Capitulo VIII SEGURIDAD ANTE TODO


Capítulo VIII



La entrada al ascensor era de hierro forjado, en una reja metálica. Una vieja casona de madera, cuidaba un largo pasillo hasta una oficina pequeña que servía de boletería. La diminuta mirilla de vidrio dejaba el espacio justo para entregar las monedas que autorizaban el ingreso al túnel, que terminaba en el socavón donde esperaba paciente, el carro de latón pintado de verde mar.
El joven Ernesto, ingresó al carro y se sentó en el banco lateral izquierdo. Espero un segundo el comienzo del ascenso, mientras una joven mujer ingresaba al carro. El anciano, taciturno salió de la boletería y se acerco a la puerta del carro para cerrarla, cuando un hombre, de camisa blanca y lentes de sol, sujeta al anciano entregándole un billete de cinco escudos, para acceder informalmente al carro.
El sonido de los cables jalando por el túnel el armazón de hierro que soporta el ascensor porteño, rompió el silencio interior del carro. Ernesto observa a la mujer que, revisaba su cartera sacando un manojo de llaves, mientras el individuo, observa tras sus lentes al joven que cruza una mirada. La luz del atardecer apareció al final del túnel y el ascensor, siguió remontando el cerro, entre los techos y paredes de lata, que separan las casas encaramadas en la ladera.
Lentamente, el carro comienza a detenerse, llegando a la sala superior. La puerta se abrió ruidosamente y los pasajeros, salen del ascensor, para enfrentar una amplia sala con ventanales junto a la entrada, que se ubicaba frente al mirador con sus barandas de cemento y piedras.
Ernesto caminó hacia la curva del empinado callejón, que contenía la desembocadura de las calles adyacentes. Llego a la escala que asciende hasta el block de departamentos, donde vive María. Se detiene y mira subrepticiamente hacia la baranda del mirador, detectando al hombre de camisa y lentes que, apoyado en la baranda, miraba en su dirección.
- (…) Mejor, antes de ingresar al departamento, me daré una vuelta por el cerro. – Pensó un segundo. - No sea cosa que me estén siguiendo.
Comenzó a subir lentamente la empinada escala. En uno de los descansos, antes de llegar al edificio, se interno por un pasaje que llevaba hacia una esquina alejada, que no lo desviaba del camino y confirmo que no era seguido. Ya más seguro, se dirigió al Block y segundos después, subía al departamento.
Toco la puerta y nadie respondió. Espero unos minutos y decidió bajar a la calle.
Llegaba a la escala interior cuando apareció Nora, la madre de su novia, con unas bolsas cargadas de verduras y frutas, confirmando que andaba de compras.
- Señora Nora, la estaba esperando. ¿Le ayudo con eso?
-  Ernesto, ¿llegaste hace mucho rato? – Agrego la mujer entregando una bolsa al joven.
-  No… hace unos minutos.
Nora dejo la bolsa en el piso y con la llave que portaba colgando de su muñeca, abrió la puerta. Ingresaron al departamento y Ernesto se dirigió a la cocina, dejando las bolsas en el costado del refrigerador.
- Necesito consultarle algo, señora Nora.
-  Dime, Ernesto en que te puedo ayudar.
El joven salió de la cocina y se acerco a la mujer, que se sentaba agotada, en el sillón al costado de la entrada del departamento.
- Tenemos problemas con un estudiante Chino, que la Rectoría lo dejo sin pieza de estudiantes en la pensión universitaria y no tiene donde quedarse.
-  Algo me comento María, pero ¿que puedo hacer yo?
-  La pieza de alojados, donde yo me quedo cuando me pilla el toque de queda...
-  ¿Quieres que lo aloje ahí? -  Agrego Nora levantándose del sillón. -  Tú no podrías quedarte acá, si acepto que se venga a vivir con nosotras.
- Me puedo quedar en el sillón, no sería problema. – Agregó indicando con la mano, el mueble tras de Nora, mientras una sonrisa se dibujaba en su juvenil rostro.
- Lo voy a pensar. -  Replicó la mujer acariciando la mejilla del joven, para dirigirse enseguida a la cocina. -  Tal vez sería bueno tener un hombre todos los días aquí en la casa, mientras Gregorio anda en alta mar.


