Capítulo XII
El capitán Sagredo en su escritorio, revisaba el informe que el teniente Lehtman le había entregado el día anterior. Impertérrito y sin quitar la vista del papel, comenzó a hablarle al oficial que se encontraba de pie frente a él.
- Dice aquí en su informe, que el soldado actuó según las órdenes del cabo Cabello.
- Así es mi capitán. Eso fue lo que me dijo el soldado, después de terminada la ronda.
- Pero también dice el informe, que en el momento que ocurrieron los hechos, usted estaba con el cabo esperando en los vehículos.
- Afirmativo, mi capitán.
- Quiere decir que ustedes, el oficial a cargo y el clase de servicio, dejaron a los soldados solos por lo que ellos ¿debían resolver en los momentos críticos?
- Cuando yo llegue al muelle, el cabo Cabello ya había dispuesto la operación rastrillo.
- Pero, es usted el oficial a cargo, por lo tanto el responsable de la muerte del indigente.
- Responsable involuntario, mi capitán.
- ¿Se da cuenta, que si usted me entrega otro informe, aquí no ha pasado nada? - Inquirió el superior observando el rostro impertérrito del teniente. - Hasta el momento nadie ha reclamado el cuerpo y no creo que esto ocurra.
- Creo, mi capitán, que aquí se cometió un asesinato. Mi moral no me permite cambiar ese informe.
El oficial miró iracundo al teniente.
- ¿Insiste en su postura moralista, Lehtman? - Dijo levantándose bruscamente de la silla.
- Afirmativo, mi capitán.
- Entonces, queda arrestado hasta realizar la investigación correspondiente para comprobar responsabilidades sobre el hecho. ¡Puede retirarse!
El teniente salió de la oficina correspondiente al comandante de la compañía y se dirigió al casino, mientras que su oficial superior, tomaba el citófono y marcaba un número.
Rato después, el capitán Sagredo salía de su oficina.
Bajó rápidamente las escaleras y salió al patio. Miró un segundo los ejercicios que realizaban los soldados y comenzó a caminar, dirigiéndose a las oficinas de la comandancia.
El coronel dejó de escribir cuando ingresó Sagredo. Con la mano abierta le invitó a sentarse y se acomodó para escuchar al oficial.
- He enviado a la DINA un nuevo informe, agregando los antecedentes de la limpieza en el muelle.
- Si, ya tengo una copia del informe del teniente Lehtman. - Acotó el comandante - Lo que indica sobre los hechos, así como lo informa, es muy grave.
- Así es, mi coronel. Le he ordenado arresto preventivo en el cuartel, hasta definir la situación de acuerdo a órdenes superiores.
- Usted está a cargo de la situación, capitán. Es su investigación.
- Estoy seguro, que la respuesta del alto mando implicara cambios drásticos en la planta de oficiales, eso deberá resolverlo usted. Ahora, sobre los aspirantes a oficial de reserva, nuestro informante no ha aportado nuevos antecedentes que prueben en concreto, que existe una red de infiltración, tal vez haya uno que otro contaminado, pero hay que esperar los informes personales, desde la oficina nacional de control social.
- Es importante que me entregue copia de lo resuelto en la Dirección Nacional... Usted sabe, para salvar responsabilidades posteriores.
El capitán se levanto de su asiento y colocándose la gorra, se dirigió a la puerta.
- Así se hará, mi coronel. - Dijo mientras salía.
* * *
La tarde era templada en la Capital esa víspera de Navidad. El seco polvo, levantado por la camioneta que raudamente cruzo por la avenida de la población, decantó lentamente sobre los jóvenes que, apoyados en una desarmada reja de madera que semejaba un aparcadero, se abrazaban en un pausado coloquio. Víctor y Cecilia conversaban de la invitación formal que le habían entregado a la muchacha en la última reunión pastoral de la comunidad cristiana, para participar en las actividades infantiles del verano, denominadas Colonias Salesianas Vacaciones en la Ciudad.
- Tengo que confirmar mañana después de la misa de navidad. - Susurró Cecilia. - Son tres semanas de encierro.
- ¿Se quedan a dormir allá?
- ¡Si! En las noches se programan las actividades y se evalúa el trabajo diario.
- Por culpa del toque de queda, no les queda tiempo para ir a dormir a la casa. No nos podremos ver en esos días.
- Pero, supongo que puedes visitarme los fines de semana.
De pronto, un joven de pelo rizado, morocho y bajito, se acerca sonriendo a la pareja.
- ¿Como estas, prima? - Agrega el muchacho abriendo los brazos para abrazarla.
- ¡Manolo! ¿Que andas haciendo por aquí? - Respondió Cecilia respondiendo al abrazo con un beso en la mejilla del recién llegado.
- Vengo a invitar a la tía, a la cena de navidad... - Agregó Manolo mirando a Víctor, mientras extendía la mano para saludarle. - Nos vamos a juntar todos en la casa del tío Lucho.
- Te presento a mi pololo. - Indico la muchacha tomando por la cintura a Víctor que estrecha la mano del joven.
- Ola... Yo soy el primo más chico de la familia y el de menos edad.
- Un gusto conocerte. - Respondió Víctor con una sonrisa. - ¿Eres de por aquí cerca?
- No, vivimos en Conchali, en la calle Einstein.
- Y en tu casa, ¿como están los tíos? - Agregó Cecilia.
- Bien todos, en la casa juntando plata para las vacaciones. - Respondió el joven mirando hacia la esquina, distrayéndose por el paso lento de un vehículo policial.
Los jóvenes guardaron silencio mientras el vehículo se perdía lentamente hacia el oriente. Cecilia se cobijó con el brazo de Víctor, agregando enseguida. - Nosotros pasaremos las vacaciones en la Ciudad, con los niños que no puedes salir a veranear.
- Auspiciado por la Iglesia Católica... Por los Salesianos. - Agregó con sarcasmo Víctor.
