Capítulo XIII
Había un ambiente de fiesta en las calles del puerto ese día 31 de diciembre; El sol, había sido tragado por el océano, hacía ya un par de horas y en las calles, la mayoría de las casas tenían sus puertas abiertas en especial en los miradores, donde los vecinos entraban y salían de las casas... se hacían los preparativos para la fiesta de fin de año. Algunos niños se quedaban mirando, por varios minutos, la bahía iluminada por los barcos adornados con luces de colores: Mesas y sillas, junto a alguna parrilla para un asado, estaban preparadas al aire libre. Era la gente del pueblo que compartía entre si, en esta noche... en la que esperaban un supuesto mejor año.
La Junta de gobierno, había decidido levantar el toque de queda esa noche; por lo que se podría celebrar hasta el otro día la fiesta de año nuevo.
Luis bajaba las escalas de uno de los cerros del puerto; la gente apresurada subía con las bolsas de las compras para la cena, que debería estar ya preparada. Sus rostros no denotaban mucha alegría y para el joven, las gentes reflejaban una alegre preocupación; dejando flotar en el ambiente, cierto aire de temor al año que venía.
El joven soldado, pasó bajo la torre del ascensor iluminado también por luces de colores, que subía en su lento caminar con un quejido metálico que hacía vibrar los pilares del antiguo entarimado ferroso. Subió por la empinada calle empedrada, llegando a la puerta de la casa donde habitaba Hilda.
- Espero que ella esté aquí. - Pensó el aspirante, al ver la ventana de la pieza a oscuras. - No sería ninguna gracia que haya dejado de pasar estas fiestas con mi familia, por acompañarla y no la encuentre.
Golpeó la puerta y esperó unos segundos, pero nadie respondió; Volvió a golpear y empujó la puerta comprobando que estaba cerrada. Definitivamente, Hilda no estaba.
Se quedó unos minutos de pie en la esquina, mirando los callejones, esperando verla aparecer; pero sus deseos no se cumplieron.
- Creo que voy a tener que pasar el año nuevo solo... - pensó en medio de su frustración. - No, mejor voy al cerro Florida, a la casa donde fuimos con Alberto a la fiesta con las chiquillas de la Brigada Juvenil; también ellas deben celebrar en la calle como los demás.
Volvió sobre sus pasos; su rostro dejó traslucir una mueca de frustración, mientras bajaba hacia el barrio chino. Una gran cantidad de marinos y civiles deambulaban entre los bares y restoranes que se encontraban abiertos.
- Tal vez cambiaron de planes en el Dragón Rojo. - Pensó Luis, retomando la esperanza de encontrar a Hilda. - Pasaré a ver si está abierto; En una de esas, la encuentro trabajando.
Rápidamente se dirigió al lugar; al llegar a la esquina, miró las puertas del bar y estas se encontraban abiertas.
- Por eso no estaba en su casa. - Murmuró sonriendo.
Ingresó al local, este se encontraba con muy pocos asistentes; Miró a las mesoneras que se encontraban en la barra esperando a los clientes, para atenderlos; Hilda, no estaba entre ellas. Una joven morena vistiendo una escotada blusa, faldita corta y un diminuto delantal, se acercó al soldado que siguió buscando con la mirada, en las mesas de los que ahí se encontraban.
- ¿Buscas a alguien en especial? - Preguntó la joven.
- Si... Estoy buscando a Hilda.
- Ella, no vino hoy día. Creo que está enferma, pero si quieres yo te puedo atender.
- Me gustaría mucho... pero, no puedo quedarme. ¡Gracias de todos modos!
Salió rápidamente del local; En la calle, miró para ambos lados como desorientado.
- No hay caso. - Pensó - ¿Porque habrá dicho que está enferma? ¿A dónde habrá ido? Que yo sepa, no tiene familiares aquí en el puerto.
Acto seguido enfiló rumbo al centro de la ciudad. Debía atravesar parte del plano para llegar al cerro Florida; Su lento caminar hacía denotar preocupación en el joven soldado. Sumido en sus pensamientos, llegó a las primeras escalas que iniciaban el ascenso al cerro.
- ¿Donde estará Hilda? - Pensaba mientras subía - La última vez que la vi estaba muy depresiva y en ese estado... ¿Quizás que locura puede hacer?
Llegó a la población. Al igual que en los otros lugares del puerto, la gente compartía en la calle y la música lo inundaba todo; Los niños, eran los más alegres y corrían jugando de un lado a otro. Uno de ellos, que escapaba de otro más grande, se escondió entre las piernas de Luis haciéndolo salir de sus pensamientos.
