domingo, 20 de marzo de 2011

Capítulo XVII LA CALMA ANTES DE LA TORMENTA

Capítulo XVII

Luis se despertó desorientado. Se incorporó mirando la pieza donde había pasado la noche y le pareció extraña. Era un cuarto pequeño, se encontraba muy cerca del techo a causa de estar durmiendo en la parte superior de un camarote, mucho más ancho que el de los cuarteles y sobre él, una especie de claraboya rectangular, dejaba pasar la luz de la mañana junto al frescor matutino. Su mente comenzó a asimilar, una vez pasado el sopor del sueño y reconoció el cuarto compartido con su hermano, se encontraba en casa de sus padres.

Decidió levantarse inmediatamente, le quedaba solo un día para compartir con su familia antes de viajar al norte, al tercer regimiento de infantería, lugar de destinación. Deseaba aprovechar al máximo su tiempo por lo que saltó del camarote y comenzó a ponerse los pantalones. Su hermano despertó y se incorporó en su cama.

- Y, ¿como dormiste, loquito? - preguntó en tono cariñoso.

- ­ ¡Bien! Pero, parece que dormí mucho. Ya se fue la mitad de la mañana y los días fuera del regimiento pasan volando.

- A mí, me estás haciendo madrugar, pero me voy a levantar para que tomemos desayuno.

En la mesa, las tazas de café soltaban el vapor impregnando el ambiente, un par de pailas con huevos, esperaban al lado de una panera de madera con sus respectivos panes. Una hermosa joven con una taza en sus manos sonrió al ver a los muchachos tomar sus respectivas sillas.

- Ola hermanito, ¿como amaneciste? - dijo mirando a Luis.

- ¡­Claro! Y a mí, pa que me saludai.- exclamó Claudio, el hermano menor.

- Es que a vos te veo todos los días, po.

- ­ ¡Ya, ya, ya! ­Déjense de pelear los dos. - Gritó la mamá desde la cocina. - Que su hermano vea un poco de paz en esta casa.

- ­Esta bien, mamá. Así hacen que me sienta en familia. - agregó Luis sonriendo. - Y tu, Anita... cada día estas más linda.

- Ay, gracias, hermanito lindo. - respondió la joven en un tono infantil - Es que, me tomo toda la leche.

El sol del medio día, calentaba aún más el reseco aire de la ciudad. Algunos, de los pocos árboles que habían sobrevivido a la tala, producto de los trabajos de pavimentación de la acera, dejaban caer sus hojas secas que eran arrastradas por el viento.

Luis caminaba tranquilo por la avenida Neptuno. Miraba a su alrededor los sitios vacíos, llenos de basura y casas a medio construir. Desde que habían terminado los trabajos del tren subterráneo, hacia ya un par de semanas, la calle seguía mostrando las huellas de esos trabajos. Llegó a San Pablo, la avenida principal, que a pesar de ser el centro comercial de la comuna, no era lo suficientemente concurrido por los vecinos, contrastando con la cantidad de negocios que se habían instalado en el sector.

El joven, se detuvo frente a una puerta que se encontraba sola, en medio de un local habilitado para venta de muebles y otro de alimentos. Presionó el botón de un amarillento timbre y esperó a que lo atendieran. Segundos después, una señora de edad apareció sorprendiéndose y con manifiesta alegría, saludó al muchacho.

- ­ ¡Pero si es mi nieto!... - exclamó - Por fin vino a ver a esta pobre vieja.

- Ola abuelita, ¿como ha estado?

- Mas o menos no mas... - refunfuñó mientras con paso cansino hacía entrar a Luis a la vieja casa. - De repente me siento un poco sola.

- Pero si tiene todos los días a mi tío, mi papá y los maestros que la acompañan.

- ­Si. Pero ellos vienen a trabajar y no a verme... ahora mismo están fundiendo.

- ­Que bueno. Eso quiere decir que se está componiendo la pega.

- ­No hijo. Semanas que no llegaba nada. - mirándolo un segundo agregó sonriendo - Supongo ¿que no me vas a llevar presa por hablar? ...Pero, es que estos milicos, nos están dejando en la ruina, cada vez estamos peor. Era preferible el gobierno anterior... hacíamos colas pero no nos faltaba ni el trabajo ni la comida.

- ¡Yo no he escuchado nada! - Respondió despacito Luis y mirándose un segundo, soltaron unas carcajadas.

- ¡­Ja, ja, ja! Mi nieto... cada vez es más hombre y se parece más a su abuelo.

Dándole un beso en la mejilla, Luis dejó a su abuela y se dirigió al patio, que era un pequeño espacio el cual comunicaba a las demás dependencias. Una muralla de roídos ladrillos, que marcaban una ventana tapada con resecas tablas, seguida de una separación de madera y un portón, dividían el patio con el taller; en el que se escuchaba ruidosamente un motor, acompañado de un eco sordo.

