Capitulo II ESTADO DE SITIO


Capítulo II



La amplia avenida de piedra pulida, conformada milimétricamente en pastelones brillantes, terminaba en la intersección de la Alameda frente a la imponente estructura metálica de la Estación Central de trenes, que en su ángulo principal, exponía un reloj con su puntero inagotable, marcando los segundos de cada minuto pasado y presente.
Era incesante también, el paso de los vehículos pequeños y de transporte público, que cruzaban la avenida durante las horas de la mañana. Algunas personas de pie frente a la acera, esperaban el paso de los vehículos para continuar su camino, mientras en el muro de la esquina, un letrero de metal prensado, con el nombre “Matucana” en el centro, indicaba la dirección del tráfico.
Bajando por la Alameda hacia el oeste, comenzaba la calle Ecuador con la línea de rieles metálicos de antiguos tranvías, que se abría paso hacia el poniente, entre los baldosines de piedra.
El campus de Diseño de la Universidad Técnica del Estado, era un antiguo edificio de ladrillos amarillentos, donde había estado por años la escuela de artes y oficios. Sus muros exteriores, sobre los dinteles de las altas ventanas, aún presentaban pequeños orificios producto de los impactos de balas del quiebre institucional, de alguna acción armada o amedrentamiento militar posterior.
En su interior, las salas de clase se dividían entre cuadras de dos pisos, con amplios pasillos que enfrentaban los rectangulares jardines interiores, al igual que las antiguas casas patronales hispanas.
Los patios centrales estaban cubiertos en sus costados, por largos aleros que protegían a los estudiantes que transitaban por los pasillos, en tiempos de lluvia.
En medio de los jardines, Víctor Villagra sostenía una carpeta de croquis, en la cual dibujaba con un grafito los balcones de las aulas.  Era un joven con cara de niño. Un rubio bigote de finísimos vellos, se movían al ritmo de la lengua, que a medio salir, recorría los labios de un lado para otro. Sus verdosos ojos, saltaban rápidamente desde la hoja de dibujo hasta los edificios y de vuelta al papel. Se le veía siempre solo, Víctor era un muchacho introvertido, pero muy observador.
Los últimos años de la secundaria, fueron a la postre, los que definieron el pensamiento crítico del joven, pues fue en ese periodo, donde comenzó a comprender  ciertas ideas humanistas que planteaba el movimiento cultural, muy de moda en ese tiempo. Aunque su país, en solo mil días, pasó por un proceso en donde hubo un forcejeo de todas las fuerzas sociales… que pugnaban, unos pocos, por reconquistar granjerías y privilegios que perdían y los otros muchos, por acelerar el cambio que habían proyectado a través de toda una historia de sufrimientos y frustraciones.
Su familia, de clase media baja, hacía esfuerzos para proveer de los materiales necesarios para el estudio superior; su Padre, un diacono de una capilla cristiana poblacional, trabajaba algunas horas a la semana como profesor de religión independiente, en los colegios fiscales de la comuna. La beca del estado, ya no era completa como los años anteriores y debería ser pagada cuando terminara su carrera. La educación Universitaria, que había sido gratuita en el corto período del gobierno popular, debía ser costeada por la familia y por el alumno, en los rubros de alimentación y materiales de estudio, que no eran cubiertos por la beca.
De pronto, un murmullo distrajo al joven. Levantó la vista de su trabajo y observó a un grupo de estudiantes que corrían hacia la rectoría.
- ¿Qué ocurre? – Preguntó una atractiva joven a otro muchacho que venía más atrás.
- ¡Se llevaron a Vladimiro González! – respondió casi murmurando. – Unos milicos que llegaron con varios tipos de civil y con lentes oscuros, lo subieron a un auto negro mientras camiones militares cerraron la calle.
- Y los chiquillos. ¿A dónde fueron?
- A dar aviso al Rector, por si puede hacer algo.
- (…) ¿El rector? - Pensó Víctor mientras miraba a la joven alejarse. – Si también es un milico designado por el gobierno. ¿Qué va a hacer por el alumno?  ¡Conocer a todos sus amigos y mandar a encerrarlos en alguna cárcel clandestina! Ojalá que la flaquita no vaya con los demás.
Se levantó cerrando la croquera y sin dejar de mirar a la muchacha, siguió a los jóvenes hacia el edificio de administración.
El grupo de muchachos ya estaba en la rectoría.
La joven con su acompañante, se quedaron al costado del edificio a la espera de la salida de los alumnos.
Víctor se acercó a los jóvenes que, lo miraron por un segundo y siguieron conversando en voz baja.
-  ¿Dónde está el Centro de Alumnos? – Preguntó tratando de parecer casual.
La muchacha lo miro de reojo y el joven se volvió enfrentándolo.
-  ¿Eres nuevo? – Agregó sarcástico. -  ¡No puede haber ningún tipo de organización en la Universidad! ¡Estamos en estado de emergencia nacional! …O no lo sabías.
-  Claro, como vi entrar a un grupo de alumnos a la rectoría, Yo pensé que…
-  ¡Fueron a pedir certificados! – Respondió la muchacha mirando por el hombro. - Y a ti… ¿Qué te interesa?
-  El Rector no les va a ayudar… - Agregó pausadamente Víctor mientras comenzaba a alejarse.
-  Espera… -  Respondió el joven moviendo la cabeza hacia abajo. -  Me imagino que ya sabes lo que pasó. ¿Tienes alguna otra idea?
-  Ir a la Vicaría…  -  Murmuró, mientras volvía al lado de los alumnos. - Se está juntando un grupo de religiosos de varias iglesias para ayudar y recibir las denuncias de arrestos ilegales o secuestros.
-  Pero, ¿que pueden hacer un grupo de curas contra todo el aparato militar?
-  Poner Abogados… ¡La fe mueve montañas! 
En ese momento, el grupo de alumnos salió de la oficina administrativa de rectoría, con unas hojas en blanco y se acercaron a los jóvenes.
-  Hay que hacer correr una lista de apoyo. - Indicaron mientras entregaban a la muchacha las hojas y un lápiz.  -  Con nombres, número de carné y firmas.
- ¿Qué van a hacer con las listas? -  Preguntó el joven que acompañaba a la muchacha.
Víctor guardó silencio.
-  Se la presentaremos al Rector. -  Respondió uno de los muchachos. – El nos sugirió la idea, dijo que tal vez podía hacer algo por González.
-  Pero eso es entregar en bandeja los datos de los compañeros de Vladimiro y de los que se organizan para ayudarlo. -  Intervino Villagra en voz baja.
-   ¡Pero, hay otra alternativa! -  Agregó la joven mirando a Víctor sensualmente.
-   Si, denunciar el hecho en La Vicaría Cristiana.
-  Y ustedes… – Murmuró el otro joven.  - Cuídense de aparecer haciendo cosas. El rector ya los conoce y los va a estar observando de ahora en adelante.
-  Ya, separémonos… Después decidimos quienes van a la Vicaria a poner el aviso del secuestro. Y boten las listas que no sirven para nada.
-  Mi nombre es Cecilia y tú, ¿cómo te llamas? – Pregunto la muchacha.
-  Víctor, estoy en la carrera de diseño. – Agregó. – Espero verte otra vez.
-  Ya po, paso casi siempre en la biblioteca. Nos vemos.
Los jóvenes se alejaron. Mientras caminaba, Víctor volvió su cara para mirar a la muchacha que también lo observa un segundo hasta perderse por un pasillo posterior.  



