domingo, 20 de marzo de 2011

Capítulo XI REBELION

Capítulo XI

El camión militar se encontraba estacionado en el patio del cuartel de Infantería, los aspirantes en el rancho, terminaban de tomar desayuno.

Minutos después, cuando todavía algunos apresurados guardaban parte del cargo en sus mochilas, el sargento Henríquez mandó formar en el patio para rendir cuenta al teniente Salinas.

- Bien jóvenes, entramos en la última fase de su entrenamiento, el camión espera listo para salir hacia el comando aéreo transportado. - Dijo el oficial - Allí, durante un tiempo, recibirán instrucción de paracaidismo.

Hubo un murmullo imperceptible para el teniente, era la excitación de algunos aspirantes que deseaban tener esa experiencia, esperando impacientes ese momento.

- El sargento Henríquez será el clase a cargo del curso, pero allí tendrán un nuevo instructor por el periodo que dure la enseñanza. - Terminó diciendo el oficial. - Cuando regresen, se realizará la evaluación para los nuevos ascensos y este curso se pondera con un sesenta por ciento de la nota final. Así que mucha suerte... La necesitaran.

Minutos después, comenzaron a embarcar.

El camión salió del cuartel. Ese día de verano el calor era casi insoportable y en el cielo, no se vislumbraba una nube.

El vehículo bajó desde las poblaciones colgadas en los cerros de Playa Ancha, hacia la costanera del puerto. El toldo, que cubría la parte trasera del camión donde viajaban los soldados, comenzó a calentarse y en el interior, se duplicó la temperatura.

Cruzaron por las calles que formaban el centro comercial de la ciudad y posteriormente, tomando la autopista a medio construir, enfilaron hacia la ciudad jardín.

El viaje no fue muy largo, pero para los sudorosos cuerpos de los aspirantes, había parecido interminable. El camión avanzaba por un camino paralelo a una larga playa, en donde se encontraban las diferentes unidades de la marina y uno que otro cuartel de fuerzas combinadas, hasta que por fin, se detuvo frente al comando aéreo transportado.

Por la parte trasera del vehículo, aparecieron dos soldados con sus fusiles terciados al pecho, controlando quienes ingresaran al recinto. Estos desaparecieron rápidamente y segundos después, el camión ingresaba hasta el patio central, en donde la orden de desembarco no demoró mucho.

El resto de la tarde sirvió para designar la cuadra y el camastro en que dormirían después de la instrucción. Posteriormente, los aspirantes iniciaron el nuevo periodo conociendo a sus futuros instructores.

Frente a la escuadra donde formaba Luis, estaba un cabo primero que parecía joven, mediano y de contextura gruesa.

Sonreía con una mueca similar a la del cabo Schillins. Sus ojos no reflejaban emoción alguna y parecían mirar sin ver a los aspirantes.

- Yo soy el cabo Gómez... Aquí ustedes no han venido a veranear. Este curso va a ser duro, está hecho para que solamente los más fuertes sobrevivan y los débiles, no podrán renunciar a el... ­ O terminan el curso, o mueren en el intento.

- Tiene las mismas ideas del perro Schillins, deben ser de la misma promoción. - Pensaba Luis, mientras miraba la boina del clase con sus insignias de comando paracaidista y buzo táctico. - Parece que no va a ser muy tranquilo este periodo de instrucción.

Las primeras semanas fueron solo teoría. El ejercicio físico era agotador, diariamente había un trote de dos horas por la arena de la larga playa, después de esto, pasaban por una cancha de obstáculos que comenzaba con una cuerda de tres metros, después otros metros de alambre para arrastre, muros, troncos como puentes y terminaba en un foso de dos metros cuadrados donde hacían entrar a presión a los apretujados aspirantes que terminaban generalmente amoratados.

Las tres escuadras del curso, entrenaban separadas desde el día en que habían llegado. Luis no recordaba cuantas semanas habían pasado. No tenían tiempo de nada y el ejercicio físico era constante, no podían dormir tranquilos y el cabo Gómez, estaba permanentemente controlándolos.

La primera escuadra se convirtió en una familia, pasaban todo el día juntos y compartían el mismo sentimiento de antipatía por el cabo Gómez.

- Ahí viene de nuevo ese perro. - Susurró Olivares.

- No nos puede ver descansando ni un minuto. - contestó Luis mirando como se acercaba el instructor que se limpiaba los dientes con una delgada varilla.

- ¡Formar todos! - Gritó.

La escuadra lentamente comenzó a cumplir la orden.

- ¡Más rápido soldado! ¡Parece que les hace mal descansar mucho!

El cabo, manos en las caderas y con la varilla en la boca, miraba con aire superitante como se formaban los aspirantes que, segundos después, quedaban a la espera de las órdenes.

- Síganme. - Agrego Gómez y comenzó a caminar.

Los llevó en dirección a las piezas de los clases solteros. Se detuvo frente a la puerta que parecía su pieza y abriéndola se volvió mirando a los soldados.

- Saquen todas las cosas de adentro y tráiganlas.

Acto seguido se dirigió a otra pieza que se encontraba desocupada.

- Aquí hay que andar al cateo de la laucha... A Rey muerto, Rey puesto. - Dijo sentándose a mirar como los aspirantes trabajaban.

Por fin la teoría y el acondicionamiento físico dieron paso a los ejercicios de salto, comenzando la preparación practica.

Primero, todos los movimientos eran realizados en tierra... A centímetros del piso y con precisión milimétrica. Había una caseta de madera con tablones en sus costados, en cuales los aspirantes se sentaban apretujados y esto simulaba un avión.

- Atentos a la luz roja. - Decía Gómez y los soldados, enganchaban en un cable sobre sus cabezas.

- ¡Saltar! - gritaba cuando una luz verde se encendía.

Los instruidos comenzaban a zapatear dando pasos cortitos y saltaban de la puerta a un cuadrante de arena, medio metro más abajo del piso de la caseta.

La torre de saltos era un armazón de fierro con una altura de seis metros y una escala en el centro, sostenía una tarima de madera en la parte superior. Un grueso cable adosado un metro y medio más arriba de la torre central, tendido hasta un montículo de arena, por cerca de doce metros de extensión, era la zona de caída libre.

Cuando Luis subió por primera vez, sintió un nudo en el estomago. El cabo, detrás de los aprendices, daba las órdenes.

- Ponte bien derecho... - increpó el clase.

- Toma y engancha los tensores del paracaídas. Cuando estés en el aire, levanta los pies en cuarenta y cinco grados.

Luis trataba de memorizar todo. El nerviosismo comenzó a notarse.

- ¿Que te pasa? - Preguntó el cabo mirando un segundo al aspirante. - ¿Eres un soldado o un maricón? ¡Aquí no se permite tener miedo!... ¡Si lo tienes, estás muerto!

- Claro. - pensó Luis y respiró hondo. - Como el ya pasó por todo esto.

- Debes mantener el equilibrio en todo momento. Al montículo debes llegar de frente. Si caes de otra forma y te haces daño... No hay enfermería. ¿Estamos pelado?

El joven cerró los ojos y saltó.