- ¡Hey! ¡Cuidado que te cruzas! - Exclamó y el niño, inmutable siguió corriendo hacia otro sector.
El aspirante buscó la casa de madera a la cual habían asistido meses atrás; Esta se encontraba un poco más allá y había mucha gente a su alrededor. Una figura inconfundible se encontraba compartiendo en un grupo de jóvenes.
- Tenía que estar aquí, ese huevón de Landon. - Pensó Luis y detuvo su caminar. - De seguro, va a crearme algunos problemas.
Se quedó un segundo mirando a los niños correr hacia donde se encontraba Kurt, que reaccionó ahuyentándolos escandalosamente mientras los otros jóvenes reían; no vio a ningún otro aspirante, pero se notaba que los otros también eran soldados.
- Bueno, a este nunca lo voy a pillar solo. - Pensó y se acercó al grupo. Mientras se aproximaba, reconoció a Alejandra, la dueña de casa, que conversaba con otras mujeres un poco más allá y esto, le dio seguridad.
- Ola Kurt... ¿Como estas? - Dijo sarcásticamente Luis mientras daba un golpecito en la espalda al sorprendido aspirante. - Que gusto, encontrarte por aquí.
Los otros jóvenes miraron al recién llegado, que se limitaba solamente a sonreír ante el tenso silencio de Landon; Alejandra se volvió a mirar y Luis, se dirigió a ella.
- ¡Ola Alejandra! ¿Te acuerdas de mí?
- Si, tú eres amigo de Alberto y de Kurt. ¡Que bueno que viniste!
- ¡El no es mi amigo! - Respondió Landon, rompiendo su silencio. - A mis amigos los elijo yo.
- Ya te pusiste pesado, rucio. - Dijo alegremente la joven y tomando del brazo a Luis, le presentó a sus amigas.
Algunas eran conocidas, pues pertenecían al grupo de la Defensa Civil y practicaban casi todos los sábados en el cuartel, por lo que estando de guardia en el portón, era normal encontrar se con ellas. Luis se acomodó rápidamente al tema de conversación; entre las presentes, se encontraba Angela, la niña de ojos claros que le había interesado la vez anterior y contando un par de chistes, se ganó rápidamente la simpatía de las jóvenes. El ánimo de Kurt en cambio, se modifico radicalmente; creando un tenso y pesado ambiente.
- Oye pelado... - Dijo Landon al novio de Angela. - Tu polola, es la que más se ríe de las tallas de ese patudo.
El soldado reaccionó rápidamente y se dirigió al alegre grupo; tomando bruscamente del brazo a la joven, la sacó del lugar.
- ¿Pero Julio? ¿Que te pasa? - preguntó sorprendida.
- ¿Crees que no me doy cuenta como le coqueteas a ese imbécil?
Los jóvenes se quedaron en silencio; Kurt con su sonrisa sarcástica, observaba también el bochornoso incidente.
- Tranquilo soldado... - Interrumpió Luis a la pareja. - No hay por que ponerse en ese plano.
- ¡Y a ti! - Contestó secamente Julio. - ¿Quien te dio vela en este entierro?
- Además es huevón... - Reflexionó en voz baja el aspirante. - Lo hacen picar la guía y agarra papa.
- Déjalos. - Susurró Alejandra que se había acercado al lado de Luis. - A Julio, siempre le dan esos ataques de celos.
Fue en ese instante cuando Landon, se acercó ladinamente hasta quedar al otro costado de Luis.
- ¿Otra vez armando líos, mi aspirante? - Preguntó sarcástico.
La rabia acumulada en el joven aspirante, se desató nuevamente; la mano de Luis empuñada, en un segundo trazó un semicírculo e impactó con fuerza, en el estomago del insidioso, que se dobló como un saco vacío.
- Te debía este regalo de pascuas... Huevón. - Le dijo después, al encuclillado Landon y dándole unos suaves golpecitos en la espalda, se dirigió hacia los demás. - ¡Disculpen los problemas y que tengan un feliz año nuevo!
El joven, se retiró del lugar seguido por Alejandra, que tomándolo nuevamente del brazo, le comentó sonriente. - Me gustaría que te quedaras, pero como no creo que lo hagas... ¿Podríamos vernos de nuevo otro día? - Agrego mientras contenía la respiración como esperando una respuesta. - ...Ya sé. ¿Puedes venir mañana en la tarde? Te invito a tomar onces.
- ¡Bueno, a tomar onces! - Respondió Luis alejándose, mientras sus dedos, soltaban lentamente de la mano de Alejandra. - Mañana nos vemos.