*  *  *


La cancha de fútbol en el patio posterior del cuartel, semejaba un pastizal reseco.  El parque de ejercicios parecía una cantera… el polvo se levantaba impregnando las ropas de los soldados que evolucionaban en el terreno.
El sol, a veces opacado por una que otra nube, calentaba la tierra haciéndola más liviana y volátil, oscureciendo los rostros juveniles y sudorosos de los conscriptos. Llevaban media mañana practicando los giros sobre la marcha,  ejercicio que correspondía a ese día de instrucción.
El sargento  Gallardo caminaba al lado de sus soldados dando las órdenes.
- A la derecha... Maar - Gritó y los conscriptos cambiaron bruscamente la dirección de la marcha quedando en bloque mientras avanzaban.
- A la izquierda, mar.
Casi todos los soldados giraron a siniestra, menos uno que, de pronto, quedó frente a otro chocando con el sorpresivamente.
- ¡Alto la escuadra! - Gritó el sargento. – Venga acá, el animal  que se equivocó.
Claudio Aravena salió de la fila y corriendo se puso frente al sargento.
-  ¡Menos mal que las vacas no vuelan! - Dijo el clase. - Si  así fuera, pasaría todo el día nublado.
Las risas se dejaron oír en la escuadra.
- Soldado Nelhuipan. Al frente. - Gritó enseguida y cuando  el soldado llegó a su lado, lo puso frente a la escuadra.   - Les presento, al pegador oficial de la escuadra.
Nelhuipan era un mocetón descendiente de los nativos de Arauco. Era, el más pequeño de la escuadra, pero macizo y de anchas espaldas.
- Muy bien - dijo el clase. - Pégale una bofetada, para que  no se olvide hacia donde debe hacer el giro.
Lo puso frente a Aravena. El mocetón levantó la mano y  golpeo suavemente la mejilla de Aravena.
-  Cuidado, no lo vayas a aturdir... - Dijo burlonamente el sargento. – Ahora, sácate la bota derecha.
El soldado que hizo de verdugo cumplió la orden.
- Ya, sácate el calcetín también.
Sentado en el suelo, Nelhuipan terminó lo indicado. Varios soldados de la escuadra no aguantaban la risa de ver lo que ocurría.
- Y ahora pégale de nuevo, pero con el calcetín. – Agrego el instructor.
El soldado lo hizo cómicamente, la risa se generalizó en los conscriptos.
Luís observaba impertérrito a sus camaradas.
- Soldado Aravena, enséñele a Nelhuipan como debe pegarse.   -    Fue la siguiente orden.
Ahora fue el castigado quien se convirtió en verdugo, golpeando ruidosamente la mejilla del conscripto. 
-    No... Todavía no me gusta. - Dijo el clase y mirando a la  escuadra, vio que Luís no reía.
- A ver, soldado Pérez, venga y muéstreles a esos señoriítos como se pega.
- ¡A su orden mi sargento!
Luís se puso frente a los jóvenes, irascible con lo que  estaba ocurriendo.
-   Si no les pego fuerte ellos me van a pegar después a mí. -  Pensó mirando a los conscriptos con lastima. Levantó la mano y abriéndola, para que el sonido fuese mayor, golpeo cada rostro dando la impresión de un fuerte castigo.
-  Por ahí está  mejor. - Dijo el sargento. - Tomen su puesto.
La instrucción continuó con los demás, mientras Nelhuipan se ponía la bota.
Una y otra vez se repetían los ejercicios, el sudor corría  por la frente y las espaldas de los soldados a causa del constante movimiento, hasta que la hora del rancho llegó.
El sargento los despachó con el cabo de servicio y los soldados, con sus poleras mojadas por el esfuerzo, se encaminaron a las cuadras.