Sintió el tirón de los tensores quedando suspendido en el aire y desplazándose a gran velocidad, le fue difícil mantener el equilibrio. Levantó los pies cuando vio que el montículo se acercaba rápidamente. Estaba llegando al final, y sintió que su cuerpo comenzó a girar levemente hacia la derecha, por lo que hizo un último esfuerzo para caer con el pie izquierdo al frente, pero el peso del cuerpo lo llevó a caer de costado. Todo había terminado y sin hacerse daño alguno. Se desenganchó del cable y salió caminando, sus piernas le temblaban.

Durante toda la tarde estuvieron saltando de la torre, pero ya los saltos posteriores no eran problema. Al final de la instrucción, los aspirantes ya eran veteranos de la torre de salto.

* * *

Casablanca era una localidad rural, cercana al Puerto de Valparaíso. Una bodega de acopio para tabaco había sido cedida por la Compañía Chilena Importadora de Cigarrillos al Ejercito, días después del Golpe de Estado. Había sido usada para las tropas que venían de Santiago a efectuar el control militar del pueblo. Hacía un par de meses que se había entregado al Batallón de Inteligencia y a los grupos operativos de la Región Costa para que lo usaran como Cuartel General,

Rogelio acompañado de Vladimiro y Fedor, ingresaron a una fría dependencia subterránea que albergaba una hilera de viejas camas de Hospital. Tres cuerpos sobre ellas, eran tapados por unas bolsas plásticas que dejaban a la vista los pies amoratados de los cadáveres, entre los cuales se encontraba un ex diputado que había estado prófugo los últimos años.

Los otros dos eran la cabeza clandestina del comité central del PC, que había sido capturada gracias a la información entregada por el agente encubierto Rasputin, que había realizado un excelente trabajo de infiltración y contaban con datos de los otros que quedaban clandestinos y descolgados, pero Rasputin ya no era de confianza para ellos. Había que seguirles la pista de otra forma, tal vez coordinando con las Fuerzas Armadas de los países vecinos.

- Estos son los últimos. - Indicó Vladimiro. - Los que faltaban de la captura que realizamos a parte de la Dirección Política. El grupo principal quedó enterrado en la quebrada de la Central Eléctrica en la cuesta Barriga,

- Hay que buscarles un lugar donde dejarlos a buen recaudo por la eternidad... - Indico Rojelio preguntando enseguida a Fedor. ¿Se te ocurre algún lugar donde se pierdan para siempre?

- Tal vez... Antes de las doscientas millas marinas. ¿Mar adentro?

- ¡Puede ser! - Agregó Rogelio mientras se acercaba a los cuerpos. - Pero, con peso extra... Para que no flote lo que no se coman los peces.

Se ubicó al costado de la primera cama levantando la bolsa para mirar el rostro del cadáver, agregando enseguida. - Necesito los informes de los procedimientos detallados... Para pasado mañana.

- ¿Incluyendo el de estos tres? - Consultó Vladimiro. - Hay que sacarlos luego porque aquí ya están apestando.

- Si. La junta necesita los resultados de las acciones y la información completa lo antes posible.

- De acuerdo. - Agregó Fedor. - Voy a coordinar de inmediato que nos espere un helicóptero en el aeródromo de Rodelillo.

La noche comenzó a caer con su manto de sombras, refrescando los templados bosques de eucaliptos, que guardaban la alta temperatura del día.

El camión militar se trasladaba rápidamente, mientras una guardia controlaba hasta pasada la media noche, los vehículos que circulaban en pleno toque de queda. El oficial a cargo, tomando en número de la patente, confirmaba que se dirigía al pequeño aeródromo de Rodelillo.

Minutos después, Fedor en la cabina, indica al conductor del camión el cruce que da al camino de entrada al aeródromo, el que es recorrido hasta un portón de alambres. Los soldados de la guardia detuvieron el vehículo mientras el oficial se acercaba.

- Vienen de Santiago con un encargo triple, así que déjenlos pasar. - Indicó y los soldados se hicieron un lado.

El camión continuó lentamente por una espaciosa pista de arenilla compacta, hacia unas instalaciones de madera pintadas con manchas irregulares de colores verdes y café. Llegaron al hangar del helicóptero, que se encontraba dispuesto enfrente de la construcción. El automóvil negro de los agentes se encontraba estacionado en el interior a un costado de la entrada, Rogelio junto a Vladimiro y dos efectivos, esperaban la llegada.

El vehículo se detuvo con el toldo trasero hacia la puerta lateral abierta de la nave. Los agentes se dirigieron al trailer y sacaron los tres cuerpos subiéndolos a la nave dejándolos junto a unos trozos de rieles ferroviarios.

Segundos después, las hélices de la nave comenzaron a girar mientras el camión se alejaba. El helicóptero se sacudió un segundo y lentamente comenzó a tomar altura, dejando una polvareda que se diluyó en las sombras de la noche. Salieron desde el sector alto de los cerros pre costeros sobrevolando las poblaciones periféricas del puerto con sus luces esparcidas entre las sombras que se escurrían por las quebradas. Después, la nave tomó rumbo al negro mar que reflejaba la luminosidad de los cerros y de la luna, que recién comenzaba a aparecer.

Se internó mar adentro, mientras en su interior los agentes amarraban los cuerpos adosando hierros en sus estómagos, después de abrirlos con afilados corvos.

- Puff... Que pestilencia. - Agregó uno de ellos. - Mientras más gordo es el pez, más hediondos se ponen.

- Ya pavo... Terminemos luego con esta basura. Abre la puerta de borda, que estamos en la zona de descarga.

El Agente se incorporó y tomando el soporte de cierre, comenzó a desplazar la puerta dejando el vacío negro de la altura. Unos segundos después, los cuerpos eran arrojándolos por la borda, perdiéndose rápidamente en la oscuridad inmensa del Océano Pacifico.

* * *

Los días siguieron pasando en el Comando aéreo transportado. El intenso entrenamiento de los aspirantes lograba que las horas pasaran rápidamente.

El día de las pruebas de salto había llegado. El camión esperaba desde muy temprano para llevar a los soldados al aeródromo situado en las afueras del puerto.

- Estoy nervioso. - Comentaba Olivares.

Luis miró al joven, el sudor escurría por su frente. Ambos aspirantes formaban juntos y habían quedado de vecinos de cama, lo que había servido a Luis para conocerlo mejor. En el curso Olivares casi no tenía amigos y no porque fuera desagradable, sino porque era retraído. No le gustaba salir de farra y menos al barrio chino. Prefería quedarse de servicio en el cuartel o viajar para visitar a su familia. Esta diferencia con los demás soldados, era suficiente para que se le viera casi siempre solo.

- Yo también estoy nervioso. - Respondió Luis - Pero que no se vaya a dar cuenta el perro Gómez, porque si nos agarra... no nos suelta.

Minutos después, los aspirantes habían embarcado. El motor del camión ronroneaba listo para partir. La espera ponía más nerviosos a los soldados, Luis miró los rostros de los que estaban a su alrededor. La mayoría con una seriedad silenciosa, uno que otro sonreía tratando de disimular el nerviosismo. Al fondo del camión, el "bruto" Masías no demostraba ninguna emoción.