- Que bueno que los curas ayuden a la gente... Para eso tienen plata. - Indicó Manolo. - Ahora que bajaron los sueldos y hay poca pega, es buena una ayudita.
- El problema es que la Iglesia solo realiza acciones de caridad y no se la juega por la posibilidad de cambiar el sistema.
- Pero el gobierno está atacando a la Iglesia porque plantea una posición contraria a la Junta Militar. Porque se han puesto del lado de los Comunistas.
- Solo está asumiendo su función cristiana, de defensa a los derrotados, que es una posición de reformismo y de funcionalidad al Sistema... Ayuda a solucionar los problemas sociales que no puede resolver el Capitalismo. Lo que debería hacer la iglesia es apoyar la transformación social, para construir una nueva Sociedad... Inspiradas en la comunidad de hombres nuevos, de igualdad y fraternidad, de humanismo Socialista.
- Eso es meterse en política... que no es tarea de la Iglesia. Es hacer una revolución, que causaría mucho daño y violencia.
- Como el que está causando la Dictadura y que no hizo el gobierno anterior, que quería transformar la sociedad en forma pacífica y democrática. - Agregó Víctor guardando silencio por un segundo. - Pero es la Iglesia Católica la que debe plantear opinión y para eso están las Encíclicas... las resoluciones del concilio vaticano, con la nueva encíclica laboral, deberían asumir lo que están planteando los cristianos por el socialismo y la teología de la liberación. La opción por los pobres.
El ruido de un vehículo al detenerse, hizo guardar silencio a los muchachos y a Cecilia, acercarse a la puerta de la casa para abrirla.
De pronto, entre la penumbra que comenzaba a caer, por el lado sur apareció un grupo de policías apuntando a los jóvenes con sus armas.
- ¡A ver jóvenes! ¡Carné de identidad en sus manos! - Inquirió un sargento gordo, con casco y armamento de guerra.
Mientras Cecilia entraba a la casa a buscar su cedula, Victos sacaba su billetera extrayendo el carné para mostrarlo. Observó a Manolo que, preocupado, buscaba en sus bolsillos la cedula de identidad.
- Y tu, morocho... - Agrego el sargento tomando la credencial de Víctor. - ¿Donde tienes tu identificación?
- Creo... Que se me quedó en la casa.
En ese momento Cecilia aparecía por la puerta con su carné, seguida por la madre. Un uniformado se acercó a recibir la credencial, mientras el Sargento, confirmaba los datos de Víctor y le devolvía el documento. Mientras Manolo, custodiado por otro carabinero, esperaba nervioso.
- El es mi sobrino Manuel Maturana. - Agrego la madre.
El sargento observó primero el carné de la muchacha y sin decir palabra, miró un segundo a la mujer. después, estirando su mano se lo entregó haciendo una seña al custodio del joven.
- Vamos al furgón. - Indicó el carabinero a Manuel que, volviéndose a mirar compungido, comenzó a caminar hacia la esquina.
- Pero, ¿por que se lo llevan? ¿A dónde? - Inquirió la Mamá.
- No se preocupe, señora. - Respondió superitante el sargento. - Lo llevamos para comprobar datos a la catorce comisaría. Puede ir a buscarlo antes del toque de queda, si no alcanza a llegar, pasará la noche allá.
Segundos después, los uniformados se retiraban con el temeroso prisionero. En la puerta de la casa, las mujeres y el joven, observaban con preocupación como los uniformados se perdían entre las sombras que comenzaban a cubrir la calle de la población.
Mientras en el interior de la casa, las luces del árbol de navidad, iluminaban la templada penumbra habitacional con su rítmica intermitencia.
La soleada mañana del día siguiente, alumbró el rostro demacrado y exhausto de Manolo, que salió del cuartel policial sin mirar atrás, mientras su familia, le esperaba pacientemente.
* * *
La tarde era agradable en el puerto. Se notaba el ambiente navideño en las calles del barrio chino, en los rostros de la gente que apresurada recorría las veredas, se notaba preocupación. A pesar que el toque de queda se había alargado un par de horas para la celebración de las fiestas, estaba prohibido seguirlas toda la noche sumado a la situación económica que en algunos sectores, comenzaba a empeorar.
Luis caminaba sin rumbo bajando de Cerro Alegre en dirección al plano. Había estado en el departamento de Nora con la esperanza de encontrar a alguien conocido, pero una pareja de ancianos que ahora lo habitaba, lo había atendido con desconfianza y los vecinos, parecían no ser los mismos.
- Parece que tendré una navidad de esas, que uno quiere olvidar... - Pensaba - No me queda otra que volver al cuartel a dormir y mañana cumplir con mi servicio.
Absorto en sus pensamientos, miraba sin ver a los transeúntes que pasaban por su lado, hasta que una mujer se detuvo frente a él.
- Hola, tu eres el amigo de Alejandro...
Sorprendido quedó mirando a su interlocutora.
- ¿Te acuerdas de mí? Yo soy Hilda, la amiga de Jano.
- ¡Si, claro! Eres la amiga que trabaja en el Dragón Rojo.
Sonriendo, la mujer tomó del brazo a Luis y comenzaron a caminar lentamente.
- Que suerte encontrarte... Y dime, ¿Jano tiene algún problema? ¿Está enfermo?
- No que yo sepa. Que, ¿no lo has visto?
- Ni siquiera me ha mandado un mensaje, como antes. Y tú, ¿vas donde alguna amiga?
- No, vuelvo al regimiento. No tengo donde pasar la noche buena.
- ¿Y por que no vienes conmigo? Yo voy a pasarla sola. ¡Si no aparece Janito!
El joven la miró un segundo. Su atractivo y sonriente rostro, iluminado por la luz de un farol, denotaba una melancólica soledad.
- ¡Bueno, vamos! No vi a Alejandro de servicio, así que es posible que aparezca hoy por tu casa.
- Ojalá, porque tengo mucho que contarle.
La improvisada pareja enfiló rumbo a las largas escaleras y comenzaron a subirlas, tomados de la mano.
