Capitulo VII PUERTO PRINCIPAL


Capítulo VII

 


Era otro día de lluvia, el agua había caído durante toda la noche y en la mañana, continuaba cayendo intensamente, escurriendo en grandes cantidades por las quebradas, pendientes y escaleras de los cerros del puerto.
Pero en ese día de invierno y aún en esas condiciones, en el Ejército se cumpliría lo que estaba dispuesto... El juramento a la bandera.
Hacía como un mes que, diariamente, se les preparaba para el solemne acto homenaje, en que se conmemoraba un hecho histórico de la Guerra del Pacifico, la batalla de La Concepción.
Se habían aprendido de memoria el texto que deberían rezar, sufriendo los castigos físicos y psicológicos, cuando se equivocaban o se olvidaban de alguna palabra. Repitiendo una y otra vez cada movimiento del ritual de juramento, la marcha, los giros y las descargas que se harían en su honor.
A pesar de la lluvia, mucha gente había llegado al cuartel. Todos familiares, que querían ver a sus jóvenes, hijos, primos o lo que fuesen, participando del acto militar.
Ese homenaje era, para muchas de esas personas, solo una actividad más que hacían los militares. Para estos en cambio, era el compromiso de entregarse por completo a la causa de su Patria... O por lo menos, algunos lo pensaban así.
Para algunos conscriptos, solo era una misión más que había que cumplir y deberían hacerlo bien.
- Tanta importancia que le dan a esta batalla y lo increíble es, que fue una derrota del Ejército chileno. - Comentaba Landon a Luis que formaba a su lado. -  Todos los combatientes  murieron sin que esto, hubiese modificado el desarrollo de la guerra.
- Pero lo que se conmemora no es el triunfo o la derrota, es el valor de los soldados chilenos que prefirieron morir antes que rendirse.
- Esas son leseras. Yo no me dejaría matar por las puras.
Luis miro un segundo la cara risueña del soldado, sin insistir en la conversación, continuó esperando el desarrollo del ritual, mientras la fina lluvia escurría por el casco y los hombros húmedos del uniforme.  
- ¿Por que me dirá esto Landon? - Pensó Luis. - Si siempre habla del espíritu militar y de luchar por una causa justa. La bandera es el símbolo de nuestra Patria, así nos lo han venido enseñando en la escuela, en la radio, en los libros y aquí en el regimiento. Lo repiten en todas partes y uno llega a querer a su bandera. Ahora hay que jurar por ella y ofrecer hasta la vida por nuestro emblema patrio.
El momento había llegado, repetir todo exactamente como se había ensayado, pero por última vez… Las voces de mando eran las mismas, los movimientos resultaban con una sincronización casi perfecta.
Uno a uno, fueron pasando los oficiales, guiando a sus secciones al centro del patio. Juraban y salían a situarse nuevamente, en su puesto de formación, hasta que le llegó la hora al curso, que era el último en pasar. Después del giro, quedaron frente al emblema de la estrella solitaria, la mano mecánicamente saludó al estandarte y las voces al unísono, repitieron el juramento.
 - (...) Obedecer con prontitud y puntualidad, las órdenes de mis superiores y poner todo empeño en ser, un soldado valiente, honrado y amante de mi patria.
Una vez concluido el acto de jurar, el comandante del Regimiento ordenó las descargas de honor y el subteniente, de pie frente al curso, dio las órdenes.
Fueron tres salvas perfectas, como si hubiese sido un gran dedo, el que hubiera disparado los treinta fusiles al mismo tiempo, por tres veces.
Después de terminado el acto, se dejó a los soldados reunirse con sus familiares. Todos tendrían tres días de permiso. Todos, menos el curso.
- Yo pienso que no es justo. - Le dijo Vera al sargento Henríquez - No es justo que nos quedemos de emergencia, mientras los soldados salen con permiso.
- Deberíamos turnarnos un día cada uno, una compañía por día agregó el bruto Masías.
- Nos quedamos de emergencia porque somos sus regalones. - Respondió el sargento -  Aquí, nosotros no pensamos. Para eso, piensa por todos nosotros, el cerebro de este cuartel que es el comandante. El confía en nosotros y hay que hacer lo que ordena. ¿O acaso ya olvidaron el juramento a la bandera?
- Ellos son los Dioses y nosotros, sus vasallos… Tenemos que obedecerles. - Pensaba Luis con frustración, mientras se dirigía a la cuadra.


*  *  *


La lluvia en la zona central, del largo y angosto país, era persistente… El frente de mal tiempo llevaba varios días, causando estragos en la zona agrícola. Sectores aledaños del río Cachapoal se encontraban inundados.
En Santiago, la situación no era distinta… Muchas poblaciones periféricas sufrían el rigor del clima, con el barro hasta las rodillas y el riesgo de desborde del Río Mapocho.  
Víctor Villagra se dirigió a la capilla de su población… La biblioteca estaba abierta, a pesar de la persistente lluvia.
El joven se había integrado a la pastoral juvenil de su Comunidad cristiana, junto a su compañera de Universidad… Era la única forma de participación social con la que contaban los jóvenes, las demás estaban prohibidas.
-  La flaca Ceci, abre la biblio, aunque no venga ningún cabro chico. – Pensó mientras entraba sacudiéndose el agua de sus hombros.
-  Hola, Víctor… Que bueno que viniste, ayúdame con estos libros. – Indico, a modo de saludo la joven.
-  Libros en la Universidad, en la casa y aquí… ¿No será mucho?
-  Los niños necesitan la conciencia que entregan los libros… Mas ahora, con este apagón cultural que le conviene a la dictadura.
Víctor, miro con ternura a la joven. Su cuerpo delgado, con falda ceñida a media pierna, se perdía en un abrigo de lana, que le llegaba a las rodillas. Sus piernas torneadas de gruesas pantorrillas, llevaban unas medias chilotas junto a unos zapatos media caña de gamuza café, semi artesanales.
-  Apagón cultural que sirve para mantener el estado de división ideológica del país. – Agrego Víctor como murmurando. - Divide para gobernar… y lo mejor para dividir al pueblo, es la ignorancia de la gente pobre.
- Por lo mismo, como dijo el Chicho que en paz descanse, a ser buenos estudiantes para ser buenos revolucionarios. Hay que enseñar a los niños… Los niños son el futuro, pobrecitos, cuantos no tienen ni siquiera un techo digno para protegerse de esta lluvia.
- A propósito… - Agrego el joven acercándose a la muchacha. – Creo que en la misa del domingo, tenemos que proponer realizar una campaña de ayuda, a los niños damnificados del temporal…
- ¡Ya! Si se ayuda a las familias, se ayuda a los niños… que son los que más sufren con la pobreza. Propongámoslo en la reunión de la pastoral mañana… Es una buena idea.


