Capítulo III
El sol de la mañana calentaba lentamente la tierra árida de la zona precordillerana encajonada entre cerros salpicados de pequeños arbustos resecos, espinos y piedras. Los cerros contenían el viento del valle central, por lo que una brisa tibia no lograba refrescar a los soldados que marchaban, como un pequeño ciempiés, por la ladera del apenas espinudo montículo cerro los lamentos, comparado por los cerros colindantes.
La instrucción de patrullas había comenzado temprano ese día.
- ¡Mantengan el paso! ¡Izquer… dos tres cuatro! - gritaba el cabo Schillins llevando la columna de soldados por el costado izquierdo del cerro.
- ¡Himno de la infantería, con compás... marr! - ordenó el cabo, y cincuenta voces comenzaron a cantar.
Al principio la canción estaba bien, pero a medida que pasaban los versos, algunos conscriptos quedaban en silencio demostrando que no sabían la letra final. Esto bastó para que la ira del cabo Schillins se desatara.
- ¡Tenderse! - Gritó encolerizado.
En un segundo todos estaban abajo, tirados en el suelo.
- ¿Conque no se saben la letra? ¡La letra con sangre entra! - Dijo el cabo - ¡punta y codo hacia el cerro, pelados crestones!
Reptando por la tierra árida y llena de espinas, los soldados comenzaron a cumplir la orden mientras Schillins cinturón en mano, azotaba las espaldas. Los codos lacerados por los espinos se humedecían en sangre y ardor hasta llegar a un punto en que ya no se sentía dolor. El sudor y el cansancio insensibilizan los miembros y los seres ya no razonan, solo obedecen.
- ¡No escucho el himno de la infantería pelados! - Gritaba el cabo, mientras los conscriptos arrastrándose, trataban de cantar mientras llegaban a media falda del cerro.
Hacia abajo, solo quedaba una huella de sangre y barro.
Rodearon el cerro, en un arrastre interminable, llegando al otro extremo donde el resto de la compañía, esperaba la sección que se había retrasado.
El cabo Schillins dividió la escuadra, separando a los reclutas y dejándolos a cargo de los otros dos instructores que se encontraban en el lugar, se retiró rápidamente.
Los soldados de la cuarta patrulla a cargo del sargento Rivas, que era en la cual saldría Luis, ya estaban casi listos. Algunos miraron compasivamente al soldado, que se incorporó al grupo sucio por el sudor y la sangre de sus codos y rodillas, ubicándose al final de la patrulla sintiendo el ardor en su espalda.
- Tú serás el navegante - Dijo el sargento a éste, mientras le entregaba la brújula sin importarle siquiera el estado en que se encontraba. - Deberán ir solos, por los puntos de las coordenadas, yo los estaré esperando en el último puesto de control… Solo espero que lleguen antes del amanecer. ¿Está claro? - concluyó sarcásticamente.
- ¡Sí mi sargento, a su orden! - respondió Luis.
Un minuto más tarde, partían hacia el primer punto. Guiándose solo por lo que les habían enseñado avanzaron por entre los espinos.
- ¿Estará bien lo que indica la brújula? - Pensaba Luis despreocupándose del ardor de sus extremidades.
- ¡A donde van, pelados! - Fue el grito que les dio la señal de haber encontrado el punto. El cabo Ramírez, de la segunda sección, fue el enlace que les entregó los datos del siguiente punto de contacto.
Ya, con un poco más de confianza, enfilaron hacia el destino indicado.
Llegaron al segundo punto y recibiendo las coordenadas del siguiente, continuaron el camino. Todo marchaba bien, pero en el tercer destino, no había nadie. Luis revisó la brújula por si la falla era de esta, cuando de pronto... unos gritos los sorprendieron.
- ¡Suelten las armas! ¡Están rodeados!
Lentamente las armas fueron dejadas en el suelo. Luis miró a sus atacantes que aparecieron entre los arbustos y vio nuevamente la cara risueña del cabo Schillins.
- En este momento son prisioneros de guerra. - Sentenció este y acto seguido, comenzó un nuevo maltrato.
Los hicieron tenderse a golpes en las costillas, les pisaban las piernas y manos, quien osaba moverse era castigado a punta de bota, el ensañamiento seguía con los codos de Luis que habían formado una blanda costra y su ardiente espalda, que era restregada con espinos.
- ¿Quién es tu comandante? - Preguntaban en cada golpe.
El que hablaba, sufría más castigos que los demás y el tiempo, parecía haberse detenido para los indefensos jóvenes. Algunos rostros sucios por la finísima tierra, dejaban ver la huella de algunas lágrimas que rodaban por sus mejillas.
- ¡Quédense todos cara al suelo! ¡El que se mueve está muerto! - fue la siguiente orden y luego, el silencio.
Quedaron tirados en el suelo sin moverse por varios minutos, no supieron cuantos, hasta que Luis, lentamente, comienza a mirar hacia su costado esperando el golpe y nada, ni un solo grito, un vacío silencio.
- Se fueron. - Dice Luis en voz baja, mientras se levanta con sus dolores reavivados.
- Y ahora, ¿hacia dónde iremos?
- ¡Mira, aquí dejaron los fusiles con un papel! - grito el flaco.
- Este es el azimut, ciento cuarenta y tres grados sur - comenta Luis mirando su brújula y segundos después, se ponen en marcha.
- ¿Qué nos irán a hacer en el próximo punto? - Pensaba Luis mientras caminaban.
Los tres puntos siguientes se cumplieron sin ocurrir nada fuera de lo común. Los clases esperaban que llegaran las patrullas y entregaban las nuevas coordenadas para que los soldados terminaran con el recorrido y la instrucción.
Esa misma tarde, varios clases estaban furiosos. Al parecer el teniente los había reprendido después del ejercicio de la mañana, el cabo Schillins era el más ofuscado.
Caminaba rápidamente al lugar donde descansaban los soldados de la primera sección esperando la última formación.
- ¡Formar la sección! - gritó y los conscriptos de un salto se pusieron de pie.
- ¡Escuchen bien, pelados maricones! ¡Uno de ustedes soltó la lengua con el teniente! – Decía, mientras parecía echar fuego con la mirada. - Alguien le contó que el cabo Caviedes y yo, teníamos un campo de prisioneros y que les pegamos junto con torturarlos...