*  *  *


La población enclavada en el sector Nor-poniente de la Ciudad de Santiago, estaba construida preferentemente con casas irregulares de madera, que sufrían transformaciones constantemente. El sol del amanecer, se alzaba entre las nubes sobre la cordillera, iluminando los techos confeccionados con distintos materiales, asbesto cemento, fonolas y latones, que preferentemente eran sujetados con clavos, pesados ladrillos y oxidadas estructuras de fierro, que en su tiempo constituían partes de bicicletas o triciclos. Era una de las poblaciones que desde la década del 60, fueron producto de las tomas de terrenos o se autorregulaba por asignaciones municipales de las denominadas operaciones sitios.
En una de estas casas, el reloj despertador sobre el velador, comenzó a sonar ruidosamente.
La morena mano, de Pedro Navarro, buscó encima del mueble, tratando de encontrar la fuente del ruido. Encontró el dispositivo de detención de la maquina y lo presionó para silenciar el persistente ring-rineo que rebotaba, con su campanillero eco, en la humilde pieza que servía como dormitorio.
Incorporándose lentamente, tiró los roídos cobertores hacia la parte trasera del cabestrillo, hecho de madera corriente y sin pintar, sentándose en el costado.
Apoyó sus pies en el suelo raso. Se escarbó su negro cabello rizado, deslizando sus manos hasta la nuca y las estiró con sus brazos, como buscando el cielo para tomarlo.
Observó por un instante el imperturbable reloj y comenzó a ponerse los pantalones. Se levantó de la cama y se dirigió hacia la parte contigua del cuarto, tomando una ennegrecida tetera para colocarla en una cocinilla, que encendió con un cerillo raspado en una diminuta cajita.
Unos golpecitos en la muralla le hicieron prestar atención.
- Compañero… - susurró una voz femenina desde atrás de la pared – El baño está desocupado para que lo use.
- Gracias, compañera. – Respondió en voz baja.
Las calles de la población periférica, comenzaron a recibir el cansino paso de los habitantes, en su mayoría obreros, que salían de sus ranchas, apenas terminado el toque de queda… había que realizar las actividades diarias en un lapso de diez horas, que era el tiempo que duraba la jornada autorizada en el estado de excepción.
Pedro, salió aprisa… Era muy importante contactar al compañero de enlace para entregar una información.
Sabía muy bien que era cuestión de tiempo… La joven compañera de la Dirección del Partido, era seguida por civiles en automóviles oscuros desde hacía varios días y peligraba su vida. La solución era el asilo en alguna Embajada neutral.
Llegó a la esquina, miró hacia las casi solitarias y pedregosas calles, buscando algo anormal. Se cercioró que no había peligro y siguió caminando hasta perderse en un callejón.