*  *  *


El camión militar, subía dificultosamente por el angosto camino de tierra que se internaba por entre los cerros y las quebradas de Valparaíso. Las casuchas, que se veían colgando de las laderas, parecían que en cualquier momento se desprenderían junto al barro y el agua que se escurría, como huyendo de la miseria que reinaba en esos parajes. La lluvia seguía cayendo inexorablemente y con furia, sin importarle cuánto daño provocara a los ya, desguarnecidos techos de fonolas y cartones, cubiertos de sucios pedazos de nylon. 
El camión cimbró con un bache y comenzó a resbalarse hacia la orilla externa del camino, quedando a centímetros del inicio de la quebrada. Los soldados, empapados y con el agua escurriéndoles por el rostro, apenas pudieron sujetarse en las barandas para no caer al piso. Luis, que se había acomodado a un costado del camión, sintió escalofríos al ver la ladera con las casuchas abajo, parecía como si esa parte del vehículo estuviera suspendida en el aire y que cualquier movimiento, por más leve que  fuese, provocaría el desbarrancamiento del camión.
Las ruedas del vehículo giraron por unos segundos en el lodo, pero a pesar de la velocidad de estas, el camión no avanzó un centímetro. El motor parecía gemir con desesperación por el inútil esfuerzo que realizaba, hasta que el conductor lo detuvo.
Los clases instructores, saltaron de la cabina y caminaron por el barro hacia la parte posterior, mientras la lluvia siguió cayendo.      
- ¡Bajarse! - Gritó el sargento Henríquez - Si no quieren caer con el camión al barranco.
Rápidamente, los soldados fueron saltando al barro, mientras el vehículo lentamente se resbalaba hacia la ladera.
- Van a traer, las piedras que encuentren y las tiraran delante de las ruedas traseras. - Dijo nuevamente el clase y los soldados, partieron a buscarlas en el barrizal. Una tras otra, fueron  depositadas frente a los enlodados neumáticos.
Minutos después, el camión nuevamente intentaba avanzar.  Otra vez, las ruedas giraron en el lodo, lanzándolo con fuerza hacia atrás. Patinaron unos segundos y de pronto, encuentran apoyo en las piedras saliendo repentinamente de la trampa de barro.
- Vamos, ¡todos arriba! - Gritó Henríquez - Debemos seguir trabajando.
El vehículo siguió por el cada vez más intransitable camino, subiendo por el zigzagueante trazado, hasta llegar a unas casuchas de madera y cartón, que parecían tiradas sobre la ladera del cerro.
Había dos mediaguas destruidas, a causa de un aluvión de barro y piedras. Frente a estas, una señora con un sucio vestido y una especie de abrigo de lana que le cubría sus hombros, sostenía  en brazos un bebé‚ semi cubierto por el abrigo. Una pequeña niña descalza, tomada del mojado vestido de la mujer, solo se chupaba la mano bebiendo el agua que le escurría por el rostro.
Mas al fondo, dos niños un poco mayores que la pequeña y con el barro hasta las rodillas, miraban al padre mover los palos de lo que fuera su casa. Ambos se veían casi de la misma edad, al parecer solo tenían meses de diferencia. El más pequeño, vestía un pantalón roto que parecía quedarle grande y un chaleco con los codos roídos, que le cubría una polera.
El otro, vestía casi de igual forma. Pero encima, llevaba una gran camisa arremangada, que le cubría la sucia ropa.
Había otra familia, más joven que la anterior y solo tenían una guagua de meses. Los tres estaban cobijados bajo una improvisada carpa, hecha con un mantel de nylon que era sostenida por dos palos y les protegía solo del agua, pues el barro había empapado gran parte de sus ropas. Si es así cómo podía llamarse a los harapos que llevaban puestos.
- Nunca me habría imaginado que existe tanta pobreza oculta, entre los cerros del puerto. - Pensaba Luis, mientras los damnificados subían al camión.