De pronto, la mirada del instructor se clavó en Luis. - Y creo que fuiste tú, pelado crestón. - Agregó mientras se acercaba lentamente. Se detuvo quedando frente a frente y la mano del clase comienza a levantarse.
Todo ocurrió muy rápidamente, el cabo intenta golpear al soldado que, con un rápido movimiento de cabeza, lo esquiva deteniendo la mano con el antebrazo.
- ¡Que levantas la mano, pelao! - gritó lleno de ira el instructor - ¿Le quieres pegar a tu cabo?
Luis se quedó sin decir una palabra mirando fijamente al clase que, con su cara roja de ira, levantó nuevamente la mano para golpear al soldado, titubeando unos segundos ante la desafiante posición adoptada por el soldado.
Es en ese preciso momento, desde el galpón de oficiales, apareció el teniente llamando al personal de instructores.
- Esto no va a quedar así, pelado. - Magulla el cabo alejándose.
- La agarró conmigo el hijo de puta... - Pensó Luis. - Y el huevón no me va a soltar, ni a cañones. Quizás que me va a hacer cuando vuelva, pero no pienso quedarme sin responder.
El teniente entretanto, dio las órdenes correspondientes para el término del día y los clases, se dirigieron a sus escuadras.
El sargento Gallardo sacó de la formación y guió a la primera escuadra, hacia un costado de los galpones y los hizo sentarse en el pasto.
- Por ahora el cabo Schillins no se me acercará. - Pensaba Luis en los momentos en que concluía un día más de instrucción.
La noche era clara, las estrellas parecían estar más cerca y su fulgor era intenso. Luis observaba el firmamento pensando en su hogar. Los recuerdos fueron interrumpidos por los gritos del sargento Gallardo llamando a formar.
- ¿Que raro? – Pensó. - Todavía no es hora de la retreta.
Una vez que la compañía estuvo formada, el instructor de turno los hizo sentarse en un semicírculo.
- ¿Quién quiere cantar? - Preguntó después.
Lógicamente fue el desinhibido Andrés, el primero en salir y hacerlo con entonación.
En el intertanto, el sargento invitó a los conscriptos a conversar los problemas que tuviesen, en forma personal.
Luis hizo uso del permiso y comentó el problema tenido con el cabo Schillins, el día del ejercicio de patrullas y de los roces posteriores.
- Debes entenderlo - Contestó el instructor. - Schillins tiene un problema de identidad. Su padre era un chileno que murió antes del pronunciamiento militar y su madre, es una alemana, que llego arrancando de los comunistas. Ella lo convenció que es de raza Aria, la raza alemana, una raza superior y aquí en el ejercito, se ha encontrado con indios que en algunos casos son mejores que él. Pero no te preocupes, yo le hablaré para que te suelte… no olvides que yo soy tu comandante de escuadra y estoy para eso.
- Gracias, mi sargento. - Agregó Pérez alejándose del lugar.
Cuando el clase en servicio de corneta tocó a retreta, los reclutas se sentían relajados. Habían descargado tensiones con el canto y el sargento Gallardo, con las conversaciones personales, había demostrado que al parecer, también tenía un lado humano.
Las profundas sombras nocturnas lo cubrieron todo y el silencio, solo era roto por las patrullas militares en servicio.
* * *
El vehículo negro reluciente por el reflejo de la luz del sol en el atardecer, devoraba la pista de cemento, los bosques de espino a los costados pasaban rápido hasta perderse en la parte posterior de las ventanas del automóvil. Los rayos solares iluminaban el parabrisas del sedan marca Chebrolet, cada vez que aparecían entre los bosques y crestas del cordón cordillerano de la costa. Unas palmas imponentes, se vislumbraban en la parte intermedia de los cerros y la bajada zigzagueante de la carretera, dejaba ver, entre montículos, el horizonte marino de la creciente ciudad de Viña del Mar.
El conductor, un agente de seguridad militar, con sus lentes negros y su impecable terno gris oscuro, bajo del vehículo e ingreso al lujoso hotel O`Higgins, tirando las llaves del vehículo, que dibujando un arco invisible en el aire, fue a caer a las manos enguantadas del funcionario que sostenía la puerta de vidrio. El botones, tomo el equipaje del portamaletas y siguió al civil recién llegado, que llevaba personalmente un portafolios negro, dirigiéndose con altanería hacia la recepción.
- Tengo una reserva a mi nombre. – Indico al conserje, extendiéndole una credencial con logotipo del Gobierno.
- Buenas noches, Coronel. Espero que disfrute su estadía en la Ciudad Jardín. – Agregó amablemente el recepcionista. – En el tercer piso tiene todos los cuartos disponibles, las llaves están en las puertas.
- OK, envíeme una botella de buen whisky junto a algo de queso.
- Está disponible un “salad” en la nevera de los cuartos y el bar de la habitación cuenta con todo tipo de bebestibles.
Sin agregar comentario alguno, se dirigió al ascensor del hotel, seguido por el botones.
- Que tenga un buen descanso. - Agrego el conserje.
La mañana despuntó con un iluminado cielo, con una que otra nube que se desplazaba hacia el noreste.
El coronel se cruzó la bata y se dirigió al baño de la espaciosa habitación, iluminada por grandes ventanales con ornamentados visillos transparentes.
Desde su pieza se observaba la parte norte de la ciudad, el estero con sus verdosas aguas y las casas aledañas al lujoso Casino, que se recortaba entre frondosos prados y parques.
La figura altiva del coronel, vestido con un entallado terno negro y corbata roja, bajó los peldaños de la escala central del espacioso hall. Un mozo, de guantes blancos y reluciente calzado, le abrió la puerta del comedor donde ingreso el inquilino.
Sentado a la pequeña mesa de largos manteles, poblada de copas, una jarra de agua y otra con jugo de naranjas a medio consumir, una panera con pequeños panecillos y trozos de queque, platillos con quesos y cecinas, el coronel terminó de servirse el café.
