domingo, 20 de marzo de 2011

Capítulo XIV EN PELIGRO INMINENTE

Capítulo XIV

La larga cabellera rubia brillaba con la luz de la luna, los ojos verdes de la muchacha se entre cerraron esperando con pasión el beso. Luis entreabrió sus labios y succionó los de ella mientras su mano acariciaba las mejillas, Después recorrió lentamente la piel desde el cuello hasta el hombro. El delgado tejido de la blusa, excitó aún más a Luis y la muchacha lo apretó contra sí; Este, en el abrazo, comenzó a sentir un frío intenso en los pies, su mano bajó por la espalda buscando entre la blusa un lugar por donde introducirla hacia la tersa piel. Lentamente la prenda fue cediendo y al tocar los carnosos glúteos, sintió un hielo metálico en su mano. De pronto, un torbellino golpeó la cabeza de Luis y unos gritos, que primero parecían lejanos y de inmediato a su lado, lo removieron de su cómoda posición y lo hicieron enredarse entre las tapas de su saco de dormir.

- ¡Ataque nocturno!... - Gritaban fuera de la carpa.

- ¡Es un asalto! ¡Todos a sus puestos!

Luis vio a Valenzuela que, a tientas, se colocaba las botas y tomaba el fusil para tratar de salir, de la derrumbada carpa. Mientras él, sin saber por que tenía su mano apretada contra la recamara de su arma, se incorporaba tomando sus pantalones para introducirse en ellos y salir de la carpa.

- ¡Vera y Manríquez, están dados de baja! - Gritó el teniente.

- ¡Rápido, tomar su puesto en sus compañías!- todos corrían. - Con esa capacidad de reacción, ya estarían todos muertos.

Los soldados se las compañías de fusileros corrían a los lugares designados para recibir las órdenes de los instructores, dejando el lugar del aspirante asignado.

Algunos salían de sus carpas a medio vestir, solo con casco y fusil. Otros llegaban a sus escuadras y se sumergían en las trincheras tomando posición junto a sus soldados. Luis, arrastrándose con la camisa a medio poner y sus botas desabrochadas, se parapeto detrás de un árbol. La pieza de artillería se encontraba a algunos metros y dos soldados tomaban sus puestos a la espera del aspirante.

- ¡Formar acá! - ordeno el oficial a cargo y todos salieron de sus hoyos trotando hacia el lugar que indicaba.

Una vez formado el batallón, el teniente dejó que los clases analizaran los errores cometidos en el ejercicio. Después de un largo rato de instrucción, los somnolientos soldados volvieron a sus carpas mientras los aspirantes se agrupaban en el sector del curso.

- Menos mal que terminaron - dijo Luis a Valenzuela - Estaba quedándome dormido de pie.

- Yo estoy congelado. - Respondió el soldado que, en ropa interior, calzaba las botas y el casco de combate.

- Son las cuatro de la mañana y nos levantaran igual a las seis. - Terminó diciendo Luis. - Espero terminar mi agradable sueño con la rubia. - pensaba mientras se metía en el saco.

* * *

Santiago sufría los rigores del calor en el verano del año que había comenzado; Los ciudadanos, ajenos a lo que ocurría en los ejércitos de países hermanos que se preparaban para un supuesto conflicto armado, buscaban formas de capear el calor. Los niños, en sus paseos por la ciudad, jugaban chapoteando en las piletas del centro de la Plaza de armas y en los monumentos de agua de los parques y avenidas aledañas al río Mapocho.

Las noticias en los periódicos salpicados de avisos publicitarios, nada informaban sobre el reclamo que pretendía hacer la Junta de Gobierno Argentina sobre las islas australes; solo resaltaban las columnas rojas con noticias policiales, y los canales de televisión, llenaban su parrilla programática de películas americanas de acción y programas de entretención... Desde el mediodía hasta la noche era una farándula artística, con producciones musicales de gala. Los noticiarios se encargaban de realizar proselitismo político en favor de la junta militar, resaltando las cifras económicas positivas y la gestión empresarial apoyada por la Corporación de Fomento del Estado.

En ese ambiente informativo, los problemas de pobreza y necesidades insatisfechas del pueblo trabajador, eran situaciones invisibles para la opinión pública, igual que la violación de los derechos humanos a los opositores, que se realizaba en completa impunidad por organismos del estado.

En el extranjero, se tenía más información de lo que ocurría en Chile, gracias a los Organismos No Gubernamentales internacionales que comenzaban un lento trabajo de apoyo y retroalimentación, con las organizaciones sociales que les nutrían de noticias locales, y tímidamente, comenzaban a reconstruir el tejido social al alero de la iglesia, que era la única autorizada para realizar actividades públicas. En esta, un antiguo proyecto implementado con alumnos de los colegios Salesianos, que realizaban campamentos escolares junto a la organización de grupos Scout, se implementó solo en algunas comunas populares, modificando los lugares de veraneo... Se realizarían, en los mismos colegios y escuelas administradas por las iglesias de las comunas pobres.

En la reja de entrada a la Escuela Básica San José, frente a la plaza Garin, Víctor Villagra despide a Cecilia con un beso en la boca y se queda abrasándola un momento. La muchacha, lo separa suavemente.

- Ya... Si no me voy para siempre. - Agrego mirándole a los ojos.

- ¡Si! Lo sé, pero... Es tan poco el tiempo que pasamos juntos y ahora, que estamos de vacaciones...

- Igual, tú no tienes tiempo para estar juntos en las tardes... con las reuniones y esas salidas misteriosas que haces... sin avisar donde te vas.

- Pero, tu sabes que no se puede hablar de eso... - Inquirió el joven tocando la pequeña nariz de la muchacha con la punta de su dedo. - Es peligroso.

- Ya pues, mi misión es con los niños... - Agrego Cecilia besando suavemente los labios del joven, para alejarse mirándole. - Tienen derecho a la recreación, aunque sea en la ciudad.

Víctor se quedo mirando un segundo como la sonriente muchacha cruzo la puerta despidiéndose con la mano en alto, hasta que se perdió en el pasillo del colegio. Sabía desde antes que Cecilia se enclaustraría para trabajar con niños de escasos recursos, en el proyecto denominado "Colonias Salesianas" que se había implementado para veranear en la ciudad.

Estuvo casi inmóvil un minuto, observando los muros y la puerta del colegio, hasta que sintió a otros jóvenes que llegaban al lugar. Se volvió para salir por el portón de reja, en momentos que una joven de pelo castaño claro y de alegres ojos verdosos, ingresaba con Francisco.

- Hola, Víctor... ¿Viniste a dejar a la Cecy? - Agrego el joven, percatándose de la mirada sorprendida y fija en la muchacha. - Te presento a Sandra, de la Comunidad de Garin.

- Hola, es un gusto. - Agrego Víctor con un beso en la mejilla, volviéndose de inmediato para mirar a Pancho. - Si, ya está adentro... parece que tenía prisa.

- ¡Buena! ¡Nosotros vamos atrasados! - Respondió el joven moviéndose para ingresar junto a la muchacha. - Nos vemos... El miércoles hay visitas.

- ¡Que les vaya bien! ¡Cuídense! - Termino de agregar Víctor, saliendo del lugar.

Enseguida, camino sin volverse, cruzando la calle hacia la plaza que encendía las luces de los faroles, mientras las sombras de la noche comenzaban a cubrir las copas de los árboles.

* * *

Los ejercicios de entrenamiento militar en campaña, no se diferenciaban mucho a los del Regimiento de infantería.

En el cuartel, durante el periodo especializado, a los soldados se les había enseñado a usar el mortero, la ametralladora antiaérea o el cañón de artillería y en esta campaña, les repasaban la teoría, efectuando los ejercicios de tiro en movimiento, con las respectivas secciones de infantería desplazándose y las armas mencionadas cargadas con munición de guerra. La excepción era que ahora, se hacían en conjunto con otras ramas de las fuerzas armadas, la Marina y la Aviación; en una práctica inmediata y con los soldados de las distintas compañías. Pero no era solamente enseñar y practicar, en el campamento vivían en un estado permanente de alerta, pues el tiempo que durara el ejercicio, era simulacro de guerra real en el cual podían hasta perder la vida si se descuidaban.

