domingo, 20 de marzo de 2011

Capítulo XVI KAIN SE PASEA EN TIL TIL

Capítulo XVI

El tren avanzaba rápidamente por la interminable vía. La vegetación costera comenzaba a hacerse escasa y los cerros, que solo se cubrían de escasos espinos, eran partidos en dos por los rieles que, uno tras otro, creaban profundas heridas de tierra al descansar sobre los durmientes.

El silbido de la máquina anunciaba el ruidoso paso de las ruedas que, hierro contra hierro, remecían la tierra a su alrededor por el peso de los vagones.

Las aguas del río corrían rápidamente en sentido contrario hacia donde se dirigía el ferrocarril que, algunos metros más arriba, bordeaba un pedregoso cerro que se cortaba bruscamente en un acantilado. Un túnel en medio de este, permitía que los lentos vehículos que subían por la carretera, ubicada un poco más arriba que la línea del tren; cruzaran hacia el otro sector, bordeando el cerro con sus curvas y pendientes de cemento.

En los vagones del extenso tren, los pasajeros sentados en sus incómodos asientos de madera, conversaban alegremente. Otros, dormitaban doblados hacia un costado, casi apoyados con la cabeza en los hombros vecinos.

Mirando por la ventanilla, Luis pensaba en lo vivido los últimos meses.

La puerta del vagón se abrió repentinamente, con un sonido seco, aumentando el ruido producto del golpeteo de las ruedas sobre los rieles. El brusco movimiento del tren, obligó a Alberto a buscar apoyó con el hombro en la entrada, tratando de evitar que se vertiera el negro liquido bullente, que se agitaba al interior de una botella de Coca Cola. Caminó por el pasillo mientras la puerta se cerraba ruidosamente, apoyándose con la cadera en los asientos, con cada bamboleo del vagón, llegó donde el joven soldado que continuaba sumido en sus pensamientos.

- Pucha que cuesta caro, comer algo en este tren. - comentó Vega.

Saliendo de su abstracción, Luis lo miró en silencio y volvió a fijar la vista en el exterior.

- ¿A dónde habrán destinado a Landon? - preguntó nuevamente el joven, mientras bebía un sorbo del refresco.

- Seguramente a la capital. - Contestó Pérez. - Ese huevón es un lame botas, así es que tiene que haberse arreglado en la destinación.

- No creo... Cuando me venía del Regimiento, lo vi saliendo de la comandancia... ¡Seguramente se arregló para quedarse en el puerto!

Mirando por la ventana el paisaje, Luis guardó silencio nuevamente. Alberto volvió a beber y le ofreció la botella un segundo, pero ante un gesto negativo se la llevó nuevamente a la boca y terminó de un sorbo con el contenido.

- Ese infeliz, sabía más de lo que aparentaba... - aludió Luis casi en un murmullo. - El era el soplón del curso, acusaba cuando pasábamos el trago a la cuadra y le llevaba todos los chismes al teniente, de lo que hacíamos afuera y adentro.

- ¡­Por eso aparecía siempre que teníamos algún cahuín! ¡Claro, pa sacar información!

- También sabía algo más, sobre la muerte del teniente Lehtman.

- ¡Seguro! Tiene que haberse tomado en serio el cuento del enemigo interno, por eso andaba en todas.

Mirando por la ventana, los cerros y las quebradas moverse alrededor del tren, Luis respiró profundo. - Además me amenazó con encargarse de Hilda... Si algo le llega a pasar, te juro, que vuelvo al puerto a arreglar todos los asuntos pendientes que tengo con ese desgraciado.

- Pero hijo... - Inquirió Alberto en tono paternal - Es mejor evitarse los problemas. Claro, ¿que si necesitas ayuda?... ¡Cuenta conmigo!

El tren bajaba por una pendiente anunciándose con un largo silbido, atrás quedaban los intrincados vericuetos del cordón cordillerano de la costa. La aridez del terreno era barrido por un viento tibio que, sumado al paso del largo y repetido vehículo, levantaban una tenue polvareda arremolinada en la parte trasera.

Algunas chozas, casi escondidas tras las suaves lomas, ocultaban la pobreza campesina. Flacas cabras correteaban y pastaban el reseco heno, que crecía entre las champas de espinos. Más de algún niño se detenía a mirar el paso del tren y levantando su mano, lo saludaba alegremente; y este, parecía responder con su largo silbido.

El calor del medio día, se colaba al interior del vagón. Mientras Alberto leía un periódico, Luis dormitaba con su cabeza apoyada entre el asiento y la ventana, sobre una improvisada almohada hecha con su chaleco.

De pronto, el tren comenzó a detenerse rápidamente y un largo silbido, inquietó a los pasajeros.

Alberto, después de sujetarse a causa de la inercia producida por el brusco frenar de la maquina, se dirigió por el pasillo hacia la bajada. Luis se quedó mirando hacia el exterior el árido del valle, observando el movimiento de soldados que custodiaban la zona, mientras otros corrían al parecer para cercar al tren.

- (...) Parece que la cosa no es tan simple. - Pensó mientras se levantaba para dirigirse por el pasillo, hacia el extremo del carro. - Y creo que estamos cerca de Til Til.

Un inspector avanzaba rápidamente por los vagones, dirigiéndose desde la parte posterior del tren, hacia los carros delanteros. Se cruzó con Luis que de inmediato, lo abordó.

- ¿Que es lo que ocurre? - Le preguntó con seguridad.

- ­¡Parece que los Comunistas pusieron una bomba en la línea, para descarrilar al tren! - Contestó el funcionario sin detenerse.