- Vamos, ya falta poco. - Comentaba Hilda, mientras que con agilidad hacía subir rápidamente al soldado.
- ¿Por que tan rápido? Todavía tenemos tiempo.
- Es que ahora ya tengo un invitado y hay que preparar la cena.
Siguieron por una empinada calle con adoquines de piedra. Antiguas casas de madera sostenidas por rojizos troncos, se encaramaban entre el rocoso cerro semejando endebles palafitos. Sus roídas paredes acusaban el paso del tiempo, como si fueran cicatrices de innumerables tormentas que, agresivas, intentaron arrasar con lo que las manos de humildes carpinteros, dieron formas y espacios para proteger a sus moradores.
La mujer abrió la puerta de una de estas casas. Ingresó a ella conduciendo de la mano al joven que, impresionado, observaba la imponente arquitectura porteña. La pieza interior era pequeña, pero el cielo, muy alto y sin entretecho, entregaba un ambiente de amplitud vertical. Un viejo sillón solitario, acompañaba el escaso mobiliario de la pieza, que estaba compuesta de una mesa redonda con tres sillas, una cocinilla junto a un lavaplatos de fierro y un ropero pequeño, que servía para separar la cama que en una esquina, enfrentaba al sillón.
Arriba, en la pared, dos palos redondos y delgados formaban un ángulo para sostener una cortina, que al extenderla aislaba el sector del supuesto dormitorio.
- Es acogedora tu casa. - Comentó Luis mientras la mujer se dirigía hacia el pequeño mueble que sostenía la cocinilla.
- Mi pieza, querrás decir. - Respondió mientras sacaba algo del mueble bajo la cocina - Siéntate, yo preparare algo de comer.
El joven se acomodó en el sillón y busco algo alrededor de este, encontrando en el piso un libro con sus tapas forradas en papel de regalo. Lo tomó y abriéndolo en la primera página, comenzó a leerlo.
- "Veinte poemas de amor y una canción desesperada"... ¿Te gusta la poesía de Neruda?
- No lo sé. - Respondió Hilda mirando por un momento al aspirante. - No la entiendo mucho.
- A veces no es necesario entender a un premio Novel, pero es bueno leerlo.
- Ya se... Eso mismo me dijo Jano cuando me lo regaló.
- A propósito de Alejandro, yo no lo veo hace más de una semana.
- Y a mí me tiene abandonada desde principio de mes. ¿Le habrá ocurrido algo?
- No creo. Si así fuera, ya lo sabríamos en el regimiento.
- Si lo ves mañana, dile que lo echo de menos.
Luis miró a la mujer que preparaba la comida. El vestido que usaba era ceñido a las caderas, con un corte en ángulo que hacía resaltar su bien formado trasero. Una blusa blanca, también torneaba la cintura, mostraba su femenina y bien dotada hermosura.
- Es un tonto por dejarte sola tanto tiempo.
Hilda se volvió sonriendo para mirar al joven y la torsión hizo abrir más el escote de su blusa, mostrando la hendidura de los redondos y formados pechos. Luis sonrojándose, bajó la vista para continuar leyendo.
Rápidamente, la mujer puso la meza, la vajilla y preparó los platos con ensalada, para posteriormente agregarle un delgado trozo de carne frita. Se acercó al joven y tomándolo de la mano mientras le quitaba suavemente el libro, le condujo a la mesa contorneando su cadera.
Un rato después, terminaban de cenar. Era cerca de la media noche y ambos solamente se miraban en silencio. Hilda se levantó para recoger los platos.
- Gracias, estuvo muy rico. - comentó Luis.
- ¿Estuvo? - respondió la mujer mirando maliciosamente al joven que nuevamente sintió calor en su rostro.
- Tienes razón... - Contestó mirando el escote que ahora, tenía un botón suelto dejando ver el brasier. - Todo está muy rico.
- Ya es la hora de comenzar a abrir los regalos de navidad y tú, ya me regalaste uno. - Dijo Hilda mientras llevaba los platos hasta el lavador.
- ¿Yo? ¿Que regalo te hice?
- ¡Estar cenando conmigo! - Continuó volviéndose a mirar al joven provocativamente. - Ahora me toca darte mi regalo.
- ¿Supongo que no es el de Alejandro?
- Si. Era para él, pero como no está...
El aspirante no dijo nada mas, Hilda dejando los platos en el lavadero, se dirigió hacia el joven y tomándolo de la mano lo llevó en dirección a la cama.
- Mi regalo, es una noche buena. - Dijo mientras comenzaba a quitarse la blusa.
- Me gustaría mucho... - Contestó Luis mirándole los senos sujetos por el brasier que ella comenzaba a soltar - Pero tú eres la polola de Alejandro y el es mi amigo.
- Yo soy la polola de muchos, ¿pero amiga? ...solo de dos, de Alejandro y ahora de ti.
La mujer quedó con los senos desnudos, se soltó el botón de la falda y bajándose el cierre la dejó caer al suelo quedando solo con un diminuto calzón que dejaba ver casi todo su bien formado cuerpo. Extasiado, el joven no le quitaba los ojos de encima e incómodo se limitó a balbucear.
- Esta, muy bueno tu regalo... pero yo, debo volver al regimiento porque... Es que, mañana tengo servicio temprano.
Comenzó a retroceder mirando a Hilda que le sonreía. Una silla se interpuso en su camino haciéndolo tropezar, se volvió rápidamente y se dirigió a la puerta.
- Bueno, te quedo debiendo el regalo. - Dijo la mujer sentándose en la cama y poniendo cara de niña taimada, agregando enseguida. - Tendré que dormir sola... Pero ya sabes donde es mi casa, puedes venir a visitarme cuando quieras y dile a Jano que es un chueco.
- Si... eso haré - contestó Luis y salió de la pieza.
Caminó por las desiertas callejuelas, el aire fresco y húmedo golpeaba su cara enfriando sus mejillas. El ruido del mar golpeando las rocas era como música de fondo para sus divagaciones.