Rato después, salió del hotel mirando hacia la plaza donde los caballos de las calesas relucientes, parecían rumiar con su hocico en la bolsa de género gris. El automóvil se detuvo frente a los peldaños y el botones bajó manteniendo la puerta del vehículo abierta, para que el coronel lo abordara y saliera raudo en dirección al puerto.
Después de avanzar velozmente por la costanera horizontal a la línea férrea, llegó al Puerto Principal para recorrer las calles del centro de la ciudad, se dirigió en su vehículo al lado sur enfrentando un viejo edificio gris y viró para ingresar al subterráneo, que se encontraba en medio de la estructura, custodiado por marineros en formación. Saco su credencial mostrándola al oficial de guardia que, llevándose la mano a su visera, le saludó marcial.
Segundos después, se encontraba recorriendo unos pasillos sin mucho personal e ingreso a una sala, donde se encontraban conversando distendidamente tres uniformados.
- Señores, atención. - Interrumpió el coronel. - Desde hoy y para ustedes, soy el comandante Rogelio, y desde ahora en adelante, se harán a la idea que serán nuevas personas, con una misión muy importante para la Patria.
Se encamino hasta situarse frente a los oficiales.
- Mi comandante, en la unidad no me informaron mucho de la misión, en que condición y cuanto tiempo estaremos en servicio. - Inquirió el oficial que vestía con uniforme de la marina de guerra.
- Primero lo primero y no necesitan saber mucho. Como a partir de hoy serán otras personas, deberán tener otros nombres. – Continuo el coronel. - Tú, por ser de la marina, serás Fedor.
Se volvió para mirar a los otros uniformados.
- Como tú vienes de inteligencia militar, eres Rasputin. - Agregó indicando al militar. - Y tú, del comando aéreo transportado te llamaras Vladimir. Nuestra misión es hacernos cargo de los cabecillas del Partido de los soviéticos.
- Algo me indicó el General Gordon sobre un grupo operativo de inteligencia política, comandante Rogelio… ¿Solo los cuatro seremos el grupo operativo? - Consultó Rasputin.
- Cada uno de ustedes deberá encargarse de dirigir los grupos operativos que armaremos con suboficiales y uno que otro soldado de confianza para labores de aseo. - Agregó el coronel. - Nuestro cuerpo operativo será parte de la nueva dirección de Inteligencia Nacional.
- Entonces, si esta es una promoción a labores de inteligencia… ¿Por qué formar grupos operativos? – Consultó Vladimir. - Para eso tenemos a la tropa en la calle y a la policía.
- Las ramas de las fuerzas armadas tienen sus propios comandos de inteligencia, las DIM y la tropa opera en la guerra regular… Esa fue, la primera fase táctica contra el marxismo desde que recuperamos nuestro país y nos enfrentamos contra guerrilleros de la Izquierda revolucionaria preparados y armados. Ya nos hemos hecho cargo de los cuadros del Movimiento de los Cubanos, y hace muy pocos días, cayó el último bigotudo del Comité central, el traidor de los Gumusio con su mujer, que por el momento quedo viva la desgraciada. Pero, ya va a caer y se irá derechito para el infierno.
El comandante se quedó un segundo observando a sus subordinados. Fijando la vista en Vladimir, continuó. - Ahora comienza una nueva fase de la guerra interna, la lucha secreta contra los cuadros políticos clandestinos que se deben neutralizar, utilizar para la contrainteligencia y exterminar cuando ya no nos sean útiles, porque son ideológicamente irrecuperables. Vladimir, con un grupo que ya tengo formado y que le presentaré enseguida, se encargará de hacerle seguimiento a un viejo dirigente sindical de la Refinería de Con Con, que sabemos, se junta con un ex regidor rojo de Quintero.
- Como ordene, comandante.
- Quiero saber con quién se junta, por donde anda, que pijama usa, que come, que toma, quienes son sus amigos y familiares, que hacen y con quien se juntan ellos… Quiero patrones de conducta y de desplazamiento por mes. Quiero informes diarios y planificaciones semanales… Ahora, Fedor y Rasputin, espero propuestas de suboficiales de confianza, pero no amigos, para los grupos operativos.
En la oficina del gris edificio, continuó la secreta reunión mientras, la actividad porteña continuaba con su movimiento diario… Los estibadores con sus grúas y conteineres sacados de los cargueros y los ascensores escalando y bajando los cerros que encajonaban a la ciudad.
* * *
La formación de campaña fue anormal esa mañana… Mientras el sol que remontaba los cerros, comenzaba a calentar el ambiente, los soldados esperaban a sus instructores que, reunidos por el comandante a cargo del campamento, recibían instrucciones junto a los oficiales.
Siempre, las ordenes del día, eran entregadas a los oficiales y estos, las transmitían a los clases instructores, por lo que era extraño lo que pasaba.
Un grupo de clases a cargo de dos tenientes, salieron de la reunión y se dirigieron a los jeep del comando militar… El cabo Schillins se encontraba entre ellos.
Los vehículos salieron del vivac y recorrieron el camino hasta la autopista, dejando una estela de polvo que fue arrastrado por la tenue brisa matutina. Viraron en direcciones diferentes, hacia los caseríos de Colina y Chacabuco. Este último destino fue la dirección que tomó el Jeep donde viajaba Schillins con el teniente Cornejo.
- En las tunerías de Chacabuco es fácil esconderse… Mi teniente. - Indico Schillins. – Y las tunas son un buen desayuno.
- Si anda con dinero, podría comprar comida, pan… y la única parte donde puede hacerlo es en la panadería almacén del pueblo. No hay más alternativas, así que buscaremos primero en ese lugar y después, en las tunerías. – Respondió el teniente.
- Es fácil que la gente vea a un militar solo, caminando por ahí… a menos que el pelado encuentre algo de ropa colgada en algún patio y la robe para cambiarse. - Opinó el sargento que conducía.
- Los lugareños nos darán las pistas, si es que al pelado se le ocurrió venirse al caserío.
El vehículo avanzó rápidamente por la pista perdiéndose en la curva que bordeaba el cerro. Al fondo, las cercas de alambres cerraban las parcelas que, se encontraban pobladas de tuneras con sus palmetas de aloe-vera y espinas.