El joven ingresó sintiendo de inmediato el calor producto del horno que, en medio del angosto recinto, sacaba sus lenguas de fuego por un circular orificio compuesto por un candente mortero rojizo. Unos rectángulos de fierro soportaban la reseca y endurecida tierra, que moldeaba extrañas figuras unidas entre si por intrincados y pequeños canales. Esas cajas, apoyadas en polvorientos bancos de madera blanquecina, interrumpían el paso del visitante. Tres hombres dejaron de trabajar un segundo y miraron a Luis que, levantando su mano en un gesto de saludo, se dirigió a un pequeño cuarto. Se sacó la chaqueta y colgándola en un perchero de metal, volvió a salir dirigiéndose donde los absortos trabajadores.

- Que bueno que viniste. - dijo su padre que armaba una torre de cajas de metal con los moldes - Llegaste justo para ayudarnos a fundir.

- ­¡Ya po! ¿En que ayudo?

- Asegura el molde que armó tu tío Leo, para que él vea si el bronce está listo.

Luis se dirigió hacia el sector, donde un hombre con el torso desnudo y sudoroso, encuclillado terminaba de embarrar las orillas de una caja metálica adosada a otra.

Cuando el joven llegó, el hombre se levantó sonriendo. Su pálida y sudorosa cara, reflejaba un cansancio aceptable; una escasa barbilla sin cortar, se mezclaba con la tierra y el sudor. Unos ojos café, se iluminaron un segundo como un saludo.

- ¡Pucha que estay alto, sobrino! - Exclamó mientras se sacaba el barro de las manos y las metía a un balde con agua. - Ya me dejaste chico.

- Pero si vo siempre hay sido chico. - Interrumpió bromeando otro hombre que, con un cincel y un martillo en sus manos, cortaba un pequeño radiador de automóvil.

- ¿Y que te metis vo? Si el cuerpo que tenis, te sirve pa puro hacerle sombra a las güevas. - Contestó riendo, mientras se ponía una brillante camisa sintética - Además, pa que sepai, el perfume güeno viene en frasco chico.

- Y el veneno también... - Contestó el otro y siguió trabajando.

Mientras Luis tomaba unas abrazaderas y las colocaba en los soportes del molde, el tío se dirigía al horno. Se metió a un pequeño hoyo, al costado del horno y comenzó a cerrar una llave de paso que, amarrada con alambre, estaba unida a una manguera anexada al muro. Un par de metros alejado del horno, la manguera salía de un tambor que servia como alimentación de combustible.

Al cerrar la llave, el horno dejó de lanzar las llamas pero el viento del motor, mantenía la incandescencia producto de la oxigenación; de pronto, la manguera se soltó a causa de la presión y la dilatación por el calor, escupiendo combustible en todas direcciones.

- ¡­Cierra la llave del tambor! - Gritó el padre de Luis.

En uno de sus locos movimientos, la manguera, mojó la ropa del tío y el drama se desató en un segundo.

Las llamas se encendieron alrededor del horno y el tío, en medio de estas comenzó a gritar. El padre, de un salto, llegó al tambor para cortar el paso del combustible, mientras el tío, comenzó a correr gimiendo envuelto en llamas.

En un segundo, Luis miró al otro maestro que, petrificado, no atinaba a hacer nada. A sus pies, un saco tejido de cáñamo, fue arrebatado por el joven y sumergido en el balde de agua. De inmediato, con el saco empapado, corrió hacia el tío que encendido, buscaba al portón de salida. El soldado se abalanzó en un gran salto, cayendo con el saco sobre su tío que, aterrorizado, no sabía lo que pasaba. Ambos rodaron por el suelo y las manos del joven apagaron las últimas llamas que la camisa de nylon alimentaba.

Segundos después, el tío se levantaba tiritando con gemidos de dolor y Luis, sentía en sus manos el ardor producto de algunas quemaduras.

Rato después, mientras llegaba la ambulancia, el tío sentado en una silla y tapado con una frazada, tiritaba de dolor mirando en todas direcciones, con su cara hinchada, sin pestañas ni cabello normal; solo una chamuscada pelusa en su cabeza, era el indicio del terror que se había vivido.

- Parece que las desgracias vienen conmigo... - Pensaba Luis, mientras miraba a su tío estremecerse.

Silenciosamente, el padre llegó a su lado y lo estrechó fuertemente, con el brazo en el hombro.

- ¡Tranquilo hijo!... Ya pasó todo y va a estar bien, gracias a ti.

Esa noche, el joven soldado durmió sobresaltado.