*  *  *


Los gritos del clase de servicio interrumpiendo el descanso de los jóvenes conscriptos que, esparcidos entre árboles, galerías y muros divisorios del extenso patio del cuartel militar, se incorporaron raudamente para comenzar a agruparse en el sector central del parque de entrenamiento. 
Luis, levantándose con agilidad del pastelón bajo el  árbol en que se encontraba, corrió junto a los otros soldados a la fila.
Se ordenaron frente a las otras escuadras que, en ese momento, se encontraban en la cancha de arrastre y el patio de ejercicios.
- ¡Formar la compañía! - gritó el teniente a cargo, por lo que los instructores de servicio corrieron a tomar también, su puesto en la fila.
- ¡Atención, fire... aline, arr! Vistal frent! - gritaba. – Honores, al comandante de la compañía. ¡Atención, vista a la de... ré!
El teniente dio media vuelta y caminó hasta situarse frente a un capitán que llegaba al lugar, llevándose la mano a la visera agregó marcialmente…
- Compañía formada mi capitán, sin novedad.
- ¡Vista al frent! - gritó el capitán mientras ambos bajaban la mano de la visera.
- Así que éste es el famoso comandante de la compañía. - pensó Luis. - Ojalá  que sea mejor que los otros instructores.
- Muy bien. - dijo el capitán - Veremos el progreso de la unidad con una serie de giros. Salgan de la fila los comandantes de escuadra.
Los clases se movieron de inmediato.
- Serie de giros. - ordenó el capitán agregando rápidamente. - A la iz...quier. Media vuelt...  a la de...ré.
Los soldados desordenadamente trataban de cumplir las órdenes.
- Media vuelt...  a la de...ré.
Terminada la serie de giros, la formación era un caos.
Muchos habían quedado mirándose de frente, otros de espaldas al oficial, la mayoría mirando con preocupación al capitán que irascible gritó coléricamente...
- Pero, ¿qué es esto?  ¡Está pésimo, muy malo! Les faltan palos a estos pelados... - Siguió vociferando a continuación. -  ¡Media vuelta carrera marr! …Los clases, sacarse los cinturones y a correazos, apuren a estos cerdos.
Correr a la izquierda, hacia atrás, tirarse al suelo, una tras otra las órdenes continuaban, mientras los cinturones de los suboficiales surcaban el aire para rebotar en las espaldas de los soldados  conscriptos.
La cancha donde ocurría esto era de un polvillo muy fino y con el incesable movimiento, el aire se puso irrespirable. El jadear de los conscriptos y la calor, transformaron ese aporreo en un infierno interminable.
- Ojalá  se muera este desgraciado. - pensaba Luis mientras escupía barro de su boca.
Por fin, después de un largo martirio, llegó la orden de terminar.
El capitán, sin decir una palabra más, se limito a sonreír. Realizando un guiño saludó al teniente y se retiró del lugar altivo.

Al día siguiente, en medio de la instrucción matinal y mientras los conscriptos descansaban, se corrió la voz.
-   ¿Supiste la última?
-   No, ¿qué pasó?
-   El capitán sufrió un accidente.
-   ¿Que cosa?
-   Anoche, chocó el jeep de turno, en el que hacía la ronda en la hora del estado de sitio.
-   ¿Y qué le pasó al perro?
-   Solo se quebró la pierna derecha.
-   Merecido se lo tiene el infeliz. Por ser un maldito.


*  *  *


El microbús azul, con motor de camión americano, se internó por las calles de la parte alta de la ciudad. Los edificios en construcción aparecían entre una que otra casona de estilo ingles, con amplios antejardines y rosales.
La mayoría de los vehículos que transitaban en el sector, eran automóviles particulares, con dos pasajeros como máximo, en su parte delantera. 
Pedro Navarro miraba por la pequeña ventana del autobús. Se sentía extraño sentado junto a los demás pasajeros, en su mayoría jóvenes caucásicos y rubios… No era común encontrar morenos en esos sectores, salvo algún jardinero escondiendo su timidez en el fondo del vehículo. Los empresarios no contrataban “Cholos” para servidumbre, solo “Nanas” mestizas cuidaban los hijos de los patrones y todas ellas, vivían en una habitación especial en las casas del “Barrio Alto”.
Pedro bajó del vehículo en una esquina vacía observando a su rededor. Caminó con rapidez por la vereda que rodeaba los jardines de las lujosas mansiones.
Llegó a una casa rodeada por una cerca de metal y madera brillante entre sus barras. Se detuvo frente al portón y presionó el timbre del intercomunicador. Una voz metálica consultó identificación.
- Soy el jardinero del trigal. – Indicó mirando hacia los costados para cerciorarse de que no era seguido.
La chapa golpeó el cerrojo y la puerta se destrabó, permitiéndole ingresar a la propiedad.  
-  Por aquí, compañero. – Indicó una mujer con delantal de mucama.
Ingresó al vestíbulo de la casa siendo recibido por un hombre delgado y de pelo canoso… una corta barba blanca tomaba un color amarillento en medio del bigote, producto de la nicotina constante que expelía un encendido cigarro sin filtro, que fue sacado de la boca con sus dedos huesudos en las coyunturas.
-  Lo estábamos esperando compañero. – Susurro el sujeto que expelía un aire intelectual. - Hemos perdido buenos cuadros del Partido y debemos sacar luego del país a los otros dirigentes del Comité Central.
-  La más urgente es la chiquilla de la Jota, la Profesora… - Agregó Pedro. -  Esta siendo seguida desde la desaparición del secretario juvenil.  Las casas donde pernoctaba, ya están casi todas quemadas y no nos quedan muchas en la población.
-  Conforme… Informaré la situación y en la semana, se le contactará para proceder de acuerdo a lo que se resuelva. Ahora, almuerce algo y después se van con Paloma en el auto, lo puede dejar en el centro de Santiago.