- Soy un estúpido. - pensaba - Debería haberme quedado, ella es tan rica... De alguna forma habría llegado al servicio mañana.
Una ráfaga de viento tras de si, trajo el ruido de las hojas junto a unas pisadas sigilosas.
- ¿Alguien me está siguiendo? - pensó y se detuvo para comprobarlo.
Los pasos también se detuvieron, miró hacia donde supuestamente venia alguien. Los árboles tapaban las pocas luces de los faroles, llenando el callejón de sombras y el ulular del viento. Seguramente su seguidor se había ocultado aprovechando la oscuridad.
Decidió continuar su camino y nuevamente, sintió el ruido de pasos algunos metros más atrás.
- Definitivamente no es mi imaginación. - dijo en voz baja.
Apuró el paso. No tenia con que defenderse si era asaltado, por lo que decidió buscar algo. Algunos metros más adelante, encontró una rama seca la que tomó para quebrarle los ganchos sobrantes, dejándola como un bastón. Siguió caminando sin apresurarse, alerta a cada movimiento extraño en su solitario camino. Sentía la presencia de su seguidor y un frío recorría su espalda.
- Falta poco. - pensaba - En la esquina está la población militar y ahí ya no podrán hacer nada.
Llegó a la placita donde se encontraba la primera guardia. Los soldados, lo vieron pasar y Luis se sintió más seguro. Ya más tranquilo, se dirigió a la guardia principal para reportarse. Prestó atención a los pasos de su seguidor y solo escuchó unos murmullos risueños.
- Deben ser los soldados de guardia en la población. - pensó. - El que me seguía seguramente se quedó por algún lado.
Se presentó en la guardia sin novedad y se dirigió a la cuadra.
El silencio de la noche, solo era roto por el ruido del mar y los pasos del soldado. La cuadra estaba prácticamente vacía, solo un par de aspirantes se encontraban en sus literas profundamente dormidos. Luis se sentó en su cama.
- Que aburrido, pasar la navidad de servicio. - Pensaba mientras se quitaba la ropa para acostarse - y yo el muy idiota... debía haberme quedado con Hilda, era el mejor regalo que podía haber recibido esta noche.
Metido en su cama se dispuso a dormir cuando sintió unos pasos que se dirigían a la cuadra, se acomodó para quedar recostado mirando hacia la entrada.
- ¿Quien será? - pensó - Si ya estamos todos los que tenemos servicio.
Segundos después, en el umbral de la puerta, Kurt Landon aparecía iluminado fantasmagóricamente por las luces del exterior. Se detuvo un momento mirando los bultos inmóviles de sus camaradas. Enseguida, dándose la vuelta, desapareció rompiendo el silencio con sus pasos que retumbaron en el cerebro de Luis, invadido por el sopor del sueño.
* * *
La Cena de Navidad era sencilla. Víctor Villagra, junto a sus padres degustaba el trozo de carne con ensaladas, en silencio. Su padre, un diacono encargado de una comunidad cristiana, no ocultaba su molestia a la decisión tomada por su hijo, de salir a juntarse con Cecilia y sus compañeros de universidad después de la cena familiar, lo que significaba quedarse hasta el día siguiente en casa de su polola, producto del toque de queda.
En la familia siempre se celebraba las fiestas de Navidad juntos, en especial desde que se instaurara el Régimen Militar que obligaba a mantenerse en sus hogares los días de festividades religiosas, pero este año era distinto para Víctor. Su madre entendía la nueva situación, su hijo estaba en su fase adolescente juvenil y comenzaba a tomar sus propias decisiones aunque estuvieran en contra de lo dispuesto por el jefe familiar, pero para su padre, esto era incomprensible.
Terminaron de comer sin argumentar nada mas al respecto y el padre, se dirigió a su pieza.
- No te preocupes hijo, ya se le va a pasar. - Agregó la madre besando la mejilla del muchacho. - Tengan cuidado y apúrense... que falta poco para la hora del toque.
- No te preocupes mamita, siempre me cuido. - Respondió con un abrazo y tomó su mochila. - Nos vemos mañana y no me esperen muy temprano.
Minutos después, salía de la casa y se dirige rápidamente a la avenida principal en busca de un taxi. El movimiento vehicular era escuálido, la locomoción colectiva ya no circulaba y debía recorrer una decena de cuadras hasta la casa de su polola. Enfiló por la calle Joaquín Pérez, en la acera contraria hacia el poniente, enfrentando un vehículo particular que pasó rápidamente en dirección al centro. No podía quedarse esperando, su mochila pesaba más de lo normal por lo que siguió su camino a grandes y rápidas zancadas.
Ingresó a la población, las calles solitarias y oscuras, dirigiéndose al pasaje interior. Una figura indefinida se encontraba sentada en una solera, giró su torso para mirar al joven que, metió su mano derecha en el bolsillo y siguió su camino con seguridad. La figura se levantó entre las sombras de un árbol que, con su frondosa hojarasca, cubría las luces de los faroles.
Cecilia, miro su reloj y se incorporó preocupada. Una joven que animada, conversaba con un muchacho que sostenía una guitarra, la miró.
- ¿Que pasa amiga? - Agrego enseguida.
- Nada, solo que Víctor me dijo que vendría y ya comenzó el toque.
El joven con la guitarra, rasgueó unos entonados acordes y en ese momento, unos golpes suaves en la puerta, llenaron de inquietud a los presentes. Cecilia se dirigió a la puerta entreabriéndola para mirar hacia el exterior, mientras su rostro cambiaba de la desesperanza a la alegría.
- Que rico que llegaste... - Agregó mientras soltaba la puerta para abrazar a Víctor que ingresó a la casa dejando su mochila en el suelo al costado de la puerta. - Me tenías preocupada.
El recién llegado saludó a los presentes y se acomodó en un sillón junto a Cecilia, mientras el guitarrista comenzaba a tocar una alegre canción navideña.