Corría por las pedregosas calles del puerto bajando desde un cerro, comenzó a saltar y en cada trecho producto de las zancadas, avanzaba varios metros... Eran saltos cada vez más altos. De pronto, un salto lo elevó del suelo y se mantuvo en el aire avanzando por sobre los techos de las casas, sobre las oxidadas cubiertas de zing, sobre los derruidos pizarreños y tejuelas desordenadas, que dejaban negros orificios, desde los cuales emanaba vapor... Desde el aire, vislumbró entre unas escalas y andamios de fierro, a Hilda que corría aterrada.

Un ascensor rojo, con rayas blancas y verdes, bajaba en loca carrera en dirección a la mujer; una explosión repentina tapaba la imagen y desde el humo negro, aparecía Hilda envuelta en llamas... corriendo hacia un acantilado y despeñándose en este, para hundirse en la espuma de las olas que golpeaban las rocas... Luis desesperado, trataba de bajar pero no podía hacerlo. El vuelo de palomas y gaviotas, que salían de los campanarios al tañer en un ensordecedor ruido de campanas, cada vez más rápido, se interpusieron en el camino del joven, que se precipitaba al suelo. El reloj despertador, resonó en la pieza iluminada por la madrugada.

Un brazo salió desde la parte de abajo del camarote y presionó el botón, quedando nuevamente la pieza en silencio. Luis se incorporó y sentándose en la orilla de la litera con los pies colgando, comenzó a ponerse la camisa que sacó desde los pies de la cama. Luego de ponerse los pantalones, se tiró al piso fresco para ponerse el calzado. Una vez que hubo terminado, se inclinó sobre su hermano que, incorporándose, respondió con un abrazo de despedida.

- ¡Cuídate loquito! - Susurró este.

- ¡­Tu también! - Respondió Luis. - Y cuida a mamá... y a las chiquillas, que muchas cosas malas han pasado en este país y creo, que seguirán pasando. Hay que tener los ojos bien abiertos para sobrevivir, hermano.

Salió de la pieza y se dirigió a la cocina.

Su madre, ya en pie, preparaba desayuno. El joven, la abrazó y esta, con lágrimas en los ojos, respondió al abrazo con un beso en la mejilla.

- No llores viejita... Si ya nos vamos a ver luego.

- ¡Ay hijo, tengo un mal presentimiento! - Respondió esta, secándose las lágrimas con el delantal.

- Todo va a salir bien, mamá. - Agregó el muchacho alejándose. - Y llévale saludos a mi tío, si vas al hospital.

* * *

La tarde caía con su frescor húmedo, en el Barrio Chino de Valparaíso. Rasputin, sentado junto a Romo y otros Agentes del puerto, en la oscuridad de un local nocturno, observaban enfervorizados a la mujer en el proscenio, soltándose el sostén para dejar a la vista los senos danzantes, en medio de un erótico baile. Otras mujeres con provocativas faldas cortas, acercándose a los hombres les rozaban los hombros con las caderas y acariciaban sus cabellos buscando sentarse a sus lados.

- ¿Me invitas un trago? - consultó melosamente a Romo, una joven mujer.

- Seguro, preciosa... siéntate aquí, conmigo.

Una señal de la mujer y el cantinero acude con un vaso y una botella. Mientras la bailarina en la tarima, semidesnuda, se bajaba lentamente el calzón, Rojelio se levanta acercándose al escenario. Una de las mujeres, se ubica lentamente al costado de este y su mano, busca hacia el pantalón, el marrueco del agente para acariciarle entre sus piernas.

- ¿Quieres arrancarte conmigo para casarnos esta noche? - Susurro la mujer al sorprendido Rasputin que, en estado de intemperancia, la apartó de un potente golpe.

- ¿Quien te llamó? ¡Maldita!

- Pero, ¿Que te pasa? Infeliz... ¿Eres un marica?

- ¡Ya! ¡Basta! - Interrumpió Romo levantándose. - ¡Dijimos que la pasaríamos sin armar escándalo!

- ¡Vamos nos de aquí! - Insistió Rasputin tomando su chaqueta del respaldo de la silla.

- Pero si aún no termina el show... - Agregó otro agente tomando un trago. - ¡Vamos! ¡Sirvámonos un par de copas más y veamos que nos ofrecen las chicas!

- ¡Si! Es mejor que sigamos divirtiéndonos... Indicó Romo tratando de apaciguar los ánimos.

- ¡Yo me voy! - Insistió Rasputin. - ¡Si quieren quedarse es cosa suya!

- ¡Está bien! ¡Rucio, acompáñalo por si acaso!

- ¡No, maldición! ¡No necesito una niñera! - Agregó prepotente el agente mientras apartaba a otra mujer que de pie, observaba la escena.