El sol del medio día, a pesar de la nubosidad de la vaguada costera, elevaba considerablemente la temperatura del camino por donde ingresaban los soldados. El teniente, había ordenado que la segunda formación, se debiera hacer en el sector de las cocinas de campaña. Allí se encontraban las otras compañías cuando el curso ingresó al vivac.

- Les entregaran la ración que hoy les corresponde. - Informó el oficial una vez que recibiera la cuenta. - No hay comida para la tarde, por lo tanto, tendrán que aplicar lo aprendido en clases de sobre vivencia, junto a los instructores de mando y soldados.

Un sargento gordo, con una canasta y una mochila de lona verde llena de pan, comenzó a repartir las raciones; después, pasaban a la carpa cocina para retirar el agua.

La ración correspondía a una cantimplora con agua, un pequeño trozo de carne cruda, una papa con un poco de chuchoca y un pan añejo.

- La comida entregada y el agua, les tiene que durar hasta mañana. - Dijo el sargento - Ahora tienen hasta las mil trescientas para prepararse el almuerzo.

Los soldados iniciaron la tarea de inmediato. Contaban solamente con una hora y Luis se ubicó tras un pequeño montículo para encender una fogata. Puso dos piedras a ambos lados y encima colocó su tacho con tres cuartas partes de agua, dejando en la cantimplora lo mínimo, procedió enseguida a poner la carne, las papas y la chuchoca.

Pasaron varios minutos; el agua comenzó a evaporarse formando una especie de puré‚ con las papas recocidas junto a la chuchoca. La carne estaba cruda y el molido puré‚ tenía un horrible sabor, solo se pudo tragar una parte de la comida.

- Soy un estúpido bruto. - Pensó Luis - Podía haber asado la carne y me hubiera quedado mejor. Además, me quedaría más agua en la cantimplora.

La tarde comenzaba a caer lentamente en el vivac, mientras los aspirantes y los soldados, preparaban el equipo. Tenían el tiempo suficiente para el aseo de armamento, mientras el teniente jefe de curso, daba instrucciones a los clases que cooperarían en el ejercicio. El sargento Hinostroza partió con los soldados y nueve aspirantes asignados a la compañía de fusileros. Minutos después, un jeep salía del campamento con cinco clases y abundante equipo, seguido por los camiones de la infantería de marina, que transportaba a la tropa de la Segunda compañía de fusileros.

Los comandantes de escuadra, de la Primera compañía, leían la orden de combate para la marcha. El oficial esperaba la cuenta mirando su reloj... Era la hora para dar la orden de partida.

- La columna de marcha se encuentra en posición, mi teniente. - Le informo el sargento Henríquez. - La sección de artillería se suma a la retaguardia.

- ¡Muy bien! - Le respondió. - Tenemos solo una hora para recorrer siete kilómetros.

- ¿Iniciaremos en marcha forzada?

- ¡Afirmativo Sargento! ¡No habrá descanso hasta llegar a destino!

- Como ordene mi teniente. - Concluyo el instructor haciendo una señal a la tropa que lo esperaba. - ¡Iniciar‚ la marcha!

Cuando el grupo inició la caminata, Luis miró su reloj; marcaba las dos en punto. El sargento se ubico en la vanguardia mientras el teniente se quedaba en la retaguardia observando el desplazamiento del grupo.

- Apure el paso. - Indicaba el sargento, mientras caminaba rápidamente para indicar el ritmo de marcha. Solo a los quince minutos de andar, los soldados ya sentían cansancio; las nubes se habían disipado y el sol, pegaba de frente. Después, se internaron por un bosque de eucaliptos.

- Por lo menos aquí hay sombra. - Pensó Luis

- ¿Que le pasa al sargento? - Susurró Claudio. - ¡Debe estar loco! ­ ¡Prácticamente nos lleva corriendo!

- Es marcha forzada. - Respondió Luis - Llevamos caminando como dos kilómetros en quince minutos.

- Lo máximo que se puede recorrer en una hora de marcha, son cuatro kilómetros. - Acotó Kurt. - Si seguimos así, vamos a llegar a ocho y arrastrándonos. ¡No es justo!

¡Dejen de conversar y apuren el paso! - Inquirió el sargento.

Pero, como dice Kurt, vamos a llegar caminando con las rodillas. - Terminó susurrando Claudio y sacando su cantimplora bebió un sorbo.

El camino entre los árboles por donde transitaba la columna, llegó a su fin. Continuaron a campo traviesa hasta llegar a una pequeña playa; siguieron por la orilla, rumbo a unos acantilados que se ubicaban hacia el sur del campamento. Los pies de los soldados se hundían en la arena y el agotamiento causaba estragos, varios jóvenes tropezaban quedando de rodillas.

- ¡Levantarse crestones! - Gritaba Henríquez - Parecen unas señoritas.

Luis miró su reloj nuevamente... marcaba las dos con cincuenta y ocho.

- ¡Alto la cabeza! - Gritó el teniente - ¡Pueden descansar en silencio! Los clases, reunirse acá.

Los soldados se dejaron caer en la arena, el sargento junto a Acuña y tres cabos instructores, se dirigieron donde el teniente, formando un circulo.

Mientras el oficial daba instrucciones, los aspirantes y soldados soltaban sus mochilas sentados en la húmeda arena. Luis sacó su cantimplora bebiendo ansiosamente.

Pasaron unos minutos y se ordeno continuar la marcha.

El descanso fue demasiado corto para los soldados que, a regañadientes continuaron la caminata hacia los roquerios. Comenzaron el ascenso del acantilado bajo la dirección y el ejemplo del sargento Henríquez.

Inicialmente, parecía fácil subir por las rocas que la mar había moldeado a su antojo; Pero, en la parte superior, el acantilado se erguía imponente y dificultaba el escalamiento. Uno a uno, los jóvenes siguieron el camino impuesto por el instructor que ya, en la cima, tiraba de la cuerda ayudando a los aprendices que subían. De pronto, uno que resbala.

- ¡No podía ser otro que Landon! - Gritó el teniente que observaba desde abajo.

- ¡Tienes que afirmarte con fuerzas de mujer casada! - Gritaba Henríquez, que sostenía la cuerda ayudado por los soldados que habían escalado con anterioridad. - Tienes que dar el ejemplo a los soldados que te siguen.

Kurt entretanto, aleteaba en el aire tratando de tomarse a una saliente. Fue Rodrigo Masías el que, extendiendo su fusil, logró que Landon encontrara con su mano un punto de apoyo y pudiera asirse al paredón, para seguir subiendo.

El ascenso de la sección, continuó lentamente hasta que el último soldado llegó a la planicie del acantilado. El oficial subió por una rocosa ladera con mediana rapidez, pero sin ningún tipo de encordado. Ya en la meseta, el teniente se reunió con los clases y entregó las órdenes siguientes:

- En las próximas horas, realizaremos un ejercicio conjunto con la infantería de marina, quienes actuaran como enemigos. - Indico el oficial extendiendo una carta geográfica de la región. - A las dos mil cien partiremos en marcha nocturna a cubrir la Central Hidroeléctrica de Laguna Verde, hasta la llegada del comando aéreo transportado. Es todo por el momento. ¡Pueden Retirarse!

Los instructores se encaminaron enseguida a sus unidades.

- Próxima lista, para orden de combate, a las dos mil cien. - Indicó el cabo Acuña a los soldados. - Tienen el tiempo suficiente para descansar y buscar algo para la cena.

Los jóvenes se distribuyeron por diferentes lugares. Minutos más tarde, se reunían para intercambiar los alimentos que habían logrado recoger. Algunas algas secas, moluscos y raíces, constituían los manjares que debieron ingerir.

El sol se había ocultado y la fresca tarde, presagiaba que sería una fría noche. El viento arrastraba las negras nubes, cargadas de ansiedad por precipitarse en gotas, hacia la húmeda tierra que aún guardaba la tibieza del día que había terminado.

Después de la formación a lista, el oficial dio la orden de salida y comenzó la marcha nocturna para la Primera compañía reforzada por la de artillería.

- ¡Situación de combate real! - Recordó el teniente Salinas mientras comenzaban a caminar.

- Situación real ¿para quién? - pensó Luis - Seguramente los clases nos atacarán, pero no podremos defendernos porque son nuestros superiores.

Le tocó a la tercera escuadra hacer de cabeza en la columna; Salieron primero los dos punteros a la vanguardia y después de haberse alejado lo suficiente para no perderlos de vista, partió el grueso de la columna. Cada soldado mantenía una distancia de dos metros y las escuadras cinco, entre una y otra.