La casa era sencilla, con piezas de madera bien distribuidas y con espacio suficiente para los pocos muebles que en sectores opuestos, delimitaban el living del comedor. Tras un pequeño pasillo, la cocina junto al baño, separaban los ambientes y los dormitorios.
Los jóvenes, compartieron entre cánticos y bromas, mientras las patrullas militares rondaban entre las avenidas, callejones y sombras, en la noche buena con toque de queda.
Al día siguiente, el amanecer sorprendió a los jóvenes dormitando esparcidos entre el living y comedor.
En una de las piezas, en el dormitorio femenino, Víctor recostado sobre la cama al lado de Cecilia, se levantó y se dirigió al baño; Se lavó la cara mojándose el pelo con la mano húmeda, peinándose hacia atrás con sus dedos. Volvió a mirar por la puerta del dormitorio, a la muchacha que continuaba durmiendo plácidamente y siguió hacia el comedor.
Tomo un trozo de pan dulce con frutas confitadas y silenciosamente, tomo su pesada mochila, abrió la puerta y salió de la casa.
La población de la zona norte de Santiago, que comenzaba en el vértice de la calle Cardenal Caro y Recoleta, se encontraba casi vacía esa mañana de navidad. El autobús, semi vació, se detuvo en la esquina para dejar bajar al joven que, solitario, comenzó a caminar hacia el interior de la población. Víctor observaba con disimulo, su alrededor.
Se acomodó la mochila y se detuvo en la esquina de un angosto pasaje. Miro su reloj confirmando que era la hora indicada para juntarse con el grupo de la Resistencia. Un joven de aspecto infantil, apareció por un pasaje y se dirigió hacia donde se encontraba Víctor. Portaba un bolso deportivo con un tenso tirante apoyado del hombro al brazo izquierdo, que se asentaba desde la cadera al riñón.
Pasó por el lado de Víctor y subrepticiamente, le entregó un papel de cuaderno con la dirección donde se desarrollaría la actividad de propaganda armada. después, siguió caminando con rapidez hacia el noreste, seguido por Víctor que revisaba el mensaje.
El joven, caminaba confiado de conocer los pasajes y calles del sector, por lo que se internó entre los callejones de la población. Víctor decidió seguir por su cuenta hacia el punto de la actividad, puesto que al ser en una calle principal, no era necesario seguir al muchacho y arriesgarse a ser detectado por las fuerzas represivas.
Cuando Víctor llegó al lugar de reunión, el Cacique se encontraba dando indicaciones a otro muchacho que escuchándole, sacaba un cilindro de pintura a presión de aire comprimido.
El joven que llegaba se acercó al Cacique que, mirándolo, se dirigió rápidamente a su encuentro.
- Rene, ¿trajiste los miguelitos? - Inquirió el Cacique al verlo llegar.
- Aquí los tengo... - Respondió Víctor sacando un paquete de la mochila.
Lo abrieron rápidamente rompiendo el papel que lo envolvía, dejando al descubierto los clavos de cuatro y cinco pulgadas doblados en tres partes, con dos puntas contrarias entre si.
- Hay que esparcirlos en la esquina de Recoleta... estos los tiraré yo en esa esquina. - Agregó el Cacique indicando hacia el oriente, mientras tomaba la mitad del paquete. - Y atento a lo que pase, porque a la vuelta de esa esquina, está la tenencia El Salto y pueden llegar los Pacos.
En ese momento, el muchacho que le había entregado el mensaje, aparecía con una escopeta de cañón recortado y un revolver antiguo, que le entregó al Cacique cuando este cruzó por su lado. El joven tomó el revólver y se lo guardó en la pretina del pantalón, con el cañón hacia la ingle, mientras caminaba a esparcir los clavos.
Mientras el otro muchacho, rayaba rápidamente una muralla con el cilindro spray, escribiendo la consigna definida llamando a unirse a la resistencia. Víctor se dirigió por la calle hacia Recoleta, esparciendo los miguelitos en la acera de tierra, anterior a la avenida; La esquina de Recoleta y la futura Avenida Américo Vespucio, quedó regada de clavos que, al caer de cualquier manera, quedaban con una punta hacia arriba. Un sucio automóvil que se acercaba por calle Recoleta hacia el sur, se enfrentó a los clavos e intentó detenerse para no pinchar sus neumáticos, pero la rueda delantera izquierda, absorbió un par de puntas que la hizo reventar primero y con un silbido posterior, desinflarse lentamente mientras el vehículo se detenía en la berma.
Víctor volvía al punto de la actividad, cuando sintió el estrepitoso ruido de disparos que le hicieron mirar a sus compañeros. Los jóvenes armados, con sus pañueletas mitad rojo y negro tapando desde la nariz a la boca, vaciaron sus armas al aire, mientras el muchacho de la pintura, ataba una bandera igual a su pañueleta, pintada con una letra "R" en el interior de un círculo, ambos de color blanco; Acto seguido, se dispersaron entre los pasajes de la población.
Víctor dobló en la esquina hacia el sur, en el preciso momento que un furgón policial aparecía por la calle El Salto, virando hacia el lugar de la actividad.
El sonido de los neumáticos pinchados por los miguelitos, le dio algo de tranquilidad al joven, que siguió caminando rápidamente por el pasaje. Decidió enfilar hacia Recoleta para tomar el autobús y recordó que en su mochila llevaba la pañoleta que no había alcanzado a usarla. La sacó del bolsillo exterior y apretujada, la tiró al costado de un árbol. Siguió caminando y momentos después, volvió su rostro para mirar si la pañueleta había quedado tirada en un lugar muy visible, descubriendo que un niño, apoyado del árbol, tomaba el pañuelo y lo guardaba al costado de su pantalón corto y se alejaba pateando una pelota plástica.
- Encontró su regalo de pascua y yo, tendré que confeccionarme otra pañoleta. - Pensó Víctor mientras seguía su camino. - Como en el grupo, no definimos vías de escape, ni punto de reencuentro o casa de seguridad para chequear las bajas, tendré que volver a la casa.