El vehículo, salió del cuartel y se internó por las calles de la Ciudad Jardín. Atrás, los aspirantes, continuaban en silencio a diferencia de otras ocasiones, en que más de uno liderado por Landon ya se habría puesto a bromear.

Lentamente, el camión comenzó a subir por una angosta y empinada calle, resguardada por viejas casas de estilo arquitectónico inglés de principios de siglo que, al menos en la fachada, se encontraban pulcramente conservadas.

Minutos después, el vehículo rápidamente comenzó a dejar atrás la ciudad y enfiló por la carretera hacia los cerros cubiertos de verdes pinos insignes. Al cabo de un corto viaje, ingresaba a Rodelillos, un pequeño aeródromo al que una pista de arenilla lo cruzaba en toda su extensión.

A un costado, entre la poca vegetación, se encontraban algunas casetas de madera y dos hangares mimetizados.

El camión se detuvo.

Los aspirantes esperaron unos minutos la orden de desembarco que no tardó en llegar. Rápidamente saltaron del vehículo, ubicándose al costado de este.

- Formar la escuadra. - Ordenó el clase a cargo.

Después de formarlos, el cabo Gómez se encaminó hacia donde se encontraban los otros clases reunidos con el sargento Henríquez y un oficial.

- Todo el atado que arman para que saltemos desde una picante avioneta. - Susurró Landon, como una forma de distender el ánimo entre sus compañeros que, nerviosos esperaban en silencio.

- ¿Has volado alguna vez? - preguntó Olivares a Pérez que se encontraba a su derecha.

- ¡Nunca! ...y espero que esta no sea ni la primera, ni la última.

Momentos después, el cabo Gómez hizo girar la escuadra a su cargo y se la llevó hacia un costado de la pista, al igual que los otros clases con las otras.

- A nosotros nos tocó el segundo turno. - Dijo el clase a los silenciosos soldados. - Pueden fumar y conversar mientras esperan.

Pasaron unos minutos y de pronto, el sonido de un motor de una avioneta que lentamente comenzó a salir del hangar. Avanzó un trecho hasta quedar en un extremo de la pista.

El primer grupo de salto, siguiendo las órdenes del clase al mando, se encaminó hacia esta. Minutos después, la avioneta despegaba levantando una nube de polvo en la pista.

Los aspirantes conversaban tranquilos. Hacía ya mucho tiempo que el ruido del motor de la avioneta, se había apagado y estos, se habían olvidado del nerviosismo inicial.

- Formar el grupo. - Ordenó el cabo Gómez.

Acto seguido la escuadra tomó ubicación y el clase les hizo dirigirse hacia las casetas del aeródromo. Una vez en estas, en el almacén de material de guerra, se entregaron los paracaídas y de inmediato los aspirantes comenzaron a ponérselos.

- Que te quede bien ajustado. - Dijo Luis a Olivares que, nervioso se apretaba las correas del paracaídas.

Minutos después, el ruido de la avioneta primero lejano, comenzó a cobrar fuerza, hasta que aterrizó suavemente en la pista. El grupo se dirigió a esta y comenzaron a subir lentamente por la escalerilla. El espacio interior era reducido, los asientos habían sido modificados quedando en hileras a los costados. Olivares, sin pronunciar palabra al igual que los demás aspirantes, se sentó como un autómata, Luis quedó ubicado en medio, frente a una cuadrada tapa en el suelo, en medio del pasillo, probablemente por ahí se pasaba hacia alguna parte. En la parte delantera había una puerta pequeña, que daba hacia la cabina y sobre esta, dos luces encendidas, una era naranja amarillenta y otra roja

- Abrocharse los cinturones. - Ordenó Gómez.

Las luces se apagaron. La nave comenzó a moverse, Luis sintió que el estómago se le endurecía y sus manos le transpiraban. La avioneta tomó velocidad, vibró por unos segundos y al instante, comenzó a subir lentamente.

Un cosquilleo en el estomago y una sensación de emborrachamiento, fueron los síntomas posteriores, Luis sintió que sus oídos se tapaban y tragando un poco de saliva, escuchó de un tono diferente el ruido de los motores de la nave.

- ¡Ya! Pueden desabrocharse... - Dijo el clase - Y ahora, descansen mientras llegamos al punto de salto.

Luis miró a su alrededor, los aspirantes tensos miraban en silencio, Olivares aferrado al asiento aún no soltaba su cinturón. Al costado y un poco más adelante, Cosme con los ojos cerrados, trataba de relajarse. A continuación de este, Pedro murmuraba algo.

- ¡Pedro está rezando! - Pensó cuando vio que este se persignaba. - Y yo creía que era ateo.

Volvió a mirar a Olivares que seguía con el cinturón abrochado. Estiró la mano y tocándolo por el hombro, sintió que tiritaba. Cuando el joven se volvió a mirarlo, le indicó el cinturón. Olivares trató de soltarlo pero no lo consiguió, el nerviosismo no lo dejaba. En ese momento, el cabo Gómez se acercó.

- ¿Que me dicen ustedes? - Dijo en tono sarcástico. - Aquí tenemos una madre que está cagada de miedo.

- Podría darle ánimo por lo menos. - Pensó Luis.

- ¿Se te olvidó como soltar el cinturón? - Dijo burlonamente el instructor a Olivares que, sin decir palabra, trataba de soltarlo. El cabo, haciendo una mueca de desagrado, soltó el seguro. El cinturón cayó a los costados del asiento.

- Si no te gusta volar, serás uno de los primeros en saltar... - Dijo volviendo a su asiento. - Ya estamos cerca del punto, revisar su equipo y prepararse.

Unos segundos después, la luz roja junto a la amarilla se encendió, el clase se acercó a la puerta de la avioneta y corriéndola, dejó que el espacio exterior se uniera al templado aire interno. El ruido del viento provocaba inquietud entre los soldados.

- ¡Enganchar! - fue la orden que siguió después.

Los aspirantes se pusieron de pie y tomando la chaveta del paracaídas, la engancharon en un cable ubicado en el medio del pasillo quedando a la espera de la siguiente orden.

- Van a caer libremente unos segundos, - dijo Gómez - Si desean cuenten hasta veinte, el paracaídas se abrirá solo. En caso de que este no se abra, tiren del cordón que tienen al lado derecho.

Todos se miraron el costado buscando el cordón.

- Ese es, ojalá que no tenga problemas. - Pensó Luis justo cuando la luz naranja se apagó.

- ¡Saltar! - gritó el clase y empujó al primero.

Uno a uno comenzaron a salir, algunos se demoraban y Gómez los ayudaba a su manera. Olivares tiritaba de nervios y Luis lo tenía que empujar suavemente para que avanzara hacia la puerta y cuando llegó su turno, aterrado se aferró a los costados de esta.

- ¡Salta pelado! - Gritó el clase y al ver que el soldado no se movió, de un empujón le soltó las manos y lo lanzó al vacío.

Luis vio como rápidamente Olivares se perdió en el aire y el viento golpeo su cara.