Una vez arriba, el vehículo dio la vuelta para regresar hacia el plano, en donde se encontraba el albergue municipal. Los niños miraban asustados a los jóvenes soldados, sin darse cuenta que era lo que ocurría. Los padres, trataban de cubrir los empapados cuerpecitos infantiles, mientras sus acongojados rostros miraban sus precarias y destruidas pertenencias.
- ¿A dónde los llevan? - Susurró Luis en el oído de Iván.
- Al albergue, hasta que pase el temporal - Respondió.
- Y cuando éste termine, ¿qué pasará con ellos?...
- Ese, es su problema. - Agregó Iván.
- Volverán a sus casuchas y todo seguirá igual. - Reflexionó Luis mientras el camión se zarandeaba bajo la lluvia.
- No es justo... - Interrumpió Kurt que se encontraba enfrente de los jóvenes, mirando a sus costados como esperando apoyo. - Debemos hacer algo por esta pobre gente.
- ¿Y que podemos hacer nosotros? No seas huevon, Landon. - Respondió Iván al soldado entrometido. - Solo tenemos que hacer lo que nos ordenan.
El resto de aspirantes y los damnificados, observaron extrañados la reacción de Kurt que, guardando silencio, comenzó a secar el fusil con un pañuelo. 
Los tres días de temporal pasaron lentamente, con la lluvia que a ratos se precipitaba como tirada con baldes. Varias veces, los camiones del Regimiento tuvieron que salir hacia los cerros y ayudar a la gente que se anegaba, o bien, a la que se le derrumbaba la casa de adobe en donde vivían, quedando en la calle. 
Pero el drama familiar, era problema de ellos. Las órdenes, eran solo ayudar y no dar soluciones, para eso estaba el modelo económico manejado por la propiedad privada.


*  *  *


La Comunidad Cristiana “Monseñor Fernando Aristía” de Pudahuel, ubicada en la periferia de Santiago, funcionaba con tres grupos ese día, la pastoral, el grupo juvenil y la bolsa de trabajo.
La capilla poblacional era una pequeña instalación de madera, con un galpón en el centro y dos mediaguas a los costados, que particionadas eran usadas en sala de reunión, biblioteca y habitación del cuidador, con una cocina y baño común. Mientras el grupo pastoral, en el galpón capilla de la comunidad cristiana, organizaba las actividades del mes, el grupo juvenil y la bolsa de trabajos, coordinaban el trabajo social. Una suave lluvia caía de forma intermitente sobre los techos de la escuálida instalación.
En la biblioteca, se atendía a los niños que preparaban sus tareas para la clase del día siguiente en sus respectivos colegios.
Cecilia, camino lentamente hacia la pequeña mesa de luz donde trabajaba el joven. Se sentó al lado de Víctor, que concentrado, picaba un esténcil. El boletín universitario debía salir, a más tardar la próxima semana y faltaban dos artículos que redactar.
-  ¿Te falta mucho? – Consulto la muchacha. – Los niños ya terminaron sus trabajos y tengo que ir a dejar a dos a su casa.
-  No tanto. Termino de picar este dibujo y te acompaño.
Minutos después, los jóvenes caminaban junto a los niños en dirección a sus casas, cantando alegremente temas infantiles. Los paraguas abiertos parecían danzar al son de las canciones.
La capilla se encontraba emplazada en un terreno baldío, al final del callejón Loyola, que era la avenida principal de la población construida a medias, por la Corporación de la Vivienda, que lentamente pasaba desde la administración estatal a manos privadas, modificando el concepto de viviendas populares de calidad, por viviendas económicas. Los jóvenes se internaron por los pasajes, dejando en las puertas de sus casas a los niños, aprovechando de esta manera, de invitar a los padres a participar en las organizaciones de la comunidad.
En el camino, Víctor le comenta a Cecilia que la Religiosa, encargada de la pastoral juvenil, le había invitado a integrar el comité por la vida, una organización de derechos humanos que se estaba formando en la comuna y que conformaba una parte del organismo Pro-paz, de las iglesias cristianas en el país.
-  ¿No será peligroso ser integrante de una organización publica social? – Inquirió la joven.
-  Todo lo que hacemos en estos tiempos, en participación y organización, es peligroso… – Contesto tiernamente Víctor, mientras la muchacha lo abrazaba por la cadera, cubriéndolo de la llovizna con el paraguas que llevaba. - En la universidad, el trabajo de información y comunicaciones, es clandestino… En cambio, en la organización social se desarrollaba un trabajo público, al ser conocido y de la iglesia, te da ciertas ventajas con la represión.
- Pero en la población, también hay muchos sapos.
- Y en la Universidad, ¿crees que no los hay?
Tal vez, el hecho de ser publico evitaba la desaparición forzada, solo el relegamiento a zonas lejanas era la forma de reprimir a los dirigentes sociales… en cambio, al ser clandestino y detenido, se tenía la incertidumbre del reconocimiento del arresto, por parte de los aparatos represivos. La desaparición o la muerte en esos casos, se daba frecuentemente.
Caminaron en silencio un rato, mientras se dirigían al paradero del autobús. La lluvia había cesado, Cecilia tomo la mano de Víctor mirando su rostro y el joven, la detuvo suavemente. La abrazó por la pequeña cintura y la atrajo hacia su cuerpo, acercando sus labios para besarla. Un carro policial pasó lentamente frente a la pareja, que se quedó abrazada mientras el vehículo se alejaba.
-  Disculpa… - Agregó susurrando el joven. – El furgón de carabineros venía directo a nosotros y tuve que…  -  Un beso de Cecilia lo silenció.
Se besaron con pasión. Por unos segundos, el mundo dejo de existir para los jóvenes y solo eran ellos dos, que se entregaban a un amor contenido por los tiempos de terror e incertidumbre, que se vivían en medio de la guerra fría librada también, en el patio trasero, al sur de Norteamérica. 

