada, reconociéndole de inmediato.
-  ¡Pancho! - Exclamo aliviado. - ¿Que paso? ¿Por que no llegaste a reunión?
- Era mejor que no me vieran hoy... - Agregó el joven mirando en rededor con preocupación. - Tengo algo que decirte de Rodrigo, tu compañero de la Universidad.
- Pero como, ¿conoces a Rodrigo?
- Si. El trabaja con nosotros en la organización.
- ¿Con nosotros? No sabía que trabajara en la Vicaría.
- No en la iglesia... En el Partido.
- A ver... No entiendo nada. ¿Que pasa con Rodrigo?
- Espera... Ahí viene la micro.
Los jóvenes hicieron detenerse la máquina y subieron rápidamente. El conductor puso en marcha el microbús mientras con la mano derecha recibía el dinero del pasaje y cortaba dos diminutos boletos. Los amigos caminaron por el pasillo del vehículo que transportaba no más de diez pasajeros, para sentarse en los últimos asientos frente a la puerta de bajada.
- Ahora, cuéntame que pasa. - Indicó susurrando Víctor.
- Rodrigo trabaja en la resistencia y hemos perdido el contacto con él desde hace más de un mes. - Agregó en voz baja Francisco. -  Nos llegó la información que fue secuestrado por agentes por lo que se perdió su rastro.
- Y ¿Se puso el recurso de amparo? 
- Si. Lo hizo la familia con los Abogados del Comité. Pero hoy eso no sirve de nada.
- Es lo que nos informaron en la reunión... Que la justicia no está operando.
- Y cuando los jueces hacen algo, se declaran incompetentes y lo pasan a la justicia Militar.
Francisco guardo silencio unos instantes mientras miraba el exterior. Se volvió para mirar a su amigo, agregando enseguida. -  Pero, hay algo más. Rodrigo guardaba los antecedentes orgánicos de la reestructuración del Movimiento de Izquierda Revolucionaria con su contacto y esos documentos hay que recuperarlos o destruirlos.
- Pero ¿por que me entregas esa información a mí? Yo no pertenezco a tu organización y esa, es información secreta.
- El problema es ése, que posiblemente estemos marcados todos los que trabajábamos con Rodrigo y no podemos llegar a su contacto porque nos conoce. Se acordó en la Dirección, que por motivos de seguridad había que buscar a alguien de confianza y desconocido para establecer contacto.
-  Y tú pensaste en mí... Pero yo soy dirigente público del comité, ese es un factor de riesgo. Además, si les ayudo, arriesgan que tenga acceso a información partisana.
-  Es el riesgo que correremos todos... Yo también soy dirigente público y desarrollo trabajo clandestino en el MIR.
El microbús llegó a la población y los jóvenes se incorporaron para bajar. El vehículo se detuvo en el paradero solicitado y descendieron a la acera de tierra pedregosa.
Sin detenerse, enfilaron por la calle principal. La noche cubría los pasajes de la población y la escuálida luz de los faroles proyectaba la sombra de los jóvenes, que se desplazaba entre las piedras de atrás hacia adelante al caminar.
- Tienes dos opciones... - Agregó Francisco rompiendo el silencio. -  No ayudarnos... y mantener en secreto esta información, o ayudarnos y participar con nosotros en la Resistencia.
- Pero con mi trabajo social, yo estoy participando en la resistencia a la Dictadura.
- Si, pero no en forma orgánica que tiene sus ventajas y desventajas. Yo te recomendé en el partido porque veo que tienes condiciones para ser un excelente cuadro político militar y un gran dirigente.
 - ¿Como voy a trabajar clandestino contigo en el partido si ambos nos conocemos?
- Ambos sabremos que pertenecemos al mismo partido, pero nuestro trabajo clandestino será en frentes distintos, con células distintas y militantes desconocidos... Solo seremos contactos uno del otro con un nivel bajo de información.
- De acuerdo... cuenta conmigo. - Indicó Víctor deteniéndose en la esquina. - Me integraré al partido y realizare la recuperación de los documentos para reorganizarnos.
Francisco miro un instante alejarse al joven que sin mirar atrás, levantó la mano izquierda en señal de despedida. Después, se alejó perdiéndose en las sombras de los pocos árboles de la población.