*  *  *

La sala de clases estaba en silencio. Los aspirantes esperaban que el teniente Salinas terminara de revisar las calificaciones y entregara la lista de ascensos con los nuevos grados para los soldados.
Hasta el momento, todos los integrantes del curso tenían el grado de cabo segundo aspirante y con estas calificaciones, podrían llegar según sus notas, hasta el grado de Sargento Primero.
Minutos después, el oficial se levantó de su asiento y comenzó a leer las nuevas graduaciones. Sazo, apodado el carreta, siguió teniendo la primera antigüedad con el grado de sargento primero aspirante y lógicamente, siguió siendo el monitor. Uno a uno el teniente fue nombrando a los ascendidos, Luis esperaba escuchar su nombre puesto que había obtenido buenas notas, excepto en el ramo interés profesional que, a causa de no haber querido desfilar en la parada militar, lo había reprobado.
Cuando el teniente terminó de leer las antigüedades, cinco aspirantes habían quedado con el mismo grado de cabo segundo. Con la antigüedad número 35 estaba Luis Pérez, inmediatamente después que Kurt Landon, reconocido como uno de los peores calificados.  – Usted, aspirante Pérez, como Cabo menos antiguo, tendrá que obedecerme en todo lo que yo le ordene. - Dijo Landon a Luis - ¿Estamos claro?
 - ¿Que te creis huevón?...- Respondió el aludido. - Eres aspirante igual que yo, así qué no te pases de listo conmigo.
Minutos después, el oficial se retiró de la sala y los soldados, dejaron sus pupitres para dirigirse, conducidos por el monitor, al pasillo que desembocaba en la bajada, al patio central del cuartel.
Los rayos solares del mediodía, caían casi perpendicular a los edificios del Hospital Naval y del Regimiento de infantería, levantando la temperatura del ambiente, que era regulada casi de inmediato por el viento marino.
El curso se encontraba formado en el patio, el sargento Henríquez con el cabo Acuña de pie frente a ellos, comentaban;
 - Otra vez el submarino amarillo que no llega...
 - ¿Quién ha visto al sargento Hinostroza? - Preguntó Acuña a la tropa.
 - Creo que lo vi cerca del almacén, mi cabo. - Respondió Landon.
 - Bueno, no sacamos nada con buscarlo. - Acotó el sargento.  - Vamos a lo nuestro... Tenemos dos misiones que preparar.
Guardó silencio un segundo mientras caminaba hacia el final de la escuadra. – Una misión, muy importante, es la visita del Presidente de la República, mi capitán general... Ese será un estado alerta máxima, en donde nosotros, regalones del comandante, seremos la guardia de honor.
Se quedo en silencio un instante, mirando a los soldados uno por uno, se dirigió a la parte posterior de la formación. - Y la otra misión... es tan importante como la anterior, porque debemos preparar la fiesta de investidura, donde se les entregará como cargo personal, su uniforme de aspirante a oficial de reserva. Por lo tanto, en primer lugar, deben ir a la cuadra con su cabo Acuña y tomarse las medidas del traje.
Dicho esto, el instructor que se encontraba frente a la formación, dando las órdenes correspondientes les condujo a la cuadra, donde el resto de la tarde los aspirantes, no estando ya a cargo del cabo Acuña sino del monitor, la pasaron contando chistes. Mientras el sastre, les atendía en forma individual.
Al día siguiente, comenzaron de inmediato con la preparativos de la guardia de honor.
La segunda escuadra, quedó designada al portón de la guardia dos y la primera, junto a la tercera, en la entrada principal.
 - ¡Armar bayonetas! - ordenaba el sargento Henríquez a cargo de los ejercicios.
 - Tienen que salir todos los movimientos sincronizados y perfectos. - Decía - Atención, presenten... armas.
Volvía a repetir cada acción del ejercicio, que se componía de ocho movimientos, una y otra vez.
- Tenemos que mostrarle a mi Capitán General que somos los mejores. – Repetía el sargento, cada vez que se realizaban los movimientos.
 - Yo no se pa' que los repiten tanto. - Comentó Landon - Al final, el viejo ni se va a fijar en nosotros.
- (…) Este huevón, siempre picando la guía para ver si hablamos algo. - Pensaba Luis -  Y después se corre, como si no hubiera dicho nada.
El día siguió pasando en forma normal, los ejercicios de la guardia de honor eran observados por los soldados de las distintas compañías, desde los balcones de las cuadras.
Llego la hora del rancho y los soldados se dirigieron al casino.
Entretanto, sentado frente al escritorio del comandante del regimiento, el soldado guardaba silencio.
 - ¿Que ha logrado investigar? - Preguntaba el oficial - Es importante saber si hay algún sospechoso de infiltración, puesto que no debemos correr riesgos con la visita de mi General.
 - Hasta el momento no he confirmado a nadie, pero hay unos tres o cuatro que, cuando les induzco a hacer comentarios, no tienen una opinión clara.
 - Pero, ¿opinan algo contra el gobierno?
 -  No. Solo se dejan influenciar.
 -  De acuerdo. Espero un informe escrito. - terminó diciendo  el comandante. - Puede retirarse.
El soldado se levantó del asiento y se dirigió a la puerta.
 - Pero, para asegurarnos, tomaremos algunas precauciones en esta visita. – Agregó en voz baja el Comandante.


*  *  *

En la Universidad de Playa Ancha, los jóvenes estudiantes se juntaban en los jardines y animadamente conversaban junto a los libros abiertos, que eran ojeados de vez en cuando. El ambiente estudiantil, era estresante… Se encontraban en periodo de exámenes y de presentaciones en la Universidad, por lo que la preocupación de la comunidad estudiantil, se enfocaba en lo educativo como eje principal.
La puerta de la sala de exposiciones, de abrió para dejar salir a Mauro seguido de Ernesto, que siguieron por el pasillo conversando tranquilamente. Un hombre, salió tras de ellos y los miró perderse en la salida del edificio.
En el jardín que terminaba en la carpa de comida rápida de la facultad, se encontraba con algunos jóvenes y parejas de enamorados. Otros grupos, se juntaban y riendo comenzaban a caminar.
- Está arreglado el tema de Kuan Li. – Comentó Ernesto.
- Que bien, te conseguiste la pieza.
-  Si. Norita me confirmó que la puede ocupar y que más adelante se verá el asunto del arriendo, si no se encuentra algo definitivo.
- Por lo menos, tenemos solucionado ese problema. – Agrego Mauro. – Hay una información que me llegó para agitación acá en la U.
- Para sacarla en el boletín.
-  No… Yo creo que la información sería mejor sacarla en palomas y rayados.
- Si, tienes razón… Con los exámenes los estudiantes no pescan los impresos. Y ¿Cuál es la información?
-  Creo que viene el Dictador al puerto y seguramente a la Universidad. Hay que intentar preparar actos de repudio a la Dictadura entre los estudiantes y llenar Playa Ancha con consignas por la unidad antifascista.
-  No es menor la tarea… y en periodo de exámenes.
-  Es la táctica de los milicos, hacer las cosas cuando nosotros estamos mal parados o con problemas… y eso que los milicos no sabían de oportunismo político.
- Bueno, se hará lo que se pueda, avanzar en algo de conciencia mientras se pueda.