*  *  *


El tiempo comenzó a mejorar. Ya casi no llovía y en el cielo, las pocas nubes comenzaron a dejar paso al tibio sol, que se encargaba de secar la humedad que había formado parte de la tierra durante esos meses de invierno en el Puerto.
Esa mañana en el Regimiento, después de la iniciación de servicio, las unidades militares no se fueron de  inmediato a sus lugares de instrucción, como todos los días. Se quedaron a la espera del término, de una reunión de oficiales que había dispuesto el comandante.
 - (…) Cuando los cerebros pequeños terminen de recibir las órdenes, del Dios que piensa por todos nosotros, sabremos de qué se trata. - Pensaba Luis, justo en el momento que terminaban y los oficiales, se dirigieron hacia donde estaban sus subordinados.
 El teniente Salinas junto a sus tres comandantes de escuadra, se dispuso a dar las instrucciones.
 - ¡Bien jóvenes! Desde hoy comenzamos con las preparatorias de la parada militar. - Comenzó diciendo el oficial. - Como el curso, no es suficiente grande para conformar una compañía, tendremos que desfilar mezclados en diferentes unidades del batallón.
El malestar de algunos aspirantes por la orden impartida, se hizo notar. Un murmullo recorrió las filas.
- Yo prefiero no desfilar. - Confidenció Landon en voz baja.
- ¡Silencio, Aspirantes! En el desfile vamos a estar juntos, pero no revueltos. - Acotó el sargento Henríquez y como complementando esto, el teniente continuó.
- Yo sé que a muchos de ustedes no les gusta la idea y como para completar la dotación, faltan solo 23 soldados, algunos aspirantes no podrán desfilar. Ahora, quiero saber... ¿quien no quiere hacerlo?
Los jóvenes se miraron entre sí, todos sabían que las preparatorias del desfile demandaba mucho trabajo.
- Que dé un paso al frente. – Agregó el oficial.
Luis no tenía mucho interés en esto y pensó que sería una buena ocasión para descansar. Recordaba lo que le habían enseñado los instructores acerca de la honradez. "El soldado debe decir siempre la verdad y si por esto se equivoca, lo hace con pachorra."
 - ¡Firme mi teniente! - Gritó después de pensarlo y salió de la fila. - Yo no quiero desfilar.
El rostro inmutable del oficial, cambió de pronto. Se dibujó una mueca de asombro e ira en su boca, sus ojos se abrieron hasta parecer querer salirse de sus cuencas y su cuerpo, se puso tenso al gritar... - Pero ¿que ha dicho aspirante Pérez?
Se acercó a la fila ubicándose frente al soldado.
- Usted no tiene ni una pizca de espíritu militar... – Le grito en su cara, agregando enseguida. - ¡No carajo! Va a ser el primero que estar en la fila y practicar el doble que los demás. Y no se extrañe, si desde ahora en adelante, se queda como un simple cabo y no tiene ningún ascenso a otro grado. - Terminó diciendo.
Los aspirantes, en silencio observaban la iracunda reacción del oficial. Los instructores, con una sonrisa en el rostro, esperaban el resultado de la reconvención.
 - ¡Vuelva a su puesto!
 - (…) Esto me pasa por huevón. – Pensaba, mientras los clases y sus compañeros, lo miraban volver a la fila. - ¿Quién me manda a decir lo que realmente quería? La mayoría no quiere desfilar, pero no lo dicen.
 - Huevón… - Le susurró Alberto. - Todavía no aprendes los tomos del cateo de la laucha.
Después, el teniente entrego las indicaciones a los instructores y partieron al patio de práctica y formación.
Los ejercicios preparatorios eran interminables. Desde la mañana hasta la tarde era solo desfiles en el cuartel, una y otra vez. Por las noches, no quedaban ganas de salir al plano a distraerse.
Un grupo de jóvenes, de la defensa civil, practicaba también en el cuartel. Eran estudiantes que cumplían el servicio militar solo los fines de semana y voluntarios, que no habían sido aceptados en el ejército. Entre estos paramilitares, se encontraban algunas niñas que, extasiadas, miraban a los soldados desfilar en el patio.
En un momento de descanso, Alberto golpeó suavemente con el codo a Luis y se dirigió hasta donde ellas se encontraban. El aludido también lo hizo.
 - Ola, me llamo Alberto. ¿Y tú? - Le dijo a una de ellas.
 - Yo, Miriam... - Le respondió la joven.
Era alta y de atractiva silueta. Su pelo negro, brillaba con los rayos del sol y unos grandes ojos cafés, que parecían danzar bajo unas largas pestañas.
 - Ellas son Jenny, Alejandra y Angela.
Luis hizo un saludo militar sonriendo y antes que alcanzara a decir palabra, el oficial a cargo de la práctica, ordenó continuar.
- El sábado tenemos una fiesta... en casa de Alejandra y están invitados. - Terminó diciendo Miriam antes que volvieran a la fila.
El resto de la tarde siguió con los ensayos, pasando y repasando, puesto que los instructores nunca quedaban conformes con lo realizado.
Llegó el día sábado. Como siempre, tuvieron régimen interno. Por la mañana, se dedicaron a lavar calcetines y ropa interior. Luis y Alberto, entusiasmados, preparaban la ropa para la fiesta cuando interrumpe Landon.
 - ¿Parece que tenemos una cita?
 - Y a ti ¿que te importa? Buche. - Contestó bruscamente Alberto.
 - Porque las muñecas de la brigada juvenil, son cinco y ustedes son solo dos... y yo, valgo por tres.
 - ¿Y por que te metes donde no te llaman? - increpa Luis.
 - Ya, córrete o te cascamos aquí mismo, huevón.