*  *  *


Había mucho ajetreo esa mañana en la segunda compañía. El cuartel militar funcionaba al ritmo normal de un día de trabajo, solo el sector sur del regimiento correspondiente a las compañías de los conscriptos, era la de mayor actividad. En uno de los patios, los buses estacionados con sus puertas abiertas, esperaban ser abordados.
Los conscriptos corrían de un lado a otro cumpliendo las órdenes de sus  superiores. Sacaban colchones, guardaban la ropa en unos largos sacos de lona verde, cargaban los camiones que, estacionados en hilera, vibraban con el motor en marcha.
- ¡Formar la compañía! Gritó el clase de servicio y los soldados corrieron a tomar su lugar. - En dirección al almacén de material de guerra... hilera por la derecha mar.
Uno a uno, los jóvenes soldados conscriptos fueron pasando a un cuarto contiguo al del clase de servicio, en donde un sargento gordo les entregaba unos fusiles de repetición americanos, usados en la segunda guerra mundial.
Después siguió el ritual de siempre.
Formación de cada escuadra, de sección con la cuenta al oficial, cuenta al comandante de la Compañía y después de otros movimientos, la orden de embarcar.
Una vez arriba de los buses, los soldados nerviosos observaban como los oficiales daban las últimas órdenes a los clases, mientras los motores de los vehículos ronroneaban listos para partir.
Segundos después, todo estaba listo y se da  la orden de partida. Lentamente comienza a moverse la caravana hacia la salida posterior del cuartel. Cuatro camiones salen del Regimiento, tres buses los siguen y por último, los jeep del comando perteneciente a la compañía.

Las calles de la ciudad se veían distintas para Luis, que observaba con avidez el colorido exterior desde la ventana del bus, mientras los vehículos avanzaban por estas arterias, entre pequeñas y medianas casas habitaciones, con almacenes, botillerías y locales comerciales del sector norte de la ciudad.
Habían estado cerca de dos meses en el cuartel viendo solamente las altas paredes  rojizas, por lo que las casas y la gente que conformaba el paisaje cotidiano, tomaban un matiz melancólico en los soldados, producto del encierro y la instrucción de formación militar.
La caravana de vehículos militares,  después de desplazarse por intrincadas avenidas, lentamente comenzó a internarse entre las parcelas y viñedos del norte, la ciudad comenzó a quedar atrás.
La columna enfiló hacia el norte, por la angosta autopista denominada “ruta internacional del libertador San Martín”.
Después de varios minutos de marcha, entre campos, viñas y cerros, cruzaron un pequeño caserío denominado Los fundos de Colina, que en su límite señalizado, destacaba un gran letrero blanco anunciando "ZONA DE CAMPAMENTOS MILITARES".
Los vehículos continúan internándose en los cerros que parecían estar divididos por la interminable y zigzagueante autopista.
En un recodo del camino, emerge repentinamente una vasta meseta precordillerana. Tras varios árboles, que contrastan con la aridez del paisaje, se vislumbra un pequeño cerro.
Apoyado en el respaldo del asiento delantero, el cabo Schillins se vuelve y mira a los soldados con una fingida sonrisa.
- ¿Ven ese cerro? Ese que está ahí, es el cerro de los lamentos... - Agrega – Es el cerro donde lloran los valientes.
Los conscriptos lo miran con inquietud y Luis, observa por unos segundos la cara de satisfacción del clase. Enseguida, el joven vuelve su cabeza hacia la ventana y pierde la vista en el paisaje, tratando de disimular la sensación de odio que comienza a sentir por él instructor.

La caravana, virando a la derecha, deja la carretera internándose por un camino de tierra. Minutos después, el jeep del comando militar se detiene frente a un predio árido, dejando espacio para que los otros vehículos ingresen al lugar. El bus donde viajaban los soldados avanzó algunos metros ingresando lentamente a un recinto demarcado solo por un cerco de alambres de púas, seguido por los otros vehículos militares.
Los autobuses se  detienen en una especie de cancha entre los árboles del vivac, y después de unos minutos, se da la orden de desembarco.
Los soldados bajan rápidamente y comienzan a formarse en el lugar que indican sus superiores. Acto seguido cada escuadra es conducida hacia los camiones para recoger sus pertenencias de cargo, que yacen esparcidas por el suelo.
Posteriormente, los soldados conscriptos son trasladados hasta un galpón grande, donde había espacio suficiente para dos secciones. Otro grupo fue acomodado en una cuadra más pequeña al costado izquierdo.
No había camas, por lo tanto debieron tender los sacos de dormir ordenadamente en el suelo.