El caserío se encontraba casi vacío, el almacén se encontraba con las puertas abiertas y un viejo de pelo cano, apareció en la puerta con una silla mecedora mirando el árbol que, al costado de la puerta, ofrecía una buena sombra. La acomodó a cierta distancia del tronco y sentándose, desenrolló un periódico que sacó de su bolsillo trasero.
El anciano, terminaba de ajustarse los lentes mientras con la otra mano, sujetaba las hojas del periódico que el viento elevaba de sus piernas, cuando de pronto, el Jeep militar se acercó rápidamente. Se detuvo en la berma desplazando algunas piedrecillas hacia los costados y raudamente, los soldados bajaron para dirigirse donde el anciano.
- Buenos días, abuelo. - Saludo el teniente.
- Como está mi señor… - Respondió el lugareño. - ¿Puedo ayudarle en algo? Tengo un amasado calientito…
- No por el momento, estamos buscando a un soldado que salió muy temprano… en la mañana. ¿Lo ha visto usted por aquí?
- La mañana ha estado lenta, Pero sentí los perros anoche, por allá. – indicó el anciano apuntando a una finca al sureste. – Donde, on Pancho, ladraron varias horas hasta la madrugada.
- Iremos para allá, gracias amigo.
- Estamos pa servirle, Don.
El teniente, hizo una señal a los instructores y subiendo rápidamente, el vehículo inicio su camino realizando un veloz viraje, para dirigirse hacia la finca indicada.
Llegaron al ingreso a la finca, un portón de reja y madera entreabierto frente a una simple casa de adobe y roídas tejas rojas, sobre una mezcla de barro y paja. El sargento realizó una maniobra para posicionarse al costado de la autopista, deteniendo el vehículo para, a bocinazos, llamar a sus moradores. Una mujer, con delantal floreado, apareció en la puerta de la modesta vivienda limpiándose las manos con un paño amarillento.
- ¿Se encuentra don Pancho? - Consultó el oficial.
- Tomando desayuno. Pero, pasen a servirse una tasita de té. - Respondió la mujer.
El grupo descendió del vehículo y se dirigió a la casa donde esperaba la mujer guardando el paño en el bolsillo del delantal.
Ingresaron a la casa, enfrentando un comedor de sillas con asiento y respaldos de paja tejida a mano. Un hombre de prominentes entradas en la frente y un grueso bigote, sostenía un tazón humeante, mientras con la mano izquierda trozaba un pedazo de pan apoyado en la mesa de madera sin mantel. Un trozo de queso aperlado sudaba en un platillo.
- Por favor, mis caballeros… siéntense y sírvanse un tesito. – Agregó afable.
- Gracias, Don Pancho. Pero no podemos, en este momento andamos en busca de un soldado que salió en la mañana, de madrugada y creemos que se encuentra por el tunal.
- En la madrugada escuche ladrar los perros y supuse que era algún bicho que andaba merodeando por ahí… Pero ahora que me lo dice, puede haber sido algún carajo en los tunales.
- ¿Y podemos pasar a ver si lo encontramos por el lugar?
- Claro pues, mi teniente. - Agregó el comensal y levantándose, sacó un trozo de queso y se lo echo en la boca. - Vamos a ver que encontramos.
Los tunales se perdían hacia los cerros y el piso árido, se endurecía con el sol que comenzaba a calentar el campo regado de espinas secas. Los cuatro hombres caminaron en silencio entre palmetas amarillentas y verdosas, mientras una leve brisa acariciaba sus rostros. Don Pancho se detuvo, miró hacia el este bajando, el alerón de la chupalla de paja con la mano, para tapar el sol que le daba de frente.
- Por allá, es la única parte en que se puede pasar de la carretera a las tuneras… Si se metió alguien, por ahí debe estar. – Agrego.
Siguieron por el sendero, hasta que una palmeta de tuna en el suelo, alertó a los militares que, comandados por el oficial, desenfundaron sus armas en silencio y por medio de señas, conmutaron al campesino a situarse en la retaguardia. Avanzaron sigilosamente, encontrando huellas que para don Pancho, parecían imperceptibles.
De pronto, una seña del oficial hizo que los clases se detuvieran. El teniente se agazapó y avanzó hacia unas altas tuneras encaramadas en un montículo.
A una nueva seña, los instructores se separaron rodeando el sitio indicado, para sorprender al soldado que, acurrucado en el suelo, durmiendo se cobijaba del sol matutino.
- ¡Levántate! - Ordenó el Cabo Schillins. - Pon las manos en tu espalda.
El soldado conscripto despertó sobresaltado, y arrastrándose unos centímetros se incorporó quedando de rodillas.
Sin permitirle otro movimiento, el instructor se abalanzó sobre el joven y guardando su arma, se quito el cinturón con la mano izquierda, mientras con la derecha, sujetaba ambas manos en el cuello del soldado que no ofrecía resistencia. En unos segundos le amarro los brazos a la espalda.
- Al parecer, no causó daños, Don Pancho. - Agregó el teniente tendiendo la mano en señal de invitarlo a volver. – En todo caso, cualquier cosa que necesite de nosotros…
- Mi casa es su casa, mi teniente. - Respondió el campesino, comenzando a caminar de regreso.
El grupo se internó por el camino de regreso, mientras el sol continuaba con el proceso de maduración de las protuberantes flores rojizas que adornaban el tubérculo espinudo de las tunas.
En el campamento, los conscriptos continuaban la instrucción en forma normal, sin contratiempos, cuando el jeep ingresó al vivac con el desertor. Se trasladó hasta el galpón de los vehículos y mientras ingresaba al interior, el cabo Schillins se bajó para cerrar el improvisado portón de madera.
El teniente, se acercó a la parte posterior del jeep y tomando del pelo al soldado tirado en el piso trasero del vehículo, lo levantó bruscamente.
- Ahora vas a saber lo que es bueno. - Agregó sarcásticamente el oficial.
Lo encamino hacia el fondo y lo dejó de pie mirando la pared, hizo una seña al sargento para que lo custodiara y tomando una cuerda colgada en un gancho, realizó un nudo corredizo que dejó colgando mientras pasaba el otro extremo por una viga en el centro del galpón.