El disco solar, se perdía en el horizonte marino tiñendo de rojo los arrabales del fondo. El bullicioso atardecer en el barrio chino, sorprendió a los jóvenes aspirantes que, esperaban la hora para acudir a la cita.
 - Nos vamos a juntar en el cerro Florida y desde aquí, nos demoramos diez minutos en llegar. - Comentó Alberto. - Todavía queda tiempo para otra cerveza.
 - Ya po... mira que si esta noche no salta la liebre, voy a tener que seguir a pura manuela.
Rato después, los amigos llegaban a la cita. Miriam y Alejandra los esperaban al final de una gran escala de cemento.
Después de saludarse con un beso en la mejilla, comenzaron a subir las interminables escaleras en el preciso instante en que, por la esquina noroeste, el joven con uniforme de combate y botas pulcramente lustradas, los observaba.
La pequeña casa iluminada se encontraba con las ventanas abiertas, era de madera y la pintura descascarada, le daba un aspecto envejecido. La bulliciosa música, parecía retumbar entre los callejones del cerro. Unos niños descalzos y sentados en la solera de piedras, miraban boquiabiertos las siluetas de los jóvenes bailando.
 - Ya, ¡vayan a jugar  a otro lado! - Les dijo Miriam cuando llegaban a la puerta.
 - Si me da una monedita... - contestó el niño más grande.
Alberto, sacó de su bolsillo una moneda de diez escudos y se la entregó.
 - Chi... con esto no alcanza pa na. – Contestó el pequeño y salió corriendo por la empinada calle.
Los jóvenes rompieron en risa y alegres, entraron a la casa. Después de las presentaciones a los amigos, Alberto sacó de inmediato a bailar a Miriam.
 - Tu amigo no pierde tiempo. - Dijo Alejandra.
Luis la miró un momento y replicó enseguida. - ¿Quieres bailar?
Sin contestar nada, Alejandra lo tomó de la mano y lo llevó a la pista de baile. En medio de los demás, la pareja se movía al ritmo de la música. De pronto, la mirada perdida de Luis, se encontró con unos ojos verdes. Era Angela, que le sonreía haciendo resaltar su hermoso rostro, dejándolo suspendido en el aire.
El joven que bailaba con ella, mirando a Luis, la tomó del hombro y besándola en la boca se la llevó a un rincón. De pronto, por una ventana, aparece el rostro de Landon que grita hacia el interior.
 - ¡A ver! ¿Que pasa aquí? ¿Por que‚ tanto escándalo?
Sorprendidos, los asistentes quedaron mirando al aspirante que, con su uniforme de combate, los observaba con su cara risueña.
- Deja, esto lo arreglo yo. - Dice Alberto rompiendo el tenso silencio. - ¿Que té pasa, huevón? ¿Por que nos andas siguiendo?
- Tranquilo pelado... Sazo, Manríquez y yo, solo queremos fiesta y traemos trago.
- Déjalos Alberto, si quieren entrar no hay problema. - Interrumpe Alejandra.
- Este buchón, sale hasta en la sopa sin que nadie lo invite. - Termina comentando Luis.