*  *  *

El helicóptero Puma sobrevoló el patio del cuartel, se remonto hacia el edificio contiguo, del hospital naval y se preparó para el aterrizaje.
Comenzó a bajar lentamente en el círculo rojo pintado en el patio de cemento. Una polvareda se levantó por unos segundos, siendo disipada por el viento que venía del mar.
 - ¡Formar la guardia de honor! - Gritó el teniente Salinas frente a la escuadra pulcramente vestida, en medio del patio central.
La nave, apagó los motores y la hélices, comenzaron a detenerse. La puerta del helicóptero siguió cerrada por unos segundos, hasta que las aspas, se detuvieron completamente. Las puertas se abrieron, pero nadie bajo de la nave.
 - Atención, ¡Firmes! – Volvió a gritar el teniente.
Todos esperaban la bajada del General desde el helicóptero, pero nada ocurrió. Se quedaron en esa posición durante varios minutos, hasta que desde la guardia se escucho una trompeta. Un chirrido de neumáticos, producto de varios vehículos frenando en la avenida frente al Regimiento, y las órdenes en la guardia para la entrada de las autoridades.
 -  ¡Buenos días, mi General! – Fue el grito al unísono, de varias gargantas en la entrada.
Segundos después, el sequito de civiles y uniformados, apareció en los jardines y la bajada al patio principal.
 - Para las descargas... preparen, arr. – Ordenó marcialmente el teniente Salinas.
Rodeado por una decena de guardaespaldas, el comandante  en jefe vistiendo un impecable uniforme blanco, miraba con mano en visera a los aspirantes.
- ¡Apunten... arr!
Los movimientos eran perfectamente sincronizados. Tal como habían sido los del helicóptero puma en el que no venía el Capitán General. Era la operación distractiva, que había realizado la nave al momento de aterrizar en el patio del cuartel. Los soldados apuntaron hacia un punto del azul cielo porteño.
 - Carguen... arr!
Los aspirantes, vistiendo sus uniformes moteados de mimetismo, al unísono soltaron la palanca de preparar del arma, quedando esta con el cartucho de salva en la recamara y listo para ser disparado.
 - ¡Fuego! - fue la siguiente orden del oficial y un solo estampido, quedó rebotando entre los cerros del puerto, despertando a muchos de los que a esas horas de la mañana, aún dormían.
El comandante del cuartel, de pie al lado izquierdo del ahora jefe de estado, esbozo una sonrisa de satisfacción por la exactitud de las descargas, que en las tres ocasiones sonó como un solo y gran disparo, realizado por el grupo de soldados.
El agasajado, bajó la mano de su visera. Dijo algo al orgulloso coronel y partieron en dirección a los boxees, seguidos por sus corpulentos celadores de ternos y trajes grises, que mirando en todas direcciones, se sacaban y ponían unos lentes oscuros.
El teniente salinas, ordenó a los clases, llevar a las escuadras, a sus respectivos puestos de guardia. Rápidamente se ejecuto la orden y segundos más tarde, quedaban esperando al capitán general.
Lo que a Luis le extrañaba, era que siempre, las guardias, se hacían con munición de guerra y en esta oportunidad, a ningún soldado de la guardia normal ni a ellos, se les había entregado el cargador como correspondía. Solo los clases llevaban sus armas cargadas.
Largos fueron los minutos de espera. Los aspirantes de pie en posición de descanso, sentían el peso de sus cuerpos y el dolor en sus músculos a causa de la rigidez de la posición. De pronto, el sargento Henríquez que conversaba animadamente con el sargento Hinostroza, ordenó prepararse.
 - Quedar a discreción...
Los soldados adoptaron la posición. Primero aparecieron los civiles, que seguidos por las autoridades y el general,  comenzaron a acercarse.
- Atención... Firr! - ordenó el sargento - Aline... arr.
Subiendo las escalas, entre  los jardines que rodeaban  el puesto de guardia, el capitán general junto al coronel,  conversaban animadamente.
 - Vista al fren. - terminó de ordenar el sargento mientras se situaba a la cabeza de la escuadra ante la aparición del teniente Salinas.
 - Armar la bayoneta. - fue la orden de este. - Honores a mi capitán general a la derecha... ¡Atención, presenten... arr!
Todos, al momento, presentaron las armas y la vista hacia la comitiva.
El general en jefe, seguido por el comandante del cuartel dos, comenzó a pasar frente a la escuadra que le rendía honores. Mano en visera y con paso firme, caminó frente a ellos mirándolos.
Su rostro regordete y de un color rosado, no denotaba emoción alguna. Unos profundos ojos azules, miraban al vacío cuando se cruzaba con la mirada de los aspirantes.
- Parece como si no valiéramos nada para él. - Pensó Luis. – Solo somos unos peones de ajedrez.
Después que recorrió  la escuadra, se situó al lado del teniente.
 - Descansen... arrff! - gritó con voz chillona el general.
- Me han indicado, que ustedes serán futuros oficiales de reserva... - Continuó - Deben tener siempre presente que, la guerra contra el marxismo internacional será larga y dura. Incluso cuando vuelvan a ser civiles, deben andar siempre con los ojos bien abiertos para detectar y neutralizar al enemigo interno, a los comunistas… porque son seres muy astutos que no aceptan que los hayamos derrotado y que los expulsemos del país. Estos señores tienen que saber que si no se van, los acabaremos y dejaremos limpia la nación de este cáncer terrorista... Somos el único país del mundo que se ha liberado de ellos.
Después de decir esto, el general estrecho la mano del teniente Salinas y comentándole algo que lo hizo sonreír, continuo su camino junto al coronel.
 - Posición de descanso, a... discreción. - ordenó el oficial.
La comitiva salió del cuartel y cruzando la calle, se encaminó hacia el casino de oficiales.
- Seguramente allí, le tienen un banquete de recepción mientras, nosotros aquí sin comer nada, esperamos como brutos que terminen. - Pensaba Luis, mientras acomodaba sus pies para no sentir el cansancio. - Podrían por lo menos, dejarnos sentar un minuto.
El resto del día, lo pasaron a la espera del término de la visita, de pie y sin moverse de la guardia. Cuando los motores del puma, con su infernal ruido comenzó a elevar la gran nave, los aspirantes respiraron aliviados. Por fin podrían comer algo, descansar y sacarse el molesto e incomodo uniforme con cargo para revista.