Se alejó, mientras Romo hacia una señal para que el Rucio lo siguiera. El agente salió a la calle, el aire fresco le envolvió y se sintió mareado. Se afirmó de la muralla y comenzó a caminar torpemente.

Una patrulla policial se acercó al sector, deteniéndose para que bajara un carabinero, dispuesto a interrumpir el camino de Rasputin, que se bamboleaba por la acera. El Rucio, rápidamente se cruzó en el camino del policía y sacando la credencial, se la mostró indicándole algo en voz baja. El policía se detuvo y volviendo al carro con el agente, subió para quedar observando en su interior mientras el Rucio, volvía al local.

- ¿Donde lo dejaste? - Consultó Romo cuando el Rucio se instaló para seguir viendo el espectáculo. - ¿Llegó al cuartel?

- No hay problemas... - Respondió el agente. - Se lo encargué a un Cabo de Carabineros, para que lo acompañe.

El grupo, siguió en las penumbras mientras las mujeres, agasajándolos, les hacían pedir tragos, ayudando al consumo para seguramente ganar una comisión, por la venta efectuada en el local.

En la calle mientras tanto, Rasputin llegaba a la pequeña plaza que iniciaba el ascenso al cerro contiguo y se afirmó de un árbol. Uno de los policías que le habían seguido desde el local nocturno, se le acercó para asistirlo.

- ¿Puedo ayudarle en algo?

Sobresaltado, el agente le miró un segundo. después, de un tirón del brazo, se zafó de la mano del policía que había intentado sostener su codo.

- ¡Déjame, conchetumadre! - Agregó desencajado el agente. - ¿Acaso no sabis con quien te estay metiendo?

- Calma, amigo... Yo solo quiero...

- ¡Que calma ni que calma! ¡Déjame tranquilo, weon! ¡A mí nadie me pone la mano encima!

El policía, con una mueca de desagrado, volvió a la patrulla.

- ¿Que se creen estos infelices? - Inquirió abriendo la puerta del vehículo para subir. - Se creen con poder para hacer lo que quieren... Dejemos que el desgraciado se vaya solo, a donde quiera... Si lo cuelgan, es problema de él.

Mientras el vehículo policial, volvía a sus labores de ronda, el agente comenzó a subir las escalas que tenía enfrente. Lentamente subió los escalones, mientras dos sujetos de ropa oscura, lo miraban desde la base que iniciaba el ascenso. Rasputin llegó a la avenida superior, apoyándose de la baranda, mientras un pordiosero sentado en un banco de cemento, le miraba levantando la mano para saludar.

- ¿Como está Patroncito?

- ¿Que queris, desgraciado? - Respondió el agente, acercándose amenazante. - ¿Queris plata? Lo único que hacen ustedes es pedir... ¿Porque no te ponis a trabajar, mejor?

- ¡Na, patrón! ¡Yo, solo me estoy tomando un copete! - Agregó el desgarbado y andrajoso hombre. - No quiero ná... porque la vida no vale mucho, estos días.

- ¡Ah! ¿Eres filósofo... también? ¿Y que es lo que estay tomando?

- Una botella de whisky que me regaló un gringo... Son inteligentes estor gringos...

El agente, cambiando su agresividad, se sentó al lado del pordiosero. - Si, weon... Son inteligentes los yankies, no como los chilenos...

- ¿Quiere servirse un traguito? Pero, no tengo vaso...

- Aquí estamos llenos de flojos... - Siguió reflexionando Rasputin sin atender la invitación del hombre. - Flojos, entupidos y débiles... eso somos los chilenos. Siempre esperando que les den, que les den dinero, que les den trabajo... No hacen nada por cambiar las cosas. ¿Y los ricos?... Egoístas, hipócritas... quieren ganar solo ellos, a costa de los demás... A costa del país, sin importarles que arrasen sus recursos naturales... ¿Sabes tú que los economistas asesores del gobierno, que estudiaron en Chicago, quieren vender todo? Los recursos mineros, los bosques nativos, la nieve, el agua, las empresas estratégicas... No les importa el país, siempre y cuando ellos saquen el mayor provecho. ¿Y que hacemos nosotros? ¡Los dejamos... les ayudamos! ¡No weon! ¡Hay que cambiar toda esta mierda!

El agente miró al pordiosero, que lo observaba en silencio.