*  *  *

 El teniente Alejandro Lehtman salió del casino de soldados.  La noche que comenzaba a caer estaba impregnada de la humedad del  mar y a pesar de no haber nubes en el cielo, las estrellas no brillaban con la misma intensidad de otras noches. Desde la escala observó el balcón ubicado al costado del monolito al comandante Eleuterio Ramírez, donde una figura conocida miraba hacia el horizonte que se perdía entre las sombras.
 - Pobre Luis. - Pensó el teniente - No sirve para estar encerrado y todavía le queda una semana de arresto. Creo que es un buen momento para una conversación entre amigos.
 El oficial se encamino hacia el aspirante que, sujeto a la barandilla de metal, miraba la luna reflejarse en el negro océano. El oficial bajó unos peldaños de la escalinata que llevaba a los almacenes de guerra y se detuvo.
 -  Acércate muchacho. - Susurró. - Te veo preocupado, ¿pasa algo con Sonia? ¿Tienes algún problema grave? ¿De familia?
 - No muy grave, mi teniente. Parece que Sonia está embarazada y Landon, se ha encargado de contarle a todo el mundo. Fuera de eso, todo está bien. - Guardó un segundo de silencio y agregó. - Lo que pasa es que estoy aburrido de estar encerrado.
 El teniente se sentó en la escalinata y le hizo una seña simulando un aire de conspiración.
 - Escúchame. Voy a contarte un secreto y recuerda siempre lo que voy a decir.
 Luis se inclinó sentándose al costado de Lehtman.
 - Sabias tú que el canario, en su jaula canta hasta morir. - Dijo pausadamente el oficial.   - Nosotros somos todos canarios, de distinto rango y linaje es lo que nos dicen. Estamos en una jaula Luis. Tu, los soldados y los clases, en una jaula de bronce y yo con los demás oficiales, en una jaula de plata... No importa que material sea; es una jaula al fin y al cabo. Canta sin preocuparte del encierro y sentirás la libertad. Pero cuando abran la jaula, si tienes la oportunidad de volar debes hacerlo Luis... Vuela y serás libre de verdad.
 - Sentirse libre... ¿y como si somos soldados?  - Respondió el aspirante - ¡Debemos cumplir las órdenes! Eso nos han enseñado y los superiores, harán todo lo posible para que esto siga siendo así.
 - Los aporreos pasan amigo, las órdenes se cumplen... pero el odio comienza a acumularse en las entrañas y anida en los corazones de los oprimidos hasta convertirse en un volcán que puede hacer erupción en cualquier momento y cuando esto pasa, nadie puede detenerlos. -  El oficial miró  un segundo al aspirante y continuó. - Por eso, el adoctrinamiento del soldado está ideado para adiestrar a la persona; no es enseñar, sino automatizar, sobre como disparar, como defenderse y usar los elementos creados para matar. El entrenamiento no le debe dejar tiempo para pensar, debe convertirlo en un ser inconsciente... que debe obedecer todo, sin tener la más mínima oportunidad de razonar sobre lo que ocurre. El sistema militar nos convierte en simples peones de un gran ajedrez y somos utilizados por los que disponen cuando y donde debemos estar operacionales. Solo somos elementos de guerra prescindibles, como las armas o las municiones.
 El joven soldado perplejo, miró el rostro pensativo del teniente. El oficial se levantó lentamente y sin decir una palabra más, se alejó.
Caminó sin volverse, hasta perderse en las sombras del patio y Luis, se quedó solo, mirando la luna que imponente en el cielo, parecía llamarlo. Una gaviota cruzó el disco luminoso y se alejó hacia el mar.
 - Algún día aprenderemos a volar como las gaviotas. - Pensó. - Y saldremos de la jaula.
 Mientras, en el balcón del tercer piso, una silueta miraba alejarse al oficial y al soldado, que pensativo, seguía observando las luces del puerto y de la luna reflejadas en el agua.

Al día siguiente, el cuartel cumplía con la monotonía diaria... levantarse al toque de diana, desayunar leche y pan, realizar la formación diaria, partir al turno de guardia o descansar en la cuadra.
La tarde llego lentamente con la monotonía propia en la sala de guardias del Regimiento. Sonia preocupada esperaba que llegara Luis; llevaba más de veinte minutos en la guardia y él no aparecía, hasta que de pronto, ahí estaba. Corrió para abrazarlo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
 - ¿Que te pasó? - Preguntó el joven con preocupación.