*  *  *

La torre de departamentos se recortaba en el cielo azul del atardecer, como una extensión del Cerro Alegre. Las casas colindantes, la mayoría de adobe y madera, parecían custodiar el block que, con sus terrazas y departamentos en distintos niveles y formas, para no romper con la estética del sector, mostraba una arquitectura moderna mediterránea.
El conjunto residencial de departamentos estaba constituido por dos Block orientados hacia el mar del norte, en la rada de Valparaíso. Habían sido levantados en el plan, de construcciones de altura para las clases bajas, en el periodo del Gobierno Popular, como una forma de detener la expansión de la ciudad hacia los cerros que no contaban con la infraestructura sanitaria del puerto. Pero así, como tantos otros proyectos urbanos, se habían desahuciado con el Golpe Militar y la gente pobre porteña, sin posibilidades de adquirir casas, ocupaba terrenos informales de los cerros y quebradas, alejados del sector urbano. Era la pobreza oculta detrás, más allá de los ascensores y lo romántico del puerto, que se presentaba a los turistas y personal marino extranjero, como la belleza del primer puerto chileno.
En el interior del departamento de Nora, se preparaban para tomar el té. Sonia, encendió la televisión para distraerse con el programa sabatino de concursos y artistas misceláneos, que duraba casi todo el día. Su hermana María aún no llegaba con su pololo Ernesto y su madre, terminaba de poner las tazas y utensilios para las onces
Los jóvenes estudiantes de la Universidad de Playa Ancha, Ernesto, María y Kuan Li, bajaron del microbús que continuaba hasta el Terminal de la población periférica del Cerro Alegre. El joven Chino, portaba solo dos maletas con sus pertenencias y una cámara fotográfica. Una de estas maletas, que era tirada por Ernesto, pesaba más de lo normal.
-  Pero, ¿Qué traes en esta maleta, Kuan Li? ¿Piedras? – Consulto el joven, mientras María esbozaba una coqueta sonrisa.
- No… solo lleva herramientas de artesanía y alambres de cobre.
- Alambres… ¿Y para que son los alambres?
- Con ellos fabrico pulseras, aros y collares… Su venta me ayuda con los gastos de útiles, comida y ropa.
Llegaron a la entrada del conjunto residencial y comenzaron a subir al departamento. La maleta con sobrepeso fue cargada por la pareja que, a duras penas por la incomodidad que deparaban las escalas, logro dejarla en la puerta.
- Aquí estamos… en tu nuevo domicilio, Kuan Li. – Indico María.
El joven miró a Ernesto que, abrazado a la muchacha, le guiño un ojo. La puerta se abrió y Nora apareció sonriente.
- Llegaron justo a la hora de la once. Pasen, tomaremos el té viendo el final de Sábados Gigantes.
Los jóvenes ingresaron al departamento, Sonia se dirigió hacia los recién llegados y besando en la mejilla a Kuan Li, lo tomó de la mano.
- Hola, Soy Sonia. Ven, te mostrare tu pieza.
Sin decir una palabra más, le llevó a la pieza destinada al joven.
- Me voy a poner celoso... - Acotó Ernesto sonriendo. - Ni cuando llegue yo, hubieron tantas atenciones.
- Pero, me tienes a mí. - Agregó María abrazándolo. - Yo te doy todas mis atenciones.
-  A ver, niñita... - Interrumpió Nora de manera simpática. - Cuidado con eso de darle todo le que tienes.


*  *  *


Preparar el baile de investidura era una misión agradable. El hecho de organizarlo por  grupos de aspirantes, servía para conocerse un poco más. El relacionarse con soldados de otras compañías era una buena forma de salvar el abismo que separaba  a aspirantes de conscriptos.
En la sala de clases, el sargento Henríquez preparaba las comisiones para la fiesta.
- Trataremos de conseguirnos el casino de oficiales. - decía a los aspirantes. - Para eso, necesito dos voluntarios...
-  Valenzuela se levantó de su asiento y miró a Luis como invitándolo.
-  Firme mi sargento.
-  Su camarada también se levantó.
-  Bien... Valenzuela y Pérez se encargaran de conseguir el  casino de oficiales. - dijo el clase mirando a los voluntarios  - Tienen que hablar con  el teniente Lehtman de la Tercera  Compañía. El, está a cargo del casino.
Rato después, los soldados se dirigían a la Tercera Compañía, en busca del teniente Lehtman.
La compañía quedaba en el mismo piso del casino de soldados, pero al otro extremo de este.
- Le preguntamos al Cabo de servicio por el teniente. - Indicó Luis.
- A esta hora, no creo que encontremos a algún clase. - Agregó Valenzuela. - Mejor vamos a conocer el casino de soldados y después buscamos a Let-man.
- No entiendo porque nos prohíben hacer amistad con los soldados de las compañías de fusileros. - Comentó Luis aceptando con un movimiento de cabeza la invitación de Valenzuela. - Son jóvenes como nosotros.
 - Yo tampoco. - Respondió. - El que nos preparemos para ser oficiales de reserva no es una justificación suficiente, pero las órdenes hay que cumplirlas.
Los aspirantes llegaron al casino de soldados. Era una  larga sala en el tercer piso del pabellón, que se ubicaba al costado este del cuartel. Estaba casi vacío, los pocos soldados que había se quedaron mirando a los aspirantes que se acercaron  al mostrador, donde un soldado alto, moreno y de contextura  gruesa, atendía a otro que, también extrañado, miraba a  los jóvenes.
 - Ola. - dijo Andrés, actuando como si fuera un cliente habitual del casino.
En una mesa, un soldado dijo algo que hizo reír estruendosamente al que lo acompañaba. Luis se volvió a mirarlos pero Valenzuela, le tomó del brazo.
 - No les hagas caso. - le susurró y apoyándose en el mostrador, se dirigió al moreno. - Dos bebidas... ¿Tienes algo para jugar?  ¿Un naipe? ¿Algo?
 - Dominó y ajedrez. - contestó el soldado mientras sacaba las bebidas y las destapaba en el borde del mostrador.
 - ¿Sabes jugar ajedrez? - preguntó Andrés.
 - Ni tanto.
 - Entonces, juguemos ajedrez.
El soldado les entregó las bebidas y sacando de arriba del estante un cartón junto a una caja, se las entregó a Valenzuela.
 - Son, cuatrocientos cincuenta escudos...