Mientras se alejaba, Luis abrió la puerta del vagón y saliendo, comenzó a bajar la escala que se encontraba ocupada por dos hombres, sujetos a los pasamanos laterales. Trató de abrirse paso para bajar, pero un soldado con fusil terciado, al verlo, se apresuró a impedirlo.

- ­ ¡Quédate Ahí, huevón!... ­ ¡No podis bajarte!

- ¡Soy el cabo primero Pérez, en tránsito por traslado! - Respondió Luis con autoridad. - Quiero saber ¿que está ocurriendo?

- Disculpe mi cabo, ¿tiene su tifa?

Luis recordó que su tarjeta de identificación militar se la habían pedido en el cuartel para cambiársela por una nueva, a causa del ascenso y esta, la mandarían a la unidad de destino.

- ¡­No! Está en la Dirección de Movilización Nacional.

- ­Entonces pa mi, usted no es ná... - Respondió el soldado.- Tienes que quedarte ahí no más y esperar que pase el oficial.

En la pisadera, Luis trató de mirar hacia la máquina, pero la sucesión de los carros en una curva, no le dejó verla. Solo se percató que en cada pisadera, había un soldado que impedía el paso a los pasajeros y mirándole la presilla en la boina al custodio que tenía en frente, supo que pertenecían a una unidad de caballería.

- (...) Deben ser los de Quillota. - Pensó mientras subía nuevamente.

Comenzó a desplazarse por el interior del tren hacia los carros delanteros. Sus conocimientos de la forma de actuar militar, le hacían tomar con escepticismo la respuesta dada por el inspector del ferrocarril.

- (...) Si fuera una bomba, solo habrían custodiado el perímetro y no habría un dispositivo de seguridad en todo el tren. - Pensaba mientras caminaba por el pasillo.

Los pasajeros inquietos, no entendían que ocurría. Algunas personas reflejaban en sus rostros el temor, producto de lo que estaban viviendo desde que se instaurara la dictadura militar; otros murmuraban entre ellos, esperando con simulada paciencia.

De pronto, la puerta del vagón se abrió y por ella, ingresaron al carro, un inspector acompañado de un oficial, seguido por un clase y tres soldados con sus fusiles preparados.

El inspector se detuvo. Mirando al oficial le murmuró algo, indicando hacia donde venía Luis, que dejó de caminar. Los ojos del oficial, que en su solapa cargaba con las presillas de mayor, se clavaron de inmediato en el joven y ordenó algo al clase, un cabo primero esbelto y de gruesos bigotes, con una boina negra de comandos que cubría por un costado parte de unos lentes oscuros.

- (...) El mayor me parece cara conocida. - Pensó Luis. - ­Si, creo que lo vi un par de veces en el cuartel uno.

El clase, haciendo una seña a los soldados que de inmediato se dirigieron hacia donde estaba el joven aspirante, los siguió en medio de un tenso ambiente.

- (...) Parece que vienen hacia mí... - Pensó con un cierto nerviosismo.

Los soldados, llegaron al lugar donde se encontraba Luis y apuntando sus fusiles a un pasajero que se encontraba sentado al lado del aspirante, ordenaron con prepotencia. - ­ ¡Levántate de ahí, viejo chucha'e tu madre!

Un tranquilo anciano, se levantó sin denotar ninguna inquietud. Vestía un viejo y roído terno gris, una camisa amarillenta con el cuello gastado sostenía una delgada corbata color marrón. Miró a los soldados con un altivo gesto de desprecio y comenzó a caminar lentamente hacia el clase, que impertérrito, lo observaba.

- ¡Vo! ¡también pa abajo! - Ordenaron los soldados a un nervioso joven que, sentado al rincón, solo atinó a balbucear un par de palabras.

- ...¿Y yo? ¿Por que?

- ¡­Vamos, andando!

El terror se apoderó del sudoroso joven, que comenzó a mirar para todos lados y a balbucear, en medio de nerviosos tiritones.

- ...¡Ayúdenme por favor! ... Me van a ma... matar... ¿No ven lo que está pasando?

Los soldados, lo tomaron bruscamente de los brazos y lo arrastraron por el pasillo hacia donde se encontraba el mayor con el clase y el otro prisionero.

Los pasajeros se movían inquietos en sus asientos, Luis miró como los militares se llevaban a los detenidos y la altiva figura del viejo, se quedó grabada en la memoria. Parecía muy seguro de si mismo y era como si no le importara lo que le sucedería.

Los uniformados bajaron del tren y rápidamente, arrastraron al joven hacia un camión militar, tirándolo al piso de carga.

El viejo, lentamente subió al camión, zafándose bruscamente de un soldado que lo empujaba del brazo; mientras el clase, tomando un fusil, le dio un violento culatazo tirándolo de bruces al suelo.

La locomotora, junto con un silbido, comenzó a moverse lentamente. Los pasajeros del tren, ya más tranquilos, miraban el movimiento de las tropas que desaparecían entre los espinos en dirección a alguna parte de Til Til.

* * *

Una tibia mañana a fines de febrero, Santiago se encontraba activo... Las obras del tren metropolitano habían terminado en su primer tramo por la Alameda, arteria principal de la Ciudad.

El Gobierno Militar sería el encargado de inaugurar "El Metro" como símbolo de la modernidad del nuevo Régimen, con un medio de transporte que incorporaba las últimas tecnologías francesas, en el centro de la capital; proyecto de modernización acariciado por el gobierno popular que había quedado inconcluso después del golpe militar y que el nuevo gobierno rescatara solo la parte del tren subterráneo, que se extendía desde la Estación Central hasta la Plaza Baquedano.