- No debo tener miedo... si no salto ahora, me va a empujar este huevón... ¡Ahí voy! - pensó un segundo y cerrando los ojos, saltó al vacío.

La caída libre fue rápida, el viento adhería la ropa al cuerpo y golpeaba la cara haciendo difícil la respiración. El suelo en el fondo parecía no moverse mientras el cuerpo caía vertiginosamente y el horizonte, se mantenía lejano.

El fuerte tirón del paracaídas avisó a Luis que no tendría que usar el cordón de emergencia, de pronto la tierra comenzó a alejarse dando la sensación de subir. Esto duró solo unos segundos y luego, muy lentamente Luis continuó cayendo en el vacío.

La diferencia con el momento anterior era muy grande. Del viento que golpeaba con furia sus ropas y rostro, pasó a ser una brisa. Del ahogo desesperado por la caída inicial, sobrevino una inmensa paz. Era maravilloso estar ahí, en el aire mirando la inmensidad del horizonte y el suelo acercándose lentamente.

Luis seguía cayendo, parecía como si poco a poco tomaba mayor velocidad. Abajo, entre pequeños bosques que a intervalos manchaban el suelo de tonos verdosos grisáceos, una carretera parecía una cinta gris que contorneaba los cerros. Un poco más al norte, las cristalinas aguas de un gran lago cortado en varias partes, mojaban las faldas de los cerros moteados de vegetación.

El suelo comenzó a acercarse cada vez más rápido y los cerros, se alejaban hacia el horizonte.

La caída continuaba vertiginosamente, un paracaidista que había llegado al final enrollaba su equipo, mientras que Olivares unos metros más allá, terminaba sentado en el reseco suelo.

El piso subía rápidamente y Luis se preparó para la llegada, apretando hasta el último músculo de su cuerpo. Al caer, los pies se fletaron dejando que el peso del cuerpo siguiera libre en su caída hacia el costado izquierdo. Se levantó rápidamente y tirando de los vientos, recogió su paracaídas.

Olivares se acercó cojeando.

- Chitas que soy quemado. - Dijo, - Tuve que caer justo, sobre una piedra. Parece que me hice un esguince.

- Cuando lleguemos, tendrás que ir a la enfermería. - Contestó su amigo.

Rato después, la escuadra se encontraba formada. El cabo Gómez, que unos segundos antes había caído elegantemente, en frente de los soldados terminaba de explicar como se doblaba el paracaídas para guardarlo.

- Llegando el camión embarcamos y volvemos al cuartel. - Dijo el clase. - ¿Alguna pregunta?

- Solicito permiso para ir a la enfermería. - Dijo Olivares poniéndose firme con dificultad. - Parece que me esguince‚ el pie izquierdo cuando caí, mi cabo.

- ¡Que! ¿Te crees que estas de vacaciones? - Gritó el clase. - Si fuera un esguince no podrías caminar pelado cobarde. Seguro que es porque no quieres saltar más, porque eres un marica... ¡No! ¡No hay permiso y que el dolor se te pase solo!

Dicho esto, se prepararon para regresar abordando el Camión. El soldado herido subió ayudado por Luis y Pedro.

Esa noche, Olivares no pudo dormir a causa de los dolores.

- Te he sentido quejarte casi toda la noche. - Susurró Luis en la madrugada.

- No aguanto el dolor... Es como si me estuvieran quemando desde la planta del pie hasta el tobillo, además lo tengo hinchado como papa.

- En la formación, de nuevo solicita permiso para ir a la enfermería. El perro Gómez tiene la obligación de dártelo.

Al inicio del día, nuevamente el permiso fue negado. Durante toda la instrucción Olivares cojeando debió seguir a la escuadra.

- ¡Apura el paso, pelado! - Gritaba el cabo Gómez - ¡Aquí solo los valientes sobreviven!

El joven, obligado por el cabo, estuvo presente en todos los desplazamientos.

Los días siguieron pasando. Olivares casi no dormía en las noches y el pie accidentado tomaba un color café‚ amarillento, mientras que la inflamación no disminuía. Caminaba apoyado en el fusil, siempre atrás de la escuadra, soportando además los gritos y las burlas del clase.

- ¡Muévete pelado! O terminas el curso... ­ ¡O mueres en el intento!

En cada ocasión que el soldado solicitaba permiso para ir a enfermería, el cabo lo trataba de cobarde.

- Mañana tendremos nuevamente práctica de salto. - Comunicó Gómez a la escuadra - Saltaremos de un helicóptero "Puma" como práctica de desembarco en un bosque.

- Disculpe mi cabo, pero yo no podré saltar. - Dijo Olivares - Tengo el pie en muy mal estado.

- ¿Que te crees tú?, ¡Pelado cobarde! ­ Aquí, el que da las órdenes soy yo. - gritó coléricamente el clase. - Y mañana estarás con los demás saltando de los primeros.

Al día siguiente, ante la indignación de los aspirantes, el cabo Gómez obligó al soldado a subir en la nave. Rato después, el gran helicóptero Puma se remontó en el cielo azul.

- No creo que sea tan inhumano y te haga saltar. - Susurró Luis.

- Ojalá que así sea, tengo el pie tan malo que ya se está poniendo verde. Ya no me puedo poner ni la bota.

La instrucción de salto se realizó. Todos los aspirantes saltaron, incluso Olivares que al caer quedó sentado sin poder levantarse.

- ¡Levántate pelado! - Gritaba el clase obligando al soldado a incorporarse, este una y otra vez intentaba hacerlo. El sudor corría por su frente, estaba a punto de conseguirlo y nuevamente rodaba por el suelo. Otro soldado intentó ayudarlo pero el cabo se opuso violentamente.

- ¡Levántate maricón! ­ ¡Vamos, arriba!

Los demás aspirantes, con sus puños apretados miraban la tortura. Por fin, apoyándose en su fusil, Olivares logró ponerse de pie.

- Eso es todo. - Dijo el clase - Todos al camión... Embarcar.

Luis y el loco Ramírez, sin decir palabra tomaron a Olivares de los brazos y cruzándoselos en sus hombros, lo ayudaron a embarcar.

Al día siguiente, el aspirante no pudo levantarse de la cama. En la formación, el cabo Gómez preguntó por él. Ante la respuesta de los soldados, el clase se dirigió a la cuadra. Luis apretó su fusil que estaba cargado para la instrucción de tiro. Un segundo después, decidió seguir al cabo Gómez. El "Bruto" y el "Loco" se miraron y acto seguido partieron tras de ellos, el resto de la escuadra, les imitó.

- ¡Levántate pelado! ­ ¡Aquí los cobardes no tienen cabida! - Gritaba el clase increpando a Olivares frente a su cama.

- No puedo mi cabo... Ni siquiera puedo ponerme la bota.

- ¡Entonces te voy a levantar yo, pelado maricón! ­ ¡A punta de bota vas a llegar a la fila!

En ese momento, los soldados entraron a la cuadra. El ruido metálico provocado por el fusil al pasar bala, hizo volverse al cabo. Los demás aspirantes, siguiendo el ejemplo del Loco también prepararon sus armas.