Continuo caminando tranquilo, mirando una que otra vez por si aparecían Carabineros o militares. - Por lo menos, no tengo nada que me incrimine. - Murmuro para si.
Minutos después, llegaba al paradero del autobús y sacando el dinero para cancelar el pasaje, se quedó a la espera tranquilamente, del vehículo de la locomoción colectiva.
* * *
Era una mañana soleada, Luis había terminado el servicio hacía ya algunas horas. Vestido de civil se dirigió al casino de soldados, subió los escalones casi corriendo por entre algunos soldados que bajaban al patio para formar. Llegó al tercer piso y enfiló rumbo a la puerta del casino, estaba abierta pero su interior se encontraba vacío. Se dirigió al mesón mirando a su rededor en busca del soldado a cargo.
- ¿Hay alguien aquí?
Segundos después, desde una puerta del fondo aparece el soldado secándose las manos con una pequeña toalla.
- Comienzo a atender a las once. - Responde mientras se cuelga la toalla en el hombro.
- Yo solo ando buscando al teniente Lehtman, ¿lo has visto por acá?
- No. El ya no está cargo del casino.
- Pero, ¿tendrá que venir a buscar algo? O, ¿a darse una vuelta?
- ¡No se! Lo cambiaron hace como tres semanas y desde esa fecha que no lo veo.
- Y ¿no sabes dónde puedo encontrarlo?
- El es comandante de sección, en la tercera compañía, búscalo allí. - terminó diciendo el soldado mientras acomodaba unas cajas de bebidas cerca del mesón.
Luis salió al pasillo cerrando la puerta, se apoyó en la baranda de fierro mirando al patio. Buscó al teniente entre los soldados en formación.
- No está en la cuenta. - pensó y se dirigió a la escala. - Le preguntare al clase de servicio en la compañía.
La cuadra de la tercera compañía estaba vacía. Dando unos golpes en la puerta, Luis ingresó para ver si había alguien. Un cabo primero bajo y regordete revisaba los camarotes.
- ¿Se te perdió algo, soldado? - preguntó sin inmutarse el instructor.
- No mi cabo, ando buscando a mi teniente Lehtman.
El clase dejó de hacer la revisión y miró inquisitoriamente al aspirante.
- ¿Para que lo buscas?
Luis titubeo un segundo, debía tener un motivo justificado para buscar a un oficial o a cualquier superior, puesto que las razones de amistad con los soldados estaban prohibidas para la oficialidad.
- El me prestó dinero para viajar a mi casa en Navidad. - respondió tratando de hacer creíble su mentira. - Y quería devolvérselo.
- Me está mintiendo, soldado. - Dijo el clase acercándose sin dejar de mirar al aspirante.
- Bueno... Si, mi cabo. - balbuceó Luis, - Solo le traía un recado de una mujer... y como yo, me comprometí a dárselo.
- Ah, debe ser de Hilda... ¡La conozco! - Agregó el instructor volviendo hacia la cuadra. - Y tú, ¿eres aspirante?
- Si mi cabo.
- Agradece que estoy de buen humor, - dijo mientras comenzaba nuevamente a revisar las camas. - Hace más de tres semanas que el teniente fue sustituido en la compañía. Está en un sumario y si quieres hablar con él, debes solicitarle permiso al capitán Sagredo.
- Un sumario... Y ¿por que? - Pregunto sin obtener respuesta del Cabo que le miró inquisidor.
Y cuando Luis se disponía a retirarse, el cabo lo tomó suavemente del hombro.
- Te recomiendo, no hablar con el capitán ni hacer preguntas sobre Lehtman... - le recomendó en voz baja. - El es una buena persona... pero aquí, hay muchos que le tienen odio.
El aspirante observó un segundo al clase que enseguida, siguió con su trabajo como si nada y recordó el curso de paracaidismo.
- ¿Que habrá pasado con el cabo Gómez? - pensó. - ¿Le habrán seguido sumario, castigado o condecorado por lo que hizo?
Y volviéndose enseguida, salió de la cuadra.
Entretanto, en la oficina de la compañía, sentado en su escritorio el capitán Sagredo leía el informe confidencial llegado hacía poco de la Dirección Nacional. Se levantó de la silla con el documento en la mano y se acerco a la ventana.
Miró por un momento hacia el patio, viendo a Luis que se alejaba hacia la guardia, enseguida, golpeándose la pierna con el informe, tomó su gorra y salió de la oficina.
Enfiló rumbo al pabellón de la Comandancia.
El comandante del Regimiento levantó la cabeza y dejó de escribir al sentir los golpes en la puerta.
- ¡Adelante! - respondió.
Sagredo ingresó a la oficina con los documentos en su mano, entregó una copia al comandante.
- La copia que me pidió del informe de la Dirección Nacional, mi coronel. - Agregó quedándose de pie frente a su escritorio.
- Dice aquí que debe resolverse en carácter de urgente por problemas de seguridad nacional... - Indicó el oficial superior. - El teniente Lehtman, ¿irrecuperable? ¿Significa que deberemos hacerle un consejo de guerra?
- Eso lo debe decidir usted, mi coronel.
- Si se lo hago a él, también debo hacérselo al cabo Cabello, por la responsabilidad en el asesinato... y deberé dar de baja a dos soldados.
- Si me permite mi coronel, creo que lo más acertado es realizar una operación secreta y encubierta de "enfrentamiento" al mínimo costo. En estos momentos, la opinión internacional está en contra de nuestra nación y si hay un juicio militar, Lehtman podría convertirse en héroe para nuestros enemigos. Es un riesgo que no podemos correr.
- Tiene razón capitán. Consultare al mando superior por la alternativa más acertada... Usted sabe, la "obediencia debida"
- Como diga mi coronel. Yo mientras, me ocuparé de los casos "recuperables" entre los aspirantes del teniente Salinas y coordinaré con él, algunos seguimientos.