Rato después, el joven aspirante caminaba lentamente por las calles del plano en el puerto. Grupos de personas entretanto, caminaban apresuradas hacia el muelle y la costanera; Llevaban bolsos, bancas y más de alguna botella, para celebrar la llegada del nuevo año.
Faltaba menos de una hora para la medianoche y Luis, recorría la costanera en un sector prácticamente desierto. Miró hacia el negro océano encontrando la pequeña playita que se escondía bajo los acantilados.
- Aquí habríamos venido con Sonia, Alejandro y los demás... a celebrar. - Pensaba, mientras se acercaba al zigzagueante sendero de bajada a la arenosa ensenada que entre la penumbra, era lamida por las suaves olas. - Voy a descansar un poco en la playa, como tengo... todo el tiempo del mundo.
Recorrió el camino hasta llegar a la fresca arena; miró hacia el mar y entre el reflejo, vio una figura sentada en la orilla. Comenzó a acercarse; era una mujer que, absorta en sus pensamientos, no se percataba de la presencia del soldado. Repentinamente, una explosión en el cielo, iluminó la playa y miles de diminutas lucecitas de colores, comenzaron a caer reflejándose en el agua, con rayos multicolores. Luego una y otra más, resonaban en el aire, llenando el cielo de explosiones y de fuegos artificiales que salían del mar.
Con la luminosidad proyectada en cada explosión, Luis reconoció a Hilda como la solitaria mujer. Se acercó para confirmar su fundada apreciación y la mujer, sintiendo la presencia entre la lluvia de maravillosas estrellitas, se volvió a mirarlo.
- ¡Luis! - Exclamó Hilda con alegría. - ¿No te fuiste a la capital?
- ¿Que haces aquí tan solita? - Preguntó el joven a modo de respuesta.
- No tenía ganas de hacer nada y me vine a esta playa... - Agregó la mujer con cierta melancolía. - Siempre veníamos aquí con Jano, a ver la puesta del sol.
Una seguidilla de explosiones y millones de estrellas luminosas, interrumpieron a la pareja; Luis se sentó al costado de la mujer y esta, recostando su cabeza en el hombro del joven, se quedó extasiada mirando el hermoso espectáculo.
- Que tengas un feliz año, Hilda. - Dijo el joven, acomodándose mientras su brazo la tomaba por la cintura, para mirar el cielo multicolor.
- Tu también, mi querido amigo. - Contestó ella y acercando su cara hasta sentir la suave respiración del muchacho, se miraron un segundo; para concluir, juntando suavemente los labios, que se entreabrieron para culminar en un apasionado beso.
* * *
El imponente obelisco se alzaba en medio de la avenida colmada de vehículos que circulaban en ambas direcciones. En la ciudad, Puerto y Capital de la Republica Argentina, el bullicio era continuo... la imponente urbe del Océano Atlántico, era la puerta occidental de América del Sur y en sus barrios bohemios, al atardecer de uno de los primeros días de enero, se respiraba un ambiente de supuesta normalidad porteña.
Un automóvil de color amarillo mostaza, se detuvo en la avenida del Barrio Palermo; un hombre alto y rubio, de contextura atlética, descendió entregando un par de verdes billetes al conductor.
- Thanks you, señor. - Agregó mientras cerraba la puerta con dificultad, producto de las telas y el atril que portaba.
Se encaminó a una florida plazoleta; se detuvo para mirar el paisaje, apoyando las patas del atril en el césped, acomodándolo para colocar una tela blanquecina. Del bolso extrajo los pinceles y los pomos de pintura, dejándolos a un costado.
Desde una casa frente a la plazoleta, salió caminando altivo un hombre no muy viejo, pero con aspecto cansado, seguido por un esbelto joven de traje y cortos cabellos; Se dirigieron hacia un automóvil azul oscuro que esperaba estacionado unos metros más al norte, cuando el joven apuró el paso adelantando al hombre que disimuladamente miraba a la plaza.
- Ese pintor de la placita... - Agregó el hombre deteniéndose al costado trasero del vehículo. - No lo había visto antes.
- ¡No es del barrio, mi general! - Respondió el joven que se detenía también, atento a lo que ocurría en el sector. - Debe ser algún principiante que se aburrió de pintar en el barrio de la Boca. - Enseguida, el joven observó detenidamente a su alrededor y abrió la puerta del automóvil para que subiera el ex general.
El artista, dejó al costado la paleta en que preparaba los colores y sacó del bolso una cámara fotográfica con un aparatoso lente; ajustó la visión en dirección del vehículo y el clic del diafragma se repitió varias veces. después, siguió fotografiando las casas y el paisaje del barrio mientras el joven, rodeaba el automóvil por la parte delantera para subir al volante.