Víctor Villagra, caminaba por la calle Huérfanos hacia el poniente; contra el tránsito vehicular, como norma de seguridad para controlar los vehículos y las personas que se acercaban... Debería realizar un punto de encuentro con el Cacique en el centro, en la esquina norponiente de las calles Bandera y Huérfanos.

Era la hora acordada, cuando el joven se detuvo en el punto indicado... El Cacique no se veía venir y el lugar no era apto para quedarse esperando, puesto que se ubicaba en la esquina contraria al paradero de microbuses, por lo que no se podría aludir un buen motivo de espera, si era abordado siendo considerado sospechoso por la policía. Observó por la calle que no habían muchas fuerzas policiales a su alrededor, seguramente porque se reforzaba el perímetro de las ruinas del palacio de gobierno bombardeado, donde se realizaría la inauguración del tren urbano, a las entradas de la estación "La Moneda" en la avenida del Libertador; solo se encontraban los policías de punto fijo, definidos como guardias en el palacio de Justicia.

De pronto, por un pasaje interior del edificio que se alzaba en la esquina definida, apareció el Cacique realizando la señal de normalidad definida. Víctor se dirige hacia el muchacho, sacando un cigarrillo del bolsillo de la camisa.

- ¿Tienes fuego? - Indicó poniendo el cigarro en la boca. Era la seña que todo estaba en orden.

El Cacique, sin responder, sacó un encendedor y se lo entregó. Acto seguido, caminaron hacia el norte, en dirección al edificio del Poder judicial pasando por el costado de la pareja de Carabineros que, sin darles mucha importancia, siguieron en su control rutinario. Llegaron a la esquina y cruzaron hasta el cerrado parque anterior al palacio del ex Congreso Nacional.

- Hay que llamar la atención y denunciar a los Tribunales de Justicia. - Agregó el Cacique mientras emprendían rumbo al poniente observando a su izquierda, la imponente construcción del edificio baluarte del Poder Judicial... - ¡Un acto de propaganda que repercuta en la opinión pública!

- algún acto que los medios de comunicación no puedan ocultar. - Agregó Víctor observando en la parte superior el pórtico de estilo griego, que era soportado por cuatro columnas y en su base, los escalones que remataban en la estatua de la diosa con la vista vendada, sosteniendo la balanza en una de sus manos y la espada en la otra. Una rápida mirada le confirmó el control policial; cinco parejas de carabineros controlaban el edificio enfrente y por sus costados. - ¿Se podrá colgar un lienzo de algún edificio colindante?

- ¡Eso! ...Puede ser, pero ¿de cuál?... - Inquirió el Cacique. - Tenemos el edificio del diario El Mercurio, los tribunales de Santiago, el Congreso y tal vez, el de la Polla Chilena...

- Tendríamos que tomarlo en forma armada.

Llegaron a la siguiente esquina y se detuvieron mirando al sur. Víctor subió la vista y miró detrás del palacio... El edificio que daba a Huérfanos mostraba algunas ventanas de las oficinas superiores.

- En ese edificio... - Agrego Víctor. - Tengo un tío que trabaja en una Empresa Constructora que tiene ahí sus oficinas. Lo vine a ver el otro día... y me pareció ver una oficina desocupada en el piso once.

- Puede ser... vamos a ver. - Indico el Cacique y se dirigió a Huérfanos.

El joven lo siguió. Llegaron al edificio, ingresaron por una galería interna hasta los ascensores. Un conserje en la recepción los miró y ante la seguridad de los jóvenes que, pulsando el botón del ascensor ignorándolo, volvió para continuar sus labores diarias.

Las hojas metálicas se abrieron dejando salir a una apuesta mujer de sobria falda, seguida por tres hombres de terno y corbata, uno de ellos portaba un maletín negro. Los jóvenes ingresaron al ascensor pulsando el último piso y las puertas, deslizándose suavemente, los encerró en el pequeño espacio.

El pasillo del piso doce, se encontraba vacío. Las puertas del ascensor se abrieron dejando salir a los jóvenes que, de inmediato, comenzaron a recorrer las oficinas. Minutos después, bajaron por la caja de escalas al piso inferior y enfilaron por el pasillo. Las puertas de las oficinas eran todas iguales... una pequeña ventana de vidrio tipo vitral tallado, se anteponía al número marcado en la puerta; de pronto, en las oficinas orientadas al norte, una puerta con el vidrio quebrado, mostraba la oficina vacía.

- Esta si que es suerte... - Agregó el Cacique y mirando el pasillo vació, metió la mano para abrir la cerradura desde el interior. Ingresaron a la oficina recorriéndola, para confirmar que era propicia... una ventana quedaba sobre el edificio judicial ofreciendo una vista privilegiada, para quedar de frente a las oficinas del diario "El Mercurio", principal periódico de circulación nacional y baluarte de la oligarquía criolla chilena.

- Tendremos que hacer un gran pendón... plegable y con soporte solo en el centro. - Indicó Víctor.

- Debemos hacerlo lo más rápido posible... - Agregó el Cacique. - Antes que ocupen la oficina... Le pondremos una bomba falsa para que los pacos desplieguen un buen operativo en el centro de Santiago, con otra bomba de ruido para que se demoren en sacar el lienzo.

- Yo me encargo del lienzo y la consigna... tú, con el grupo, del explosivo y del plan de escape... demostraremos que se puede romper el cerco informativo impuesto por la Dictadura.

- De acuerdo, y vámonos luego, mira que el conserje quedó cachudo... puede subir en cualquier momento a revisar la oficina.