*  *  *


Era día de examen, en la facultad de Diseño de la Universidad Técnica, en Santiago.
La sala de exposiciones, en la escuela de artes y oficios, bullía de actividad. Los alumnos, al costado de sus respectivos diseños publicitarios expuestos al comité examinador, esperaban expectantes el término de la evaluación. Víctor, vestido con un traje y corbata café, buscaba entre los invitados asistentes el rostro angelical de Cecilia. No la había visto desde el día viernes, cuando se despidieron una vez terminada la reunión de la Comunidad Cristiana.
La preparación del diseño, que tenía que presentar en la facultad, además del trabajo de propaganda en la Universidad, lo habían mantenido ocupado el fin de semana y sentía una necesidad de conversar con ella, sobre los sentimientos que estaba sintiendo desde el coloquio de la semana anterior.
Los profesores se detuvieron frente a la muestra de los bocetos y el diseño definitivo de Víctor, lo observaron unos segundos y comentaron algo en voz baja que no alcanzo a escuchar el muchacho. Después de anotar en sus libretas, siguieron revisando los trabajos de los otros expositores hasta terminar su evaluación.
- Es una buena muestra. - Indico el Rector, en representación del consejo evaluador, agregando a continuación… - El montaje ha estado excelente, por lo que en presentación tendrán una buena evaluación que, seguramente mejorara su promedio final.
Después, se retiraron dejando abierta la exposición para que los asistentes compartieran con los evaluados y el profesor. Víctor salió al pasillo y busco entre los estudiantes que se encontraban en los jardines, la presencia de Cecilia.
Instantes después, el enamorado ingresaba nuevamente al salón para concluir la presentación. El profesor se acerco para felicitarle por su trabajo.
- Hay un seminario de marketing en la Universidad Católica. – Le indico el profesor. – Y tengo un par de invitaciones sin costo… Creo que te ganaste una Villagra, ¿si quieres asistir?
- Gracias Señor. – Agrego sin mucho entusiasmo. – Creo que me servirá para la formación académica. Se lo agradezco.
- ¿Tienes algún problema grave? – Inquirió el profesor, al ver la introversión inusual del alumno, en momentos que Cecilia ingresaba al salón.
La cara del joven cambio en un instante.
- No Señor, es solo cansancio. – Agrego, saliendo a encontrar a la muchacha.
El profesor sonrió un instante, mirando al joven avanzar rápidamente al encuentro de su amada y se volvió para terminar con el acto de evaluación.
El resto de la mañana, paso rápidamente para los jóvenes enamorados, sentados en el pasto de los jardines conversando plácidamente, en la cafetería de la universidad sirviéndose comida rápida y en el pasillo camino a la clase de Cecilia. En la tarde, el muchacho asistiría a una reunión del boletín del Comité, programada en la Vicaria Zonal Oeste, que se ubicaba cerca, en una calle al sur de la facultad.
Se despidieron momentáneamente, pues se verían en la biblioteca de la Capilla, mas tarde y el joven, se dirigió caminando hacia la Alameda.
Llego a la calle Bernal del Mercado, cruzando una avenida frente a un colegio de Monjas Franciscanas, sin percatarse de un vehículo sedan negro que, estacionado unos metros más al sur frente a una plaza, albergaba a cuatro hombres de traje oscuro, que tomaban fotos con una cámara profesional, a los visitantes que concurrían a la Vicaria.
Se detuvo un instante en la puerta abierta, conformada por dos partes de madera labrada, de una ladrillera construcción, mirando la placa de bronce que indicaba pertenecer al Arzobispado de Santiago, e ingresó hasta una reja metálica con chapa eléctrica. Miro al costado del pasillo, presionando el timbre de un intercomunicador. Una metálica voz femenina, le pidió identificación.
-  Soy Víctor Villagra y me espera la hermana Teresa.
Segundos después, la reja se destrababa para el ingreso del joven.
La reunión comenzó de inmediato, junto a la madre Teresa, un hombre bajo y regordete, se identifico como encargado del Boletín Zonal, informativo cristiano que circulaba en forma interna entre las capillas e iglesias del sector Oeste de la capital. Se encontraba además, un joven de prominentes entradas en la frente, resaltadas por un peinado hacia atrás y largo pelo tomado en una pequeña cola, que se identifico como Yonny, encargado de educación y comunicación pastoral juvenil, dedicado a la tarea de organizar una videoteca que sirviera para las organizaciones juveniles cristianas de la zona. Además de la secretaria de la Vicaria, se encontraban tres diáconos, representantes de parroquias de Santiago y dos jóvenes, representantes de Comunidades Cristianas, Camilo de la Villa Francia y Francisco, de Pudahuel.
Se abocaron a la tarea de sacar a la luz pública, el trabajo del Comité por la Vida, que desarrollaría su accionar en defensa de los prisioneros políticos y por el respeto a los Derechos Humanos, mediante todas las formas de comunicación, puesto que la represión a las personas opositoras era un tema vedado en las noticias de los medios de comunicación controlados por el Gobierno.
La tarea de Víctor, junto a Francisco, era sacar el boletín del comité, recabar información sobre los arrestos ilegales en los allanamientos masivos, proponer actividades de formación y comunicación juvenil en sus sectores, además de participar en el equipo editor del informativo de la Vicaria.
Parte de la iglesia asumía el rol social, en defensa de los derrotados militarmente, de los perseguidos; abriendo espacios de participación y opinión, contra el inmenso aparato de poder que se desplegaba en todos los ámbitos, ejerciendo la coerción del Estado contra una clase social, a la que se le habían conculcado todos sus derechos.


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La noche marina era oscura, no había luna. Con el sueño vivo, Luis apoyado en la baranda del segundo piso, miraba los faroles que se reflejaban como miles de estrellas amarillas en el océano. Se cobija con su manta de castilla e ingresa a la cuadra, cerrando la puerta tras de sí.
 - A mi no más, tenía que tocarme... - Meditaba - Hacer imaginaria la madrugada de mi cumpleaños.
Sentándose en el pequeño escritorio del clase de servicio, toma un papel y lápiz, poniéndose a escribir en una blanca y pequeña hoja.
 - A mi amigo Víctor. - Comenzó. -  Deseo contarle a alguien lo que siento y a quien mejor que al papel, triste y tirado en la mesa, que está llena de ellos... Contarle de Angela, un nuevo amor o una nueva ilusión... - De pronto toma el papel y apretujándolo en su mano, lo lanza al papelero.
 - Que mierda... aquí no se puede pensar ni menos escribir.
Se levanta de la silla y comienza a caminar por el pasillo, entre los camarotes que cobijan a los soldados sumidos en un profundo sueño, pasando una y otra vez. Afuera, el sonido lejano de una sirena de un barco, que no se distingue entre la penumbra de la noche.
La mañana despuntaba en el Puerto, los barcos y naves en sus molos de atraque, esperaban en un suave bamboleo, los trabajos diarios de carga y descarga. En los espacios restringidos de los cuarteles de la Marina, los ensayos de la parada militar continuaron igual que en las otras ramas de las Fuerzas Armadas.
Cuantas veces habían repetido el desfile en el cuartel militar, los soldados ya lo habían olvidado. Ahora les tocaba practicarlo en las canchas de Alejo Barrios, donde se celebraba las fiestas de la Independencia y se efectuaba la gran Parada chica, en el puerto.
Los ensayos eran igual que en el patio del cuartel.
Repetir una y otra vez a pleno sol, la formación en bloque, manteniendo la alineación, el ritmo de marcha y la concentración para ejecutar las órdenes.
 - Paso regular... maarr!
 - (…) Otra vez con lo mismo. - pensaba Luis.
 - ¡Repetiremos nuevamente!
 - (…) Ese maldito sol no se acaba nunca.
 - ¡Desfile! ¡De frente... marr!
 - (…) Otra vez me dio sed.
 - ¡No pierda el paso la segunda escuadra!
 - (…) Ese maricón de Pavez...
 - ¡Todo de nuevo!
 - (…) Veamos si te gusta ahora, hijo de puta.
 - ¡Afirme el paso regular!
 - (…) Después de esto me voy a tomar un litro de cerveza, heladita.
 - ¡Diez minutos de descanso!
 - (…) Por fin...
De pie, en medio de las canchas y a pleno sol, se encontraban los soldados. Era la quincena del mes de septiembre y se realizaría la preparatoria. Las autoridades presentes eran, el Alcalde y los comandantes de las unidades que debían desfilar.
Luis miraba a la gente, que en grupos, se detenía a observar el acto y entre la multitud, aparece el rostro de Angela, siempre con una sonrisa.
La joven jugaba con sus ojos, como buscando a alguien entre los soldados, el corazón de Luis latía con fuerza esperando encontrarla con la mirada. Esta, se aleja entre las personas sin notar su presencia, de pronto levanta la mano para saludar a un soldado del pelotón. Es el joven de la fiesta, que solamente le guiña un ojo y continua inmóvil.
 - Que mierda me pasa... me gusta pero ya tiene pololo y parece que está  enamorada. - Pensaba justo en los momentos que comienza el desfile, el último ensayo antes de la Parada Militar.