- ¡Déjelo mi cabo! - Dijo el Bruto. - Lo llevaremos a la enfermería.

El cabo Gómez miró a los soldados que, lentamente, apuntaron sus fusiles hacia donde él estaba. Su rostro palideció y sin decir palabra, se quedó inmóvil mirando a Luis que, terciándose el fusil y seguido por el Loco, se acercaron a la cama ayudando a incorporarse a Olivares.

En el patio, los aspirantes esperaban tranquilos. El cabo Gómez se había retirado en silencio y el soldado Olivares quedó internado en la enfermería.

Minutos después, aparecía el sargento Henríquez acompañado del comandante junto al cabo Gómez y tres policías militares.

-¿Estos son los insurrectos? - Preguntó el comandante.

El cabo hizo un gesto afirmativo y el oficial superior se acercó a los soldados.

- Quién me puede explicar lo que ocurrió aquí. - Dijo el oficial - Acaso, ¿no saben como se castiga la rebelión? ­ ¡Pueden ser hasta fusilados por alta traición, mierda!

- Permiso para hablar, mi comandante. - Dijo el Bruto y ante la inmediata autorización del oficial, continuó. - Nosotros en ningún momento quisimos rebelarnos. Solo hicimos cumplir el derecho del aspirante Olivares a ser atendido en la enfermería, derecho que el cabo Gómez no respetó en ninguna de las ocasiones que le fue solicitado.

El Bruto guardó silencio por unos segundos, el oficial miró por un momento al cabo y esperó que el soldado continuara.

- Quién puede darle más información de lo ocurrido es el propio aspirante Olivares, mi comandante, lo dejamos en la enfermería.

Dicho esto, el oficial ordenó algo a los policías militares y se alejó con los clases. Uno de los policías, un sargento, les pidió los cargadores de las armas y se quedaron vigilando a los aspirantes que esperaron en el patio.

Los minutos pasaban lentamente, los soldados sentados en los bandejones de los jardines miraban sus fusiles apilados mudos e inmóviles.

Los policías militares de pie conversaban entre ellos. De pronto, desde la comandancia salió un subteniente que se encaminó hacia donde se encontraban los aspirantes prisioneros.

- Si quieren castigar a alguien por la insubordinación... que sea a mí. - Dijo el Bruto - Lo que hicimos debíamos haberlo hecho antes, Olivares puede hasta perder la pierna por culpa de ese loco.

- No... Todos debemos asumir - Acotó Claudio Vergara - En este asunto, o estamos todos juntos, o ninguno.

En ese momento, el oficial le dijo algo al sargento que de inmediato se dirigió a los soldados.

- Retiren sus armas y diríjanse a su cuadra. Allí esperen las órdenes.

Dicho esto, se retiró con los policías militares.

Por la tarde, Olivares fue trasladado de urgencia al Hospital Naval y un nuevo clase se hizo cargo de la escuadra, un sargento casi tan loco como los demás. Del tema, nadie volvió a hablar por órdenes superiores y del cabo Gómez nada se supo hasta que terminó el curso de paracaidismo.

* * *

El automóvil negro avanzaba rápidamente por la avenida Prat del Puerto, viró hacia la Costanera deteniéndose a pocos metros de la esquina, frente a un portón de hierro. Una pequeña mirilla se abrió y un par de ojos observaron al vehículo que no dejaba ver al visitante producto de sus vidrios polarizados. Segundos después, el portón se abría dejando ingresar al vehículo hacia un oscuro estacionamiento.

Rasputin bajó del automóvil colgando una credencial en su pecho y se dirigió a la puerta que se encontraba a un costado de la caseta de guardia. Ingresó a un hall con sillones de cuero a los costados de un estante librero vacío, que solo servía para amontonar revistas y diarios de la semana. Un civil de traje y corbata, gordo, de pelo corto, sentado tras un escritorio, reía leyendo una revista de historietas.

El agente recién llegado se dirigió al escritorio, por lo que el entretenido funcionario le observó, dejando la revista a un lado.

- Que entretenido es este Condorito. - Agregó sonriente. - ¿Puedo ayudarle en algo, mi agente?

- Vengo a una reunión a la oficina seis... Me indica por dónde ir.

- Subiendo la escala a la derecha, tercera puerta.

Rasputin se dirigió de inmediato a la escalera, mientras el recepcionista tomaba nuevamente la revista para continuar la lectura.

El pasillo era amplio, las puertas cerradas acentuaban la soledad social en la que trabajaban sus moradores. El número seis de bronce, adosado en la parte superior, era el único marcador que se distinguía entre la uniformidad de las oficinas y Rasputin, golpeo con sus nudillos tres veces.

- Adelante. - Fue la respuesta interior.

Ingreso a una oficina con muebles antiguos, sitiales de felpa roja se acomodaban en los costados de un escritorio macizo caoba. Fedor sentado tras el escritorio observó al recién llegado.

- Bienvenido... ¿Tú debes ser Rasputin? - Agregó levantándose para estrechar la mano del agente. - Te voy a presentar al Guatón Romo, que nos ayudará aquí en el Pancho.

- Supongo que no voy a seguir en infiltración... - Indico Rasputin. - Con el trabajo del regional Santiago quedé al descubierto de los sobrevivientes... Y deben haber informado a este regional.

- No. aquí vas a asesorar al agente que vamos a infiltrar en el regional Costa, deberás actuar ahora con Romo en implementación operativa del Puerto.

- Según lo que se, este regional es el grupo más compartimentado del PC y tienen contactos al interior de la infantería de marina, por lo que hay que efectuar un trabajo muy planificado.

- Exacto... Por eso hay que comenzar con trabajo de detección interna y desde ahí, filtrar información de contrainteligencia.

- De acuerdo. ¿Por dónde empezamos?

- Por el Ejercito... En el Regimiento Maipo hay una investigación en curso. Contacta al Capitán Sagredo, encargado de seguridad interna. El ya está en conocimiento y espera conocerte.

- OK - Agregó Rasputin. - Parto enseguida.

- Que te acompañe el Guatón... Tiene trabajo adelantado por allá.

Segundos después, los agentes salían en dirección al cuartel militar de Playa Ancha.

* * *

El Coronel dejo de leer el documento y mirando al soldado un segundo, se levantó de la silla.

- En el informe dice que fue el aspirante Pérez el instigador de la insubordinación en el curso de paracaidismo. ¿En que elementos de juicio basa esta afirmación?

- Primero en que él era amigo de Olivares. - Respondió el soldado - Y segundo, Pérez fue el primero que salió de la fila siguiendo a mi cabo Gómez, haciendo una seña a los otros aspirantes para que lo siguieran.

- Está afirmando entonces que hubo planificación y coordinación en los hechos.

- Ahora que usted lo dice mi coronel, creo que sí.

- Significa eso, que hay un grupo operando en nuestra unidad y eso es muy grave. Es un asunto que deber tomarlo el encargado interno de la DINA.

El comandante volvió a su escritorio, anotó algo en el informe y tomó el citófono.