La escuadra de artilleros donde marchaba Luis, había quedado en medio de la columna. En cierta forma, esto daba seguridad a los soldados del grueso, pues, solamente las escuadras de las puntas eran las que quedaban expuestas.

- Aspirante Pérez, tome el puesto de mando en la escuadra. - Ordeno Henríquez.

- ­A su orden, mi sargento. - Respondió Luis y se situó en medio de la columna mientras esta avanzaba.

Como seguramente terminado el curso, los aspirantes serían instructores, el puesto de comandante de escuadra se turnaba entre el instructor y el aspirante, para calificar el desempeño y evaluar el poder de resolución del futuro clase.

En los pocos minutos que Luis marchó en el puesto de mando, no ocurrió nada y al volver a la columna, sentía una gran frustración.

- (...) Como pueden calificarme si no hubo ninguna situación en donde pudiera resolver algo. - pensaba mientras continuaba la marcha.

La noche con su negro manto, cubrió el camino de tierra por donde transitaba la columna. Una brillante luna llena, aparecía juguetona por entre los cúmulos nubosos y los cerros; ocultándose además, por algunos momentos, tras los grandes eucaliptos. De pronto, en algún lugar del bosque que rodeaba la subdesarrollada carretera, sonaron unos disparos de armas cortas.

- ¡Cubrirse a la orilla del camino! - Gritó el teniente mientras observa a Landon, que ocupaba el puesto de mando sin atinar a dar orden alguna.

Los soldados cumplieron la orden de inmediato mientras Kurt no encontraba ningún lugar donde protegerse. Esperaron unos instantes y a una silenciosa señal del oficial, el sargento Henríquez, con un ademán de lanzar algo con su mano, dio la orden de continuar.

Luis sacó su cantimplora mientras retomaba la marcha; se la llevó a la boca activando sus glándulas salivares, que esperaron ansiosas el agua.

- (...) ¡Está seca, la maldita! - Pensó, mientras tragaba la poca saliva que activó su estomago, haciéndolo sentir hambre. El joven aspirante venía aguantando la sed hacía ya varios kilómetros y ahora, se sumaba el deseo de comer algo sólido.

El camino salía de los bosques y continuaba por una ladera, bordeando los cerros ribereños. Lentamente se fue configurando la ruta costera: Por el lado izquierdo, un murallón de rocas y tierra; por el otro costado, un profundo acantilado, en donde la mar golpeaba furiosamente las rocas del fondo, liberando un rocío que humedecía las ropas de los aspirantes.

La columna avanzaba silenciosamente... cuando de pronto, disparos; seguidos por un sordo estallido y un silbido similar al desinflarse de un globo. En unos segundos la atmósfera se hizo irrespirable. Luis sintió que la boca, nariz y ojos, le quemaban. Sintió desesperación y apuró el paso en busca de aire puro. De pronto, sintió que su pie pisaba tierra suelta; una roca pequeña rodó por la ladera cayendo irremediablemente al vacío.

- (...) ¡El acantilado! - Recordó, a pesar de su ahogo y ansias de salir.

Enfiló hacia la izquierda. Segundos después, su mano tocaba el murallón y el humo picante, comenzó a disiparse. El aire puro enfrió sus pulmones que parecían querer reventar; La cara y los ojos seguían ardiendo, pero el limpio aire, era reconfortante. - ¡Casi me mato por culpa de la maldita bomba! - Pensó mientras inhalaba el fresco oxigeno. - Si me hubiera desbarrancado no estaría contando el cuento. ¿Alguien hubiese tenido la culpa?

Siguió caminando para retomar la marcha junto a la escuadra que recomponía la formación.

Rato después, los jóvenes sentados a la orilla del camino relajaban sus adoloridos pies. Los diez minutos de descanso que correspondían por cada hora de marcha, pasaban demasiado rápido.

- Me tinca que el teniente nos hace descansar menos. - Comentó Zúñiga, mientras se abrochaba la bota.

- A mí ya no me extraña nada... - respondió Luis. - Pareciera, que en este ejercicio pueden hacer lo que quieran con nosotros.

Los minutos pasaron. Los aspirantes y soldados se preparaban para seguir la marcha cuando de pronto, nuevamente disparos que parecían estar casi encima de ellos. Un murmullo originado desde la retaguardia de la columna, alarmó aún más a los soldados.

En esa parte del camino, la curva originada por el cerro, proyectaba una negra sombra que hacía imposible ver a los últimos soldados y que ocurría con ellos.

- Consulte por cadena oral, que fue lo ocurrido en la retaguardia.- dijo el oficial al soldado que lo sucedía. Este hizo la pregunta al siguiente y se fue corriendo la voz uno por uno.

La respuesta no tardó en llegar.

- Han capturado a los dos últimos. - Terminó diciendo Vera al sargento, que de inmediato, comunicó la respuesta al teniente Salinas.

- ¡Continuar la marcha! - Fue la orden que dio, a modo de respuesta. - ¡Todavía queda mucho por recorrer!

El recorrido continuó lentamente; entre bombas, ráfagas, tiros aislados y fatiga de los aspirantes. Casi amanecía, cuando por fin llegaron a su destino.

Laguna Verde era un caserío pequeño, con una angosta playa. Las casas, en su mayoría, eran de madera y servían de habitación para los técnicos y obreros que operaban una central hidroeléctrica, que parecía descansar apoyada en las faldas de los cerros. Tres grandes tubos, hacían desaguar la planta que recogía el agua de la altura y la dejaba caer ruidosamente al mar.

Los militares usaron la playa para descansar. El sargento Henríquez apostó tres vigías para dar seguridad al descansó. Lógicamente también fueron atacados, pero solamente capturaron a uno; entre los otros dos, se encontraba el loco Ramírez que no se dejó atrapar. Sin importarle si era un superior, le propino unos golpes que inmediatamente hicieron desistir a su atacante.

De pronto, el ruido de varios helicópteros despabilaron a la tropa y una veintena de comandos paracaidistas armados con sub-ametralladoras, comenzaron a caer en la playa junto al camino, tomando posiciones en el lugar. Se reunieron en un compacto grupo y avanzaron hacia la Central eléctrica hasta perderse entre las sombras.

La tropa de infantería continuó con su descanso; Habían dormitado cerca de una hora cuando el teniente ordeno formar.

- Nuestra misión termina aquí. - Comunicó a sus subalternos. - Supuestamente debemos proteger la represa hidroeléctrica hasta nueva orden. Por lo tanto, el ejercicio ha terminado en esta parte. - El oficial, miró por un momento a los soldados como esperando alguna pregunta, pero al notarlos agotados, optó por continuar. - Ahora, nos prepararemos para el regreso. Pero antes, veremos un campo de prisioneros realizado con la participación de los Infantes de Marina y militares de la otra compañía, con los pajarones, que se dejaron atrapar en el ejercicio.

Acto seguido, el curso se encaminó hacia un pequeño bosquecillo que marcaba el inicio del camino de regreso.

Se internaron por entre los árboles y allí, entre la vegetación, estaban los infantes de marina con los prisioneros. Un soldado, solo con su ropa interior, colgaba atado de pies y manos a un árbol y al parecer, dormía.

- Este no aguantó nada. - Dijo un cabo de baja estatura señalando al soldado - Cantó apenas lo amarramos.

- El que resultó duro, fue ese. - Dijo otro cosaco, apuntando al choco Zúñiga, que se encontraba unos metros más atrás de otro de los prisioneros.

Estaba tendido en el suelo, amarrado sobre una zarzamora, también parecía dormir. El clase se agachó y lo tomó del pelo para mostrarlo a los soldados.

- Fue, al que más le zurramos... así y todo, no dijo más que su nombre y grado. - Agrego otro cabo, delgado y medio rubio.

- De ese... ni hablar. - Dijo el instructor pequeño mirando al fondo.

Otro soldado estaba amarrado de pies, manos y cuello, a un árbol; en una posición que no le dejaba hacer ningún movimiento. Se encontraba despierto y temblaba, tal vez por el frío.

- Apenas vio como estaban sus camaradas, se puso a llorar... nos cantó hasta la cucaracha.