Segundos después, se alejaban hacia el centro de la ciudad.
El pintor guardo su cámara fotográfica y tomando nuevamente la paleta, siguió pintando en la tela que adquiría una colorida cobertura de aceitosos oleos.
Una pareja de enamorados se acercó al artista y se quedó observando como los pinceles y la espátula, mezclaban los colores en la tela retratando, de forma muy particular, un rincón del barrio Palermo.
Michael Towley guardo sus implementos artísticos, sacando la cámara nuevamente, realizó algunas tomas de los alrededores y subiendo el tirante para pasarlo por su cabeza, la dejo colgando de su cuello. Tomó la tela observándola un segundo; después giró regalando la pintura fresca a la joven pareja que le había observado.
después, se alejó caminando lentamente con su cámara dispuesta para realizar algunas tomas de nuevos lugares.
Al día siguiente, en un café del boulevard porteño, Towley disfrutaba una taza de amaretto con panecillos dulces en forma de medialuna. La mañana era fresca por la brisa marina del puerto, que soplaba jugueteando con las ramas de los árboles que protegían del sol, a la pequeña meza de metal y cubierta de vidrio pavonado, en la que desayunaba el norteamericano; que aparentemente concentrado, leía las "Selecciones del Riders Dahiers".
En la esquina del boulevard, un hombre de traje negro, miembro de la policía secreta argentina, se quita los lentes de sol y se reúne con dos agentes chilenos; uno de ellos, el gringo Schillins. Enseguida caminan hacia el café donde solitario, en la meza bajo el árbol, Michael termina de servirse los panecillos.
Los hombres, tomando unas sillas de los costados a las mezas aledañas, se acomodan junto al norteamericano que, limpiándose las manos con una servilleta, toma un maletín que colgaba del respaldo de la silla, abriéndolo para extraer algo.
- Good morning señores. - Agregó sacando del bolso un manojo de fotografías, las tiró sobre la meza. - Aquí tener el picture, o matorial de apoye.
- Material de apoyo... - Corrigió el argentino al deficiente español de Towley.
Los agentes, sonriendo comienzan a revisar las fotos de algunos lugares de Buenos Aires y del Barrio Palermo, que el norteamericano había entregado.
- Es necesario definir el teatro de operaciones... - Continuo el agente trasandino mientras extendía un croquis grafico de los lugares definidos con anterioridad. - Definitivamente Che, yo creo que el más adecuado es el Barrio Palermo.
- Encuentro que hay muchos espacios abiertos en ese lugar, por lo que es muy fácil de detectar la intervención. - Opinó Schillins.
- Pero che, es donde contamos con más tiempo para preparar el paquete sorpresa.
- Tendríamos que hacerlo preparándolo antes y después, colocarlo con un dispositivo de encendido conectado al motor de partida.
- Now problem... - Intervino el norteamericano. - Eso dejarlo en my hand... Todo bajo control.
- Entonces, está decidido che... Se hace en Palermo y que parezca realizado por unos radicales de izquierda. Por los putos Peronistas.
Después, el argentino se retiró del lugar de encuentro; mientras los chilenos, junto al norteamericano, solicitando la atención de los mozos, se quedaron sirviéndose dulces y jugos para definir donde se juntarían a afinar los últimos detalles de la acción.
Tres días después, las agencias noticiosas Americanas y mundiales, emitían la noticia del asesinato con bomba en el Barrio Palermo de Buenos Aires Argentina... del Ex Comandante en Jefe Chileno, el General Prat; La guerra interna de los países latinoamericanos había sobrepasado las fronteras.
* * *
Había poco movimiento en las calles de Playa Ancha aquella mañana; era domingo en la perla del Pacifico y ningún porteño madrugaba en los días de descanso. El sol, que se filtraba por entre las amorfas nubes matutinas, comenzaba a bañar tibiamente la parte oriental de los cerros. De pronto, comenzó como un murmullo rebotando en los desniveles y las paredes de las viviendas, con un eco que cada vez sonaba más fuerte; era una treintena de voces rompiendo el silencio de las veredas y callejones, que se mezclaban entre pendientes y quebradas conectadas con las otras comunas del puerto.
Aquel grupo de soldados, en perfecta formación, marchaba sincronizadamente. Semejaba un gran ciempiés que subía lentamente por las empinadas calles de los cerros. Todas las voces juntas, cantaban al ritmo de la marcha que parecía resonar en varias partes, como si el eco no fuera uno, sino varios... que se escurrían por entre las quebradas de la ciudad.