- Tráelo para acá. - Le indicó al sargento.
Empujando bruscamente al conscripto, el clase cumplió la orden y el oficial, enlazó la correa que aprisionaba las manos del muchacho y tiró de la cuerda hasta dejarlo casi colgando. Posteriormente, poniendo una especie de separador, de forma individual amarró los pies del joven, que entregado a su suerte, quedó con las piernas abiertas aguantando el castigo.
Minutos después, ingresaban al pequeño galpón el comandante junto al cabo Schillins.
- Aquí tenemos al desertor… - Indico el comandante. - No fue mucho el tiempo de su supuesta libertad.
El soldado solo miraba… El relajo de su cuerpo le hacía tensar sus músculos pectorales para sostener su cuerpo adolorido, exhalando un apagado quejido.
- ¿Sabes cómo se castigan a los desertores? - Escrutó el Mayor en forma pausada, acercándose al prisionero. - Se les fusila después del juicio militar… Pero ahora que estamos en guerra contra el marxismo, no se están realizando juicios.
- Si desertó, debe ser un marxista infiltrado, que se dio cuenta que está perdido. - Agregó el teniente.
- ¿Eres un comunista? - volvió a preguntar el comandante.
El soldado tensó sus músculos inspirando una gran bocanada de aire y solo ahogó un nuevo quejido.
- Ya saben lo que tienen que hacer… - Agregó el mayor mirando a los subalternos. - Mañana quiero las respuestas.
Giró hacia la salida y se encaminó a ella, mientras el teniente doblaba lentamente las mangas de la camisa, preparándose para cumplir la orden.
Cuando el mayor salió del galpón, se escuchó un seco y apagado golpe, acompañado de un quejido y luego, los gritos de dolor eran apagados por las canciones militares que entonaban los soldados, al compás de la marcha de instrucción hacia el cerro de los lamentos.
Fueron solo tres semanas las que pasaron en campaña los soldados conscriptos, pero para muchos de ellos, pareció demasiado tiempo y en especial, para el conscripto desertor y prisionero, para quien sus últimos días fueron una eternidad.
El ejercicio final fue, una movilización en marcha de combate desde los cerros del centro de entrenamiento de Colina para el comando paracaidista, hasta el campamento Militar Arteaga, de Peldehue. La campaña terminaba con una baja, un soldado conscripto muerto que en el parte final sumariado, no figuraba como desertor sino que caído en acto de servicio y entrenamiento de campaña.
Las compañías comenzaron la preparación para el regreso. Desarmar y tapar las letrinas, guardar el cargo en las grandes bolsas de campaña, realizar las formaciones correspondientes para verificar la presencia de todos, hasta que por fin, entrado el atardecer, la columna de vehículos inicio el viaje.
Luis Pérez, junto a los otros soldados, se sentía más seguro de sí mismo. Había aprendido, además del adoctrinamiento, que el Ejército disciplinado no sería tal si no estuvieran los soldados conscriptos, para hacer lo que ordenaban aquellos hombres que se creían poderosos como Dioses.
Después de haber recorrido los sesenta kilómetros que separaban la localidad de campaña con la ciudad, la columna militar ingresaba al cuartel de Infantería.
* * *
El sonido producido por las bocinas de los barcos, anunciaban que el día comenzaba en el puerto de Valparaíso. Los ascensores colgados en los cerros, comenzaron su cadencioso movimiento tirados por los gruesos alambres trenzados, que eran accionados por los grandes volantes que giraban por la fuerza dinámica de los motores.
Hilda se levantó muy temprano ese día… Le habían dicho que en la Intendencia darían los nombres de todos los detenidos por la Marina, en especial los detenidos en el muelle de atraque y descarga mercante que trabajaban en ese lugar. Jorge era uno de ellos.
La mujer llevaba varias semanas acudiendo a los recintos militares que le indicaban, supuestamente para que revisaran las listas de los detenidos y comprobaran si estaba Jorge, pero todo había sido en vano. A su marido se lo había tragado la tierra.
No estaba en ninguno de los partes de Carabineros, ni en los Hospitales del Puerto, tampoco se encontraba en las morgues.
Por lo tanto Jorge estaba vivo, alguna patrulla o destacamento militar lo tenía prisionero en alguna parte o bien, según los uniformados, había hecho abandono del hogar para irse a vivir con otra mujer.
- En el último de los casos, - le repetía el Comandante que ocupaba el puesto de Intendente, - debe haber sido ejecutado por los comunistas que tienen que cumplir esa misión de acuerdo al Plan Zeta dejado por el gobierno marxista, que fue derrotado y que de esa forma se está tomando venganza por su fracaso.
Pero Hilda no aceptaba esas hipótesis… Estaba segura que a Jorge se lo habían llevado los Marinos desde la Aduana, puesto que así lo habían corroborado algunos estibadores que desde la fila de ingreso, ese día lo habían visto ingresar al subterráneo, custodiado por marineros de guardia.
Ahora podría confirmar su detención con la lista que entregarían en la Intendencia, y por fin sabría en qué lugar estaba prisionero o donde hubiera sido enviado como prisionero de guerra.
Caminaba con soltura, mientras su estomago le reclamaba en haber salido sin probar un bocado… solo un vaso con agua había bebido a modo de desayuno.
Pensaba en como conseguiría dinero para comprar víveres y dejarle a Jorge una vez que le dijeran el lugar donde estaba detenido.
El camino hacia la Intendencia ya era común, lo había recorrido varias veces por lo que se hizo corto… Al llegar a la esquina de la plaza frente a la Aduana, miró el antiguo edificio como todas las veces que llegaba para hacer las estériles consultas sobre el paradero de su marido. Muchas mujeres se encontraban reunidas en el frente esperando también, alguna noticia de sus seres queridos. Hilda las miró esta vez de una manera distinta… tanto ella como las demás parecían haber perdido el miedo de las otras veces, o esa tal vez, era la sensación que ella percibía.
Se unió al tumulto. Una nueva confianza en que tendría buenas noticias la invadió. Las mujeres comenzaron a gritar exigiendo información de sus maridos, padres y familiares. Solo esperaban alguna noticia de los lugares de detención y los nombres de los detenidos.