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El cielo primaveral de un azul pálido, se vio de pronto cortado por un pequeño rombo de papel en vivos colores, que bamboleaba de un lado a otro con el viento de septiembre. Otros volantines recorren el cielo remontándose a las alturas, para caer luego, en una picada rápida, que cargando la punta hacia la izquierda, retoma nuevamente las alturas inflado de viento y sol. Los volantines se juntan y corretean, hasta que uno, en un estertor de libertad, comienza a caer en un cadencioso movimiento ondulante, con un pequeño trozo de hilo que otrora lo sujetara en las alturas.
Los jóvenes y niños, con largas cañas corretean detrás del volantín, siguiéndolos por los pasajes y callejuelas de la población periférica, para apoderarse de su majestuosidad y volver a remontarlo, haciéndolo participar nuevamente en sus torneos denominadas comisiones.
Las fiestas patrias, en la población de Pudahuel, se celebraron en las calles, con niños y jóvenes, participando en carreras de sacos, torneos de rayuela en improvisadas canchas hechas en la calle, con el barro del invierno y una lienza. La comunidad cristiana, a la cabeza de las actividades se comprometía en la organización y el apoyo logístico, por medio del grupo juvenil y la bolsa de cesantes, a proposición del Comité por la vida, que se había propuesto recuperar el derecho a la recreación en los espacios públicos.
Pancho, representante también del grupo juvenil, se encargaba de la animación y de la música. Los jóvenes habían improvisado un escenario frente a la Capilla, donde los vecinos que sabían tocar la guitarra y el acordeón, entonaban cuecas y canciones folclóricas, algunas prohibidas por el régimen Militar.
- Toca bien el vecino, Pepe… - Comento Pancho a su amigo José, que le ayudaba en la amplificación. – Podíamos invitarle a participar en la organización.
- Si, podría formar un grupo con los jóvenes y enseñarles folclor. – Agrego Pepe. - además de tocar en la misa.
José era un joven que deseaba ser seminarista. El párroco le ayudaba en las gestiones para la postulación, pero la jerarquía eclesiástica conservadora, elegía entre los postulantes preferentemente a los que provenían de familias pudientes, dejando la opción del diaconato a los interesados pobres y de escasos recursos, manteniendo el status-quo en iglesia.
Víctor y Cecilia entretanto, se encontraban dedicados al trabajo con los niños, pintando los muros, la calle y las veredas, en tizadas de colores y dibujos de la cueca, los volantines o de las tradiciones folclóricas.
Las fiestas de la Independencia no habían sido celebradas por el pueblo los últimos dos años, puesto que producto del estado de excepción y el toque de queda, sumado a la proximidad de la fecha que recordaba el Golpe de Estado, El régimen militar sacaba los efectivos militares para recorrer las poblaciones y controlar posibles manifestaciones obreras a favor del Presidente mártir.
Este año, no había sido la excepción… Las tanquetas y los camiones con efectivos militares y policiales, habían recorrido las poblaciones. Pero la Iglesia Católica, por intermedio del Cardenal, había llamado a las Comunidades Cristianas y a sus feligreses, a realizar actividades de oración y recogimiento por las almas de los caídos y perseguidos, ese día 11 de septiembre. En las Comunidades Cristianas de las poblaciones más pobres, cercanas al Río Mapocho, los pobladores sobrepasando los temores y guiados por sus pastores, habían realizado romerías con velas encendidas, hacia el Río. Los religiosos más comprometidos con la causa popular, habían incluido responsos por los cientos de muertos que habían sido tirados a sus aguas los últimos años.
En ese ambiente, los pobladores comenzaban a acercarse a sus parroquias y a participar, no sin temor, en este nuevo espacio que se ofrecía.
Las actividades en la población ese 18, se realizaron durante todo el día. Terminada la celebración y el acto cultural, los jóvenes se reunieron en la Capilla para servirse algo y compartir, analizando lo realizado ese día.
- Creo que la actividad estuvo bien. – Dijo Pancho sirviéndose un vaso de bebida.
- A algunos vecinos todavía les cuesta participar. – Agrego pausadamente Pepe.
Los demás jóvenes guardaron silencio, mientras se servían los panes amasados que, recién horneados por unas vecinas del grupo de cesantes, expelían el vapor de la mantequilla en su interior.
- Y tú, ¿Qué opinas, Víctor? – Inquirió nuevamente Pancho.
- Creo, que como primera actividad pública, no podía haber resultado mejor. Los vecinos que participaron pueden ayudarnos a potenciar el trabajo cultural de la Comunidad.
- Si, con Pepe ya invitamos a participar al folclorista de Lo Prado.
- Se comprometió a crear un grupo folclórico juvenil. – Agrego Pepe levantándose de la banca y dirigiéndose a donde se encontraban Cecilia y Víctor. -  Ustedes dos hacen un buen trabajo con los niños, podría formarse un taller recreativo los días domingos.
- Podría ser, con los niños de catequesis y de la biblioteca. – Agregó Cecilia.
- Pepe, invitemos a Cecilia a las Colonias Salesianas este verano. – Interrumpió Pancho dirigiéndose a la joven. – Se realizará un proyecto de vacaciones en la ciudad, con niños de escasos recursos que no pueden salir a veranear.
-  Y… ¿Dónde los llevan? – Pregunto la joven.
- A la piscina, al zoológico, a pasear a la Quinta… Dos semanas en los colegios Salesianos de Santiago, en actividades recreativas.
- Tal vez sea entretenido… Puede ser.
Víctor observo a la muchacha que, levantándose, lo miro sonriendo coquetamente. Caminó hacia el joven y tomándole de la mano, le invito a salir.
- Tengo que terminar el semestre en la Universidad, si no me quedan ramos pendientes, podré salir de vacaciones…
-  ¿En la ciudad? – Pregunto Víctor.
-  En la ciudad. – Agrego Cecilia despidiéndose con la mano, de los demás jóvenes.
Rato después, los jóvenes caminaban abrazados, mientras la tarde enfriaba el ambiente con sus vientos de septiembre.