- ¡Mas fuerte! - gritó el sargento - ¡Para qué despierten todos los flojos y sepan, que aquí va el curso!
La marcha y el canto continuaron. El toque de queda se había levantado hacía ya una hora y solo algunos minutos antes, los soldados habían salido del cuartel; pero no eran los únicos que se encontraban en esas calles. Sigilosas figuras, esperaban entre las casuchas y mal cuidados block de departamentos, que los aspirantes se alejaran.
Cuando las voces se escuchaban a varios metros de distancia, los furtivos ciudadanos continuaron su riesgosa labor; Un joven hizo una señal y otros tres, salieron rápidamente con unas latas de pintura, procediendo a terminar de pintar en un muro, la consigna que completa, rezaba: "¡BASTA DE DICTADURA! ¡UNIDAD ANTIFASCISTA! JJCC".
La columna, ajena a lo que ocurría a sus espaldas y después de un largo trayecto, comenzó a dejar atrás las últimas casas de la comuna, internándose por un camino de piedras que se perdía entre un bosque de eucaliptos y pinos.
- Son como veinte kilómetros hasta el campamento.- comentó el bruto Masías.
- Ojalá que lleguemos luego. - contestó Claudio que marchaba en manifiesto estado de cansancio. - Las nubes están desapareciendo y parece que va a hacer calor.
- Podrían habernos traído en camiones. - murmuró Luis
Era cerca del mediodía y el sol comenzaba a calentar el interminable camino cuando a un costado de la vía, apareció el letrero indicando: "CAMPO DE ENTRENAMIENTO ELEUTERIO RAMIREZ" "ZONA MILI TAR, PROHIBIDO EL PASO".
Los soldados en perfecta formación, marchaban por el camino de piedra; El jeep que se encontraba a la cabeza de la columna, giró repentinamente a la derecha, para perderse entre la tupida vegetación que crecía al costado del camino, en la entrada al campamento. El pórtico era de madera, sujeto a dos troncos que interrumpían un murallón de espinos reforzados con alambres de púas; lentamente la tropa fue ingresando y el curso, traspuso el pórtico caminando por unos senderos marcados entre un bosquecillo de grandes eucaliptos.
Eran tres compañías de fusileros junto al curso, las que llegaban al campo de entrenamiento militar, para iniciar la primera campaña del año y además, por primera vez en los últimos años, todo el batallón se juntaba para hacer los ejercicios en conjunto; puesto que por motivos de logística, las unidades realizaban campañas en forma individual.
El sargento Henríquez detuvo al curso; Posteriormente dio las indicaciones y el lugar para armar las carpas, tarea que los aspirantes iniciaron de inmediato.
Comenzaron a levantar el vivac con las carpas; esta vez, traían dependencias de lona para casino de oficiales, enfermería y comando central... Durante el transcurso del día, llegaron pertrechos, incluyendo piezas de artillería; se sabía también que en los terrenos colindantes practicaban los infantes de marina y una compañía de paracaidistas de la Aviación.
- Nunca había visto un ejercicio conjunto de tanta envergadura y a este nivel. - Comentaba el sargento Henríquez - Creo que ocurre algo importante y nosotros estamos en medio.
Preparar el vivac les tomó el resto de la tarde y una vez que todo estuvo listo, recibieron el rancho... que ese día no tenia buen sabor; a pesar de eso los soldados comieron con ganas.
En la distribución de las carpas, una para dos soldados, Luis quedó junto a Andrés Valenzuela, un joven aspirante aficionado a la lectura. De todo el tiempo que llevaban en el curso, poco, por no decir nada, habían compartido estos jóvenes.
- Es un buen momento para conocerlo. - pensó Luis conformándose con su pareja de carpa para la campaña.
Una vez asignado y organizado el campamento, se definió la compañía de guardia junto a las órdenes inmediatas entregadas por el Oficial a cargo. El curso fue dividido, distribuyendo a la mayor parte de los aspirantes en las tres compañías: como sargentos y cabos de reserva, de apoyo a los instructores. Solo Sazo, el aspirante más antiguo, quedó a cargo de una escuadra; El resto, entre los que estaban Pérez, Landon y Zúñiga, junto al sargento Henríquez y el cabo Acuña, en su condición de comandos paracaidistas, conformaron la compañía de artillería y logística. Esta, se encontraba reforzada con soldados primeros y cabos de reserva de las otras compañías.
Durante la noche, tuvieron que cavar en la tierra posiciones defensivas, por lo que el descanso nocturno se hizo demasiado corto.