 - Ernesto, el pololo de María ¿te acuerdas de el? - dijo con voz trémula.
 - Sí. ¿Que le pasó? ¿Un accidente?
 - No, hace más de una semana que no aparece.
 - Pero eso no es tan grave... Tal vez está enfermo o visitando algún pariente.
 - Si fuera así ya lo sabríamos. Cuando viaja donde sus padres, deja avisado en la universidad y en la pensión. Pero ahora, nadie sabe nada de él.
 - ¿Preguntaron en los hospitales o en la morgue? Tal vez sufrió algún accidente.
 - Si, ya lo hicimos. Hasta fuimos a Carabineros; pero no nos  hicieron caso porque no somos familiares.
 - Y María, ¿como está?
 - Desesperada, ya no sabe que mas hacer.
 - En estos casos hay que esperar... También puedes preguntarle a Alejandro, tal vez sepa que hacer. - Luis miro fijamente por un segundo a Sonia - Y sobre lo nuestro, ¿te hiciste los exámenes?
 - No fue necesario... - Contestó la joven apoyando su cabeza en el pecho del soldado - Me llegó hace cuatro días.
 Mientras Luis, en silencio abrazaba a Sonia, un soldado solicitaba permiso para ingresar. El aspirante reconoció de inmediato la voz.
 - ¡­Landon!   Pero, ¿que hace afuera? - Pensó. - Todavía no cumple con sus días de arresto.
 Kurt pasó muy cerca de la pareja y ante la mirada inquisidora de Luis, sonrió con una sarcástica mueca burlona.
 - Yo tengo amigos influyentes. - Le susurró al aspirante.
Sonia observó el rostro iracundo de Luis y le abrazó con fuerza mirando al soldado que burlonamente continuó su camino.
 - Maldito entupido, ahora no se saldrá con la suya. - Murmuro.
 - El no es nada, mi amor... No vale la pena.
 - Ya. Ahora tengo que hacer algo... - Agrego el joven besando a la muchacha. - Ven a verme el próximo domingo.
Después de despedirse de Sonia, Luis se dirigió a la cuadra.
Cuando ingresó, Landon se reía aparatosamente junto a Sazo que también encontraba algo gracioso.
 - ¡Eres una mierda Kurt! - Le dijo acercándose hasta quedar de frente. - ¡Un hijo de puta que no vale nada!
 - Oye carreta, ¿no hueles el aroma a flores descompuestas que inunda el ambiente? - Dijo Landon mirando a Sazo. - Porque yo recién vi una rosa sin espinas en la guardia, junto a un moscardón de caca.
 - ¿Supongo que vas a seguir arrancándote, como lo hiciste en el ring? ¡Como un maricón!
 - Y parece que el moscardón anda zumbando por Aquí...
 Luis apretó los puños y cuando se preparaba a golpear al aspirante. Una mano le sujetó el brazo.
 - Déjalo Luis, no vale la pena. - Dijo sonriendo Alberto Vega.
 - ¡Es un insignificante gusano! - Gritó desde el fondo de la cuadra  el "choco" Zúñiga.
 - Vamos Kurt, tu  puedes con el moscardón. - Dijo Manríquez, levantándose de una silla.
 - Y no te preocupes por los otros rucio, nosotros cuidaremos que no se metan. - Agregó el "Loco" Ramírez.
 Ante el sorpresivo apoyo recibido, Landon riendo escandalosamente, se paró frente a Pérez.
 - Te lo dije, tengo amigos influyentes... Ja, ja, ja, ja.
 - ¡Ya está  bueno! - Gritó  Sazo. - Aquí adentro yo soy el más antiguo y el monitor. Si quieren pelea, mañana pueden usar el gimnasio. Ahora, mejor será que se acuesten, porque en dos minutos van a tocar retreta.

 Al día siguiente en la formación, el teniente Salinas llevó al curso hasta la cancha de arrastre que se ubicaba en el fondo del cuartel.
 - Me han informado que los problemas entre el aspirante Pérez y el aspirante Landon continúan agravándose. No ha servido el arresto ni la subida al ring. - Mientras decía esto, el oficial  se ubicó frente a Luís. - ¿Me podría decir por que ocurre esto, aspirante Pérez?