*  *  *

La población se encontraba casi vacía en sus polvorientas calles, una esbelta señora de negra y lisa cabellera, secándose las manos en un percudido delantal, hizo una seña a dos niños de rotos pantalones y sandalias sin calcetas, que corrieron hacia la reja de madera reseca, ingresando a una rancha con techo de fonolas. Miro hacia la avenida recortada al fondo por unos árboles, observando a los últimos obreros que llegaban a sus modestos hogares antes del toque de queda.
Pedro salió a la calle, girando la rueda delantera de su bicicleta empujó la puerta de reja con alambre, hasta abrirla lo suficiente para no entorpecer la salida y la acomodó para partir. Colocó un alambre sobre el listón que unía el improvisado dintel con la reja puerta, quedando asegurada por el lazo metálico.
Salió pedaleando forzadamente al inicio y de a poco comenzó a tomar velocidad recorriendo varias cuadras hasta cruzar un roído puente de cemento y hierros, mientras el atardecer oscurecía el canal con sus aguas turbias, que se perdía hacia el poniente.
El barrio Ñuñoa, en el sector sur oriente de la capital, otrora el barrio de las familias más pudientes del siglo XIX, compuesto generalmente por grandes casas de moderno estilo francés, con floridos antejardines, se consideraba un sector exclusivo de la ciudad por estar compuesto en gran parte por las Embajadas y Consulados extranjeros.
Algunas casonas aun pertenecían a familias de ex políticos y funcionarios públicos… muchas de ellas fueron expropiadas a los diputados y senadores del gobierno anterior, que hoy se encontraban recluidos en los campos de concentración del Sur, y reasignadas a oficiales de graduación del régimen militar gobernante.
Pedro Navarro, jadeante producto del pedaleo incesante en su bicicleta, mira su reloj confirmando que faltaban minutos para el inicio de la prohibición de circular en toque de queda. La premura por llegar a tiempo a la casona indicada como de seguridad en el barrio Ñuñoa, le provocaba un dolor en el costado del estomago. Sabía que en cualquier momento podía ser sorprendido por una patrulla policial o militar, que recorrían el sector cuidando las viviendas asignadas a los jerarcas uniformados. Sabía que la esquina posterior a la avenida que pronto enfrentaría, correspondía a una Embajada y mantenía una guardia policial de punto fijo, por lo que dio vuelta la esquina inmediata hasta llegar al portón indicado y conocido con anterioridad. Se bajo de la bicicleta y dio tres golpes suaves con los nudillos. Sin esperar respuesta se dirigió a la reja contigua, deteniéndose en la entrada que destrabándose del seguro eléctrico se abrió automáticamente. Procedió a ingresar rápidamente para cruzar el antejardín y llegar a la puerta de la vivienda abierta unos centímetros.
-  Pase por aquí, compañero. – Le indico con acento francés una joven de pelo rubio.
Inmediatamente la siguió por un pasillo hasta un amplio vestíbulo, la joven abrió una puerta y le miro sonriendo. Pedro, secándose el sudor con un pañuelo rojo, ingreso a la pieza indicada donde se encontraban otros jóvenes.
Un hombre de contextura gruesa y corte de pelo tipo militar, apoyado en una mesa sostenía abierta una hoja de cuaderno cuadriculada con un diagrama, girando la cabeza observó al recién llegado.
-  Acérquese compañero, estamos estudiando el sector de la Embajada. 
Pedro se acercó a la mesa ubicándose entre los demás y observó el plano, donde un rectángulo dibujado con lápiz rojo, era marcado en sus costados por tres flechas y una equis. Otras líneas en rededor diagramaban pasajes y calles exteriores.
-  Entonces, cuando se corte la luz, los tres puntos de ingreso deben ser protegidos por los grupos  distractivos para que los dirigentes puedan sobrepasar el muro, y deben retirarse de inmediato a las casas de seguridad indicadas, aprovechando los árboles. – Agregó el encargado. – Recuerden que si la patrulla los sorprende deben cambiar la dirección y no dirigirse a la casa asignada hasta que pierdan la repre, confirmado por los chequeos previos.
Pedro observó la pieza contigua, separada por un librero caoba, a los otros cuatro militantes donde se encontraba una delgada mujer, que analizaban también un diagrama.
-  Usted compañero, estará en el grupo dos, aquí. – Indicó el encargado mirando a Pedro… La casa de seguridad de ustedes es la de Ricardo León.
Siguieron revisando el diagrama mientras el encargado indicaba el recorrido que cada grupo debía realizar desde la salida de la casa en donde se encontraban, hasta que la reunión fue interrumpida por la rubia joven que, ingresó a la sala con una bandeja y varias tazas, mientras otra mujer con delantal de mucama, sostenía otra bandeja con un jarrón de café y unos emparedados. Pedro miro nuevamente hacia la otra pieza.
La joven dirigente y los otros compañeros continuaban repasando el plan.
Se sirvieron el café y los sándwiches mientras fijaban la hora de salida, el nerviosismo provoco saciedad en Pedro que dejo parte del pan en la bandeja terminando su café.
Las horas pasaron lentamente, con un pesado silencio se acomodaron en unos sillones y en el piso, el grupo estaba compuesto por siete compañeros y tres dirigentes. Pasaron en vigilia hasta que el encargado se incorporó, la hora había llegado.
Salieron de a uno, por grupos, primero al jardín y desde ahí, mirando la oscuridad de la calle producto de un corte de luz provocado en el sector, salieron hacia la Embajada evitando encontrarse con el puesto militar.
Avanzaron por la acera, agazapados, casi pegados al muro. Pedro miro a la joven que venía detrás, en unos pocos minutos se encontraban en el punto indicado y Pedro hizo una seña a la Dirigente que los sobrepaso rápidamente en dirección al muro de la Embajada. Agilmente se acercó y saltó el muro mientras se escuchaban los gritos de alto en la calle del lado derecho. Una ráfaga rompió el silencio y carreras junto a más disparos. Navarro decidió cambiar lo definido en el plan y volver a la casa de seguridad por otra ruta. Hizo la seña al compañero de enfrente y volvieron velozmente sobre sus pasos tomando dirección al oriente por un pasaje pequeño.
El trayecto se hizo eterno, el cansancio se apodero de los hombres que en cada esquina, chequeaban fuerzas represivas… Cuando confirmaban que algo se movía entre las sombras, rodeaban el sector, hasta que llegaron a la zona iluminada.
Sin contratiempo llegaron a la casa de seguridad asignada, que raramente no tenía antejardín y formaba parte de una esquina con un local comercial al costado.
Encontraron el portón lateral entreabierto, ingresaron rápidamente cerrando tras de sí, en los precisos momentos que, un vehículo policial pasó raudo por la calle principal en dirección al sector de la Embajada.
-   ¡Ufff! Nos demoramos dos segundos más y nos encontramos de frente con la repre. – Indicó Daniel, el acompañante de Pedro.
Un anciano de gruesos y blancos bigotes, con manos largas y huesudas, pero de vitales movimientos, les indicó una dependencia donde ingresaron los tres. Una especie de cocina comedor semi iluminada, con un antiguo e imponente refrigerador blanco a un costado, dos tazas de té servidas y algunos panes amasados, estaban dispuestos en una pequeña mesa de comer, con tres sillas.
-  Sírvanse un tesito, compañeros… - Agregó el anciano en voz baja. -  Deben venir con hambre.
-    Ni tanta. – Respondió Pedro. – No sabemos qué paso con los demás y eso me preocupa más que la comida… ¿Ha sabido algo compañero?
-    Si, me llamaron por teléfono para preguntar por ustedes y me informaron que lamentablemente perdimos dos compañeros, y no sabemos si están vivos.
-    Pero la Compañera Gladys alcanzo a saltar y creo que está bien. -  Agrego el otro joven. -  Por lo menos la juventud sigue en la lucha, aunque sea fuera de la Patria.