* * *

El mayor Mario Clavel, a cargo de la compañía de caballería, se bajó del jeep y se dirigió a la vieja casona patronal. El campamento había sido instalado aprovechando las viejas construcciones de un antiguo fundo, en el cual los uniformados habían organizado sus espacios como un recinto militar. Los dueños del fundo, que lo habían habitado como terratenientes y patrones, se habían ido sorpresivamente dejándolo en manos de los campesinos, desde el primer día del gobierno popular, por lo que se les había entregado como propiedad colectiva a los lugareños y sus familias, hasta que estos fueron expulsados bruscamente después del golpe militar.

El oficial se sentó en su escritorio y comenzó a revisar el desordenado papeleo que se encontraba sobre una carpeta. Hacía ya un par de meses que había vuelto al Regimiento de Caballería en Quillota, la que fuera su unidad de origen, puesto que al momento del golpe militar, había sido destinado a prestar servicios al cuartel uno en la capital, así como muchos clases y oficiales, que eran reubicados en otros lugares para efectuar las labores de represión en los primeros meses de la dictadura.

Le habían encargado trasladarse al pequeño pueblo de Til Til, para desarticular un movimiento campesino sin casas, que se asentaban en forma clandestina en unos terrenos abandonados por la empresa de cemento Polpaico; eran solo familias de temporeros que incentivados por el párroco de la Iglesia, se habían organizado en una cooperativa agraria. El oficial leía un oficio, cuando ingresó a la oficina el cabo a cargo de la patrulla.

- Permiso mi mayor, ¿cuales son las ordenes con respecto a los prisioneros?

- Enciérrelos en el calabozo a la espera de órdenes superiores y continúe con patrullas en la zona hasta la noche... El teniente estará a cargo mientras tanto.

Después de cuadrarse marcialmente, el clase se retiró dejando solo al oficial, que recostándose hacia atrás en su silla, apoyó sus pies en el escritorio. Segundos después, se llevó la mano a la frente para tomarse la temperatura.

- Esta maldita fiebre otra vez me está subiendo. - pensó mientras lentamente se incorporaba para abrir uno de los cajones del escritorio.

Sacó de este un pequeño botiquín de lona verde, abriéndolo enseguida, tomó dos cápsulas y se las echó a la boca. Se levantó y se dirigió a un mueble en donde vertió agua de un jarro en un pequeño vaso, el que se lo bebió de un sorbo.

Un libro gastado sobre la cubierta del mueble, llamó su atención; lo tomó para leer su portada y su rostro se contrajo en una mueca de desagrado. Era un libro de cuentos rusos de Gorki y Kuprin.

- ¿Que hace aquí esta propaganda marxista? - Pensó, mientras lo miraba por todos lados.

Repentinamente unos golpes a la puerta lo sacaron de sus pensamientos.

- ­Adelante, está abierto.

Un suboficial gordo ingresó a la oficina y cuadrándose no muy marcialmente, lo saludó con la mano en una supuesta visera.

- El rancho está listo mi comandante. - agregó - ¿Desea servírselo aquí o en el casino?

- Aquí estar bien... - ordenó el oficial - y mande a alguien traer más leña para la chimenea.

- A su orden, mi mayor. ¿Alguna otra cosa?

- Oiga Martínez... Usted que ha estado permanentemente aquí en el vivac, ¿sabe quien puso este libro aquí?

- ­Ese, ha estado siempre en esta oficina... Creo que era de un dirigente campesino que ni siquiera sabía leer. Dicen que lo fusilaron con el libro escondido entre sus ropas y que el oficial a cargo no lo quiso quemar.

- Esta bien Martínez, eso es todo.

El suboficial se retiró. El mayor ojeó el libro mientras caminaba hacia la chimenea, sacó unas hojas de este y las metió entre unas ramas carbonizadas a medias. Buscó entre sus ropas sacando una caja de fósforos y encendió la chimenea.

Estuvo un rato observando como el fuego lentamente fue creciendo y, cuando sus ondulantes llamas habían encendido lo suficiente, tiró el resto del libro sobre estas mirando como se consumía entre el humo y las lenguas de fuego.

La tarde comenzó a caer pesadamente, La patrulla regresó sin contratiempos junto con un viento frío que presagiaba un otoño temprano y posiblemente un crudo invierno. Los arrabales se tiñeron de rojo mientras el sol se escondía entre los áridos cerros y peñones. Mientras los soldados y clases cenaban el humeante rancho de la tarde, el teniente se dirigió a la oficina del mayor. Cuando ingresó a esta, encontró al oficial recostado en un sofá frente a la chimenea, sus ojos vidriosos a causa de la fiebre, miraron un segundo al teniente.

- Dígame Leyton... ¿Que es lo que ocurre?

- Venia a informarle que la ronda terminó sin novedad, mi mayor.

- Bien, puede retirarse.

El teniente vaciló unos segundos.

- ¿Que hacemos con los prisioneros, mi comandante?

- ­Ah, los del tren... Me había olvidado... Las órdenes son fusilarlos en la madrugada.

- Y ¿los cuerpos?

- ­No me pregunte leseras. ­ ¡Enciérrenlos o tírenlos al río!... ­Vea usted que hacen con ellos.

- A su orden.

El teniente dio la vuelta y se dirigió a la puerta, la abrió y se quedó unos segundos pensando, giró lentamente y miró al oficial que se incorporó del sillón.

- ¿Que pasa?... ¿Acaso no fui claro en las órdenes?

- ­ ¡Si mi comandante! Pero, ¿y el viejo? Pidió hablar con usted.

El mayor se llevó la mano a la frente haciendo una mueca de desagrado e impaciencia.