*  *  *

El barrio chino del Puerto era el sector de mayor movimiento en la tarde. La jornada única laboral, que regía producto del estado de excepción y el toque de queda, concluía a las cuatro de la tarde. Desde esa hora, los estibadores, marineros, oficinistas, pescadores y obreros, recorrían sus calles buscando un lugar para divertirse o para ahogar sus penas y frustraciones en el alcohol, junto a alguna buena moza que lo atendiera.
Hilda, con una diminuta falda combinada con una escotada blusa, caminaba contorneando su curvilínea figura entre los pasajeros consumidores del Bar Dragón Rojo.
Varias jovencitas y otras no tanto, pero no por eso menos atractivas, acompañaban a los clientes y les servían los pedidos. La música comenzó a sonar estrepitosamente y una cortina comenzó a abrirse dejando ver una tarima que hacía las veces de escenario. Las luces de los focos, iluminaron la figura femenina central de pelo rizado, dejando ver las  facciones asiáticas de Hilda, que comenzó a moverse con el ritmo y la melodía, en cadenciosos contorneos eróticos y pelvianos. Los clientes aplaudían y gritaban piropos a la mujer que, lentamente se quitaba la blusa dejando ver sus exuberantes pechos sostenidos por un diminuto sostén. El frenesí de los contertulios se convirtió en catarsis colectiva cuando Hilda se quitó la falda y la arrojó al mesón del Bar. Los movimientos eróticos del baile, mostraban sus nalgas sacudidas por el ritmo, apenas tapadas por un calzón en triangulo negro. Los gritos y aplausos no cesaban y más de algún atrevido, se acercaba a la tarima intentando tomar sus piernas con panty-medias y ligas elásticas, pero el movimiento de la mujer evitaba cualquier contacto en el escenario.
Un joven uniformado militar, con la estrella de subteniente en la solapa de la camisa, ingresó en la penumbra al local para observar a Hilda trabajando en él. De espaldas al público siguiendo el ritmo, la mujer soltó el broche del sostén, dejándolo caer con su brazo izquierdo estirado hacia los extasiados espectadores, flectando su cuerpo repentinamente para girar y mostrar sus senos desnudos sujetos por su mano derecha, en el preciso momento en que Lehtman sale de la penumbra al costado del escenario, enfrentándola sonriente. Sus miradas se cruzan y la bailarina termina el espectáculo con los últimos movimientos de sus manos y dedos peinando el cabello rizado hacia arriba, mientras retrocede lentamente hasta perderse en la cortina del fondo.
Los aplausos, silbidos y gritos, continuaron unos segundos mientras se encendían algunas luces, para que las mujeres siguieran atendiendo. Una joven se acerca al oficial, apoyando suavemente su mano en el hombro.
- ¿Deseas servirte algo? - Le consulta coqueta.
-  Si, una Cuba Libre. - Responde Lehtman, agregando enseguida. - ¿Le puedes decir a Hilda que me lo traiga?
- A... Eres su cliente. Le avisaré que llegaste.
El oficial se acomodó en la esquina del mesón, al costado de la tarima de baile esperando que apareciera Hilda. La joven volvió del camarín, acercándose al militar.
- Ya, guapo. Viene enseguida. - Agregó acariciándole la barbilla mientras se alejaba.
Pasaron algunos minutos, las mujeres del local se esmeraban por atender a los visitantes, mientras una de ellas pasó al camarín sonriéndole a Lehtman, asumiendo llegada la hora de preparación para subir al escenario.
El teniente levantó la mano para que el barman se le acercara. Un fornido empleado se encaminó tomando un vaso con hielo y una servilleta de papel, mientras de bambalinas, Hilda nuevamente con la falda y la blusa amarrada al estómago, se acerca por el costado.
- ¿Como está, Teniente? - Consultó suavemente.
-  Hilda... No tan bien como tú.
-  Gracias, estoy mejor... con el trabajo aquí no pienso mucho sobre lo pasado.
Hilda guardó silencio. Miró con tristeza al oficial que, tomando su mano, la acaricia con los dedos.
- Has sufrido mucho Hilda. Creo que ya es hora de cerrar el círculo y comenzar a vivir para ti. - Agrego Lehtman manteniendo apretada su mano. -  Yo cuidare que nada malo te pase desde ahora en adelante.
- Gracias Alejandro. Eres un buen amigo. - Murmuró suavemente Hilda besando tiernamente sus labios. - Y el único que tengo.
El oficial la abrazó y la mantuvo entre sus brazos mientras la mujer, se dejaba llevar por el momento.
La tarde comienza a apagar el bullicio de la bohemia y a cerrar los locales nocturnos, mientras la hora del toque de queda se acerca inexorablemente con su aparente calma.