 - No lo sé, mi teniente.
 - ¿Será  acaso porque levanté‚ el castigo del aspirante Landon?
 - Usted sabe lo que hace, mi teniente. Pero no es justo que el salga y yo no.
 - ¡No es justo! ¿Esta poniendo en duda los criterios de un oficial sobre que es la justicia?
 - No mi teniente, la ley se interpreta y aplica pero no siempre  la aplicación de la ley va a ser justa.
 - Muy bien aspirante, ha entendido que mi palabra es la ley y usted no puede exigir justicia.
 - ¡Sí, mi teniente!
 - Entonces, tiene diez días más de arresto. - Terminó diciendo el oficial. - Sargento, ahora reesfuérceles el sentido de la equidad para que comprendan que aquí no todos somos iguales.
 - A su orden mi teniente.
 Acto seguido, el sargento Henríquez junto al cabo Acuña, coordinaron la jornada de ejercicios en la cancha de arrastre.
 -  Sacarse las camisas. - Ordenó  el cabo.
 Los soldados comenzaron a realizar lo dispuesto, mientras el sargento, pisaba los alambres de púas para achicar los espacios por donde pasar.
 Un momento después, comenzaron un largo recorrido de arrastre, incluyendo pasadas por el lodo, hecho con la propia orina de los aspirantes.


*  *  *

El microbús ínter comunal avanzaba por la avenida Recoleta, al norte de la ciudad de Santiago. Víctor, sentado en la parte trasera, observa las destartaladas viviendas construidas algunas de hormigón y otras de maderas resecas, que denotaban el paso de los años sin mantención adecuada. La población periférica de Conchali no era muy distinta a la Pudahuel, en general en la capital, las poblaciones populares tenían una historia común de inicio y desarrollo urbano... Eran mayoritariamente producto de tomas de terrenos, articuladas por la organización poblacional desde los años cincuenta, surgida desde los Partidos políticos de Izquierda con sus pobladores, militantes Socialistas y Comunistas. El inicio de esta forma de solución habitacional era marcado por la gran toma de la población La Victoria, realizada en el sector sur de la capital, con personas que se habían asentado progresivamente en las riveras de un canal denominado "El Zanjón de la Aguada" y que después de varias promesas incumplidas por la Corporación de la Vivienda dependiente del Gobierno de la época, decidieron tomarse a la fuerza el terreno Chacra La Feria.
Posteriormente, los otros partidos buscaron formas de utilizar el problema de la vivienda para sus campañas proselitistas... Así la Democracia Cristiana, implemento en su gobierno, la denominada "Operación Sitio" definiendo terrenos para que los pobladores se instalaran, levantando sus viviendas en autoconstrucción y en el gobierno popular, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, incentivaba las tomas de terrenos para levantar Campamentos, implementando en ellos, la organización popular revolucionaria.
Una de estas tomas, en la comuna de Conchali, era la población El Cortijo. Enclavada en una tierra árida en el faldón de los cerros que cerraban por el norte el valle del Mapocho, era como un pueblo rural. Aislado del cordón urbano que era demarcado por la Avenida Américo Vespucio, tenía como acceso principal la continuación de la calle Recoleta. Un reten de carabineros en la entrada, era la señal de control para evitar la expansión, que se mantenía desde los días de la toma primero como un puesto policial transitorio y ahora en forma definitiva como apéndice de la tenencia El Salto.
El microbús llegó a un terreno baldío anterior a la población, cercado con alambradas, que hacía las veces de terminal de locomoción colectiva. Víctor descendió y emprendió el camino de tierra, que entre árboles y zarzamoras, le conducía a la población. El mensaje entregado en un barretín secreto por Francisco, le indicaba una dirección y un santo y seña.
Las primeras casas y almacenes de la población, se encontraban junto al reten y frente a una plaza, en la que desembocaban las calles interiores. Víctor buscó la calle indicada en las pequeñas placas con la numeración de las casas y se internó por los callejones. Varios jóvenes, agrupados en las esquinas, observaban al visitante con un cejo de desconfianza. Las mujeres, en las puertas de sus casas, miraban a los niños correteando en las calles mientras conversaban con sus vecinas. Víctor llegó a una vivienda mirando su reloj para confirmar la hora del contacto. Observó a su alrededor confirmando que era observado por los vecinos, hasta que un joven se separó del grupo en el que conversaba y riendo de las bromas de sus amigos, se dirigió hacia Víctor,
- ¿Estas buscando un profesor de esquí? - Preguntó el poblador.