*  *  *

El ejercicio que realizaban los soldados conscriptos en el periodo de campaña era intenso, constantes marchas con equipo de guerra, morteros y ametralladoras con sus implementos eran transportadas permanentemente, aunque no eran usadas para practica de tiro, les servía para familiarizarse con el material de guerra que usaba la infantería. Los ejercicios de armado y desarmado del fusil eran constantes y los conscriptos practicaban en competencia para comprobar quien era el más veloz.
El cabo Schillins, de pie en el extremo inicial del galpón, observaba a los jóvenes manipular las piezas del armamento. De pronto, un resorte se suelta desarmando casi completamente el fusil del soldado que, mirando al instructor, espera la reconvención.
-  Como pueden ser tan huevones…  - Exclamo el cabo. -  Definitivamente es la raza la mala… Por eso dejaron que el marxismo se apoderara del país y tuvimos que ser nosotros los que le solucionamos el problema para reconstruir la Patria. -  El instructor se acerco al conscripto y tomando el casco del soldado que se encontraba al lado del fusil, golpeo la cabeza del joven.
-   Sal de aquí, pelado. – Agrego mientras tiraba el casco y sacaba de su bolsillo, un pañuelo negro con  una impresión de dos cuchillos cruzados y un paracaídas, el símbolo de comando paracaidista. Rápidamente se vendo los ojos y comenzó a armar el fusil que, en unos segundos quedo en condición de uso. -  Espero que hayan aprendido algo.  -  Termino diciendo mientras se quitaba el pañuelo.
Los Conscriptos, siguieron practicando bajo la atenta mirada del instructor que hacía repetir el ejercicio una y otra vez.
El trote matutino diario por los cerros, se alargaba constantemente para los soldados conscriptos y cada vez se realizaba con ritmos más veloces para recorrer mayores distancias en menor tiempo. Y ahí, a la cabeza de la columna, se encontraba el cabo Schillins cantando marchas militares, con letras que reivindicaban la fiereza, preparación y el entrenamiento de los comandos.
A veces ocupaban tardes completas en la construcción de trincheras, en la dura tierra precordillerana, con la profundidad suficiente para cubrir a los soldados del fuego cruzado sobre sus cabezas.  Y era el mismo instructor el que tomaba la metralla e incitaba a sus colegas, a disparar sobre la alambrada que delimitaba la trinchera. Cuando algún conscripto se paralizaba por el miedo al plomo silbando sobre sus cabezas, el instructor saltaba a la trinchera y bajo el fuego de sus colegas, con golpes de mano abierta, remecía al joven para incentivarlo a continuar.     
Para Luis el tiempo paso muy rápidamente y los roces con el cabo Schillins, se dieron esporádicamente. El joven ya sabía que en este tiempo había ganado un enemigo interno.