*  *  *

Esa mañana, el cuartel militar porteño se encontraba en silencio. La formación matutina se había realizado como siempre, pero posteriormente se había autorizado la salida franco de dos compañías junto a la que se encontraba saliente de guardia. Solo el curso y la Tercera Compañía se encontraban en servicio y de emergencias, junto al personal del cuadro permanente.
Los aspirantes Pérez y Valenzuela llegaron a la cuadra de la Tercera Compañía.
- ¿Esta  aquí mi teniente Let-man? - preguntó Andrés a un soldado que, en ese momento, salía de los dormitorios.
- ¡Mi teniente Lehtman! - corrigió este. - Andaba recién por aquí. A lo mejor está  en el casino... al lado.
- Debe ser bien jodido si va a buscar a los soldados al casino. - comentó Luis a Andrés mientras caminaban por el pasillo.
Los aspirantes llegaron a la puerta del casino. Esperaban escuchar los gritos del oficial en los llamados de atención, pero solo se escuchaban conversaciones y risas.
 - Parece que no está aquí. - Comento Andrés.
Segundos después, ingresaron al recinto.
Había varios soldados compartiendo en las mesas. Los jóvenes buscaron con la mirada, esperando encontrar a alguien que pareciera un oficial.
- ¿Esta aquí mi teniente Lehtman? - Preguntó Luis a un soldado que se disponía a salir del casino.
 - Sí, Ahí está. - contestó apuntando a una mesa, en donde cuatro soldados, jugaban alegremente dominó. Los aspirantes se acercaron.
El teniente Alejandro Lehtman era uno de los jugadores. De pelo corto y rubio, aparentaba menos de veinticinco años y habría pasado por un soldado mas, de no ser por las diminutas estrellas metálicas que prendían, en el cuello verde oliva de la camisa militar.
 - Permiso para hablar con usted, mi teniente. - dice Valenzuela.
 - No sea tan milico, soldado. - Contestó el oficial. - Si no te has dado cuenta, estamos en el casino divirtiéndonos... aquí somos todos amigos.
Los aspirantes se miraron sorprendidos.
La situación quebraba todos los esquemas que les enseñaban en el curso. Un  oficial que compartía con la tropa, jugando al dominó de igual a igual con los soldados.
- Mi sargento Henríquez nos mandó a hablar con usted para solicitarle el casino de oficiales.  - dijo Luis. - Queremos hacer ahí la fiesta de investidura.
- De acuerdo. Pero no puedo decidir ahora, así que mejor vuelvan mañana y les tendré una respuesta.
Los aspirantes dieron la vuelta y se alejaron, mientras el oficial, como si nada, continuó jugando con los soldados.
Valenzuela y Luis volvieron a la sala. Cuando entraron, el sargento Henríquez escribía en el escritorio acompañado de Sazo, de pie al costado izquierdo.
 - Y bien Valenzuela, ¿cómo resultó la misión? - Preguntó el instructor.- ¿Se consiguieron el casino?
 - Aun no, mi sargento. Mañana nos va a responder mi teniente Lehtman.
- Ese espécimen... Tienen que tener cuidado con el teniente, no deben creerle mucho lo que dice. Está medio loco.
Luis y Andrés se miraron nuevamente a modo de pregunta.
 - (...) Lo primero que nos enseñaron aquí, es a no hacer comentarios de nuestros superiores y menos de un oficial. - Pensó Luis, mientras se dirigían a los casilleros.
Al día siguiente, terminada la instrucción matutina, Pérez y Valenzuela se dirigieron a la tercera compañía en busca del teniente Lehtman. Terminaban de subir la escala al pasillo de la cuadra, cuando aparece  el oficial.
- A, son ustedes... acompáñenme. - Dijo el teniente, mientras volvían tras sus pasos bajando las escaleras. -  La respuesta de los oficiales fue negativa.
Luis y Andrés lo siguieron por el patio.
El oficial tenía simpatía. Algo de él inspiraba confianza a diferencia de otros oficiales, que creaban un abismo entre ellos y los clases. Este, hacía amistad incluso con los soldados, que el lugar que ocupaban en la pirámide del poder, era la punta de la bota de los superiores.
- El mayor Leyton rechazó la solicitud de petición, por considerar que esa actividad no le compete a la oficialidad.
 - ¿Aunque nosotros seamos aspirantes a oficiales de reserva?
 - A pesar de eso. - Respondió el teniente. -  El mayor y los demás oficiales creen que todos los que no están a su altura, no merecen los mismos privilegios.
 - Mi teniente, a nosotros nos enseñan eso mismo. - Dijo Andrés -  Nos dicen que ser oficial es pertenecer a una clase social superior, pero usted parece pensar distinto.
- Si ustedes llegan a ser oficiales, solos se darán cuenta, que nunca podrán ser iguales a ellos. - El teniente miró por un instante a los jóvenes. - A  mí por ejemplo; me aíslan, porque no soy un oficial de escuela. Me llamaron de la reserva para el golpe de estado, cuando terminaba mi carrera de Leyes en la universidad. Por mis estudios me correspondía el grado de Subteniente, pero para ellos, solo soy un oficial de segunda categoría.
Lehtman se detuvo un momento. Inhaló el aire marino como respirando un poco de libertad y continuó. - Además no les gusta que yo, no acepte ciertas normas que nos imponen... como por ejemplo elegir la novia con la que deberás casarte. Esa es una decisión personal y no tienen por que decirte tal o cual mujer te conviene.
El oficial y los aspirantes llegaron al medio del patio, en donde se detuvieron.
 - Bueno aspirantes... En otra oportunidad seguiremos conversando. - Agregó el teniente y se alejó.
Los jóvenes se quedaron en silencio mirando el altivo caminar del oficial. Después, sin hacer comentario alguno, partieron en dirección al rancho.