- ­ ¡Ya tiene sus órdenes!... ­Entienda que estamos en una guerra interna y posiblemente también con los trasandinos. ­Así que haga lo que se le ordena y no se ponga a pensar que aquí, el único que piensa, soy yo.

- ¡­A su orden! - Contestó el teniente y se retiró.

El oficial se acomodó nuevamente en el sillón y comenzó a divagar mientras la fiebre le subía.

- El único comunista bueno es el comunista muerto... - murmuró. Además el viejo, tenía esa mirada de odio... y esa altivez. Viejo atorrante... ­Si. ­ ¡Seguro que él es un comunista! Y debe ser uno importante... ­Tal vez ocupa un cargo de dirección en la clandestinidad. Voy a mandar un buen informe a la Dirección Nacional. Seguro voy a tener otro ascenso.

Serró los ojos unos segundos y despertó sobresaltado mirando a la puerta de la oficina. El viejo estaba Ahí, de pie observan dolo.

- ¿Quien te autorizó a venir Aquí? - gritó mientras sentía un escalofrió recorrer su espalda y sentándose de golpe agregó. - ­No tienes derecho ni a un juicio ni a consejo de guerra.

El viejo lo observaba con la misma mirada de desprecio y tranquilidad que tenía cuando lo bajaron del tren.

- ­Eres un maldito comunista y vas a morir en unas horas más.

- Yo, ¿morir? - dijo el viejo con voz pausada. - ­Tu eres el que está muerto en vida.

Al escucharlo, el oficial creyó conocerlo de antes, algo del viejo le parecía familiar.

- Yo te conozco... ­ ¿No? ...Debo estar desvariando a causa de la fiebre... Además tú no eres nada.

- Dime Clavel, - dijo nuevamente el viejo - ¿que le vas a responder, no a tus superiores, ni a los jueces, ni siquiera a tu capitán General, sino a tu propia conciencia, cuando te pregunte por que aceptaste esta horrible, injusta y sanguinaria misión?

El oficial sonrió irónicamente.

- Yo creo viejo, que es muy cómico que me preguntes eso... sabiendo que morirás en unas horas más. Pero te voy a contestar... No porque te lo merezcas, sino porque es mejor conversar con alguien en vez de pasar la noche de insomnio por culpa de esta maldita fiebre que tengo. - Se acomodó en el sillón recostándose un poco pero sin perder de vista al viejo que lo miraba serenamente. - ¿Quieres saber que le voy a contestar a mi conciencia? Te lo diré... Primero le voy a decir que solo cumplo órdenes porque soy un soldado chileno, vencedor y jamás vencido, que tengo que obedecer sin razonar. Después, le diré que lo hago por la patria, porque somos el único país del mundo que ha vencido a la agresión marxista internacional, y que lo hago por la virgen del Carmen... para extirpar el cáncer comunista ateo, que pretendía esclavizar al pueblo y asesinar a los cristianos. Porque todos los que pretendan terminar con la sociedad cristiana occidental, serán aplastados como gusanos y serán tirados a una fosa común, como si fueran unos perros rabiosos.

- ­OH, Mario Clavel. - replicó el viejo - ­Que crueles, salvajes y sanguinarias son tus palabras. ­Y que falsedad más absoluta. Miras las cosas tan superficialmente que solo puedes ver lo insignificante... pero, busca en el fondo y veras la realidad tal como es. ¿Crees que tu patria es inmortal? Lo mismo se creían las antiguas civilizaciones europeas, los grandes imperios de América precolombina y los omnipotentes españoles, que eran dueños de las tres cuartas partes del mundo. Pregunta a la historia que ha pasado con esos pueblos poderosos. Antes de ellos, millares de siglos antes existieron pueblos mucho más poderosos y civilizados que la vida, que es más fuerte y más antigua que todos los monumentos y orgullos banales, los barrió de su camino sin dejar de ellos el menor rastro, ni siquiera el recuerdo.

- Esas son leseras... - respondió el mayor, sintiéndose cada vez más débil - La historia sigue su marcha y no hay nada que se pueda hacer.

El viejo sonrió un segundo.

- No hay peor siego que el que no quiere ver. Puedes estar seguro que tus nietos se avergonzarán del abuelo por haber sido un verdugo y un asesino.

- Acaso ¿ves el futuro? Si, ya conozco los sueños de amor y paz, de los idealistas chascones, que esperan fumando marihuana, transformar las armas en claveles. ¡­Ja, ja, ja! Me imagino lo que sería de nuestro país dirigido por obreros neurasténicos e imbéciles ineptos. No, viejo roñoso; no es otra cosa que la guerra la que forja cuerpos vigorosos y caracteres fuertes. Además...

Se frotó las sienes como tratando de recordar algo.

- Los débiles siempre han fracasado y lo que piensen no tiene importancia, porque ... ¿Que te iba yo a preguntar?... ­Ah, si. Supongo que me vas a mentir. ¿Tú no eres de la zona, verdad?

- Si.

- Pero, ¿eres chileno?

- No.

- Entonces, ¿de dónde eres? ¿Cubano? ¿Argentino? ¿Colombiano?

- No.

Irritado, el mayor dio un puñetazo en el antebrazo del sillón, vociferando enseguida.

- Dime ¿entonces de donde mierda eres? Y ¿por que cresta tu cara me parece conocida? ¿Te he visto antes en alguna parte?

El viejo se sentó en el suelo y guardó silencio por unos minutos con la cabeza inclinada. Finalmente dijo:

- ¡Si! ...Nos hemos encontrado Clavel, pero tú no me has visto jamás. ¿No recuerdas acaso que tu tío, participó allí en Puerto Montt, en la balacera contra los pobladores de Pampa Irigón, en donde muchos de ellos murieron? Aquel día yo estaba a dos pasos de él, pero tampoco me vio.