Ante la insistencia de las mujeres, apareció un funcionario menor, con unas listas en sus manos exigiendo silencio para leerlas.
- Estas son las listas de los detenidos y lugares que, según la Dirección de Inteligencia Militar del Supremo Gobierno, tiene conocimiento de acuerdo a la información entregada por los tribunales militares y civiles. - indicó el funcionario. - ¡No hay mas información! ¡Por lo que las personas que no aparezcan en las listas, no han sido retenidas por institución alguna!
Acto seguido comenzó a leer las nóminas.
Las mujeres expectantes escuchaban exhalando suspiros de alivio al confirmar los nombres de sus familiares. El nerviosismo de las que no recibían la confirmación de la detención se hacía latente a medida que pasaban los minutos y las listas se reducían.
El último nombre fue leído y Jorge no estaba presente… Hilda se quedó en silencio como vacía, nuevamente se sintió sola y la multitud que comenzó a gritar exigiendo información de los que no estaban, parecía no existir… fueron solo unos minutos de gritos que parecieron eternos hasta que los disparos y el caos por la violenta reacción militar, para disolver la imprevista manifestación de los familiares, la saco de su letargo.
Algunas mujeres cayeron ensangrentadas mientras una marejada humana, la arrastró hacia unos edificios colindantes a la Intendencia, el aire se hizo irrespirable con el humo picante que quemaba la garganta y hacía arder los ojos. Algunas mujeres rodaban por el suelo y se levantaban rápidamente para huir en desbandada hacia cualquier lugar donde pudiesen respirar aire puro.
Hilda no supo cómo se encontró sentada en los asientos al interior de la estación del ferrocarril, y allí se quedo por un largo tiempo, mientras el viento salobre del océano, le llegaba desde alguna parte a su rostro.
Y las horas pasaron… Pasaron y se consumieron en un tiempo irreal, junto con los trenes que llegaban y salían de los andenes, hasta que la estación quedó en silencio, en un pesado silencio producto del toque de queda en el estado de guerra interna.
* * *
El regimiento de infantería militar en Santiago, tenía poco movimiento los días festivos, todo era más lento y giraba en torno a las labores de guardia.
Cuando el clase de servicio llamó a formar ese día, todos ya estaban en su puesto. Nunca antes una formación había sido tan rápida en la compañía de soldados conscriptos y la causa era, que después de dos meses en el cuartel, tendrían la primera salida en fin de semana.
Eran las 12:30 horas del domingo y los conscriptos estaban impacientes.
- Tres y dos pasos al frente, marr. - Ordeno el clase instructor.
Fueron movimientos cortitos y uno por uno, los soldados conscriptos fueron revisados.
- Abróchese ese botón - Dijo el cabo a un soldado y siguió revisando.
- Tiene el pelo largo. - Le dijo a otro y todos los que tenían detalles fueran sacados de la fila para que solucionaran las observaciones. Como era lógico en el Ejercito, nadie saldría mientras no estuviesen todos pulcros y listos.
Los minutos pasaban… Ya eran las 13:15 horas y el último soldado terminaba de solucionar sus detalles.
El clase de servicio ordenó formar nuevamente.
- ¡Bien! - dijo - Estamos listos para salir. ¡A la de... ré!
Los ansiosos soldados realizan rápidamente los movimientos.
- ¡De frente, mar! – Es la siguiente orden y la columna parte en dirección a la guardia.
El oficial de guardia observaba la compañía que se acercaba al puesto. El cabo detuvo la marcha y después de realizar la formación de rigor, dio cuenta al superior a cargo de la guardia.
- Tercera compañía lista para salir franco, mi teniente.
El oficial se llevo la mano a la visera y asintió con la cabeza.
- ¡Vistal frent! – Ordenó marcial. - Cinco y tres pasos al frente, mar.
Nuevamente comenzó la revisión de los soldados uno por uno. Los minutos pasaron y cuando por fin hubo terminado, se dirigió al cabo.
- Están bien, llévenlos por la guardia dos y que salgan por la población militar.
La guardia dos quedaba al otro extremo del regimiento y ya eran las 13:50 horas. Nuevamente la columna atravesaba los patios del cuartel.
Quince minutos más tarde, formados en el puesto de control los conscriptos impacientes esperaban al comandante de guardia que se encontraba almorzando en rancho.
Siendo las 14:20 horas llegó a su puesto en la guardia, el sargento y cuando el clase de servicio de la compañía, dio la respectiva cuenta, otra vez fueron revisados uno por uno.
- Pucha que la friegan. - Pensó Luis - Parece, que mientras más perdemos tiempo y tramitan la salida, mejor se sienten los clases.
Rato después, cerca de las 15:00 horas, los conscriptos de franco estaban cruzando la barrera de la guardia.
Por fin… Se encontraban en la calle, era la libertad momentánea.
Luis caminaba hacia la avenida donde esperaría el microbús. Eran alrededor de una decena de cuadras, las que debería recorrer porque el dinero no le alcanzaba para cancelar más de un pasaje y para llegar a su casa necesitaba realizar un trasbordo.
Se sentía bien a pesar de todo y miraba la calle y sus gentes, como queriendo respirar ese breve momento de libertad, porque estando en el regimiento Luis se sentía como prisionero. De pronto, un anciano desarrapado que cubierto con un andrajoso abrigo escarbaba en un sucio tarro de basura, levantó la cabeza y mirando al muchacho dejó su labor para incorporarse con un papel aceitoso en las manos.
Se secó la mano derecha fregándosela en los costados lanudos del abrigo, acercándose pausadamente al soldado que le observaba.
- Joven, ¿lo molesto un minutito?
- Si, dígame.
- ¿No tiene para darme treinta escudos que me faltan para la cañita?
- Voy a ver, si me alcanza para la micro.
- No sabe usted lo mal que me ha ido. – Agrego el anciano como si conociera de siempre al muchacho. - Primero fue el golpe de estado, que tiene al país patas pa'arriba, no me han pagado la jubilación hace más de seis meses y mi hijo, me echó de su casa porque le molesto. No tengo donde ir, ni donde dormir.
- ¿Está bien mala la cosa? - Comentó Luis.