Los preparativos de la fiesta continuaron. El casino de suboficiales fue conseguido por el sargento Henríquez, para realizar la actividad en ese lugar.
Una semana antes de la fecha acordada, llegaron los uniformes. Había que comprar presillas tricolores, parches de grados y parches con la insignia del segundo de línea. Después, había que coserlos al traje.
 - No me quedó muy bien. - Pensaba Luis. - Se notan las puntadas. Pero, no creo que importe mucho, total es solo una noche.
 - Mal pegado. - dijo el sargento y de un tirón sacó los grados cosidos a la manga del uniforme. - Péguelos de nuevo.
Luis no fue el único... Solo unos pocos aspirantes de la escuadra, se salvaron de hacerlo por segunda vez.
 - A los aspirantes de las otras escuadras ni los revisaron. - Pensaba mientras daba puntadas, tratando de que esta vez quedara mejor la costura. - Que mala suerte es tener al loco Henríquez como comandante de escuadra.
Toda la tarde los aspirantes se la pasaron cosiendo el uniforme y la noche comenzó a caer en el puerto. El barrio chino bullía de actividad, mientras Luis, caminaba solo por esas calles en constante movimiento. Soldados, marinos, civiles y mujeres alegres, todos ávidos de emociones, buscaban algo que tal vez no encontrarían esa noche.
 - Soldado Pérez... - Dijo alguien de pronto, entre la multitud.
Se volvió para mirar quien era el que lo llamaba, encontrando al teniente Lehtman, que vistiendo un pantalón y camisa de mezclilla, abrazaba a una atractiva mujer de unos treinta años y rasgos orientales. Una hermosa cabellera rizada, caía por sus hombros tratando de cubrirlos, puesto que un escotado vestido los dejaba libres para que el oficial, los acariciara suavemente.
 - Buenas noches teniente. - Respondió mientras se acercaba.
 - No me trates de teniente aquí. - Acotó mientras sonreía mirando a la mujer. - Me puedes decir Alejandro. Fuera del cuartel somos todos iguales y podemos ser amigos.
 - De acuerdo, Alejandro. Por casualidad ¿no necesita ayuda? - Preguntó Luís, mirando el atractivo cuerpo de la mujer.
 - No. - Respondió sonriendo. - Con Hilda puedo arreglármelas solo. Es que te vi pasar y parecías preocupado. ¿Tienes algún problema?
 - Si, pero no es tan grave. - Agrego el joven aparentando conformidad. - Pasado mañana tenemos la fiesta de investidura y no tengo quien me acompañe.
 - Pero ese no es un problema... Yo te puedo presentar unas amigas y una de ellas, te podría acompañar.
 - Pero, ahora está ocupado, ¿o son, amigas de por aquí?
 - No. Son amigas de Cerro Alegre. - Agregó el oficial y bajando su mano hasta la cintura de la mujer, la miró un segundo. - Pero, a Hilda no le molesta que te lleve. Ella puede esperarme.
Los nuevos amigos dejaron a Hilda en la puerta del Dragón Rojo y se dirigieron hacia el centro del puerto. Minutos después, se encaminaban por una estrecha calle, que se iniciaba al costado del edificio municipal, llegando a una vieja puerta de madera que se encontraba abierta frente a la reja metálica.
El crujir del solitario ascensor, parecía querer decir  a los únicos pasajeros, que tenía ya muchos años de subir y  bajar por ese camino de rieles. Lentamente comenzó a salir desde el túnel cavado en el interior del cerro, como señal de que el final del ascenso estaba cerca.
 - No había subido nunca por este ascensor. - Comentó Luis.
 - Es uno de los más antiguos del puerto. - Respondió Lehtman sin dejar de sonreír.
El carro se detuvo. Un anciano habría lentamente la puerta de este, dejando salir a los pasajeros. Una tenue luz mostraba el recinto, con sus viejas paredes de adobe llenas de  resecas quebraduras, las cuales aún acusaban huellas de intentos de reparaciones, dejando ver palos semi-apolillados bajo los ventanales. El caminar lento y pausado del guía, los acompaña hasta la solitaria salida al mirador.
Entre interminables escalas, las viejas casonas contrastaban con unos casi nuevos blocks de departamentos, que enfrentaban imponentes al océano en su negra inmensidad, cargada de reflejos provocados por las luces de los faroles en los cerros.
Los amigos se dirigieron hacia la entrada al conjunto. En la calle, unos niños jugaban alegremente entre las sombras.
El doble edificio estaba rodeado por unas rejas de fierro. Cruzaron el metálico portón y siguieron por un pasillo rodeado de jardines. Una pareja en la oscuridad, continúa en su suave coloquio, sin importarles el paso de los visitantes. Subieron al tercer piso por una iluminada escala y se detuvieron frente a una puerta con el número 308.
Lehtman tocó dos veces la puerta. Segundos después, se abre y aparece una delgada joven, que mira a los visitante y sonríe.
- ¡Jano! ¿Te acordaste que tenías amigas por estos barrios?
- No me he olvidado de ustedes. - Contesta Lehtman. - Lo que pasa es que a los milicos les gusta tenerme ocupado. - Viendo que la joven observaba a su acompañante, gira levemente hacia él y agrega. - ­Ah... Sonia, te presento un amigo.
 - Ola, me llamo Luis.
 - Mucho gusto. - Contesta la muchacha, quedando con la mirada fija en los ojos del presentado. - Pero pasen... No se queden en la puerta.
Ingresaron al departamento que era pequeño y de un solo ambiente. Tres confortables sillones separaban el estar, del comedor. Una mesa rectangular dejaba poco espacio para las sillas y un antiguo mueble, adornado por figuritas de vidrio y loza. En una silla, una señora delgada de rostro agradable que denotaba una atractiva juventud, sonreía a los visitantes.
- Norita, ¿cómo estás? ¿No ha llegado el pate perro de tu marido? - preguntó alegremente Alejandro mientras se acercaba a saludar a la mujer.
La beso en la mejilla y se sentó a su lado.
 - No, que va a llegar... La semana pasada escribió desde Japón. Posiblemente venga para Navidad.
 - Mi papa  es marino mercante... del están hablando. - dijo Sonia a Luis que miraba a los amigos. - Siéntate. ¿Quieres  Coca-cola?
 - Bueno. - contestó el joven mientras se acomodaba en el sillón.
Sonia se encaminó a la cocina. Del refrigerador sacó la bebida, tomó unos vasos y volvió a la sala. Luis, sentado a un costado del sillón, tomó unos aros artesanales confeccionados con alambre de cobre, que se encontraban en una mesita.
- ¿Te gustan? - preguntó Sonia mirando al visitante mientras llenaba los vasos con bebida. - Los hace un amigo que vive aquí con nosotros. ¿Quieres ver cómo?
 - Ya po. Conozcamos al artista. - Contestó sonriendo y se levantó.
Dejaron a Nora y Alejandro que conversaban entretenidos, llegaron a una pequeña pieza en donde apenas había espacio para una cama y un pequeño escritorio. Sentado frente a él, un joven oriental trabajaba con un pequeño alicate, doblando y dándole forma a alambres de cobre. A su lado, otra joven quedó mirando a Luis cuando apareció.
 - Te presento a María y Kuan Li. - dijo Sonia - Este es Luis.
Kuan Li estrechó la mano del visitante y María, con una  hermosa sonrisa aceptó un beso en la mejilla.
La conversación se puso animada con los cuentos de las peripecias, sufridas por ambos jóvenes. El viaje que Kuan Li había realizado hasta llegar al país, la beca caducada en la Universidad aunque tenía buenas notas, la discriminación solapada que existía, la suerte de encontrar a esta familia.
Los jóvenes, entretenidos con la conversación, no se percataron del tiempo que había  pasado, hasta que Alejandro decidió que ya era hora de partir.
Minutos después salían a la puerta, Sonia y María los acompañaron.
 - Espero que no se pierdan. - Dijo María a Lehtman.
 - Nosotras casi siempre pasamos solas, - agregó Sonia mirando coquetamente a Luis - pueden venir cuando quieran.
Alejandro se acercó al joven y le pegó un suave codazo.
 - Luis les quiere pedir un favor, chiquillas. - Agregó.
 - Ah, si... El sábado tenemos el baile de investidura y yo, no tengo con quien ir... Tal vez podría...
- ¡Sí! ¡Yo te puedo acompañar! - dijo Sonia sin dejar siquiera que terminara.
María quedó mirando sorprendida a Luis, que le observó también por unos segundos y luego acotó.
 - De acuerdo. Te paso a buscar en la tarde, antes de las seis.
Se despidieron en la entrada del edificio en momentos que la sirena de un barco rompía el silencio de la noche avisando que estaba cerca la hora del toque de queda.
 - Me habría gustado invitar a María. - Pensó Luis mientras se alejaban por entre las escaleras del puerto.