Era un día normal cuando el sargento Gallardo llevó a los soldados como siempre con sus fusiles aceitados y pulcros. Saco a los dos últimos de la escuadra y les mandó a buscar unas cajas de municiones que había sacado con anterioridad.
- Un voluntario acá  - gritó el sargento levantando un fusil.
Andrés Morales, un conscripto de modos afeminados que siempre trataba de sobresalir, apodado "Enciclopedia pipí", de un salto se puso de pie.
- ¡Firme mi sargento! - Gritó.
- ¡Bien, venga acá al frente! - Contestó el clase y mostrando a los demás una bala que tenía su punta mocha, procedió a darse vuelta para cargar el fusil y, sin que el soldado se diera cuenta, simuló hacerlo.
- Tome soldado, está  listo para disparar. - dijo mientras se lo entregaba. - Apunte al blanco que esta  allá  y dispare.
El conscripto mostró nerviosismo, levanto el fusil para apuntar y comenzó a temblar mientras sostenía en sus manos el arma, sin poder triangular bien, empezó a lloriquear.
- N...No puedo m...Mi sargento.
- Claro que puedes cabrón. ¡Vamos, dispara!
- Pobre Andrés, está cagado de miedo. - Pensó  Luis mientras otros soldados comenzaban a reír por el espectáculo.
- ¡Vamos! ¡Que estas esperando, maricón! - Repitió el sargento.
Con la presión ejercida por el instructor y entre las burlas de sus iguales,  Andrés apretó el disparador con los ojos cerrados. El percutor  golpeó el vacío y el conscripto, nervioso, comenzó a reír mientras el clase y los reclutas, se mofaban de lo ocurrido.
- No sé de qué‚ se ríen, - Pensaba Luis sin abrir la boca,  mientras miraba a sus compañeros de armas. - Si a uno de ellos le hubiese tocado, no creo que estaría tan contento.
Posteriormente, uno a uno, los conscriptos fueron realizando el ejercicio de tiro con munición de salva. Un rato después, Luis disparaba por primera vez un fusil y para hacerlo, también debió sacar fuerzas de flaqueza.


*  *  *


La ciudad se encontraba casi sin movimiento en la madrugada, antes de levantar el toque de queda, algunos automóviles grises y negros se desplazaban a gran velocidad cruzándose con las patrullas militares que regresaban a sus cuarteles. En su interior, siniestros personajes con lentes y trajes oscuros, muy costosos, dejaban ver sus metrallas cortas por las ventanas.
Los vehículos llegaron a una intersección en pleno barrio alto, un barrio de casonas construidas al estilo francés con amplios jardines y grandes ventanales. Muchas de esas viviendas de los personeros del anterior gobierno derrocado, pertenecían ahora a militares de graduación, era el sector Ñuñoino.
En un palacete de ese sector habitacional, funcionaba la embajada de Holanda, junto a otras, que estaban permanentemente controladas por patrullas de casi todas las ramas de las fuerzas armadas y Carabineros, una de estas patrullas hizo señas a los vehículos que reduciendo la velocidad, se acercaron.
Las puertas de los automóviles se abrieron rápidamente y los ocupantes bajaron con sus armas dispuestas.
Unos cuerpos ensangrentados tendidos en la acera y tapados con papeles húmedos en sangre y vapor eran celosamente custodiados por policías alertas.
Los carabineros se quedaron con la mirada puesta en los sujetos que, caminando presurosos hacia ellos, entre señas daban órdenes al oficial a cargo de la patrulla.
- Un infeliz logro burlar la fuerza policial y saltó el muro de la Embajada Holandesa. - informó el policía.
-  ¿Era hombre o mujer? – Inquirió el civil de forma prepotente.
-  Creo que mujer.
-  ¡Malditos rojos hijos de puta! ¿Cómo lo hacen para escabullirse?  - gritó otro de los civiles - ¿Y cómo se les pudo escapar a ustedes?
-  Porque cada vez se organizan mejor.
-  ¡Ya! ¡Llévense esa carroña de aquí! – Ordenó el agente de seguridad apuntando a los cuerpos ensangrentados.
-  Pero, el Juez de turno aun no ha llegado. – respondió el oficial de carabineros.
-  ¡A la cresta el Juez! ¡Aquí el que da las órdenes soy yo en mi calidad de fiscal militar y sáquenlos rápido!… Porque cuando se levante el toque de queda, no quiero basura en la calle.  ¡Y apúrense, que tengo que viajar al Puerto un rato más! - Terminó diciendo mientras se alejaba.
-  Hay que sacar a los pacos de labores operativas. – Comento el agente al civil acompañante. -  Son muy legalistas y no saben lo que es estar en estado de guerra ideológica interna.