- Si, es cierto, mi tío estaba a cargo de la compañía de fusileros. Pero ellos se instalaron en propiedad privada ajena. Balbuceó el oficial sintiendo que su cuerpo era invadido por una oleada de fuego - Eran una tropa de comunistas que no tienen respeto por nada.

- Yo también fui testigo de las crueles acciones de tu padre, cuando reprimían a los obreros que luchaban contra la dictadura del general Ibáñez, y de tu abuelo, en la matanza de la escuela de Santa María, donde mataron dos mil trescientos obreros del salitre, con sus mujeres y niños - continuó el viejo con un tono impasible. - He visto con mis propios ojos verter sangre, en cantidades como para inundar la tierra. Yo estuve en Viet Nam, con los norteamericanos que disparaban contra los jóvenes orientales quemados por napalm; En Hiroshima y Nagasaki, con el asesinato de millones de hombres, mujeres y niños por las bombas atómicas norteamericanas. Acompañe al general Franco cuando ordenó el bombardeo para que arrasaran al pueblo de Guernica, estuve con Hitler en el exterminio de miles de judíos quemados vivos en los hornos y con la tropa que violaba y mataba a mujeres y niñas en la Segunda Guerra mundial; Estuve con Napoleón, en los campos de batalla europeos. He visto a la muchedumbre aplaudiendo a los que, desde la guillotina, mostraban la cabeza ensangrentada de Luis XVI... Ante mí, durante la noche de San Bartolomé, los fieles católicos mataron entre cánticos y plegarias, a mujeres e hijos de los hugonotes y mezclado con la multitud de fanáticos furiosos, he visto como los inquisidores, quemaban vivos a los herejes; cómo, para mayor gloria de Dios, se les arrancaba la piel vertiéndoles plomo derretido por la boca. He seguido en su marcha a las hordas de Atila, Gengis Kan y otros que marcaban su camino con montones de cráneos humanos.

- Eres una pesadilla... ¡­Vete! - comenzó a murmurar Clavel.

- Entre la salvaje muchedumbre romana, he asistido al circo; viendo arrojar sobre la arena plagada de fieras hambrientas, a los cristianos metidos en sacos de piel y como se alimentaba a los peces con cuerpos de esclavos y he presenciado las locas orgías de Nerón.

- ­ ¡Vete, vete! Eres un sueño febril de mi enferma imaginación... ­ ¡Sal de Aquí! - murmuró nuevamente el mayor, abriendo con dificultad sus labios secos.

El viejo se levantó. Su figura encorvada se irguió haciéndose tan alta, que casi tocaba el techo con sus cabellos. Siguió hablando con voz lenta, monótona y amenazante:

- Incluso vi la primera sangre humana que se vertió en el mundo, cuando en la tierra había solo dos hermanos. Uno era tierno, trabajador, afectuoso y bueno; el otro, el mayor, era altivo, cruel y envidioso, tenía odio en su corazón y cuando fueron a sacrificar sus presentes ante el altar de Dios, solo porque el humo del menor subía en línea recta hacia el cielo, mientras que el de él se arrastraba por el suelo, se llenó de cólera y envidia... En aquel preciso momento se cometió el primer crimen sobre la tierra...

- ­Dios mío, ¡déjame ya! - vociferó Clavel, apretándose la cabeza con sus dos manos. - ­¡Te lo suplico!

- Si, vi como los ojos de aquella primera víctima humana, se dilataban de terror ante la muerte y como sus dedos crispados arañaban la tierra teñida de sangre. - Agregó impertérrito. - Y cuando, tras el último estremecimiento, se quedó inmóvil, frío, pálido, tendido en el suelo, un pavor indecible se apoderó de su asesino. Huyó hasta el último rincón del bosque, en donde se quedó postrado en el suelo, cubriéndose su rostro con las manos, temblando hasta que cayó la noche y se oyó la voz irritada de Dios que preguntaba: "Caín, ¿Donde está tu hermano?"

- ­ ¡Vete, no me atormentes más! - suplicó el oficial, sin apenas mover sus labios.

- Aterrado, respondí entonces a Dios: Acaso ¿soy yo el guardián de mi hermano? Y fue entonces cuando recibí la maldición que cargaría por siempre: "­Vivirás eternamente, mientras exista el mundo que he creado. ­Vagarás por los siglos de los siglos, a través de la tierra, sobreviviendo a los pueblos y a los reinos, y tus ojos no verán más que la sangre que has vertido y tus oídos no oirán más que los gritos de agonía, en los que siempre reconocerás el último grito de tu hermano."

El viejo guardó silencio durante un segundo, y cuando nuevamente se puso a hablar, cada una de sus palabras retumbaba en el cerebro de Clavel como disparos de fusil.

- ­ ¡Dios todopoderoso! ­ ¡Justa es tu sentencia! ­Siglos y centenas de siglos hace ya que vago por la tierra, implorando en vano la muerte. Una cruel fuerza, superior a mi me empuja hacia donde muere gente, donde las madres lloran maldiciéndome. Y no hay límite a mis sufrimientos, porque cada vez que veo un hombre ensangrentado, veo nuevamente a mi hermano con los dedos crispados en la arena, manchada de sangre y en vano quiero gritar a las gentes: ¡­Despierten! ­ ¡Despierten!

- ¡­Despierte, mayor, despierte! - Decía el teniente, inclinándose al oído de Clavel - Llamaron del cuartel ordenando que se comunique con la comandancia de inmediato.