En el horizonte marino, frente a los campamentos militares, un acorazado con el número doce en su proa, junto a dos destructores de la marina de guerra, se encontraban fondeados desde la madrugada en la rada sur de Laguna Verde.
El toque de diana parecía sonar en el mismo oído de los soldados esa mañana. Los clases instructores ya en pie, apuraban a la tropa no de muy buena manera, llevándolos rápidamente a retirar el desayuno.
- ¡Muévanse rápido! ¡Hay mucho que hacer y tenemos poco tiempo!
En ese momento, la comitiva del comando de infantería ingresó al campamento, seguido por el jeep con las banderas que identificaban al Comandante del Regimiento; deteniéndose frente a las carpas de la oficialidad. El comandante ingresó de inmediato a la carpa del oficial a cargo del Batallón.
Las ordenes del cabo Acuña, para rendir honores, fueron apagadas por el ruido de un helicóptero naval, que circundando el sector, comenzó a bajar. Inmediatamente después, el comandante acompañado de sus dos escoltas, salió presuroso de la carpa de oficiales dirigiéndose a la nave que esperaba en un claro, a unos metros del campamento.
Minutos después, el helicóptero se elevaba y tomaba rumbo al mar. Después de un breve recorrido, comenzó a descender sobre el buque insignia de la guarnición naval, mientras los señaleros con sus pequeñas banderas, guiaban al piloto hasta posarse en la cubierta; Y antes que la hélice de la nave aérea terminara de girar, los pasajeros bajaron rápidamente y se dirigieron a la cabina de mando.
A un costado de la puerta metálica, el edecán naval saludaba marcialmente a los visitantes.
- Bienvenidos a bordo. - dijo mientras el almirante al fondo, les invitaba a sentarse.
- Pónganse cómodos. - ordenó mientras se levantaba de su asiento y caminaba hacia los sillones de cuero que rodeaban una mesa de patas pequeñas. - Bien, señores comandantes... En cuarenta y ocho horas se inician las maniobras conjunto; las que serán supervisadas directamente por el propio Capitán General al mando de la Nación. Como ya saben, estamos en una situación delicada producto de una reclamación unilateral de la Junta Militar transandina, que están exigiendo una negociación fronteriza de algunas islas del Sur y debemos prepararnos para la defensa inmediata, por lo que estos ejercicios se realizarán con categoría de alerta roja real. ¿Alguna consulta?
- La cuenta regresiva, ¿la iniciamos ahora? - consultó el comandante de la infantería de marina.
- Mañana me presentaré en terreno a supervisar el ejercicio e igualaremos los relojes para iniciar la cuenta regresiva. ¿Algo más?
Ante el silencio de los oficiales, el almirante se levantó siendo imitado por los demás.
- ¡Muy bien! - dijo. - Ahora pasemos a tomar el desayuno, antes que se enfríe... El café que preparan aquí a bordo, es tan malo, que hay que tomárselo hirviendo.
Caminaron riendo hacia la puerta de borda, abierta y sujeta por el edecán naval.
- Cuando esté en tierra, le invitaré un café de los que preparan en el rancho de campaña... - Comentó el comandante - ¡Ese si que es malo!
- ¡Ja ja! ¡Habrá que revisar el problema del abastecimiento de café para los oficiales!
- ¡Si! ¡En carácter de urgente! Ja ja ja.
La mañana pasó rápidamente. Luis, con su polera empapada por el sudor, dejó de cavar con la pequeña pala. La zanja era suficientemente honda para la pieza de artillería; un cañón 106 milímetros y mirando al soldado que continuaba en la tarea de quitar la tierra, le ordenó detenerse. Arriba del montículo, un cabo de reserva apilaba ramas de eucaliptos. Un poco más atrás, otro soldado seguía cavando la zanja para conectarla con las otras, formando una intrincada red que permitía circular a los soldados entre las distintas piezas de artillería y el sector de abastecimiento.
Rato después, la pieza era instalada y cubierta por una red de cuerdas, que sostenía ramas de vegetación para ocultarla mimetizada de acuerdo al lugar.
Los soldados extenuados por la tarea, se sentaron a descansar debajo de la improvisada carpa de cuerdas y ramas, esperando la inspección del sargento Henríquez. Este, desplazándose por las zanjas, llegó a la pieza y después de una rápida revisión, salió por un costado de la casamata.
- Les falta cubrir el cañón con saco y totora. - Terminó diciendo y se dirigió a la otra pieza de artillería.
Posteriormente, ya adentrada la tarde, los soldados terminaron de cubrir el cilíndrico cañón que se asomaba hacia el agitado mar.