- Sargento, ubique al capitán Sagredo y dígale que se presente en mi oficina. - Dicho esto nuevamente se levantó y dirigiéndose a la ventana, observó el patio del cuartel.

- Bien soldado, tendrá que agregar estos elementos a un nuevo informe y anotar una lista de todos los conocidos del aspirante Pérez, sean estos oficiales, clases y soldados.

- A su orden, mi coronel.

- Cuando lo tenga listo me lo trae. No olvide que es información secreta. Ahora retírese.

El informante salió de la oficina mientras el oficial, continuaba mirando los movimientos de los soldados en el patio.

El curso estaba formado ese día, el sargento Henríquez con el aspirante Vera frente al curso, dictaban las órdenes.

Practicaban voces de mando y el sargento Henríquez miraba el desempeño de Claudio Vera.

- ¡Muy bien, Vera! Vuelva a la fila.

El aspirante cumplió la orden y el clase buscó entre los soldados al próximo practicante. En ese momento, el aspirante Landon que había pedido permiso para ir a enfermería, se presentaba para reintegrarse a la instrucción. Con su típica sonrisa burlona, el Sargento le autorizó el ingreso y caminó frente a las escuadras hasta detenerse enfrentando a Luis.

- Pérez, veamos como te manejas.

- Debería hacerlo como una madre... - Comentó Kurt con sarcasmo, cuando el aspirante tomaba su puesto. - Además, con tantos días aquí adentro debe haber aprendido algo.

- Firmes. - Fue la orden que dio a modo de respuesta. - Aspirante Landon, veinte flexiones de brazos por hacer un comentario sin que se le pidiera.

Sorprendido, Kurt miró al sargento que, sin dejar de sonreír, observaba atento.

- Treinta, por demorarse en cumplir una orden. - continuo ordenando el soldado.

- No te pongai patuo. - Magulló Landon mientras se inclinaba lentamente.

- Cuarenta... Por reclamarle al aspirante a cargo.

- A no, ¡córtala! - Fue la respuesta del soldado que levantó dispuesto a no cumplir la orden.

- Conque ¿desobedeciendo a su superior? - Continuo Luís - ¡Aspirante Vega! ­ ¡Al frente!

El soldado aludido salió rápidamente de la fila.

- ¡Ordene mi aspirante!

- Enséñele como mi sargento Gallardo nos hacía cumplir las órdenes en el periodo básico.

Acto seguido, Alberto Vega se ubico frente a Kurt que miraba sorprendido, el aspirante levantó la mano y golpeó con su palma la mejilla de Landon que se desestabilizó un segundo. Después, rápidamente volvió a su puesto.

- Ahora, ¡cumpla la orden, soldado! - Gritó Luís - ¡Cuarenta flexiones de brazos!

Ofuscado y con la mejilla sonrojada, el aspirante comenzó con las flexiones. El sargento Henríquez sin dejar de sonreír, se acercó al aspirante.

- ¡Terminar! - dijo enseguida - Bien Pérez, tome su puesto.

- Pérez no puede pegarme. - Reclamó Kurt mientras se levantaba. - El reglamento de disciplina dice...

- ¡Silencio aspirante Landon! - Ordenó el instructor. - Pérez no ha maltratado a nadie, solamente ha dado las órdenes que correspondían al caso. Así es que vuelve a la fila.

- Esta me las vay a pagar. - Susurró Kurt cuando pasó frente a Luis.

- Ahí tienen una muy buena demostración de como deben hacerse las cosas. - Terminó diciendo el sargento. - Ahora aprovechen quince minutos de descanso.

- Bien Luís. - dijo Zúñiga acercándose para festejar al aspirante que se sentaba en los peldaños del patio.

Landon en tanto, con su reducido grupo de amigos, se sentaba un poco más lejos magullando su desidia.

Los días de arresto que le quedaban, pasaban lentos para Luis. Ya casi no tenían clases pues era el último periodo del curso que realizaba los ejercicios prácticos, las materias teóricas se reducían a dos temas; Doctrina Militar y Técnicas de Instrucción. El examen final se realizaría muy pronto, en una campaña militar donde pondrían a prueba los conocimientos recibidos en el período.

* * *

Santiago comenzaba su ajetreo diario de compras en diciembre. El comercio con sus tres principales tiendas ofrecía ventas sin pie, con tarjetas de crédito propias, que promovía en forma gratuita masificándolas para que las clases medias y bajas, con empleo estable, tuvieran acceso a sus productos. Era la revolución del crédito, como una forma de reactivar la economía que, a pesar de los cambios realizados por la política del "Ladrillo" impuesta por la Dictadura, no había crecido ni se había desarrollado, por lo que las tiendas competían con los Bancos, con la oferta de comprar ahora y comenzar a pagar dos meses después, .

La tienda Ripley se encontraba en su día de oferta, Rojelio ingresó al área electrónica y observó los televisores que repetían las mismas imágenes. Un hombre fornido, de traje negro, se le acercó.

- Revisamos la base de datos y no hay movimientos en la cuenta de compras los últimos meses. - Agregó en voz baja.

- Ni compras en tiendas, ni cobros o giros en los Bancos... Se lo trago la tierra al maldito.

- Lo más seguro es que su grupo ya lo sacó del país. Si es así, ya no podemos hacer nada.

- En eso te equivocas... La CIA ha establecido contactos entre los oficiales latinos de la Escuela de Panamá, por lo que podemos hacer seguimientos fuera del país, con cooperación de los gobiernos regionales.

Los agentes salieron a la calle y se encaminaron al automóvil que esperaba en la acera,

- Algunos gobiernos recién comienzan el trabajo de eliminación... ¿Como nos ayudarán en labores de inteligencia? Los trámites de extradición son engorrosos y se hace a través de la justicia.

Rogelio miró un segundo al agente, mientras abría la puerta del vehículo. - Estamos llevando a cabo la guerra interna en varios frentes, por lo que se ha comenzado a activar la Operación Cóndor, con agentes de Argentina, Perú y Bolivia. Los operativos serán secretos y extrajudiciales.

- Algo había escuchado los últimos días... Sobre unos viajes al exterior. - Agrego el agente mientras se acomodaba en el asiento. - Pero nada oficial.

- Ahora es oficial. - Interrumpió el Gringo cerrando la puerta. - Pero, viajamos los mejores.

- ¿Viajamos? Es mucha gente, Gringo. - Agregó Rojelio con una sonrisa. - Primero tomare contacto con oficiales de inteligencia del ejército Argentino, por lo que viajaré solo. después, cuando viaje a tomar contacto con los Bolivianos y Peruanos, veremos quienes me acompañarán.

El automóvil enfiló rápidamente por la calle Huérfanos, hacia el poniente.

* * *

Era una noche de luna llena. Los cerros del puerto se recortaban visibles e iluminados por miles de faroles, la interminable escala llegaba a su fin y los cansados aspirantes terminaron de subirla.

- Ahora sí que nos llega. - comentó Valenzuela - Ya empezó el toque de queda y en la guardia está a cargo mi cabo Acuña.

- De que te preocupas... si andas conmigo. - Respondió Zúñiga - En la guardia dos esta Landon como cabo llavero, entramos por Ahí y le decimos que marque antes la hora de ingreso.