- Si patroncito, muy mala. Y pa' pasar el toque de queda, me tengo que acomodar en algún frío local de la vega.
Luis revisó el dinero que le quedaba, le sobraban solo diez escudos. Se los entregó.
- Tome, es todo lo que tengo.
- ¡Dios se lo pague! - Agradeció el anciano acariciando con la punta de sus sudorosos dedos la mano de Luis que miró como, entre los agradecimientos, el viejo comenzó a alejarse lentamente.
- Ando con suerte… - Murmuró el pordiosero, mientras besaba sus manos empuñadas que sostenían el dinero limosna. - Me encontré un ángel al que todavía no lo han matado los demonios del Apocalipsis.
El joven soldado se quedó un momento, observando como el anciano se alejaba y siguió su camino a la avenida, meditando las últimas palabras del pobre viejo y lo que haría el resto del día.
El semáforo de la esquina cambio de luz mientras los vehículos pasaban aprovechando la luz amarilla. El autobús se detuvo antes de llegar a la esquina con sus puertas ya abiertas, Luis termino de cruzar la calle rápidamente y corrió para alcanzar el vehículo… subió rápidamente a la micro y avanzando por el pasillo, se sentó en los asientos centrales. Una voz familiar le saludó.
- ¡Pérez! – Exclamó la voz, en un tono medio. - ¿Cómo estas, Lucho Pérez?
El joven se volvió para mirar el asiento trasero, encontrando una cara risueña y juvenil.
- Víctor Villagra… ¿Cómo estas, huevón?
- Bien Lucho. Estoy bien, en la Universidad estudiando diseño… pero a lo mejor me cambio a Licenciatura en Historia. ¿Y tú?
- En el Ejército… Haciendo el servicio militar y venimos llegando de campaña. Es la primera salida después de tres meses. ¿Podíamos pasar a tomar algo?
- Buena idea… Pero hoy no puedo flaco, tengo una prueba mañana lunes. Tal vez la próxima semana o en tu próxima salida.
- Ya, po. Verdad que hoy tengo que volver al Regimiento antes de las nueve.
- ¿Tan corto es el permiso que te dieron?
- Si won… y nos tramitaron más que la cresta pa salir.
- Entonces, la próxima semana voy a la casa de tu mama y si estas, te invito a una cerveza. - Agrego Víctor levantándose del asiento para bajar. - Y así me cuentas como lo estas pasando adentro con la vida militar.
- Nos vemos entonces, compadre.
El autobús se detuvo para dejar bajar al joven, mientras Luis, acomodándose en el asiento, miro al exterior donde una joven de corta falda, caminaba moviendo la cadera en un erótico vaivén.
* * *
Aun no amanecía en el puerto de Valparaíso.
La aurora otoñal, despintaba lentamente el azul intenso de la noche, mientras los vehículos militares se detenían para dejar bajar a los soldados que, somnolientos, obedecían a sus superiores.
Estos jóvenes soldados, lentamente fueron ubicados en distintas esquinas que ya se encontraban ocupadas, con parejas de policías para controlar el lugar.
Faltaban algunas horas para el termino del toque de queda y el pequeño sector, definido por cuatro cuadras, ya se encontraba cercado por abundantes fuerzas policiales y militares.
Alejandro Lehtman, el joven teniente reservista del ejército, organizó a una sección para iniciar el desplazamiento hacia el objetivo determinado, asesorado por un agente civil que se encontraba documentado por el Ministerio del Interior como juez militar.
El objetivo era una casa de seguridad, donde supuestamente se encontraban los terroristas opositores, planificando alguna acción contra el Supremo Gobierno.
Lentamente, los soldados avanzaban pegados a las paredes de las casas colindantes. El oficial se ubicó al costado de una puerta marcada por una cruz de tiza y en una silenciosa señal, ordenó ingresar a los soldados que ya sentían la adrenalina en su cuerpo.
La puerta se abrió a patadas, mientras las ventanas rotas, también eran abiertas a la fuerza y por ellas ingresaron violentamente los militares, gritando y vociferando.
- ¡Nadie se mueva, mierda!
- ¡Todos al piso con las manos en la nuca, infelices!
Una ráfaga de metralla se sumó al caos que ya habían desatado los gritos y las luces de las potentes linternas, que iluminaban desde varios sectores las piezas en penumbras. Desde una cama saltó una mujer histérica por tan brusco despertar.
- ¡A la muralla, chuchetumadre! ¡Con las manos en la nuca!
- ¡Muévete maraca! ¡Dónde se escondieron!
- ¡Dónde están los comunistas! ¡Prostituta maldita!
Las luces se encendieron mientras Hilda aterrada y semidesnuda temblaba en un rincón del dormitorio.
- ¡Vamos, muévete desgraciada!
La mujer intentaba cubrir su cuerpo con los brazos sin entender lo que pasaba, mientras los soldados destrozaban todo lo que encontraban a su paso.
La revisión de los pocos libros que había pasó a mayores y las páginas eran arrancadas, el cabo a cargo de la escuadra tomó un libro antiguo, con empaste café y leyó su portada "El Capital"
- Por lo menos tiene un libro que vale la pena… - Agregó - Capitalismo es lo que necesitamos para desarrollar el país.
Acto seguido, dejo el libro en el estante que entreabierto y solitario, mostraba en su primera página el nombre del autor "Karl Marx"
- A ver, maraquita… - insistió el Cabo. - ¿Dónde está escondido tu marido?
- Pero, si ustedes lo tomaron preso… - Agregó Hilda como susurrando.
El iracundo militar se encolerizó con la respuesta de la mujer y con una señal ordenó acercarse a los soldados. - ¡Llévense presa a esta Puta! ¡Ahora va a saber lo que es bueno!
El teniente Lehtman se interpuso y calmó los ánimos de sus soldados por unos segundos y tomando del hombro a Hilda, le pidió que se sentara.
Con voz reposada comenzó a interrogarla.
- Dime… ¿Cuál es tu nombre?