*  *  *

Por fin había llegado el día esperado.
Después de tantos ensayos y preparatorias, los soldados del Regimiento Escuela de Infantería, marchaban hacia las canchas de Valparaíso para el desfile... La gran Parada Chica del Pancho.
Allí, en la pista de tierra, estaban esperando los cosacos, los Managua, los cadetes, todos listos y preparados para iniciar la presentación.
El sol, tímidamente, comenzaba a temperar el fresco aire matinal. El viento de primavera, soplaba suavemente trayendo consigo el salobre olor del mar, haciendo flamear las banderas que celebraban el mes de la patria.
Las horas pasaban lentamente, el calor comenzó a notarse mientras los batallones y regimientos, esperaban a las autoridades para iniciar el desfile.
 - ¿Por que se demoraron tanto? Parece que les gusta hacerse esperar. - Pensaba Luis, cuando las sirenas y bocinazos de la comitiva que trasladaba al intendente, rompió con el silencio reinante.
Todo estaba listo. El movimiento de tropas en formación y las presentaciones de rigor anunciaban que comenzaría el acto. Primero el comandante a cargo solicitó permiso a las autoridades para dar inicio al desfile. Después, comenzaron a pasar uno a uno los batallones iniciados por las bandas de guerra e instrumentales, comandados por sus respectivos oficiales superiores. Posteriormente, pasaban los soldados, en perfecta formación o eso parecía. Fue solamente "la pasada" y listo... estaba todo terminado.
- Cuarenta días practicando y un castigo, ¿para esto? - pensó Luís - ...Y no nos demoramos más de cinco minutos en pasar.
Se había cumplido con la parada chica.
Al día siguiente, los buses y camiones salían del cuartel en un viaje de dos horas y media, hacia la capital. Luis viajaba en el fondo del camión que habían preparado para el transporte de tropas. Los pocos buses que tenía la caravana, los ocupaban los oficiales y clases de más graduación. El resto, viajaba incómodamente y para cuando llegaron a la capital, descansaban más de pie que sentados.
Por fin habían llegado a su destino... el Parque O`Higgins. Les tocaba realizar la principal parada militar, en el día de las glorias del Ejército, para rendir honores al General, el supremo primer infante, que creía regir, sin contrapesos, los destinos del país.
El camión, junto a la caravana, rodeó el gran parque de Santiago quedando en el lugar asignado en la carretera. La orden  de desembarco no se hizo esperar, estaba todo listo. Luis miró a los que estaban en la columna antes que ellos, la vista se perdía entre tantos soldados, miles de ellos y no era para menos. Hacía muy poco, que se habían cumplido dos años del golpe militar y había que demostrar el apoyo al régimen imperante, que no era bien mirado en el resto del mundo... con algunas excepciones del imperialismo.
Había tres divisiones, con blindados, más las escuelas matrices. Estaban además, las cuatro ramas de las fuerzas armadas con sus respectivas orgánicas de uniformados.
La columna avanzaba lentamente, el desfile había comenzado a las diez de la mañana y ya eran las dos de la tarde, cuando el batallón del Segundo de Línea, estaba a la entrada de la pista del desfile.
Había gran cantidad de gente, que buscaba ansiosamente la mirada familiar del hijo, novio o hermano, que ahora compartía con otros jóvenes de su misma edad, lo que habían aprendido en el cuartel.  Había también, una cantidad indefinida de hombres jóvenes, con ternos y lentes obscuros, que se mezclaban entre las personas… además de un gran contingente policial. Algunas tanquetas estaban apostadas en lugares estratégicos para actuar en caso de disturbios.
Por fin, la orden para comenzar el desfile.
Nuevamente marchando, sin perder el compás... el primero en formación de la derecha, es el instructor a cargo de la escuadra. El comienza con el paso regular y los demás lo imitan. Pasan por las tribunas de las autoridades.  
- Soy uno más del lote, una cara anónima entre tantos otros... - Piensa Luis en medio del ajetreo. -  ¿quien se va a preocupar ahora si lo hago bien o mal?
Segundos después, todo estaba listo. El desfile había terminado para Luis y sus camaradas.
Mientras los otros uniformados, en ese momento, pasaban frente a las autoridades; el batallón, almorzaba un rápido refrigerio consistente en un pan con queso, dos huevos duros y un durazno, rápidamente se embarcaba para volver al puerto.