- Pero ese huevón es un vaca, seguro que por ponerse en la lata nos acusa con Acuña.

- Bueno, y si lo coimeamos con una cerveza y un pan con queso. Te apuesto que se queda callado.

- Como es de buche, capaz que exija mas por pasar coladas las cervezas y quedarse mudo.

Los soldados arreglaron el paquete para disimular las botellas mientras se acercaban al portón, no alcanzaron a llegar a éste, cuando se abrió dejando a la vista un vehículo militar.

- ¡Sonamos! - Dijo en voz baja Valenzuela - Es el jeep del oficial de ronda.

- Tranquilo, veamos que pasa. - Respondió calmadamente el soldado.

Los aspirantes ingresaron. Landon anotaba la salida en la caseta y el oficial de espaldas al portón, esperaba al conductor.

Al acercarse los aspirantes, el teniente se dio vuelta.

- ¿Que me dicen ustedes? ¿Estas son horas de llegar, aspirante Valenzuela? - preguntó sonriendo el teniente Lehtman.

- ¡No mi teniente! - Respondió aliviado. - Es que nos atrasamos porque no teníamos dinero para la micro.

- Pero veo, que anduvieron de compras.

- Son para el aspirante Pérez, usted sabe... con lo del arresto.

- Voy a tener que informar de esto al comandante de guardia. - Interrumpió Landon saliendo de la caseta de servicio.

- No se preocupe, aspirante. - dijo el oficial a Kurt - Yo informare a la guardia, del ingreso de estos soldados. ­ Ah, y anoté media hora antes la llegada. Para que después no tenga problemas por el horario.

El teniente, sonriendo guiño el ojo a Valenzuela y subiendo al jeep, dio la orden al conductor para iniciar la ronda. Los aspirantes se miraron y saludando militarmente a Landon en tono burlón, repitieron al unísono.

- ¡Tenemos amigos influyentes! - Y se alejaron en dirección a la cuadra.

- Por ahora ganaron ustedes. - Pensó Kurt. - Pero ya van a ver, quien ríe último.

Entretanto, el vehículo del oficial de ronda se detuvo frente al gaseoducto del cerro Barón. El teniente Lehtman bajó y se encaminó hacia el portón de entrada, revisó los accesos y haciendo una señal al conductor, ingresó por un callejón. Segundos después, el camión de tropas se detenía detrás del jeep.

- ¡Bajarse! - Ordenó el cabo de rondas.

Los soldados saltaron rápidamente al asfalto.

- Revisen el sector y si encuentran a alguien, ya saben que hacer. - Dijo y los soldados se perdieron entre las sombras.

El oficial apareció por el callejón y el cabo se le acercó.

- Los soldados están distribuidos de acuerdo al procedimiento, mi teniente.

- ¡Bien! Solo espero que sea una noche tranquila.

De pronto, como respuesta sonó una ráfaga de metralla y los gritos a continuación.

- ¡Alto! ¡Detente comunista de mierda!

Una breve carrera y después, nuevamente el silencio roto por el sonido del mar.

- Vaya a investigar que ocurrió. - Ordenó Lehtman.

El clase se dirigió hacia donde supuestamente había sido el enfrentamiento. Minutos después, regresaba.

- Hay que llevar el camión para recoger el bulto. - Fue la respuesta, ante la mirada del oficial.

- No se apresure cabo. Primero veamos que ocurrió para consignarlo en el informe.

Ambos subieron al jeep y partieron rumbo al lugar. Era una callejuela que terminaba en un astillero del puerto, detrás de un terraplén de carga para vagones de ferrocarril, dos soldados con sus fusiles terciados cuidaban algo en el suelo. El oficial se acercó seguido por el clase, los soldados se movieron nerviosos.

- Un comunista menos. - Dijo sonriendo uno de ellos.

El teniente lo miró serio y procedió a revisar el ensangrentado cuerpo, los harapos que vestía y el olor a alcohol indicaba que era un simple pordiosero.

- ¿Traía algún arma? ¿Opuso resistencia? - Preguntó Lehtman a los soldados que sorprendidos miraron al cabo.

- No, mi teniente. Pero...

- ¡No hay pero que valga! ¡A este ciudadano deberían haberlo detenido y llevado ante mí! ¡Era un ser humano, mierda!

Ofuscado, Lehtman se retiró del lugar agregando enseguida. - Traigan el camión para que lo saquen de Aquí. Pero me lo dejan en la morgue, cuidado con hacerlo desaparecer.

* * *

Velozmente, el automóvil Impala gris, avanzaba por la autopista que ascendía la empinada ladera del monte cordillerano. Al costado derecho, el abismo enfrentaba una quebrada con una cascada de a lo menos cuarenta metros que, arremolinaba el agua espumosa del afluente que algunos kilómetros más al noreste, desembocaba en el naciente río Aconcagua. Un letrero al costado de la pista, indicaba "Salto del Soldado" mientras el automóvil, continuaba el ascenso enfrentando una curva con una pequeña berma de piedrecillas.

Rogelio conducía el vehículo con seguridad. Era un excelente conductor y conocía el camino internacional como cualquier conductor rural, habitante de la ciudad de Los Andes. Aún recordaba su entrenamiento básico de Alta Montaña destinado a Oficiales de Comandos y Operaciones Tácticas, realizado en el Regimiento Guardia Vieja.

Minutos después, una serie de terraplenes de hormigón, cubrían la autopista en lugares donde la ladera creaba la condición natural para los deslizamientos de tierra y avalanchas de nieves en el invierno.

La canción de Elvis termino de sonar y la cinta continuo corriendo con un silbido apagado. El agente presionó la tecla y la cinta apareció de golpe por la ranura, la mano extrajo el casete y dejándolo en la guantera, escarbó buscando otro.

Un nuevo letrero indicaba "zona de curvas continuas" y el vehículo, enfrento el inicio de la subida caracoles que se elevaba en la quebrada del fondo. La música de Barry Whitte comenzó a sonar apagando el sonido esforzado del motor que subía de revoluciones manteniendo la velocidad en forma constante, producto del ascenso cordillerano.

La planicie superior, terminaba en un lago encajonado entre dos grandes montes y al costado se ubicaba una construcción hotelera de estilo nórdico denominada "Portillo" que rompía el árido y pedregoso paisaje.

Algunos minutos después, en automóvil llegaba al complejo aduanero, último lugar cordillerano habitado por chilenos, que se encontraba ajetreado por hileras de camiones y pequeños buses internacionales. Los vehículos pequeños, en menor cantidad, se encontraban mayoritariamente en la pista de entrada al país.

El vehículo de Rojelio sobrepasó lentamente las hileras de vehículos y se estacionó frente al cuartel policial. bajando su ocupante en una tranquila actitud de propiedad. El agente se puso los lentes de sol y se dirigió al cuartel.

- Quiero hablar con el oficial de guardia. - Indicó cuando enfrentó al policía que custodiaba con un fusil automático corto, exhibiendo una credencial del gobierno.

- ¡Cabo de guardia! - Se limitó a gritar el vigía.