- ¡Yo! …yo soy, me llamo Hilda…
- Cálmate Hilda, no te haremos nada… Solo queremos que nos digas algunas cosas que tu sabes, contéstanos unas simples preguntas y después te dejaremos tranquila.- Inquirió con suavidad el teniente mientras miraba el cuerpo semidesnudo de la mujer. - ¡Cabo! ¡Traiga una frazada para cubrir a esta pobre mujer! … - Agregó, haciendo una señal sin dejar de mirarla.
- Trae algo… - Ordenó de mala gana el clase, a un soldado que se encontraba a su lado.
- Ahora, dime Hilda. – Continuó el teniente. - ¿Conoces a Jorge González?
- Si… es mi marido… - Respondió Hilda recuperando el ánimo al creer que le darían noticias sobre él - ¿Usted sabe donde lo tienen?
- ¡No va a cooperar, Teniente! - Interrumpió el civil. - Lo mejor es que me la entregue y yo la llevaré a la dirección de seguridad para que declare.
Alejandro Lehtman se acercó al civil y con cierto dejo de enojo respondió en voz baja. - Quiero que quede claro… ¡Aquí, yo estoy a cargo y usted hará su informe, con el resultado de la operación militar! Ahora, déjeme hacer mi trabajo.
Después, volviéndose tranquilamente, se acercó a Hilda. Tomándola del brazo con seguridad, la llevó para afuera de la casa y como respuesta a lo ocurrido, la mujer comenzó a llorar.
- Cálmate. - Agregó el oficial. - Yo no dejaré que te pase nada. Contéstame solo lo que te pregunto. ¿Conoces donde viven sus amigos? ¿Los del sindicato?
- No sé. - contestó Hilda con un dejo de decepción. - Jorge no tenía muchos amigos.
- ¿Pero debes conocer la casa de alguno de ellos? ¿Sabes? ¡El podría estar en alguna de esas casas!
- No las conozco… algunas veces él llegaba a la casa con algún estibador y se tomaban unas botellas de vino conversando hasta que se les acababa.
- ¿Y nunca fueron a su casa?
- Si él fue, yo no lo supe… El nunca me decía donde iba o estaba.
- ¿Alguno vivía por aquí cerca? ¿En este sector?
- No sé… a lo mejor… El nunca me dijo.
- Esta bien, por ahora no te molestaremos más… Tal vez te vengan a buscar más adelante, para que declares en el cuartel. - Concluyó el oficial mientras ingresaban nuevamente a la casa y se dirigió a sus soldados. - ¡Vamos! ¡No hay nada más que hacer aquí!
- Llevémosla ahora para que la interroguen… - Aludió el cabo a modo de sugerencia. - La perra debe saber algo y no quiere cooperar.
- ¡Aquí las ordenes las doy yo, Cabo! ¡Que a usted también le quede claro! - agregó molesto Lehtman. - Ordene retirarse a la tropa y déjenla tranquila… según lo que veo, tiene mucho que ordenar aquí.
* * *
El día se hizo muy corto para Luis Pérez, ocupó la mayor parte del tiempo haciendo vida hogareña, en una larga conversación con su madre, mucho más que cuando estudiaba.
Todo estaba casi igual que antes en casa de sus padres, aunque había menos dinero para gastar, no tenían muchos problemas. Sus hermanos seguían estudiando, su padre con menos trabajo pero no les faltaba para comer. Solo había una cosa que preocupaba a su madre, era que el tío Juan no volvía a casa desde hacía ya más de un mes.
- No sé que le pasó. - Confidenciaba su madre. – No sé si volvió a su rancho, al lado del río, o se lo llevaron los militares.
- No te preocupes, mamá. De seguro se fue a caminar por ahí, como siempre lo hace. - insistía Luis - Ya va a volver.
La tarde llegó rápido y la despedida. Abrazó a su madre, tomó su bolsa militar y salió a la calle.
El viaje de regreso al cuartel se hizo corto. El microbús en que viajaba hizo caso omiso al timbre accionado por una soga que colgaba entre ganchos hasta la puerta trasera. Siguió de largo por la calle El Salto, dejándolo como a tres cuadras del regimiento. Al bajar, se encontró con Alberto, uno de los conscriptos tomado como ejemplo por el sargento Gallardo.
- ¿Cómo estuvo el fin de semana, pelado? – Consulto Alberto mientras caminaban al cuartel.
- Bien… - Respondió Luís, molesto por el tono con que había hecho la pregunta su camarada. - Y a ti pelado, ¿como te fue?
- Estuve con la polola todo el día, así que imagínate.
De pronto, Alberto se detiene mirando la hora y golpeando suavemente la espalda de Luís, lo detiene con la mano en el hombro y agrega. - Las ocho… Falta como una hora para presentarnos en la guardia, pasemos a tomarnos una bebida, compadre.
- No tengo un veinte.
- Pero, ¿Quien es el que te está invitando?... ¡Ya, vamos pelado!
Entraron a un local pequeño. Un letrero mal pintado en la puerta anunciaba… RESTORAN “LA TIA LOLO”.
Se dirigieron a la barra, se disponían a sentarse en unos pisos para pedir, cuando detrás de Luís, la voz del cabo Schillins resonó altanera.
- ¡Miren lo que tenemos aquí!
Los jóvenes se volvieron.
De pie frente a ellos y manos en las caderas, los miraba el instructor. Más atrás, sentados a una mesa casi llena con botellas de cerveza, el cabo Caviedes y otro clase.
- ¿Cómo está mi cabo? - Preguntó Alberto, volviendo a la barra, para pedir las bebidas.
- ¿A ver pelao? ¡Ponte firme frente a tu cabo! - Le dijo a Luís, con su cara frente a frente, echándole un alcohólico aliento.
- Permiso mi cabo. - Respondió Luís ignorando la provocación y dirigiéndose hacia donde estaba Alberto.
- ¿Que te creís, pelao? ...¡Ahora vas a ver! - Agregó el cabo y se abalanzó hacia el soldado que se inclinó, en un rápido movimiento y con el cuerpo, provocó que el tambaleante Schillins pasara de largo y trastabillado, fuera a caer debajo de la barra.
- Mejor nos vamos, compadre. - Sentenció Alberto saliendo del local.
El joven fue seguido por Luis, mientras los otros clases, concurrían en ayuda del humillado cabo Schillins.