- Para eso tenemos un aspirante en el curso, lo pondré en contacto con usted, a su disposición para que ejerza el mando directo.
- Con su permiso me retiro, mi coronel.
- Puede hacerlo, capitán.
Segundos después, el oficial salía de la oficina cerrando la puerta tras de si.
* * *
La mañana del domingo era luminosa y soleada. Víctor se había levantado muy temprano y en el comedor de su casa, doblaba unas hojas informativas que se repartirían durante la mañana. Su padre, vestido con el sobrio traje negro que usaba para la misa del mediodía, salió de la cocina con dos vaporizantes tasas de café, dejando una sobre la meza en el costado derecho de Víctor.
- Tiene dos de azúcar... - Indico el padre mientras se ubicaba al costado del muchacho y bebía un sorbo de su tasa. - ¿Que es eso? Yo pensé que estabas preparando el cancionero para la misa.
- No. Es un boletín sobre el día de los santos inocentes. - Contesto el joven mientras tomaba la taza para beber un sorbo de café. - Informa sobre la violación de los derechos humanos, que se está haciendo sistemática en el país y el daño que esto provoca en los niños.
- Nuevamente en la pastoral desarrollan temas políticos, cuando lo que deberían hacer es promover a la reflexión espiritual... A la maldad hay que combatirla con espiritualidad.
- ¡Pero, Papá! Entiende que la situación actual no es una pelea filosófica entre Idealismo y Materialismo... El problema es que se están usando todos los medios con que dispone es Estado, para desarrollar una guerra encubierta, una masacre inhumana contra el pueblo desarmado e indefenso. Como cristiano, mi deber es crear opinión para que las personas se la jueguen en defensa de la vida y las libertades públicas.
- ¡No hijo! ¡Tu deber como cristiano es rezar para que Dios ilumine las mentes de los hombres... para que enmienden su error! Te estás dejando llevar por las ideas marxistas, por el materialismo ateo que adora al "becerro de oro". Fue la política de confrontación la que llevó a este país, a la crisis espiritual que estuvo a punto de destruir nuestra sociedad.
- ¿Pero, que te está pasando, Papá? ¡Escúchate lo que estás diciendo! Tú, me enseñaste que debíamos trabajar para crear conciencia. Para que los hombres cambiaran su egoísmo, su individualismo y se convirtieran en hombres nuevos, en seres sociales que se las jueguen por los demás, por su salvación... Que los hombres nuevos deberíamos ser como Cristo y entregar nuestra vida, si es necesario, por los otros. ¿Donde dejaste la misericordia por los que están siendo perseguidos? Exactamente, en la parte del Éxodo que tu aludes, en 32:12 dice, "Con mala intención los sacó, para exterminarlos de la superficie de la tierra" no fue acaso Moisés el que apeló a la misericordia del padre por el pueblo de Israel...
- ¡No uses las santas escrituras para justificar tu opción política! - Agrego molesto el padre, mientras se dirigía a la cocina. - Ya no te reconozco... No eres el hijo que espero. Estas tomando el camino filosófico equivocado.
- Si el verbo de Cristo, me lleva hacia el humanismo marxista... Y la religión me obliga a emprender una supuesta guerra santa, contra mi propio pueblo... ¡Entonces prefiero dejar la religión y abrazar la causa humanista que eligió el Che Guevara! ¡El derecho a la autodefensa está consagrado por la declaración de los derechos humanos!
- ¡Si no te arrepientes de lo que estás diciendo, no te quiero ver en la misa de hoy! - Grito el padre desde la cocina, mientras salía de la casa y cerraba de golpe la puerta del cobertizo.
El joven guardó silencio. Siguió tranquilamente doblando las hojas impresas, mientras la madre, apoyada en la puerta del dormitorio, se secaba las lágrimas de sus ojos.
Rato después, en la puerta de la capilla poblacional, Víctor con su amigo Francisco distribuyen entre los asistentes, boletines del comité por la vida a la salida de la misa del domingo.
- ¿Donde dejaremos los informativos que nos sobren? - Inquirió Pepe saliendo de la sala lateral del templo. - Podría ser en la oficina pastoral.
- No. Mejor es que terminemos de distribuirlos en la feria. - Agregó Francisco.
- De acuerdo... - Dijo Víctor pausadamente. - Mejor es que no quede ninguno. No podemos perder los pocos recursos que tenemos.
Entretanto, a un par de cuadras de la capilla, un vehículo estacionado en la calle principal esconde cuatro individuos de traje negro, que observan atentamente la tarea de los jóvenes. Unas señoras que regresaban de la misa, pasaron por el lado del automóvil y un boletín doblado, cayó danzando lentamente por la brisa matutina, hasta el neumático trasero. La puerta del vehículo se abrió unos centímetros y una mano blanquecina tomó la hoja informativa, ingresando nuevamente para cerrarla.
Segundos después, el vehículo comenzó lentamente a moverse hacia la esquina, tomó algo de velocidad doblando hacia el norte para alejarse raudamente, hasta perderse en una calle lateral.
* * *
El sol del medio día calentaba los baldosines de piedra que conformaban la empinada calle. La vieja casona donde vivía Hilda se veía distinta con la luz del sol dándole de frente. Luis tocó la puerta y un segundo después, una voz femenina respondía desde su interior.
- ¡Ya voy, un momento!
- Menos mal que está. - pensó el joven - Por lo menos aquí podré prepararme un almuerzo decente.
La puerta se abrió e Hilda, apareció con un largo camisón negro de algodón.
- Luis... Que rico que viniste. - dijo sonriendo al momento que lo invitaba a entrar. - Ven, pasa y ponte cómodo.
- Quise venir a saludarte antes de viajar a la capital para pasar el año nuevo.
El joven se sentó en el sillón mientras la mujer se dirigía a la cama en el fondo.
- Y... ¿no lo vas a pasar aquí con nosotros? ¿Porque yo creo que Jano va a estar conmigo esa noche?