El día viernes, los aspirantes estuvieron toda la tarde preparando el casino de suboficiales. El pasillo de la entrada, lo cubrieron con una ramada y redes de mimetismo formando un túnel, que le daba un aire de fantasía al lugar. En su interior, algas, redes de pescadores y piezas de armamentos antiguos con luces de colores adornaron el espacio disponible.
El sábado, fue un día muy ocupado. Hicieron el aseo de, prácticamente todo el casino y sus alrededores, asistidos por el sargento Henríquez que lo revisaba todo con la pulcredad que le caracterizaba.
Por la tarde, vistiendo impecablemente el uniforme gris, con sus presillas tricolor y sus grados, Luis llegó al edificio de su improvisada pareja. Sonia, con un gran peinado y un sobrio traje crema, lo esperaba. El soldado buscó inútilmente con la mirada a María, la sintió hablar en la pieza de Kuan Li, pero ella no apareció.
La pareja se despidió de Nora y salieron rumbo al cuartel, mientras por una ventana del departamento, María se quedó mirando cómo se alejaban.
La fiesta fue latosamente apagada. Y hubiese sido peor si Iván, "el grande" no hubiera traído como compañera a Carolina, una simpática gorda de gran personalidad, que animó a ratos la velada con su acompañante. En la cena, aparatosa pero insignificante puesto que hubo exceso de cubierto y bajilla, para la poca comida servida, los asientos de los costados del oficial a cargo del curso y su acompañante, fueron designados para la primera y última antigüedad respectivamente. Luis y Sonia se sentaron al lado derecho del teniente junto a su novia, una poco atractiva mujer, petulante y nada sociable puesto que, durante la cena Luis le dirigió algunas palabras que no obtuvieron respuesta, solo algunas miradas superitantes.
 - Pobre teniente Salinas, la noviecita que le escogieron.  - Era el comentario obligado que se hacía en la fiesta y que siguió posteriormente en el recuerdo de los Aspirantes ya oficializados.