El sol terminó de esconderse en el horizonte y un rato después, cuando las sombras comenzaban a cubrirlo todo, entre los cerros apareció en plenitud la luna llena. Los soldados, alrededor de una fogata, descansaban disfrutando de sus cigarros antes de la retreta. Algunos de ellos, alejados del campamento realizaban sus necesidades biológicas detrás de los eucaliptos.
* * *
El aeropuerto de Los Cerrillos comenzaba su ajetreo diario de la aeronáutica civil; El imponente avión comenzó a tomar altura casi al final de la ajustada pista de despegue.
La hermosa Azafata, salió de la cabina de servicio y comenzó a recorrer el pasillo, confirmando que los pasajeros acomodados en los asientos, no tenían problemas con el destrabado de los cinturones de seguridad. Rogelio, la miro sonriendo guiñándole el ojo, cuando esta, se inclino para visualizar. Una coqueta sonrisa fue la respuesta de la muchacha y siguió con su labor.
Acomodándose en el asiento, el agente tomo el periódico que colgaba del bolsillo trasero, bajo la plataforma forrada adosada el asiento inmediatamente anterior; comenzó a revisarlo mientras, con el rabillo del ojo, observo la contorneada figura de la azafata, que se acercaba.
- ¿Desea servirse algo mientras? - Consulto la muchacha con una sonrisa servil.
- Un whisky en las rocas. - Agrego fingiendo que dejaba de leer.
La sobrecargo siguió su camino contorneándose grácil mente, acercándose al otro pasajero, recostado unos asientos más atrás.
- ¿To like drink something? - Inquirió sin dejar de sonreír.
- No much, thanks you. - Respondió Towley somnoliento.
Sentados, alejados como por casualidad, Rogelio se encuentra en viaje a USA con Michael Towley, asesor de seguridad norteamericano, en una supuesta misión diplomática de ganar al gobierno norteamericano a la causa chilena, en la posible disputa de las islas del sur; pero secretamente, el gobierno le había encomendado la misión de aprovechar para establecer contacto con cubanos anticastristas, exiliados en Miami, con el fin de coordinar acciones de inteligencia contra opositores chilenos radicados en la cosmopolita ciudad y en especial, contra el ex embajador Socialista Labosier, de quien se sospecha mantener variados nexos en la OEA y una productiva actividad en la ONG Human Rights World, Admistía Internacional.
Segundos después, la Azafata volvía con la bandeja, sirviendo las bebidas a los escasos pasajeros, que absortos, buscaban la forma de pasar las horas de vuelo, realizando alguna actividad mental, como la lectura. Rogelio, recibió el vaso rozando intencionalmente los dedos de la muchacha que, con la otra mano, sostenía la bandeja.
- Gracias primor. - Agrego con tono meloso.
La sobrecargo solo se limito a sonreír y continuar con su servicio.
El viaje continuo sin sobresaltos producto del buen clima del hemisferio sur en esa época, pero la atención personalizada del agente chileno, sufrió la sustitución de la Azafata que se las arreglo para evitar acosos extra laborales. La otra sobrecargo, de origen sajón, brindo la correcta atención de personal norteamericano y con un spanglish perfectamente entendible.
Cuando la nave toco suelo, en la tropical loza del Miami International Airport, comenzaba a clarear la madrugada. Towley se acerco a Rojelio que retiraba el portafolios desde la cajuela superior.
- Tú me dirás, Michael. - Agrego Rogelio mirando al norteamericano. - Aquí, tú eres mi guía y decides donde alojaremos.
- ¡OK! Nos, stayed ourselves... digo hospedamos en Florida Hotel.
- ¡De acuerdo! Primero pasamos la aduana, después nos instalamos en el hotel y me llevas donde tus contactos cubanos.
- ¿Cuando tienes, the interview with... este, con el, charge of American security in the ONU?
- Se fijo una cita para el jueves. - Respondió Rogelio mientras salía del avión siguiendo las indicaciones de la Azafata. - Thank you, hermosa.
El trámite migratorio de ingreso al país del norte, fue realizado sin contratiempos; los agentes sortearon sin problemas la revisión a pesar que Rogelio realizaba un viaje no oficial y portaba un pasaporte de personal agregado a la embajada, con un nombre supuesto y con visa de turista.
Salieron del aeropuerto y se encaminaron de inmediato para abordar un taxi hacia el hotel. La mañana era diáfana y el vehículo, devoro la autopista y minutos después, se encontraban registrándose en el Florida. El cuarto era amplio, la vista desde un octavo piso se cortaba por los edificios colindantes que se elevaban a las alturas reflejándose en los cristales, repitiendo una y otra vez las ventanas y torres, que se enfrentaban contra si. A pesar de las imponentes moles, la luz de la ciudad se reflejaba iluminando los espacios de sombras con los rayos solares reflectados como miles de espejos en las vidriosas paredes.