- (...) No es para menos. - Pensó Luis - Así, ¿quien no dice todo lo que ellos quieran? Y eso que esto, es solo un ejercicio... ¿cómo será cuando lo hacen en serio? ¿Y con el enemigo interno?

- ¡Eso es todo! - Dijo el teniente. - Prepárense para la marcha de regreso. Parece que va a llover.

- ¿Que hacemos con los prisioneros, mi teniente? - preguntó un cosaco mientras soltaba las amarras. - ¿Se los llevan ahora, o los mandamos a enfermería naval?

- Los llevamos en el jeep al vivac nuestro. - Agrego el oficial ordenando enseguida al conductor. - Súbanlos para llevarlos y esperen allá. Los demás, sumarse a la tropa para la marcha de regreso.

El camino de vuelta se hizo demasiado largo. A Luis le dolía cada músculo, los pies ya no los aguantaba y caminaba casi por inercia mirando el suelo. La claridad del amanecer era total; el tibio aire, antecedió a los goterones que comenzaron a caer. De pronto, entre los soldados que habían comenzado a rezagarse, uno de ellos cayó al suelo.

- No puedo mas... - dijo entre jadeos - Voy a dormir aquí.

El sargento Henríquez se detuvo y volvió sobre sus pasos.

- Levántese soldado. - dijo - Ya queda poco.

- No puedo más... mi sargento.

- Si puedes. - respondió y acto seguido lo ayudó a incorporarse. - El cerebro manda al cuerpo.

Aspirante, soldado y sargento, continuaron la marcha; las piernas del soldado apenas respondían. Luis vio cansancio en el rostro del clase.

- (...) Nunca había visto así al loco Henríquez. - pensó Luis. - Uno se olvida que ellos también son humanos.

Una llovizna costera se precipitó finísima, como queriendo probar cuanto más podrían resistir los exhaustos jóvenes. Varios más fueron quedando atrás, algunos se sentaban en el suelo mojado quedándose dormidos, Luis miraba la orilla del camino y la imaginaba blanda, sentía deseos de recostarse y dormir, dormir mucho. Era el último esfuerzo, caminó unos pasos más hasta un lugar guarecido de la lluvia y en el preciso momento en que iba a dejarse caer, surgió un atisbo de cordura.

- Si me quedo aquí, voy a despertar al medio día y a esa hora, ya no habrá desayuno... y con esta lluvia...

Se imaginó bebiendo esa leche caliente y comer ese pan que, aunque duro, sería un manjar que llenaría su vacío estomago después de casi quince horas de ayuno. Esto le dio ánimo para seguir y continuó caminando. Era un esfuerzo sobrehumano para él, la tierra pasaba y pasaba bajo sus cansados pies... parecía como si las piedras y el barro le susurraban "quédate aquí, no camines más". Trataba de no pensar en eso, era mejor pensar en el tacho con leche.

La garúa hacía interminable el camino, levantó la cabeza y vio unos soldados a la distancia; esperaban en la puerta del vivac, que se encontraba a unos tres kilómetros de distancia.

- (...) ¡Allí esta! - pensó - Ya falta poco.

Se sentía muy fatigado, no sabía si podría llegar. Continuó mirando el suelo, caminó y siguió caminando, los minutos eran horas y cada vez que mirada hacia donde esperaban los soldados, le parecía que se alejaban, inalcanzables. Luis siguió, no podía darse por vencido ahora; los minutos siguieron pasando, levantó nuevamente la cabeza y por fin, ahí estaba... la entrada. Cruzó el portón, caminó los últimos metros hasta el rancho de campaña y el sargento gordo le entregó la ración. Por fin, el tacho caliente que le quemaba la boca con su líquido delicioso y reconfortante.

* * *

La escuela San José de Garin, tenía un amplio patio de juegos que se extendía a continuación de los pasillos, con rollizos pilares que sostenían los pisos superiores; el centro también de cemento, que se templaba con el calor del mediodía, estaba demarcado por líneas pintadas que conformaban la delimitación de una multicancha. En el costado norte del patio, un sector de piedrecillas con árboles intercalados cada dos metros, orilla un alto muro que separa el colegio del claustro eclesial que anteceden a las oficinas de la Pastoral; Cecilia, bajo los árboles, trabaja con un grupo de niños y por la puerta metálica que comunica a las dependencias parroquiales, donde se encuentran las cocinas, aparecen Pancho acompañado de David, que realizan funciones de coordinación. David es un joven atractivo, de pelo negro ondulado y una diáfana sonrisa, que irradiaba asertividad.

Los jóvenes se dirigen a los grupos que trabajan en el patio, entregando la pauta de trabajo para la tarde.

- ¡Está listo el almuerzo! - Avisó ceremoniosamente David. ¡Que los niños vayan a lavarse las manos y después a retirar su bandeja!

- Voy a avisar a los grupos que trabajan en el gimnasio. - Indicó Pancho alejándose hacia el fondo del patio.

Los niños corrían hacia los baños y Cecilia, en la mesa de trabajo infantil, recogía los útiles usados guardándolos en una caja. El joven coordinador, caminó hacia ella con el papel impreso con la pauta.

- Aquí tienes el temario de la tarde. - Agregó el joven mientras la muchacha se percataba que habían quedado solos en el patio y David, después de entregar el documento, sonriente acaricia la mejilla de Cecilia.

- ¡Gracias! Y mañana, ¿tenemos el paseo al zoológico? - Consulta la joven sintiéndose algo inquieta... una rara sensación está sintiendo por el joven, una atracción que sobrepasa la razón.

- ¡Si! El día martes... Como estaba programado. - Responde David dejando su mano apoyada en el hombro de la muchacha. - No me he dado ni cuenta como han pasado los tres días que llevamos encerrados... por lo menos mañana estaremos todo el día afuera.

- ¿Vamos a almorzar, Cecilia? - Agrega una voz femenina que se acerca desde el gimnasio. La muchacha se vuelve a mirarla sorprendida.

- ¡Si, Sandrita! - Responde mientras se encamina hacia su amiga, mirando un segundo a David que se queda sonriente. Sandra, tomando del brazo a la joven, sonríe también al mirar al muchacho mientras se alejaban a la cocina.

- ¿también te gusta? - Agrega Sandra mientras caminan.

- No digas eso, yo tengo pololo.

- No te pregunté si tienes pololo... Se nota que te gusta.

Las muchachas se miraron unos segundos y riendo sorpresivamente, en un momento de nerviosa alegría, continuaron su camino.

El trabajo de la tarde pasó también rápidamente... La hora de visitas, que correspondía ese día, llenó de excitación a los monitores después de despedir a los niños. En el patio de la oficina parroquial, los jóvenes esperaban a sus familiares; Cecilia entretanto, en la sala del segundo piso, donde dormían las mujeres, revisaba su mochila para definir la ropa que usaría el próximo día... aunque no tenía mucho donde elegir.

Sandra, en la reja de la sala asignada para visitas, miraba acercarse a su hermana con su pololo y Pepe, el hermano menor.

- Miriam... que rico que viniste. - Agregó al abrazarla. Pepe, sonriendo también, golpeó suavemente el hombro de la muchacha y realizó unos gestos con las manos agregando un sonido gutural similar a un saludo.

Se abrazaron efusivamente y la muchacha con alegría, comenzó a relatar el trabajo que realizaban con los niños.

Minutos después, Víctor aparecía por la reja que conducía a la sala de visita, mirando con ansias a los asistentes buscando el rostro de Cecilia. No la encuentra, pero busca a alguien conocido observando a Sandra con su familia, se encamina hacia ellos.

- Hola, tu eres Sandra... ¿Te acuerdas de mí? - Agregó el joven interrumpiendo la conversación. - ¡Soy el pololo de Cecilia! ¿La has visto?

- ¡Ah! Si, me acuerdo... Cuando llegamos , ¿cierto?

- ¡Si! Tampoco encuentro a Pancho... ¿Pasa algo?

- ¡No, nada! Cecilia estaba en la pieza... - Agregó la muchacha. - Esperen un momento, la voy a buscar.

Los visitantes se quedaron mirando a Sandra alejarse, mientras Pepe se sentaba en una banca, Miriam y el novio, compartieron la espera con Víctor.

- Soy Miriam, hermana mayor de Sandra y el es Pedro, mi pololo.

- Un gusto conocerlos. - Agregó inquieto Víctor.