Era la contraseña que requería de la confirmación... Víctor observó la mano del muchacho que mostró un paquete de cigarrillos "Hilton" y sacó uno.
- Tengo que subir el cerro para mirar el mar. - Respondió sacando un encendedor metálico ofreciéndoselo al joven que recibiéndoselo, encendió el cigarro.
- Vamos, te llevare a la casa para entregarte los documentos. - Agrego el joven en voz baja. - Será la primera y última vez que ingresaras a ella... Deberás olvidarte de donde queda.
- De hecho, ni siquiera recuerdo como llegue aquí.
Caminaron por un callejón estrecho y doblaron por un patio interior que era separado por una reja de madera a medio construir. Una mediagua de madera y cartón en la parte superior, cubierta por un plástico sujeto por ladrillos sobre las fonolas, se encontraba al lado de un pozo séptico maloliente.
Ingresaron por una puerta sujeta por gomas clavadas a modo de bisagras, a un cuarto que, como único mobiliario era una cama con respaldo metálico y un mueble. Sobre este, un espejo adornado por banderines del club deportivo Colo Colo. Un joven sentado junto a una meza pequeña arrinconada en la pared, con dos sillas deterioradas, dejó de leer un pequeño libro y observó a los visitantes.
- El es el Cacique... - Indico el guía. - Tu contacto.
El muchacho se levantó y estrecho la mano de Víctor. - Yo soy Rene. - Agrego este último, correspondiendo el saludo.
Mientras tanto, el guía, abrió un cajón del mueble y extrajo una bolsa de plástico con una caja de cartón. La sacó mostrándosela a Víctor.
- Aquí está... sellada y asegurada. - Agregó volviendo a guardarla en la bolsa. - Cacique te dará las instrucciones y te dejará en la entrada de la población.
El joven se la entregó a Víctor y salió de la pieza sin otro preámbulo.
La caja correspondía al juego infantil de "La gran Metrópoli" que era la fachada para ocultar los documentos que portaba. Víctor guardó la bolsa bajo el brazo derecho.
- Nos juntaremos la próxima semana en Recoleta. - Agregó el Cacique mientras le invitaba a salir. - Te enviare el lugar y la hora.
Salieron de la mediagua, caminaron en dirección contraria al ingreso cruzando otro terreno con cierres incompletos para salir por otra vivienda a la calle posterior. Un pasaje desembocaba en un terreno cerrado con zarzamora y una senda se dirigía hacia el sur oriente.
- Por aquí, llegaras directo al terminal de micros, sin pasar por los pacos de la entrada. - Indico el Cacique despidiéndose con un apretón de mano.
El joven volvió rápidamente sobre sus pasos; mientras Víctor, se internaba por el sendero desconocido.


*  *  *

En el cuartel militar del Puerto los días siguieron pasando. El joven aspirante contaba los días que le quedaban de arresto, la jornada en que le correspondía estar de guardia en el puesto Nº 2 sirvió a Luis para distraerse un poco ese día, mirando pasar algunas jóvenes de los alrededores. Por la noche, el movimiento de tropas fue parecido a la primera vez, con la diferencia que el oficial de rondas salió al inicio del toque de queda, acompañado de un civil que no mostró credencial alguna, por lo que nunca figuró en el registro de ingreso o salida del puesto de guardia y el camión de tropas, esta vez, no transportó bultos negros a pesar los nutridos disparos que permanentemente interrumpieron la quietud de la noche.

En la tarde del día siguiente, nuevamente Luis recibió visita de Sonia. Claro que esta vez, María la acompañaba.
 - ¿Como han estado? - Preguntó Luís - ¿Han sabido algo de Ernesto?
 - No nada. - Contestó María con resignación.
 - Pero han pasado otras cosas. - Acotó Sonia - Mi Papá volvió a puerto.
 - Que bien... Norita debe estar contenta. - Comentó Luis
 - Ni tanto... Y más con lo que él Papá decidió.
El aspirante se quedó mirando a María que, observando a su hermana, le pegó un suave codazo.