- ¿Sabis lo que hay que hacer? - Agregó Rasputin con los ojos brillantes. - ¿Lo que hay que hacer? Es... Hay que cambiar todo... Necesitamos hombres y mujeres nuevos, buenos, inteligentes, trabajadores, valientes... Con la valentía de los Mapuches, fuertes, guerreros... Y la inteligencia de los Alemanes... Una nueva raza mezclada de los dos... ¡Eso es lo que se está haciendo en el sur!... En la colonia dignidad, con el tío permanente... La nueva raza chilena... - Balbuceando extasiado, el agente, se levantó sin dejar de mirar al hombre que siguió su ejemplo; quedando frente a él. - ¡Una nueva raza chilena sin Comunistas! ¡Una nueva raza sin homosexuales, sin prostitutas, sin miserables ni débiles! ¡Sin criminales ni delincuentes!

- ¡Eso, sin criminales!... - Agregó el andrajoso, mirando a los dos individuos silenciosos, que se acercaban detrás del agente. - ¡Sin asesinos!

- ¡Si! ¡Sin desgraciados que no sirven para nada! - Siguió su discurso Rasputin. - ¡Y, hay que terminar con toda esa escoria! Para forjar la nueva raza, hay que matarlos a todos... Sacar las manzanas podridas del cajón, llevarlos al paredón... a Comunistas y a judíos, a pobres y pordioseros, maricones y desgraciados.

- ¡Si! ¡Matar a todos los criminales! - Volvió a insistir el pordiosero, mientras que, desde sus andrajos, extraía un puñal observando a los hombres que acercándose al agente, alzaban unos revólveres apuntando al agente. Los disparos resonaron en la noche, retumbando en los cerros con su eco galopante. Desde la cabeza y el torso del ajusticiado, saltó la sangre... mientras el pordiosero, enterraba el puñal en el estomago en el momento que Rasputin se desplomaba con una mueca de terror.

- ¡Vamos, compañero! - Agregó uno de los individuos. - ¡Ya está hecho! Dejemos que se desangre el maldito.

El pordiosero limpió el puñal con sus andrajos. Enseguida, lo guardó y salió corriendo junto a los hombres hacia la población que se encaramaba entre los cerros, salpicados de casuchas, rucas de madera, habitadas por personas que vivían entre la pobreza y la miseria.

Al día siguiente, en el cuartel secreto del puerto, se informó del asesinato del agente, realizado por un grupo rearticulado del Partido Comunista; por lo que habría que cobrar venganza.

Lo que no sabían los agentes, era que la acción de ajusticiamiento, había sido influenciada, por un nuevo agente infiltrado en el Regional Costa, un agente cercano a la nueva administración de la DINA.

* * *

El autobús interprovincial, viajaba veloz por la pista de cemento, que partía en dos esa desértica zona pre cordillerana. Hacía ya varios minutos que el bus había dejado atrás el área de los campos militares de entrenamiento, que Luis, había recorrido en las campañas del cuartel uno.

La continuación de esa autopista, la carretera internacional, era territorio desconocido para el joven, que no tenía muchos deseos de mirar el soleado paisaje. Estaba absorto en lo ocurrido en su breve visita al hogar paterno.

- ¿Como habrá amanecido mi tío, con todas esas quemaduras? - Pensaba, recostado en el asiento del pullman.

Los campos de Chacabuco, aparecieron en la accidentada geografía. Un monolito tipo obelisco, descansaba sobre una pirca de grandes peñascos, unidos por mortero y cemento, formando una gran base que, con una placa de bronce, recordaba la primera batalla que había iniciado la patria nueva y la unión de los ejércitos trasandinos del cono sur de América; para iniciar la última fase de la independencia.

- Es bien insignificante, el monumento a la unidad de los ejércitos chileno argentino. - pensó el joven saliendo por un momento de sus recuerdos.

Paradojalmente, esos mismos ejércitos, se preparan para la guerra por disputas territoriales en las islas del sur y territorios que por años, no estaban en litigio ni tenían claras las delimitaciones.

El bus continuó su camino, comenzando a internarse por el cordón de los cerros que encajonaba por el norte al valle central.

- Por culpa de esa disputa en las islas del sur, no nos dieron más tiempo de permiso. - siguió divagando Luis, mientras miraba los peñones. - Por el peligro... de una maldita guerra...

El peligro de una guerra estéril... más aún, cuando los gobiernos estaban dirigidos por juntas militares ideológicamente afines, que sacaron del poder a las fuerzas sociales y de izquierda, justo cuando habían cobrado importancia las causas humanas, entre la "chusma inconsciente" que deseaba tomar el poder para cambiar y unir a la América Latina.

El vehículo siguió internándose por los cerros, en un lento ascenso de curvas, encajonándose entre suaves pendientes. Un túnel apareció de pronto, penetrando las entrañas de un cerro, que marcaba las huellas de caudales de agua, donde seguramente en invierno, bajaban cargados del preciado elemento.