- Somos del grupo pastoral juvenil de Garin... - Indico Pedro, apuntando enseguida a Pepe. - El es el hermano menor.

El joven miro al muchacho que sentado, observaba hacia el camino que había recorrido Sandra y esbozaba una nerviosa sonrisa, como viviendo su propio mundo.

- El, es...

- ¡Sordomudo! - Inquirió Pedro como respondiendo a la duda de Víctor. - Y tú, ¿participas en alguna comunidad cristiana?

- ¡Si! Es en lo único que se puede participar hoy en día.

La pareja se miró extrañada, el comentario del joven causó alguna impresión que hizo a Miriam tomar el brazo de Víctor.

- En mi casa tenemos un grupo de estudio, tal vez podrías visitarnos y conocerlo. - Agregó la muchacha.

- No se... La universidad me quita tiempo. - Respondió desinteresadamente.

- Es de estudios filosóficos... Materias que no imparten en la universidad. - Aclaró Miriam.

El joven cambió su actitud... Observó el rostro intelectual de Pedro y se percató de un brillo en los ojos de la muchacha.

- Podría ser... El sábado tengo tiempo. - Agregó enseguida. - ¿Cuando se juntan?

- Los días viernes, pero lo podemos cambiar para el sábado. - Reflexionó Miriam. - Si, en la tarde estaría bien.

En ese momento, Pepe emitió un gruñido junto a un sonido entrecortado y cargado de vocales, levantándose para caminar hacia donde aparecían Sandra junto a Cecilia. La muchacha, sin poder evitar la alegría con el notorio interés de Pepe en conocer a la muchacha, presentó a su hermano que abrazó efusivo a Cecilia.

Después, se acercaron a los jóvenes que esperaban. Cecilia sonrió mirando a Víctor que, acercándose la besó en la boca. La respuesta de la joven fue como no querer demostrar los sentimientos frente a los presentes.

- ¿Como estas?... ¿Lo estas pasando bien? - Consultó el joven.

- ¡Si! ¡Con mucho trabajo! ¿Y tú?

- Como crees... echándote de menos.

Se miraron un segundo... Víctor comenzó a contarle lo que había hecho esos días, pero sintió que la muchacha estaba inquieta.

- ¿Pasa algo? - Inquirió. La muchacha miró hacia el interior de las dependencias y volvió a mirar al joven.

- ¡Nada! Es que hay que planificar el día de mañana... me tengo que ir.

- Bueno... ¡Si tienes que hacer! - Agregó acercando sus labios para besar a la muchacha que, girando levemente la cara, lo recibió en la mejilla.

Se alejó hacia la puerta interior sin mirar atrás... Víctor la observó, sintiéndose atrapado por algo desconocido; Salió del lugar pensativo, no habían estado mucho tiempo juntos y en cambio, Sandra se había quedado más tiempo con sus visitas. Si tenían planificación, ¿por que ella no había entrado también de inmediato? ¿Que le pasaba a la muchacha? Víctor salió de la dependencia parroquial hacia la calle y se aleja con una sensación de amargura. Algo estaba pasando en la colonia.

* * *

El comandante Fedor se sentó frente a Lehtman, apunto a su rostro la incandescente luz del foco y amablemente pregunto.

- ¿En que estructura del Partido estás tú? No figuras en ningún informe de mis agentes aquí en el Puerto... Este Comité Regional Clandestino, es uno de los más compartimentados y difíciles que me han tocado desbaratar... Dame solo un nombre y te hacemos consejo de guerra. Así tienes la posibilidad de salir exiliado.

- No sé de que hablas.- Agrego tranquilamente Alejandro.

De pronto, la tranquilidad se rompió y un golpe de puño remeció el rostro del teniente, que se desplomo desde la silla en que se encontraba. Una seguidilla de golpes de pies en las costillas le hicieron rodar por el frío piso de cemento, hasta que semi desvanecido, fue levantado por dos agentes y arrastrado a la sala contigua.

El joven oficial sintió que era amarrado a una rejilla y levantado del húmedo piso. Acto seguido comenzó una interminable sesión de ablandamiento.

La tortura fue extrema. La parrilla, el submarino, espinas en el pene y bajo las uñas. Lehtman gemía, gritaba y maldecía a sus torturadores.

Perdía el conocimiento, lo despertaban para continuar con el tormento, le rompieron la mandíbula a culatazos, le desollaron los pies y le siguieron golpeando hasta que el estudiante de leyes dejo de responder, lo dejaron tirado para que recobrara el conocimiento, pero el oficial no despertó. Los espasmos confirmaron una contusión craneana, hasta que dejo de moverse y respirar.

- Trae tres hombres de apoyo y saquen al traidor de aquí... no quiero esa basura de informe por muerte accidental. - Termino diciendo Fedor al Rucio, mientras se sacaba los guantes ensangrentados. - Esta noche tendremos una emboscada marxista y nuestro teniente rojo, morirá con honores militares.

Al día siguiente, los campos de entrenamiento se inundaron con el canto de los soldados en marcha, que se confundía con el de las gaviotas y los pájaros del bosque. Era el día de descanso para la tropa, pero para el curso, era un día más de instrucción anexa... o tal vez una ocurrencia del Sargento Henríquez para pasar el tiempo libre en campaña.

Luis aún tenía fresco en su boca, el sabor terroso a café con leche del desayuno, preparado por las cocinas portátiles del rancho de campaña. Mientras, el grupo en marcha comenzaba a internarse por un sendero que subía una pequeña loma.

- Himno de los comandos... Con compás, maar. - Ordenó el sargento una vez terminada la canción anterior.

- No se escucha. - Gritó nuevamente a los soldados que cantaban al ritmo de la marcha. - Más fuerte. - Repitió.

Luis dejó de cantar mientras sus camaradas obedecían la orden, no tenía en lo más mínimo ganas de forzar sus cuerdas vocales a causa de la mala noche pasada. Claudio, que marchaba a su lado, se dio cuenta de la actitud rebelde.

- Por lo menos mueve la boca, - dijo - si te pilla el loco Henríquez, lo vas a pasar mal.

- No me interesa. - Susurró como respuesta.

- ¡Terminar! - gritó el sargento cuando llegaban a un irregular prado desprovisto de árboles.

El clase, ubicó a los soldados en un semicírculo y los hizo sentarse en el suelo.

- Necesito dos voluntarios para iniciar. - Dijo, esperando respuesta por unos segundos, pero nadie se incorporó.

- Vera y Manríquez. Al centro. - Ordenó y los soldados se levantaron para ubicarse uno frente a otro.

El sargento les entregó las cachiporras, nombre que les daba a las armas simuladas que se usaban para los ejercicios de esgrima de bayonetas. Eran unos largos palos que, en uno de sus extremos, tenía una envoltura de cuero con arena en su interior; mientras que en el otro, un alambre semejaba una bayoneta.

- Comenzar. - Fue la orden recibida por los aspirantes que comenzaron a darse de golpes.

Poco a poco, los soldados que combatían caldearon los ánimos a causa de los cachiporrazos y a poco andar, llegó el momento en que se golpeaban con tanta fuerza, que la nariz de Manríquez comenzó a sangrar.

- ¡Ya! ¡Ya está bueno con eso! - ordenó el sargento - Ahora, quiero ver a Sepúlveda con Zúñiga... ¡Al frente!

Los dos aspirantes tomaron su posición. Inconscientemente, en el rostro de Zúñiga se dibujó una mueca de temor que no pasó desapercibida por el clase. A la orden de comenzar, Sepúlveda inició una serie de golpes, acompañados de gritos en cada uno de estos. Zúñiga, lo único que hacía era esquivar y protegerse de la cachiporra. Solo fueron unos segundos.

- ¡Terminar! - gritó el sargento - Sepúlveda, tome su puesto.

Acto seguido se encaminó hacia Zúñiga que lo miraba sorprendido.

- Vamos a ver que pasa con este "soldadito". ¿Es que no quieres pelear, hijo? - preguntó parándose frente al soldado.

Ante el silencio del muchacho, le tapó la cara con la palma de la mano y se la restregó introduciendo los dedos en la nariz, la boca y ojos.

- ¡Enójate crestón! - decía. - ¡Enójate, que salga la rabia!

Zúñiga no se inmutaba con el exabrupto, exhalando bocanadas de aire entre los largos dedos del instructor.

- ¡Enójate te digo!