 - ¿Me van a contar que ocurre?
 - Mi papa quiere que nos vamos todos a Estados Unidos. - Comento Sonia.
 - ¿Le ofrecieron un buen trabajo ahí?
 - No, va a seguir trabajando como marino mercante.
 - Y entonces, ¿por qué quiere que se cambien tan lejos?
Sonia guardó silencio un momento y tomando suavemente del brazo a Luis lo llevó, seguidos por María, hacia los jardines que estaban a un costado de la guardia.
 - Lo que pasa, es que el Papá viene llegando de China y Japón... - Comentó Sonia en voz baja. - Y dice que ahí, en el extranjero, llegan muy malas noticias de Chile. Sobre el Gobierno Militar y los Derechos Humanos.
 - Se le metió en la cabeza que aquí, es muy peligroso vivir. - Agregó María mirando a los ojos del soldado.
 - (...) Está cada día más hermosa. - Pensó un segundo y agregó. - Si ya lo decidió tu papa, es una lástima que se vayan. Yo las voy a echar mucho de menos.
 - Yo también te voy a extrañar. - Se apresuró en decir Sonia al momento que abrazaba al aspirante.
 - Pero, puedes escribirnos... - Agregó María ante la continua mirada del soldado. - Llegando a Norteamérica, te mandaremos la dirección.
 Las visitantes se despidieron con tristeza. María beso la mejilla del soldado y se alejó para esperar a su hermana que, abrazando fuertemente al muchacho, le besó en la boca mientras unas lágrimas rodaban por sus mejillas. después se alejaron, mientras Luis las observaba cruzar la reja que separaba el mundo militar del civil.
Caminando pensativo por los jardines, lentamente Luis se dirigió a la cuadra.
 - Justo ahora, que María al parecer se quedó sin pololo y que podría haberse fijado en mí, se la llevan lejos. - Pensaba. - ¡Bueno! Tal vez eso sea mejor, porque a Sonia, no me la podía sacar de encima.
 Cruzaba el patio, cuando vio al teniente Lehtman que apresurado, se dirigía a la guardia.
 - Mi teniente, ¿tiene un minuto?
 - Ahora no, soldado. - Fue la rápida respuesta del oficial, agregando enseguida en voz baja - Y será mejor que no nos vean juntos.
 Inquieto por la respuesta inesperada del oficial, Luis siguió su camino. Muchas cosas estaban pasando los últimos días y parecían salir de control.
 - Que raro... El teniente no es así. - Pensaba en los momentos que ingresaba a la cuadra.
 En el escritorio del aspirante de servicio, Sazo se encontraba sentado. Manríquez y Landon, conversaban animadamente con él y al ingresar Luis, se quedaron observándolo en silencio.
 - ¿Así que te van a tirar mas días de arresto Manríquez? - Comentó burlonamente Kurt - Y parece que estay preocupado por eso.
 - ¡A mí no! - contestó el aludido. - A ti te los van a tirar, porque los estas debiendo.
 - ¡No! Yo tengo amigos influyentes y además, a mi me gusta estar aquí adentro.
 - Estos huevones... quieren que pise el palito otra vez. - Pensó  Luis - Pero no pienso darles en el gusto.
 Sin prestarle importancia a las risas y burlas, el aspirante siguió su camino hasta el camarote recostándose sobre él.


*  *  *

La mañana de verano era luminosa y soleada... El movimiento de los vehículos en esa esquina de Recoleta era incesante, el semáforo inalterable y sin consideraciones, regulaba el paso de los automóviles hacia los puntos cardinales. Víctor Villagra, esperaba en un paradero del autobús la hora en que realizaría el contacto con el Cacique, de acuerdo a lo indicado en el mensaje entregado por Francisco el día en que recibió los documentos.
La avenida Zapadores, que cruzaba Recoleta hacia el poniente, era la calle indicada para el punto de contacto y el Cacique caminaba rápidamente hacia el paradero acordado. Víctor inicio su camino virando hacia el poniente, a la hora señalada, visualizando al joven que cruzaba la calle para encontrarse y enfilar juntos, hacia el interior de la población.
Llegaron a un pasaje, un joven en la esquina controlaba el movimiento de las personas y los vehículos, con algún sistema de señas que Víctor desconocía. Se detuvieron en una casa que dejaba la entrada a un antejardín abierto.