La oscuridad interior, era rota por débiles luces amarillentas que, seguidas una tras otra, se ubicaban en la parte superior de la bóveda cavernosa, horadada en la roca. Filtraciones de agua, salidas desde el interior del cerro, escurrían entre las paredes y goteaban en el camino interior.

El final del túnel comenzó a acercarse vertiginosamente; el vehículo salió del interior, encontrándose con un paisaje de cerros cubiertos por una densa niebla otoñal.

- Entramos al túnel con un sol veraniego y salimos de este lado, casi en invierno... - reflexionó Luis - Lo único que falta, es que llegue un avión argentino y bombardee el bus.

Rato después, el transporte interregional, se desplazaba por una interminable calle, rodeada de viejas casas y árboles, sin caminos transversales que la cruzaran, enclavada en medio de un extenso valle, tipo mediterráneo. Esa localidad, denominada "Calle larga", era la puerta de entrada a la ciudad en Los Andes.

El bus ingresó a la ciudad por una alameda; recorriéndola hasta llegar a un cruce de calles con la línea férrea y desde allí, enfiló con rumbo noroeste.

Nuevamente, el autobús se internó por la carretera, entre una vasta extensión de viñedos y campos verdosos; acompañada en un principio, por la línea férrea que, posteriormente, se perdía junto con la interminable hilera de postes, adentrándose en el valle, en una línea recta.

El bus continuó su marcha, encontrando a su paso una que otra localidad, de viejas casonas y ranchas, separadas por huertos y espaciosos jardines.

Después de algunos kilómetros, un río de poco caudal, pero de anchas y pedregosas riveras, se acercó al camino; mientras que por el otro costado, los cerros, se interpusieron haciendo converger la carretera y el río con ellos.

Unas cuantas curvas, precedieron a un viejo puente de metal, que en la continuación de su calle, interceptaba a la carretera que se perdía, rodeando los cerros junto al río.

El bus cruzó el puente y tras recorrer algunos metros, después de cruzar la línea férrea, ingresó a la ciudad de San Felipe.

Girando hacia el este, por una alameda similar a la anterior en Los Andes, enfiló hacia el centro de la ciudad. Luis se levantó y dirigiéndose al conductor, le consultó por el Regimiento; mientras el vehículo, después de avanzar algunas cuadras, viraba para dirigirse a la plaza de armas... ubicada en el corazón de la ciudad. El bus se detuvo y abrió la puerta delantera.

- Camine por la alameda, hasta el fondo y a su derecha, encontrará el cuartel. - Le indicó el conductor mientras bajaba.

Se encaminó en la dirección indicada‚ la Alameda concluía y una calle transversal, apareció como respuesta a la inquietud del joven. Al fondo, un portón rematado por un pórtico que sostenía el letrero "Regimiento de Infantería de Montaña Nº 3 Yungay"

En un amplio salón, Luis encontró a Alberto, junto al "negro" Andrade, que esperaban ser atendidos por el comandante del cuartel tres.

- ¿Tienes que haber salido muy temprano de la capital para estar aquí antes que yo? - acotó Luis.

- ¡­No tanto! Venia llegando recién. - respondió Alberto - Parece que salen bien seguido los buses acá.

- ­¡Hacia la capital! - agregó Andrade - Porque desde Calera vienen cada dos horas.

- Es que la Calera es un pueblucho... - Agregó Alberto, sonriendo. - Es solo un caserío, ja, ja, ja.

De pronto, desde la oficina salió el comandante, seguido por un gordo sargento que mirando a los jóvenes, esperó que guardaran silencio.

- ¡Bienvenidos a nuestro regimiento!... - Agregó el oficial. - Espero que honren a esta institución y sus glorias, porque han de saber que ésta fue la primera guarnición española, que ocupó el ejército libertador, siendo además la unidad que más destacó en la batalla de Yungay... Se agrega a todo esto, que tenemos el honor de ser los custodios del paso "Los Patos" en la cordillera de Los Andes. - Guardando silencio, el comandante miró unos segundos a los jóvenes y continuó. - El sargento Miranda, mi secretario, les dará las órdenes y designará su compañía de trabajo. No tienen mucho tiempo para conocer las instalaciones, porque pasado mañana debemos movilizarnos a paso cordillerano, con otras unidades de la segunda división; así que ya tendrán tiempo de conocer, tanto el cuartel, como la ciudad y sus mujeres.

Después de un rápido saludo militar, el comandante, salió del recinto dejando a los aspirantes a cargo del secretario.

El sargento, llevó a los jóvenes al almacén de abastecimiento, dejándolos al mando de otro suboficial, que les entregó el cargo y los mandó a sus respectivas compañías.

- Soy el subteniente Zamora, comandante de la primera sección. - Dijo seriamente el oficial, cuando Luis se presentó .