El soldado solo atinaba a retroceder. En ese momento el clase tomó del suelo una descomunal porción de excremento vacuno, aun fresco y lo puso en la cara del denigrado aspirante, esparciendo la verdosa composición por el rostro.

- ¡Enójate ahora, pelado huevón! - Fue entonces cuando los ojos de Zúñiga, brillaron de impotencia y empujando al sargento, comenzó a dar golpes al aire como un loco.

Enceguecido, daba golpes por doquier dirigiéndose hacia sus compañeros en formación, que instintivamente le abrieron paso. Cruzó entremedio de las escuadras. Una mata de espinos se interpuso en su camino y solo sirvió para descargar su furia; las ramas volaban de un lado a otro y cuando nada quedó para pegarle, siguió golpeando al aire.

De pronto, su bota se encontró con una gran piedra y pateándola, con desenfrenada furia, la arrojó algunos metros más allá del camino. Al final, jadeando por el esfuerzo, el joven trastabilló cayendo de frente para quedar cuan largo era, tirado en el suelo algunos segundos.

Después, el instructor eligió nuevamente a otro par de aspirantes y, como si nada hubiera pasado, Zúñiga se levantó silencioso y se integró a la formación.

Los días siguientes pasaron rápidamente en la campaña. Los soldados extenuados con el ejercicio de resistencia física que realizaban desde la mañana a la noche, debían además realizar las prácticas de movimiento de tropas, coordinación de grupos terrestres, desembarco aéreo naval; junto a los ensayos de tiro y triangulaciones... solo querían terminar lo más luego posible. Todo esto, era supervisado por oficiales superiores del ejército y la marina.

El capitán general en tanto, solo estuvo de pasada al inicio de la campaña; antes del ejercicio nocturno de marcha a la Central Hidro-eléctrica, junto a los comandantes de las unidades y rodeado de su sequito de civiles con lentes oscuros.

Se había devuelto a la capital rápidamente y tal como había llegado, en secreto, pero en un ruidoso helicóptero Puma, junto a su personal de confianza.

* * *

El sol calentaba implacablemente las arenas de la playa atiborrada de gente. Jóvenes muchachitas tendidas sobre coloridas toallas, recibían en la tostada piel que no estaba cubierta por sus trajes de baño, los rayos del astro rey.

Los muchachos, caminaban entre la gente que, sentada o recostada, miraba el paisaje. Se detenían un momento para mirar los cuerpos femeninos que descansaban, o se contorneaban, caminando rumbo a las lenguas de agua, que mojaban la orilla y se retiraban, en su constante ir y venir al ritmo de las olas.

Hilda pensativa, caminaba por la terraza que separaba la playa del camino costero. El viento en su rostro, le hacía danzar su cabello castaño que a veces, jugueteaba en su boca, obligándola a sujetarlo con su mano.

Se detuvo un momento frente al pequeño quiosco que, exponiendo las portadas de los periódicos, presentaba los titulares de la prensa diaria. Uno de ellos llamó su atención; "MILITAR MUERE EN ENFRENTAMIENTO". Un escalofrío recorrió su espalda y una sensación de inseguridad, se apoderó de su mente. Se inclinó tomando el periódico para leerlo; buscó rápidamente la información y su rostro, palideciendo, cambió radicalmente.

Un hombre moreno, de polera corta y sentado al costado del quiosco, le inquirió bruscamente.

- ­¡Ya pues, señora! ¿Lo va a comprar o no?

Soltando el periódico, Hilda dio media vuelta y salió corriendo con sus manos en el rostro.

- ¡­Esta gente... creen que pueden leer lo que quieran sin pagar nada! - Magullaba el hombre levantándose para recoger el periódico. - No entienden que ya se acabó el tiempo en que todo se lo regalaban... a los rotos upelientos.

Tomo las hojas sueltas y ordenándolas, las puso nuevamente en el lugar de exposición. - ¡Son unos terroristas y asesinos! - Agregó susurrando. - ¡No entienden que hay que trabajar pa tener plata! Menos mal que los militares nos salvaron, de estos comunistas muertos de hambre. - Magulló nuevamente como para convencerse de que todo estaba en orden.

* * *

La biblioteca de la capilla poblacional se encontraba abierta el día sábado. Víctor, retiraba los libros dejados por los niños en la meza de trabajo y los organizaba nuevamente en el estante.

Un muchachito apareció en la puerta; el joven le observó sonriendo y dejo de ordenar para acercarse.

- Hola, no te voy a poder ayudar porque estoy cerrando. - Agregó mientras tomaba las llaves desde una repisa al lado de la puerta. - Tengo que ir a ver a mi polola.

El niño, mirándole guardó silencio, mientras extendía su mano con una cajita de cerillos para ofrecérsela.

- ¿Fósforos? - Inquirió Víctor extrañado. - ¿Para que me los das?

- Un caballero, me dijo que se lo pasara... Dijo, que no se olvide del limón.

- ¿Por que? - Agregó saliendo de la biblioteca. - ¿Y dónde está?

Cerrando la puerta colocó el candado, lo apretó para cerrarlo y se agachó recibiendo la encomienda del pequeño.

- Gracias, y ahora, dime donde está el caballero.

El niño apuntó con el índice, hacia la avenida Loyola. El joven salió para mirar hacia donde indicaba, observando solamente a una joven y atractiva muchacha, de tez blanca y pelo negro, que se acercaba muy seria hacia la capilla.

- No veo a ningún caballero. - Agrego mirando al pequeño que, sin prestarle mucha importancia, se encogió de hombros.

- ¡Luchin! ¡Andate al tiro para la casa, tu mamá te estaba llamando! - Indico la jovencita, poniendo un tono de autoridad al mirar al pequeño. Víctor la observó sonriendo y dejó su mirada fija en los verdes ojos que parecían iluminar su rostro juvenil.

La muchacha, clavó una mirada inquisidora en el joven y efectuando una especie de desprecio con el movimiento de su cuerpo, ingresó a la capilla.

- ¿Quien es ella? - Pregunto al niño en el momento que comenzaban a caminar juntos.

- ¿La Angélica? ...Es más pesada. - Agrego Luchin con una mueca de disgusto.

- Vamos, yo te paso a dejar a la casa. - Indicó Víctor mientras comenzaba a revisar la pequeña cajita de cerillos.

Caminaron por el pasaje catorce oriente; mientras el joven revisaba el contenido de los cerillos, el niño se detuvo en una reja de madera y soltó un alambre que amarraba la puerta, para posteriormente ingresar a la mediagua construida también de madera reseca.

- Nos vemos Luchin... - Agregó mientras se alejaba, sin dejar de mirar los cerillos.

Aparentemente, era una cajita normal; Separó las partes que contenían los fósforos y los sacó, dejando a la vista el fondo de cartoncillo del contenedor. Encendió uno de los diminutos cerillos y pasó la flama por el fondo invertido, hasta que se extinguió. Miró nuevamente el cartoncillo encontrando un amarillento mensaje que había aparecido con la oxidación provocada por la combustión del cerillo.

Memorizó la fecha y hora indicada, junto a la contraseña y confirmación de situación para el próximo encuentro de la resistencia. Enseguida, prendió todos los cerillos quemando completamente la cajita, hasta que las cenizas fueron esparcidas por el viento. Minutos después, seguía su camino hacia la Plaza Garin.

Cuando llegó a la parroquia, los monitores ya se encontraban compartiendo con las visitas, pero Cecilia no estaba en el lugar. Víctor buscó entre los presentes alguna cara conocida sin resultados, los jóvenes y las visitas le eran extraños. Después de unos minutos, por la reja interior aparece Sandra, la amiga en el encierro que le ayudara la vez anterior.

Lentamente, Víctor se acercó a la muchacha que absorta, buscaba a alguien entre los presentes. De pronto, su mirada se cruzo con la del joven que sonriendo, le saluda con su mano extendida.

- ¿Como esta, Sandra? ¿No la vinieron a ver hoy?

- Vinieron anoche... No podían venir a esta hora. - La muchacha se tomó el pelo para refrescarse de la alta temperatura del lugar. - Voy a avisarle a la Cecy que llegaste... Estaba en la ducha cuando me vine para acá.