El oficial se levantó apresuradamente y de sus ropas cayó al suelo el libro de cuentos, quedando abierto justo en la página donde tenía el título "LA PESADILLA". El carbón de la chimenea estaba apagado mientras la pálida luz de la madrugada entraba por la ventana.

- Pero ¿que es eso?... - exclamó agobiado - ­No puede ser. ­Yo, el libro... Y los... ¿los detenidos?

- Ya se terminó, mi mayor. Los acaban de fusilar.

- Y ¿el viejo? - preguntó con voz alterada.

- Ya debe estar frío.

De pronto, el mayor sintió que le fallaban las fuerzas y se dejo caer sobre el sofá.

- Estos fantasmas no me dejan tranquilo desde que ordene fusilar al cura rojo del puente Bulnes. - murmuró imperceptiblemente mientras el teniente permanecía inmóvil esperando las órdenes.

- Escúcheme teniente... - balbuceo apesadumbrado - Usted reciba las órdenes, le voy a entregar el mando de la compañía. Ya no puedo aguantar más la presión y esta maldita fiebre me tiene loco...

El oficial lo miraba sin decir una palabra.

- Creo que necesito vacaciones, quizás hasta... - De sus labios brotó una sonrisa que más parecía una mueca de enfermo - Quizás hasta... me vea obligado a... pedir mi retiro.

Al escucharlo el teniente no manifestó ninguna extrañeza y haciendo el saludo militar de rigor, solo acotó.

- ¡­A su orden mi mayor!

Dándose la media vuelta, salió de la oficina.

* * *

El recepcionista de la oficina era un hombre pequeño... Su pelo negro tieso, cortado como militar mostraba una decoloración blanquecina en las sienes y sus lentes ópticos, se resbalaban por la nariz al inclinarse para escribir en el papel. El joven Víctor, ingresó a la recepción deteniéndose en el escritorio tipo mesón, donde atendía el hombre que, dejando de escribir, lo miró sonriente.

- ¿Como está joven? - Agregó en tono paternal. - Tan temprano por acá... ¿Viene a ver a su tío?

- ¡Si! ¿Puedo hablar con él?

- Lamentablemente no está... Se fue directo a terreno, de su casa a la obra de Bilbao.

- A la obra... que lastima, pero que se le va a hacer... Tendré que venir otro día.

- Mañana lo pilla por acá... así es la construcción, pues joven. ¡Para que usted sepa!

El joven, se arregló la mochila inflada por el contenido, dispuesto a retirarse. Realizando un ademán como arrepintiéndose de irse, inquirió al recepcionista. - ¿Me puede permitir pasar al baño? Estoy que me reviento.

- Seguro, joven. Pase, ya conoce el camino.

Ingresó por el pasillo de la recepción hasta la sala de estar. Una Secretaria le miro y el joven la saludó moviendo la mano. La puerta del pequeño baño se encontraba junta, la empujó con el codo permitiendo que la mochila se desplazara hacia adelante y la dejó sobre la tapa del escusado. Cerró la puerta con pestillo y buscó en el bolsillo exterior de la mochila, sacando un pequeño destornillador... buscó en la pared del baño, sobre el lavamanos, un enchufe eléctrico y comenzó a destornillar la tapa. Segundos después, el enchufe quedaba colgando con los cables a la vista, el joven soltó uno de ellos, de color blanco, y lo juntó con el de color rojo provocando una llamarada que provocó un corte de energía en la oficina... dejándolos juntos, procedió a cerrar la tapa.

El recepcionista se encamino hacia la recepción para acercarse al tablero de la energía al costado de la oficina.

- Ahora, yo no puse el calentador, Benjamín... - Agregó la secretaria. - Así que no puede decir que fue mi culpa.

- Tiene que ser algo que acciona el automático. - Agregó el hombre con el tablero abierto. Subió el interruptor y nuevamente el sonido de corte lo hizo saltar. - Chuata... parece que hay un problema eléctrico mayor.

En ese instante, Víctor salió del baño con la mochila colgando.

- Se cortó la luz... - Agregó como ignorante de lo ocurrido. - Tal vez saltó el automático.

- Parece que no es tan simple, joven... - Contestó Benjamín intentando subir nuevamente el automático, pero con un nuevo golpe se desconectó. - Creo que tendré que llamar al eléctrico de la empresa. Ojalá no tenga mucho trabajo en la obra.

- Si usted quiere, yo puedo bajar a donde el conserje y le digo que mande a los electricistas del edificio... Deben tener maestros, ¿no cree?

- Tiene razón, joven... Si puede hacerlo, es lo más lógico.

El joven, sonriendo, se dirigió a la puerta.

- Ya, esperen aquí que vuelvo enseguida con los eléctricos.

Salió al pasillo y se dirigió rápidamente al ascensor; subió un piso y se encaminó por el pasillo hacia una oficina del sector sur.

Llegó a la puerta que tenía el vidrio superior quebrado y tapado por un cartón. Dio tres golpecitos pausados y esperó, enseguida dio otro golpe casi imperceptible. Segundos después, la puerta se abría y un muchacho, con overol de mezclilla, le dejó ingresar. En el interior de la oficina, el Cacique armaba un paquete y otro joven escribía en la pared de la oficina, la consigna contra la Dictadura firmada por la Resistencia.

- ¿Tienes los tubos de plástico? - le consultó Víctor al joven con overol. - Tenemos que hacerlo rápido.