- Te presentaré a los muchachos... pero debes ponerte este pañuelo tapando la nariz y boca, por motivos de seguridad. - Agregó el Cacique entregándole un pañuelo rojo y negro.
Ambos muchachos se ataron el pañuelo en el rostro e ingresaron a la propiedad por un portón trasero. Dieron la vuelta por un patio techado e ingresaron a una pieza al fondo de la casa.
Era una especie de sala para estudio, con un robusto escritorio de madera, un mueble librero y una cama. Dos jóvenes que, se notaban casi niños a pesar de los pañuelos cubriendo su rostro, esperaban iniciar la reunión. Detrás de los recién llegados, ingresó el otro joven de la calle, con pañuelo y gorro tipo jockey.
Comenzaron de inmediato con un breve informe de la situación política entregado por el Cacique y se entregaron a la tarea de preparar una actividad de propaganda armada.
- La idea es cerrar el callejón Américo Vespucio con una barricada encendida, pintar una consigna en el muro de la esquina y dejar una bandera del MIR después de efectuar algunos disparos. - Indicó el Cacique.
- Yo tengo listos los clavos con punta. - Agregó uno de los muchachos. - Pero, falta doblarlos... No tengo como hacerlo.
- Me los puedo llevar para doblarlos... - Propuso Víctor. - Conozco un taller con un tornillo de prensa y es de confianza.
- De acuerdo... tendrás que llevártelos y traer los miguelitos el día de la acción.
La reunión fue relativamente corta. Se acordó que en la próxima reunión se fijaría la fecha de la acción, se revisaran las misiones de cada uno y se resolvería el problema de las armas.
Salieron en forma individual. Víctor se llevó el paquete de clavos, envueltos en papel de diarios y una bolsa plástica. El pañuelo lo guardó en el mismo paquete.
Se dirigió hacia la calle Recoleta por las calles transversales, paralelas a Zapadores.
- Faltó planificación... - Pensó mientras caminaba. - Hay que hacer un reconocimiento del lugar, definir vías de escape y lugares de agrupamiento posterior.
Llegó al paradero y observó a su rededor. Una mujer con dos niños esperaba en el lugar y un hombre gordo, de lento caminar se acercó para esperar con ellos.
El autobús se detuvo y abrió sus puertas para el movimiento de pasajeros. Las personas subieron y Víctor quedó de los últimos en el ascenso. Todos alcanzaron a sentarse y el muchacho se acomodó en el último asiento apoyando el paquete en sus piernas. El peso de este, comenzaba a hacerse incómodo para el joven.
El Vehículo realizó la primera parte de su viaje hasta el centro de la Ciudad. Llegaba al sector de la Estación Mapocho y una pareja de Carabineros abordó el microbús. Los policías avanzaron por el pasillo mirando los rostros imperturbables de los pasajeros. Víctor pensó un segundo sobre lo que transportaba, recordando que era normal en estos tiempos la revisión sorpresiva de las personas, por efectivos policiales en los medios de transporte público, pero guardó la calma.
Solo eran dos policías y portaban sus armas de servicio en los respectivos estuches. Lo normal en las revisiones, era la excesiva cantidad de personal que realizaba la inspección, el uso de armas de guerra y el aviso inmediato a los pasajeros de exponer su identificación. Ahora, los Carabineros solo avanzaron hacia el fondo, ubicándose en la puerta trasera. Uno de los policías miró a Víctor y el bulto que portaba.
El minuto que duró la situación fue eterno para el muchacho. Ni un gesto de nerviosismo ni de preocupación se reflejó en el rostro de Villagra. Uno de los policías alzó su mano y tensó una cuerda que se extendía a lo largo del vehículo hasta el lugar del conductor. Un zumbido en la parte superior delantera, hizo que el chofer detuviera el microbús y abriera la puerta trasera. Los policías descendieron mientras el joven les observaba.
La puerta quedó abierta mientras, segundos después, el vehículo comenzaba la marcha y el viento templado del exterior, sacudió el pelo castaño y fino de Víctor que, respirando profundamente, relajó sus músculos sintiendo el peso metálico en sus muslos.
El vehículo de la locomoción colectiva continuó su camino y la tarde comenzó a caer, con el calor húmedo de la cuenca de Santiago.