La muchacha se alejó mientras el joven, pensativo observaba a su alrededor. Los minutos pasaron, Víctor inquieto, se paseaba entre la sala y el pasillo que conectaba al patio del colegio donde se realizaba la colonia. Algunos familiares de los jóvenes enclaustrados, comenzaron a retirarse del lugar; la idea de retirarse también, cruzó por su mente. Le había prometido a Miriam, la hermana de Sandra, asistir a su casa, al grupo de estudio que se juntaría en la tarde y era una buena hora para asistir.

Los minutos siguieron pasando, el joven decidió partir y se dirigió a la puerta de la sala en el preciso momento que Cecilia, aparecía por el pasillo.

Volvió sobre sus pasos y se encaminó hacia la muchacha que le saludó con un beso en la mejilla, ante la pasividad del joven al saludar.

- Perdona por la demora... - Agregó la muchacha. Solo tengo algunos minutos, porque me faltan asuntos por terminar.

- El otro día tampoco tenías tiempo... - Reclamó el joven. - Si quieres que no te venga a ver... dímelo y ya. ¡Así no te molesto más!

- ¡Bueno! ¡Así no perdemos tiempo ninguno de los dos!

Víctor la miró un segundo a los ojos. La muchacha bajó la vista y se sacudió el pelo húmedo, que se onduló con el movimiento de los dedos.

- De acuerdo... - Agregó el joven con tono decepcionado. - Cuando salgas, si lo deseas me vas a buscar a la casa.

- Chao... - Concluyó la muchacha alzando su mano a la altura de la cara, en señal de despedida.

Víctor se quedo un segundo observándola y ella, sin bajar la mano, dio media vuelta dándole la espalda, y se alejó lentamente.

Cabizbajo, el joven salió a la calle; cruzó la plaza y se dirigió con largas zancadas hacia el sur, calle abajo, sin atender a un pequeño perro que comenzó a ladrarle y a seguirlo con cautela junto a los ladridos.

Caminó acongojado... sentía que la relación había sufrido un quiebre y no se explicaba la razón, solo le quedaba el consuelo que la situación por la que pasaban, él no la había buscado y Cecilia debería solucionarlo, cuando ella quisiera.

- (...) Que se tome su tiempo. - Pensó mientras caminaba y recordó a la joven Angélica. - Ojalá no sea demasiado tarde.

Llegó a la calle Vicuña Rozas, caminó buscando la numeración que le indicara Miriam. Una casa de ladrillo sin revestimiento tenía el número indicado; una ventana con marco de fierro no dejaba ver a su interior producto de unas cortinas de raso y tela cruda, que solo reflejaban la luz interior por sus bordes.

Golpeó tres veces con el nudillo de su puño, en la parte superior de la puerta también de fierro y latón. Esperó unos instantes y su vista se fijó en la pequeña reja de fierro en la parte superior de la puerta. Unos segundos después, Miriam abría para dejar ingresar al joven a un corto pasillo cerrado, con dos puertas de madera a sus costados.

La anfitriona empujó la puerta izquierda y permitió la pasada de Víctor, que ingresó a una habitación amplia, con sitiales de madera y cojines a la entrada; al fondo, una meza de maciza madera, soportaba unas hojas de cuadernos, croqueras y libros, junto a algunos lápices, que eran sostenidos por algunos jóvenes de la Comunidad de Garin.

En un extremo de la meza, un joven de cara morena y pelo lizo negro, de pie sostenía un libro de abundantes páginas.

- El, es el Chino... - Indicó Miriam mientras acomodaba una silla para que Víctor se sentara.

Al costado del joven moreno, Pedro con aire intelectual, se coloca los lentes ópticos que mantenía en su mano y presenta a los otros jóvenes sentados alrededor de la mesa.

- Ellos son: Samuel, Ricardo, Humberto y Gonzalo. - Indicó mostrando a los presentes, que, de acuerdo a los nombramientos, realizaban una seña de saludo. - El es Víctor.

- De acuerdo... - Agregó el Chino. - Comenzamos con el tema de formación para esta noche... Analizaremos la teoría del capital, de Karl Marx.

Enseguida, el joven entrega la palabra a Pedro, que comienza con una introducción sobre los grupos económicos chilenos, las familias oligárquicas que controlan la economía, el comercio y las comunicaciones sociales del país y los datos o porcentajes de los ingresos, que estos grupos perciben, del producto económico nacional.

- No puedo creer que algunos empresarios ganen tanto dinero. - Opinó Gonzalo entusiasmado. - Con razón no quieren soltar el poder.

- Ese poder económico lo mantuvieron en el Gobierno Popular... - Agregó el Chino. - Y con él, más el apoyo imperialista norteamericano, crearon las condiciones económicas de crisis, para que los militares, tomaran el control político que estaban perdiendo.

* * *

El Regimiento de infantería en el puerto de Valparaíso, estaba conmocionado a la llegada de los batallones desde los campos de entrenamiento. En la tercera compañía había consternación; la noticia de la muerte del teniente Lehtman en un enfrentamiento terrorista, había corrido rápidamente una vez terminada la campaña.

- ¡Esos malditos comunistas! - comentaban unos soldados que caminaban rumbo a la guardia. - No entienden que perdieron la guerra y siguen matando gente.

- Y el teniente... era tan buena onda. - respondía el otro.

Luis, sentado en los escalones del jardín de la guardia, los observa pasar. Su mente repasa una y otra vez los acontecimientos que precedieron a la información oficial de los hechos.

- Si él, estaba bajo arresto, ¿por que salió a hacer la ronda? - Pensaba recordando la preocupación de Hilda por la detención de Alejandro y sus temores de que algo le ocurriría. - Tendré que ir a avisarle esta tarde... Ella presentía que esto pasaría en algún momento.

El sol se escondía en el mar, mientras las gaviotas, con su interminable graznar, planeaban hacia las ondulantes extensiones marítimas picoteando su superficie.

Presuroso, el aspirante caminaba por la pedregosa y empinada calle, hasta llegar a la puerta de la vieja casona. Tres golpecitos suaves y una tensa espera, fue lo que siguió, pero la puerta, inmutable continuó cerrada. Apoyó su oído a la madera, pero solo el constante y rítmico latir de su corazón, fue lo que confirmó la ausencia de moradores en ella.

Segundos después, volvía sobre sus pasos. Acongojado y con manifiesta ansiedad, se dirigía al barrio chino en busca de Hilda.

- Tengo que encontrarla. - pensaba - Aunque tenga que recorrer todo el puerto, debo hablar esta noche con ella.

Llegó a las boyantes calles del plano, se encaminó hacia el Dragón Rojo.

Había bastante movimiento esa noche, a causa del atraque de unos buques factorías japoneses junto a otros cargueros orientales, por lo que el barrio chino se convertía en el sector más activo del puerto.

Llegó a la entrada del local, el bullicio del interior se confundía con la música que salía de alguna parte.

Un grupo de marinos salió al exterior.

- ¡­Hay amarillos por todos lados! - exclamó uno, cruzándose con el aspirante.

- ­Mientras no sean los transandinos los que vengan a levantarnos a las mujeres... Todo está bien. - respondió otro.

- A esos perros solo le interesan las islas del sur. - comentó un tercero.

Ya dentro del local, Luis buscó a Hilda entre las mesas y los parroquianos. Al fondo de la barra del bar, junto a unos japoneses bajitos, se encontraba la mujer. Su pelo rizado, tomado por un vistoso amarre, le caía por un costado. Un ajustado vestido le moldeaba su bien formado cuerpo y los clientes la agasajaban alegremente.

El soldado, se encaminó hacia el lugar ubicándose al extremo contrario del cual se encontraba la mujer. Esta, lo vio llegar y sus achinados ojos brillaron un segundo; el silencio momentáneo dijo más que mil palabras.

- ­¡Hola amiga!... - dijo un segundo después - ­Te andaba buscando.

Los japoneses, mirando lo que ocurría, comentaron algo en su idioma y uno de ellos esbozó una sonrisa.

- Ahora no puedo... - contestó Hilda - Estoy trabajando.

- Solo quiero conversar contigo, no puedo conversar con nadie más del tema...

- Será mejor, que te alejes de mi... - Contestó ella, al momento que sus ojos se llenaban de lágrimas.

Uno de los clientes se incorporó, e Hilda, volviendo a sonreír, siguió en su afán de atenderlos.

Luis se quedó en silencio mirándola, mientras que el mesonero, un hombre no muy viejo de cabellos cortos, moreno, alto y corpulento, se dirigió al lugar donde se encontraban.