El joven tomó un largo tuvo plástico gris azulado, mientras Víctor abría la mochila y sacaba un gran lienzo con letras rojas y negras pintadas. Lo extendió y comenzaron a introducir el tuvo en una costura a lo largo en la parte superior. Rápidamente, realizaron el mismo proceso con otro tuvo, colocándolo al otro extremo; después, amarró una lienza que sujetaba el tubo desde los extremos. Enrollando el lienzo desde la base, formaron un cilindro el que llevaron a la ventana que daba al edificio del Poder Judicial.

- ¿Estas listo, Cacique? - Consulto Villagra, mientras ponía la punta del rollo en la ventana y amarraba el lienzo a un gancho clavado en el marco inferior. - Tenemos dos minutos para salir antes que llegue la repre al departamento.

- Los que llegarían primero acá, son los pacos de los tribunales de justicia, que si reaccionan de inmediato, se demoran menos que eso. - Agregó el Cacique. - Deja conectar aquí y nos vamos.

Segundos después, la señal era dada y los jóvenes sacaron el cilindro, alineándolo al marco inferior de la ventana, pegado a la pared; enseguida, lo soltaron desplegándose completamente para quedar colgando, un lienzo que acusaba a la justicia chilena de no cumplir su misión de defensa a todos los ciudadanos por igual, exigiendo además libertad para los presos políticos.

Rápidamente, los jóvenes salieron del departamento, separándose Víctor junto a los dos jóvenes con overol y el Cacique con otro. El joven, con los dos muchachos se dirigió a las escaleras, bajaron al piso inferior y se encaminaron a la oficina.

Benjamín, en la recepción, escribía orientando el papel hacia la luz de la ventana, cuando apareció el muchacho con los dos acompañantes.

- Estaba a punto de llamar a la conserjería...- Agregó el hombre dejando de escribir. - Por aquí, les muestro el tablero.

Mientras Benjamín junto a los muchachos, se encaminaba al interior de la oficina, Víctor se despedía de la Secretaria.

- Aquí les dejo a los electricistas, yo me tengo que ir. - Le indicó a la atractiva mujer con una sonrisa. - Le avisa a mi tío que vengo a verlo pasado mañana.

- ¡Está bien, joven! - Respondió la secretaria. - Yo le doy su recado.

después, Víctor salió de la oficina. Se encaminó al ascensor y esperó pacientemente. Prestó atención al piso superior pero no escuchó nada extraño. El ascensor abrió sus puertas y el muchacho ingreso marcando el piso uno.

Entretanto, los jóvenes observaron el tablero y con un pequeño atornillador transparente, comenzaron a hurguetear bajo la atenta mirada de Benjamín. Una luz amarilla se encendió en el mango del atornillador.

- Ya... es en ese circuito. - Agregó uno de los jóvenes.

- ¿Que hay para ese lado? - Preguntó el otro joven a Benjamín.

- Está el baño y la cocina. - Respondió.

- Anda a revisar el baño y yo reviso la cocina. - Indicó el joven. - Acompáñeme, Jefe.

Los jóvenes se dirigieron a los lugares indicados, seguido el de la cocina por el hombre, mientras la secretaria, se arreglaba las uñas.

Víctor, salió a la entrada principal del edificio. Todo era aparentemente normal, por lo que salió a la calle Huérfanos y enfiló rumbo al poniente. Llegaba tranquilamente a la calle Morandé, cuando dos furgones policiales y una camioneta de fuerzas especiales llegaron a la esquina para virar contra el tráfico hacia el edificio.

- (...) Se demoraron quince minutos... - Pensó mientras miraba su reloj y siguió caminando tranquilamente.

En la calle bandera, carabineros comenzó a desviar el tránsito por Agustinas, mientras la calle Compañía era cerrada al tránsito vehicular... Poco a poco, comenzaron a llegar efectivos realizando un inusual despliegue durante la mañana. Carabineros cierra el sector en un perímetro de tres cuadras.

En la oficina de la Constructora, el joven salió del baño. Se dirigió al tablero de conexiones eléctricas.

- Ya estoy listo en el baño... - Agregó fuerte para ser escuchado en la cocina, mientras abría el tablero. - Habían unos cables que estaban haciendo corte.

Los hombres aparecieron desde la cocina.

- ¡Cuidado que voy a probar si llega energía!

El muchacho subió el interruptor y la energía encendió los tubos fluorescentes que, iluminaron las oficinas.

- ¡Por fin! - Agregó alegremente la Secretaria.

- Se demoraron menos de lo que esperamos a que llegaran. - Agregó Benjamín.

- Ahí está listo... - Indicó el joven cerrando el tablero. - Cualquier cosa llama al conserje.

- Ya, po... Si pasa otra vez, le voy a pedir que no mande a nadie más que a ustedes. - Terminó diciendo Benjamín mientras los acompañaba a la salida.

Los jóvenes se miraron sonriendo.

Minutos después, los jóvenes salían tranquilamente a la calle mientras los policías les hacían señas para que se alejaran del lugar. Personal de fuerzas especiales entretanto, equipados con equipo de combate y metrallas, ingresaban en tropel por las escaleras, en un despliegue de fuerzas como sacadas de una película americana.

Ya en la tarde, alrededor de las quince horas, el pendón fue retirado por la policía sin encontrar pistas de los supuestos terroristas, que habían desaparecido tragados por la tierra. Mientras al Diario El Mercurio, en la tarde, recibía un oficio del gobierno, que le solicitaba expresamente no publicar la noticia, por ser una acción propagandística de un pequeño grupo de insurgentes que pretendían causar terror en la población. Solo en el vespertino "La Segunda" del mismo consorcio periodístico, había publicado un pequeño párrafo de la operación policial desplegada para evitar un inminente ataque con bombas contra el Poder Judicial.


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