- Sobre eso también quería hablarte... - contestó el aspirante - Alejandro está con un sumario interno y no creo que salga del cuartel, por lo menos hasta el próximo año.
Con un pantalón corto en sus manos, Hilda miró al aspirante con cara de preocupación.
- Pero, ¿por que? ¿Que le paso?
- No pude saber mas... parece que está metido en un lío grande.
Hilda termino de ponerse el pantalón y se quedó sentada en la cama. Siguió mirando a Luis pero sus ojos parecían no ver nada.
- Y tú, tampoco vas a estar... El local va a estar cerrado, porque todos pasan el año nuevo en el mirador y yo, que quería pasarlo en familia, con mis amigos.
Se quedaron en silencio unos minutos. Luis se levantó del sillón y se dirigió a la puerta.
- Voy a comprar algo para almorzar. - dijo saliendo a la calle.
La mujer, sin contestar, se quedó sentada unos segundos. Después, se levantó y se sacó el camisón. Con su pecho desnudo se dirigió al pequeño ropero y buscó algo, encontró una polera de color verde oliva y se la puso rápidamente.
Se dirigió con pasos cansinos hacia la cocina. Después de poner la tetera al fuego, comenzó a ordenar la pieza quitando el polvo con un plumero.
Afuera entretanto, el soldado apoyado en la baranda de cemento, miraba el tranquilo caminar de Luis que, con un pequeño paquete en sus manos, se dirigía a casa de Hilda. El joven se detuvo un segundo en la puerta e ingresó a la morada.
El soldado que lo observaba, tomó un lápiz del bolsillo de la camisa y anotó algo en una pequeña libreta. Después, guardó ambas cosas en el mismo bolsillo y con la característica sonrisa de burla que lo identificaba, Kurt Landon se alejó hacia alguna parte.
La mujer, con una escoba en sus manos, miraba a Luis dirigirse a la cocina abriendo el paquete.
- Déjalo Ahí, yo lo prepararé enseguida. - dijo mientras dejaba la escoba apoyada en la pared.
El aspirante la miró unos segundos, su figura con el short y la polera, resaltaba en complicidad con la luz que ingresaba por la ventana. Era imposible para el joven, dejar de observar las voluminosas curvas de sus caderas y senos.
- No me mires tanto, no voy a desaparecer. - dijo sabiéndose observada - Tu eres el que no estará conmigo la noche de año nuevo.
- Esa polera que llevas puesta... - Acotó el joven, como restándole importancia a la indirecta. - Es de cargo militar.
- Si. Me la regaló Jano una tarde en la playa. La uso siempre que deseo verlo...
La mujer se volvió hacia Luis abrazándolo suavemente y apoyando su cabeza en el hombro, continuó - Y hasta ahora, no me había fallado nunca.
- ¿Cómo conociste a Alejandro? - preguntó el joven mientras sus manos tímidamente, se posaban en la espalda de la mujer. - ¿Y cómo, siendo tan bonita, aun no te has casado?
- Si, ya estuve casada... Por eso conocí a Jano.
Hilda, dejó de abrazarlo y tomándolo de la mano, fue a sentarse en el sillón. Luis, la imitó acercando una silla al lugar.
- Mi marido era dirigente sindical de los estibadores... Yo siempre le critiqué que participara en política, pero él era un bruto y siguió haciéndolo. - La mujer miró un segundo al soldado - Supongo, que siendo amigo de Jano, yo puedo contarte esto. ¿No me va a pasar nada después? ¿Cierto?
- Yo soy un simple aspirante, Hilda. Hay muchas cosas que no entiendo allí adentro... En la jaula de plata.
- Bueno... Como te decía, cuando ocurrió eso... El golpe y la muerte del Presidente, mi marido se presento a trabajar, pero como estaba en la lista de dirigentes del sindicato, de allí creo que se lo llevaron los marinos, porque a mi casa llegaron después los militares buscándolo... Había un militar medio gordo que mandaba a los otros y empezó a botar todas las cosas y a hacer tira los muebles... actuaba a gritos y a garabatos, y a mí me gritaba, me insultaba preguntándome por mi marido. Se enojó porque le dije que no sabía y ordenó a los otros que me llevaran presa.
- ¿Te arrestaron por no saber?
- No. Ahí fue cuando apareció Jano... Venía con un civil y este le dijo algo que no alcance a oír y parece que Alejandro se enojó con él y con el militar gordo. Después se acercó a mi lado, me llevó para afuera de la casa y como me puse a llorar, el me conversó muy amablemente y me dijo que no dejaría que me pasara nada. Le conté‚ que mi marido se había presentado a trabajar y le pedí que si sabía algo de él, me lo dijera. Desde ese día el empezó a ir a mi casa; me decía donde había prisioneros para que fuera a ver si estaba mi marido. Tuve que entregar la casa donde vivía, que era del sindicato, ahí se fue a vivir la familia de un suboficial y yo tuve que buscar trabajo y un lugar donde vivir. Como no sabía hacer nada más que servirle a los hombres llegue al Dragón Rojo, Jano fue‚ el único que me ayudó todo el tiempo y se convirtió en mi amigo... Y ahora, el está... también está preso.
- ¡No está preso! - Aclaró el aspirante. - Me dijeron, que está bajo sumario.
- Cuando yo preguntaba por mi marido, también me decían que los detenidos no estaban presos, que era solo sumario o investigación... Pero mi marido, hasta hoy no ha regresado y Alejandro, me dijo que los presos de la marina habían desaparecido, tal vez habían sido fusilados casi todos... Tengo miedo, porque creo que él también va a desaparecer. - La mujer agachó la cabeza y unas lágrimas rodaron por sus mejillas, Luis acaricio su pelo consolándola.
- Eso no va a ocurrir... El es un oficial del ejército y si ha hecho algo malo, deberán hacerle un juicio militar y nosotros seríamos los primeros en saberlo.
- En estos días... - Acotó Hilda entre sollozos. - Nadie sabe que cosa pueden hacer... ¿Si tú supieras?
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