Rogelio ingreso al recinto, siendo atendido por el personal policial correspondiente, que le condujo a la oficina del Capitán.

- Aquí están las órdenes de la Dirección General de Carabineros y del Ministerio de Relaciones Exteriores, en referencia a mi viaje a Buenos Aires, en misión diplomática. - Indicó Rogelio entregando el sobre secreto al oficial. - En la Aduana de Uspallata, me espera el encargado Argentino.

El uniformado revisó los documentos detalladamente, en silencio observó un par de veces al Agente que, sacando un cigarro, le ofreció al capitán.

- Todo está en orden... - Agregó el oficial cuando encendían los cigarrillos. - Le acompañará una patrulla hasta el túnel del Cristo Redentor.

Minutos después, el vehículo escoltado por una patrulla, siguió su camino hacia la frontera.

En lo alto del monte, una estatua de Cristo con su mano indicando hacia la altura, marcaba el inicio del túnel internacional. El automóvil se perdió en la oscuridad del largo túnel mientras el vehículo policial regresaba sobre sus pasos.

Uspallata era uno de los pasos argentinos de menor importancia, con un camino de tierra usado por los camioneros que transportaban productos chilenos, argentinos y brasileños, que viajaban desde y hacia el puerto de Valparaíso. Para Argentina, Uspallata era el lugar de salida de los productos agropecuarios de Mendoza y sus alrededores, por lo que las autopistas con buena infraestructura se encontraban entre esa ciudad y la Capital Buenos Aires, ubicada en el extremo nororiente del país, a orillas del Océano Atlántico.

Cuando Rogelio llegó al complejo aduanero, con su empolvado automóvil, el agente argentino encargado le esperaba con un helicóptero para recorrer los cientos de kilómetros que les separaban de la Capital.

- Pero Che... ¿Vos pensabas llegar a Buenos Aires en ese carro?

- Es un buen auto americano, llega a cualquier rincón de Chile.

- Pero acá, es otra cosa. Veni, lo dejamos encargado a los gendarmes y nos vamos por el aire.

La Republica Argentina, siguiendo las experiencias dictatoriales americanas de Brasil y Chile, con auspicio y apoyo norteamericano, se encontraba gobernada por una junta militar que propiciaba el intercambio de información sobre los opositores en los países andinos. La misión de Rogelio, encargada por la Dirección Nacional y ordenada por el Gobierno, era lograr acuerdos de exterminio y unificación de criterios en difusión de noticias de la lucha continental contra el marxismo internacional.

A diferencia de los otros países, Argentina no había roto relaciones con la Unión Soviética, factor ideológico concordante con la Guerra fría que se disputaba entre las dos grandes potencias imperialistas, aunque paradojalmente, Chile tampoco había cortado relaciones con China, el Gigante Asiático Comunista.

En el hotel San Martín de Buenos Aires, se reunieron las delegaciones militares americanas. Oficiales de Uruguay, Paraguay, Perú y Bolivia, se agregaban al agente chileno que interactuaba con la delegación anfitriona.

- ¿Vos sabes que todos los representantes, son graduados en inteligencia antisubversiva de la Escuela de Las Americas, de Panamá? - Comentó el vocero argentino a Rogelio.

- No he encontrado a ningún graduado de la promoción del 69. - Respondió el Agente. - Me imagino que son egresados de los años setenta.

- Vos sos de los viejos, Che... Estuviste con los cariocas y guajiros... La plana mayor de Centroamérica y el Caribe.

- Nunca te he dicho que estuve en Panamá...

- ¡No te hagas el pendejo, pive!

- después de la lata del congreso, la cumbre andina y el encuentro americano que tienen como programa, ¿podemos conversar asuntos de cooperación bilateral?

- Pero, por supuesto, Che... Tengo la autorización del mando supremo, para arreglar temas entre nos.

- Hay un tema delicado que tratar. Tenemos acá al ex Comandante en Jefe del Ejército Chileno... Se requiere información y coordinación operativa.

- Seguro, pive. ¡Contá con eso y todo lo que sirva para la causa!

* * *

La armonía galopante del toque de diana, anunciaba otro día más de guardias, aprendizaje y entrenamiento militar. En la cuadra, los aspirantes desfilaban desnudos en un ajetreo interminable desde los dormitorios hasta las duchas. Era el inicio de una nueva jornada de trabajo para los soldados.

Para los instructores en tanto, la jornada diaria había comenzado mucho antes.

El sargento Henríquez ingresó sorpresivamente a la cuadra, ante la atónita mirada de los aspirantes.

- ¡Formar todos frente a sus casilleros! - Gritó. - ¡Revisión de cargo!

- Chupalla, ahora sí que me llega. - Susurró de pasada Zúñiga. - A mi todavía me quedan cervezas.

- Justo ahora que estoy terminando con los días de arresto. - Respondió Luis y se dirigió a su casillero.

La revisión comenzó lentamente. El instructor sacaba todo lo que encontraba y lo amontonaba en el suelo.

- ¡Pan duro! - gritaba coléricamente Henríquez - ¡Conservas! ¿Es que acaso no comen bien en el rancho? No me digan, que los manjares que sirven ahí... ¿son insuficientes?

Uno a uno fue revisando los lokets, hasta que llegó al casillero de Zúñiga.

- ¡Miren lo que tenemos Aquí!... - Una botella de cerveza sin destapar fue sacada por el sargento. - ¡Y debe haber más por aquí! ¿Me puede explicar algún aspirante de donde salió esto? ¿Les hice una pregunta?

- Yo las traje de afuera, mi sargento. - Respondió Zúñiga.

- Además, pasaron la revisión de guardia... Mira tú que suerte. - Agrego mientras continuaba buscando.

Una vez que hubo terminado de revisar los casilleros, el sargento, juntó las cervezas que aparecieron así como la comida envasada. Posteriormente ordeno a Zaso llevar todo al casino de suboficiales.

- Ustedes saben que está prohibido tener comestibles en las cuadras y es una falta grave tener alcohol... Por lo tanto, Zúñiga, Manríquez, Macías y Ramírez tienen siete días de arresto. - Agrego el instructor con seriedad fingida. - Para los demás aspirantes, por ocultar la información, no saldrán durante la semana. Hasta el día sábado.

- ¿Y los que están salientes de guardia? - Preguntó Araya.

- ¡Todo el curso debe cumplir el castigo! - Respondió el sargento mientras salía de la cuadra.

- ¡Alguien tiene que haber soltado la lengua! - Vociferó Ramírez mirando a sus camaradas. - De otra manera no se explica la sorpresiva revisión.

- El que podría haberse desquitado acusándonos, es Landon. - Agrego Zúñiga. - Además, el estaba de guardia anteayer, cuando pasamos las cervezas.

- Las acusaciones hay que comprobarlas. - interrumpió Manríquez.

- ¿Por que revisaron justo hoy que Kurt esta saliente de guardia? - Acotó Valenzuela - ­ ¡Fue el único que se libró de la revisión!

- Veremos que dice mañana ese maricón... Cuando esté presente. - Concluyó Macías cerrando su casillero.

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