El teniente era muy joven. Observó a Luis con una despectiva mirada, tomó los documentos entregados por el suboficial y segundos después, los revisaba tranquilamente.

- Según sus antecedentes, usted tiene el grado de sargento segundo de reserva, pero por el estado de movilización nacional en que nos encontramos, deberá desempeñarse como instructor... asumiendo las responsabilidades de acuerdo a su grado.

Cerrando la carpeta con los antecedentes, el oficial dio la media vuelta y se dirigió a una pequeña oficina en el interior de la compañía. - Muy bien. - Agrego, mientras se alejaba dejando a Luis en el patio. - Empieza hoy a las ocho, como clase de servicio.

Sorprendido, el joven se quedó un segundo solo y se dirigió a la compañía. Era una antigua instalación de ladrillos, larga y continua. Se encontraba todo junto, partiendo por los talleres mecánicos que se encontraban en un recinto con dos entradas, que tenían sus cortinas metálicas arriba. Lo seguía el rancho de soldados, las oficinas de servicios y las cuadras de dos compañías; en una de ellas, se desempeñaría el sargento Pérez.

Ingresó a la cuadra. A un costado de la entrada, había una pequeña pieza con una cama y un escritorio. A continuación, un recinto lleno de casilleros metálicos, seguido por las duchas y los baños; lo conectaba un pasillo a la cuadra dormitorio y al fondo de esta, otro pasillo daba al almacén de material de guerra.

En el interior de la cuadra, casi no había personal. Un cabo primero esbelto, de baja estatura y con unos gruesos bigotes rubios, le sonrió cuando se encontraron.

- Hola, soy el cabo González, encargado del almacén de la compañía.

- Yo, el aspiran... perdón, el sargento Pérez, destinado a esta unidad.

El clase, estrechó la mano de Luis mirándole profundamente a los ojos, como queriéndole escarbar en su mente. Sus ojos verdes brillaron un momento.

- Bienvenido a la compañía. En este momento no hay casi nadie porque andan en instrucción... Preparan la marcha de mañana, hacia el campamento de los patos.

- Parece que la cosa está seria... Yo entro de servicio ahora, así que me va a tocar preparar la salida.

- ¡­Si! Ya te incluí en la nómina, así que retira el cargo con el sargento Guzmán, allí al fondo. La oficina del clase de servicio, es la pieza que está a la entrada y puedes ocupar mientras tanto, uno de los primeros casilleros para tus cosas personales. Cualquier duda que tengas, puedes confiar en mí.

- De acuerdo, mi cabo. Gracias.

- Puedes decirme José... después de todo eres mi superior hasta el próximo año, en que me toca ascender a sargento. - Agregó sonriendo. - Pero debes tener cuidado con algunos clases, que se sienten pasados a llevar porque son de escuela como yo y tienen menos grado que ustedes, que vienen llegando recién. Sufren complejos de inferioridad.

- ¡­Gracias! Voy a seguir tu consejo y espero no tener problemas.

Después de recibirse en su puesto de servicio, Luis almorzó en el casino de suboficiales, junto a sus compañeros de curso. Algunos clases instructores, en especial cabos muy jóvenes, no miraban con simpatía a los "cucalones", como denominaban a todos los que no eran funcionarios de planta en las instituciones armadas. después, se dirigieron a las piezas de los clases solteros.

- Ya elegí una pieza. - Dijo Alberto, sacando una llave para quitar el cerrojo de la puerta. - Tiene un camarote y una cama, que lógicamente es en la que voy a dormir.

- Que bueno, voy a buscar mis cosas. - agregó Andrade.

- Y tu hijo, ¿no vas a buscar las tuyas? - Agregó Alberto mirando a Luis, mientras ingresaba a la pieza.

- Si, pero no tiene mucha importancia donde tenga mis cosas, porque estoy de servicio y mañana nos vamos a la cordillera.

- Chita que tienes mala suerte, recién llegado y te tiran a los leones. - Contestó mientras se tiraba en la cama.

- Un subteniente, y parece que también es nuevo en la compañía.

- ¡­Ah! ¡­Un mono con navaja! ¡­Ja, ja ja!

Luis se sentó un momento, mientras Alberto, se acomodaba provocando sonidos metálicos en la cama, donde tendido sobre el colchón, se aprontaba a disfrutar de una siesta. Se quedaron en silencio y minutos después, los ronquidos del joven resonaban en la pieza como gruñidos de algún animal extraño. Luis se incorporó y salió de la pieza.

La tarde de ese día se presentó fresca. El astro Rey, se perdió entre los cerros dando paso a las sombras que comenzaron a caer sobre los viñedos. El río, corría entre las rocas como una delgada serpiente, brillando a la luz de la luna que comenzaba a aparecer tímidamente en el cielo.