Rogelio tomó una larga ducha; Eligio una colorida camisa nueva que se probo sobre un azul jens americano.
Salió al vestíbulo del hotel, donde Towley lo esperaba leyendo el Herald Miami. Salieron a la calle donde el botones mantenía abierta la puerta delantera de un automóvil burdeo.
- Es a... un Renta Card. - Indico Towley admirándolo. - Le pedí mientras esperaba.
Se subieron al vehículo y salieron raudamente. Mientras conducía, el norteamericano observo al agente que, revisaba la cajuela sacando un mapa de la ciudad.
- No podía ser de otra manera... - Agrego Rogelio. - La previsión yanky... Siempre listos, ¡eh!
Llegaron al barrio latino de la ciudad, los clubes de salsa y restoranes se repetían por la avenida principal... uno que otro carro de hot-dog eran copados por los transeúntes, que a esa hora, se servían el refrigerio del mediodía.
El vehículo se estacionó frente al club "Sueño Latino Americano". Los hombres bajaron y Towley, seguido por Rogelio, ingresaron a un espacioso hall con una pista de baile vacía en medio, rodeada de mezas pequeñas con sus asientos sobre ellas exponiendo sus delgadas patas de madera labrada.
Un moreno de pelo rizado, apareció por la puerta de la cocina.
- Michel Tawley... ¿Que te trae por aquí? - Inquirió.
- Yo, querer hablar con ustedes... ¿And Posada Carriles?
- En la oficina... pero pasen mi hermanos. - Agrego el moreno, mirando al acompañante. - Adelante... bienvenidos a nuestha isla.
- The presento a chileno Rogelio... - Indico el norteamericano de inmediato.
- Mucho gusto chico, ...me alegra conocer a alguien, que sabe de libehta.
El agente hizo una mueca de agrado y guardo silencio. Ingresaron por un pasillo hasta una puerta entreabierta. El moreno la termino de abrir y los hombres ingresaron una oficina.
La recepción era amplia, un estante librero, cubría de la luz directa de la ventana, a un gomero de largas hojas café, mientras un filodendro de anchas hojas verdes, se movía pausadamente producto de la brisa suave que ingresaba por la puerta.
- El gringo Tawley con un chileno... - Agrego el moreno mientras enfrentaba a un hombre de pelo castaño sentado tras un escritorio caoba. Unos sitiales del mismo color a los costados, lo enfrentaban en forma diagonal. - Me imagino, mi hemano, que vienen a hacehte una ofehta...
El cubano Posada Carriles se levanto del escritorio y camino hacia los recién llegados.
- Ustedes dirán, ¿en que podemos ayudarles, hermanos? - Agrego.
- En Chile tenemos una piedra en el zapato... - Indico Rogelio tendiendo la mano para saludar a Posada. - Un ex embajador pro castrista, llamado Labosier, se mueve por acá, regando mentiras sobre la situación de mi país.
- El enemigo de mis amigos... es mi enemigo. - Inquirió Posada estrechando la mano de Rogelio. - Quieres que te ayudemos a localizarlo y seguirlo.
- así es... y también a neutralizarlo.
- ¡Bueno, chico! Eso te va a salir caro...
- Bissnes and bissnes... - Agrego el agente guardando silencio un segundo. - En algo podremos ayudarlos fuera de la isla.
- De acuerdo, hermano. Nosotros te ayudamos para preparar el silenciamiento de Labosier y ustedes nos ayudan con algo de dinero para terminar con el come mierda de Fidel.
- Claro... Tenemos algo de papel verde, producto de unas joyas donadas para la reconstrucción nacional y algunos conocidos en Sudáfrica... De seguro, Fidel, en algún momento viajara al Congo... o alguna otra parte inestable de Africa.
- Entre latinos nos entendemos. - Agrego Posada abriendo una pequeña puerta, en la base del librero, para sacar una alargada botella café. - No hay nada mejor que un buen Ron Jamaicano, para sellar un buen trato.
- Voy poh los vasos, mis chicos. - Indico el moreno, saliendo de la oficina.
Afuera entretanto, los locales y clubes latinos, lentamente comenzaban a abrir sus puertas... y la música caribeña comenzó a inundar la bulliciosa calle, apagando el incesante ruido de los transeúntes y los automóviles. La bohemia norteamericana teñía de salsa y merengue la cálida noche de la cosmopolita ciudad de Miami.
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