- Dime muchacho... ¿Que te sirvo? - Dijo secamente y limpiando el mesón, quedó mirando al soldado que, sin decir palabra, se encaminó hacia la puerta.

Hilda lo miró por un segundo y siguió con su tarea, mientras el corpulento barman, meneaba su cabeza en un gesto negativo.

El joven salió a la calle; miró a ambos lados, como buscando un lugar donde dirigirse y comenzó a caminar.

Llegó a una plaza, parejas sentadas y de pie, conversaban alegremente. Algunas mujeres solas en la esquina, decían algo a los hombres que pasaban delante de ellas; una, se encaminó al encuentro de Luis y sonriendo se arregló el pelo.

- ¿Quieres a alguien con quien cazarte esta noche? - le preguntó provocativamente. - Lo hacemos de toque a toque.

El aspirante, indicó un no moviendo su cabeza y buscó un banco para sentarse. La mujer, dando la media vuelta en un vistoso coleo, volvió donde sus amigas; mientras Luis, se instalaba en un banco vacío.

En la esquina contigua, Kurt Landon apoyaba su espalda en la ensombrecida pared... observaba disimuladamente a Luis, que ajeno a cuanto lo rodeaba, miraba sin ver el interminable ajetreo en el barrio chino.

* * *

Era una noche de luna llena. El ulular de la sirena de una ambulancia, rebotó entre los silenciosos faldeos de los cerros del puerto; mientras en el plano, presurosos transeúntes intentaban llegar a sus casas antes del toque de queda. Las cortinas metálicas de los locales nocturnos en el barrio chino, eran bajadas en un continuo bullicio y clikes de candados.

Cansadas mujeres se despedían y comenzaban a caminar rápidamente, Hilda enfiló rumbo a su morada. Llegó a la pequeña plaza que se encontraba casi vacía; cruzó por ésta, para acortar camino, cuando de pronto una mano fuerte la toma del brazo. Sorprendida lanza un ahogado grito volviéndose a mirar a su supuesto agresor.

- ­¡Soy yo, Luis!

- Pero... No me digas que estuviste esperándome todo este rato. ¿Aquí en la plaza?

- ­Si! Te dije que necesitaba hablar contigo.

- Bueno, ¡dime lo que tienes que decir!

Luis la miró por un momento y manteniendo su brazo sujeto suavemente, le instó a seguir caminando.

- Aquí no... Mejor es que vamos a tu casa.

La pareja comenzó a alejarse. Kurt, unos metros más atrás, se dispuso a seguirlos cuando una voz familiar rompe el silencio tras de si.

- ¿Que hay, Landon? ¿Vas al regimiento?

Sorprendido, se vuelve a mirar y encuentra a Zúñiga dirigiéndose a él.

- ¡Este, ­si! ...Voy para allá .

- Que bueno, entonces nos vamos juntos. - Terminó diciendo Zúñiga, mientras cruzan la acera. De pronto, el aspirante vislumbra a la pareja que camina más adelante y mirando con cara de interrogación a Kurt, guardó silencio un segundo. - Acaso, ¿no es Luis el que va acompañado de esa muñequita?

- ¡Parece que si, es el!... - Responde Landon haciéndose el repentino interesado - ¿Lo seguimos para ver dónde va?

- ¿Que te pasa, huevón? ¿No sabís respetar la privacidad de las personas?

Kurt, guardó silencio y siguió caminando, mientras Zúñiga, después de mirarlo con una sonrisa burlona, continuó acompañándolo hacia el regimiento.

* * *

La colonia había terminado, los pequeños llorando se abrazaban a las jóvenes monitoras que, invadidas también por el ambiente nostálgico, dejaban escapar una que otra lágrima por su mejilla... después, lentamente el patio del colegio San José se fue quedando vacío.

- ¡Todos los monitores! - Gritaba David en el pasillo. - ¡A reunión de evaluación!

Los jóvenes, apresurados ingresaban a la sala de reuniones. Los coordinadores, de pie frente a la asamblea, la organizaban en grupos de trabajo.

El análisis se realizó con rapidez, era la última reunión de evaluación del proyecto y en la exposición final, los comentarios entregados por los grupos de trabajo a los jóvenes de la asamblea, habían resultado excelentes; los Salesianos estaban conformes con las actividades y aseguraban los recursos para el próximo año.

Atardecía cuando Cecilia salía del colegio y Víctor no apareció a encontrarla; ¿Que sucedía con el joven? Algo le ocurría, ¿o sospechaba de los nuevos sentimientos de Cecilia para con David?

- (...) Bueno, en la última visita no fui muy cariñosa. - Pensaba la muchacha camino a su casa.

Cuando Sandra llegó a su domicilio, lo encontró con demasiado resguardo... Algo ocurría en casa de Miriam, por lo que procedió a dar los golpes de confirmación que todo estaba bien en el exterior. Segundos después, la puerta se abría y Sandra, ingresaba sin preguntar nada a Pedro, que la observó tranquilo.

En el interior de la casa, el grupo estudio de la comunidad cristiana se encontraba reunido. Los jóvenes se esmeraban preparando una actividad de propaganda... los tubos metálicos de pintura spray, o comprimida, estaban listos.

La muchacha se percató que Víctor se encontraba entre ellos.

- Con razón no fue a buscarla al colegio. - Pensó mientras pasaba directo a su pieza.

- ¡Ya! - Agregó el Chino después que la muchacha desapareció tras la puerta de su dormitorio. - ¡Repasemos las tareas de cada uno!

Tres llevarían los tubos de pintura... uno sería el Chino y los otros eran Víctor y Samuel, mientras los otros cuatro, vigilarían la vanguardia y la retaguardia. Un silbido seria la señal de anormalidad.

Víctor había decidido participar en el grupo local a pesar de tener participación en otra organización clandestina político militar... en la zona norte de la ciudad.

Pensaba que la resistencia al régimen militar debía darse en la mayor parte de las poblaciones populares y que no importaba el grupo ideológico si actuaban en una causa común; la unidad era lo más importante a pesar de las fallas a la seguridad que se produjeran, por realizar actividades en otros grupos... Por el énfasis que el Chino le daba a la consigna y la participación de jóvenes católicos, Víctor se había percatado que el grupo era dirigido por la organización política "Izquierda Cristiana" y él, no había entregado indicios que participaba en el MIR... Ese era su secreto, pero para la causa popular eso no tenía mucha importancia.

- (...) Además, Pancho también los conoce. - Pensaba. - Así que, no creo que tenga muchos problemas por participar con ellos.

La noche llegó lentamente; Salieron a la calle desierta, tenían una hora antes del toque de queda. Caminaron hasta la primera muralla, el Chino pintó rápidamente la consigna a modo de muestra. después de unos breves segundos, los jóvenes siguieron caminando, llegaron a la esquina de la segunda muralla y Samuel comienza a pintar. Unas luces aparecen por la calle poniente hacia los jóvenes, junto con el silbido de Gonzalo, el vehículo aparece por completo mostrando sus colores negro en la base y blanco en la parte superior... junto a una baliza apagada que lo cruzaba de lado a lado. Era un furgón policial; y faltaban solo algunos minutos para iniciar el toque de queda...

Víctor, en la retaguardia, se dirige rápidamente al pasaje que había sobrepasado unos segundos antes... caminando a grandes zancadas, observa en la vanguardia frente al furgón, al Chino que con una pasividad extrema, guarda el spray y camina lentamente, sin preocuparse. Víctor dobla la esquina y fuera de la visión policial, corre para salir por el otro lado. Llega a la esquina siguiente y observa hacia el oeste que no hay nada, el vehículo policial ha pasado raudo hacia el norte. Mira hacia atrás y observa a los jóvenes que le llaman desde la avenida. Se devuelve al lugar inicial y observa como tranquilamente, el Chino termina el rallado.

El joven saca el spray desde sus ropas y comienza a agitarlo, sintiendo como la bola en su interior, golpea las paredes con el metálico sonido repetidamente... y siguen al último objetivo. La muralla se presenta lista para recibir los caracteres que Víctor se dispone a pintar... la mano se mueve veloz mientras el dedo índice, presiona suavemente la válvula que expulsa la tinta pulverizada, dejando impregnada en el muro la consigna contra la Dictadura Militar.


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