Luis, en la pieza del clase de servicio, escribía en un ajado cuaderno las novedades del regreso de la compañía, preparando el informe que debería entregar al oficial a la formación de retreta. Había tenido un pequeño altercado con el cabo segundo Meneses, quien había recibido el servicio en la mañana y no quería ser relevado, porque según él, le cambiaban todos los turnos. Pero con la ayuda del cabo González, el problema se solucionó prontamente.

- Esto no lo voy a consignar en el parte. - pensó Luis - No tiene importancia y me evito un problema con Meneses.

De pronto, un soldado armado con un fusil, se presentó en la compañía y Luis, dejando de escribir, se dirigió a la entrada para atender al visitante.

- ¡Buenas noches mi sargento! - dijo el soldado cuadrándose marcialmente. - ¿Se encontrará aquí el sargento Pérez?

- Yo soy, ¿que es lo que ocurre?

- Me mandaron de la guardia, para comunicarle que tiene una llamada telefónica.

- Gracias soldado, iré de inmediato. - Respondió mientras se dirigía a la cuadra para dejar al soldado más antiguo, a cargo de la cuadra.

- ¿Quien me estará llamando, si no conozco a nadie aquí en este pueblo? - Pensaba mientras caminaba rumbo a la guardia. - ¿No será acaso una broma de los clases por ser un novato?

Llegó a las instalaciones de la entrada para presentarse al comandante de guardia.

- Tienes una llamada de Santiago. - Le comunicó un sargento robusto y de tez morena. - Dicen, que es urgente.

Con el estomago apretado, Luis tomó el auricular presintiendo una mala noticia.

- El tío Leo, hijo... - Le comunicó la voz de su padre. - No resistió las quemaduras y mañana... es el velorio.

El joven, después de unos segundos de silencio, balbuceó una despedida. Colgó el aparato y se quedó inmóvil, sin denotar emoción alguna. El sargento, lo miró un instante y luego, continuo escribiendo sentado en su pequeño escritorio. Una sensación de ansiedad, por caminar, se apoderó de Luis y agradeciendo al clase imperceptiblemente, casi como una seña. Salió de la sala y comenzó a caminar por el medio de la avenida interior del cuartel.

Miró el cielo... las estrellas parecían observarlo compadecidas. El gélido viento otoñal, mecía las ennegrecidas ramas de los añosos árboles, que se alzaban imponentes hacia la infinita libertad del cielo. Unas lágrimas escurrieron por los ojos del joven soldado y rodando, por sus mejillas, parecían cortar su rostro cuando se enfriaban en la caída. No habían pensamientos en esos momentos... caminaba sin saber donde detenerse, solo una congoja y sentimientos de soledad infinita, lo abrumaban.

Llegó al fondo del patio. Un gran patio de arena, rodeado de altas murallas. Una luz de linterna, surgió desde una torre de vigilancia y se movió rápidamente, iluminando al sargento que pareció despertar de un largo trance.

Desde la otra torre, unos metros más al este, otra luz; pero de un foco, iluminó el sector de una puerta metálica con una caseta a un costado. Los vidrios de la parte superior, dejaron ver una figura que salió de esta y se dirigió al lugar donde se encontraba Luis.

Era un cabo segundo, delgado, pequeño, joven y de tez blanca. Miró sonriente al sorprendido sargento y estirándole la mano para estrechársela, agregó:

- Hola, soy José Paredes... ¿Tu eres uno de los cucalones que llegaron hoy? - Guardó silencio un segundo. - ¡­No pienses que lo digo en mala! ...Es que tengo un sargento amigo en el puerto y él me contó sobre el curso que ustedes hicieron... ¡Creo, que fue a todo ritmo!

- Mucho gusto, José. - Respondió el sargento con un apretón de manos. - Mi nombre es Luis Pérez...

- Se que aquí no vas a tener muchos amigos, pero cuenta con mi amistad. - Agregó respondiendo al apretón de mano. - A mí, hay algunos que no me pasan porque digo las cosas directamente... además, que se creen superiores, pero eso no me preocupa... prefiero que mis amigos sean pocos, pero buenos. ¿Y tu, porque te viniste al fondo del patio?

- ­¡quería pensar un rato solo! ...Me acaban de avisar que se ha muerto un tío, a quien yo quería mucho y...

- Te entiendo. - Agregó el clase, invitándolo con la mano a dirigirse a la caseta. - ¿Quieres un cafecito? Tengo la tetera hirviendo en un anafe.

El foco de la torre iluminó nuevamente a los jóvenes. El cabo, cubriendo sus ojos con la mano a modo de visera, gritó hacia el sector. - ¡­Ya córtala pelado, todo está bien! - Después, ambos partieron hacia la torre con la luz.


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