Capítulo XXII
El camión militar se detuvo frente al cuartel policial. Tras de este, un automóvil azul se estacionó al costado de la reja que cerraba el camino hacia la cordillera.
Un hombre fornido, vistiendo de civil y con unos lentes oscuros, de cabellos rubios cortos y rizados, salió del vehículo y cerrando la puerta, se quedó apoyado en los tapabarros delanteros. Sacó un cigarrillo, tranquilamente se lo puso en la boca y abriendo un encendedor de metal, lo encendió aspirando profundamente el humo.
En el recinto policial en tanto, un teniente de infantería, joven y sonriente, conversaba con el capitán de carabineros.
Ambos de pie, al costado de un escritorio en donde un gordo sargento, escribía febrilmente en un libro, parecían entretenidos con la conversación. De pronto, por una puerta lateral, ingresa Luis caminando lentamente, acompañado por un carabinero.
Una vieja frazada verde cubría sus hombros y su cara demacrada no denotaba emoción alguna.
- Por fin apareció... - Agregó el oficial militar.
- Es el merito de Carabineros. - Acotó el capitán. - Cuando no lo encuentran nuestras patrullas, aparecen solitos en nuestros cuarteles.
- Es por eso, porque ustedes son la primera línea, es que ahora son parte de las instituciones armadas... Gracias a la gestión de este gobierno.
- ¿Cual es su nombre, Teniente? - Interrumpió el sargento que, con la parte trasera del lápiz, se rascó el cuero cabelludo. - Para consignarlo en el parte.
Ya le explique a su capitán que, por órdenes superiores, no debe haber registro de esto... se considera como un movimiento interno.
El sargento miró un segundo a su oficial directo y, ante un gesto de aprobación de este, bajó la vista y agregó una anotación al margen. Después, dejando el lápiz entre las hojas, cerró el libro.
El sargento Pérez se sentía débil. Una sensación de sopor lo envolvía, escuchaba casi sin oír al oficial que lo acompañaba, sujetándolo del brazo.
- Volveremos al cuartel, te haremos algunas preguntas y te vera un doctor. - Decía el teniente casi en un susurro.
Luis lo miraba, tratando de recordar donde lo había visto... Una sensación de inquietud recorría su cuerpo y parecía como si pisara espacios vacíos de aire.
- No te preocupes... Después de que nos cuentes que ocurrió, podrás descansar. Y tal vez, hasta te mandemos a tu casa.
Llegaron al camión, el oficial lo llevo a la parte trasera y abriendo el toldo, hizo una seña a un cabo y un civil que habían esperado en ese lugar. Ayudaron a que Luis subiera y sin soltarle los brazos, lo sentaron en medio.
- No siento el... el brazo izquierdo. - Acotó pausadamente el sargento Pérez.
- No te preocupes. - Agregó el civil. - Cuando terminemos, no vas a sentir nada.
Ambos se miraron y esbozando una sonrisa, se acomodaron en el asiento mientras el camión iniciaba la marcha.
* * *
El vehículo militar avanzaba rápidamente por el pedregoso camino, una nube de polvo quedaba suspendida por algunos segundos, cubriendo las zarzamoras al costado del camino, para después, disiparse lentamente.
Después de un largo recorrido y varias vueltas a ratos por caminos tortuosos, el camión se detuvo. Hizo sonar la bocina dos veces y el ruido de un portón que se abría, retumbó en el cerebro de Luis en los momentos en que el vehículo ingresaba al recinto. El bamboleo del camión, indicaba que cruzaban por un terreno baldío y después de unos segundos de marcha, se detuvo.
En ese momento, el uniformado que acompañaba a Luis, extrajo unas esposas y ayudado por el civil que, sujetando al sargento por los brazos extendidos hacia adelante, se las colocó en las muñecas.
- Pero... ¿Que pasa? - Preguntó extrañado Pérez.
Sin obtener respuesta, los sujetos colocaron una venda negra en los ojos de este, seguido de una capucha y levantándolo bruscamente del asiento, lo llevaron para bajarlo del camión.
Todo ocurrió muy rápido. Luis fue empujado fuera del vehículo y al no encontrar apoyo, cayó golpeándose en el hombro herido. Sintió un fuerte golpe en la cabeza que, no supo si fue por una piedra en el suelo o una patada de alguien. Lo levantaron en vilo nuevamente y lo arrastraron hacia una especie de loza de cemento.
Se quedó boca abajo unos segundos, sintiendo el suelo frío, intentó levantarse a pesar de no poder apoyar sus manos sujetas por las esposas y recibió un puntapié en la espalda, que lo hizo golpearse la boca contra el piso.
- ¡Que pretendes hacer, conchetumadre! - Gritó alguien. Mejor aprovecha de descansar ahora que podis... después vay a querer estar de guatita en el suelo.
El dolor fue lo que sintió primero y después, un líquido tibio corrió por su nariz. - Necesito un poco de, agua. - Agregó el sargento. Una nueva patada ahora en las costillas, lo dejó sin aliento.
- Con que agua quiere el infeliz… - Agregó otro que Luis reconoció como la voz del teniente. – ¿Acaso creis que estas en un hotel?
Se quedo tendido en el suelo sintiendo el ardor. Pasaron unos minutos, el silencio del lugar hizo pensar a Pérez que estaba solo, un ruido similar a las hojas de un cuaderno para cambiar de página, era todo lo que se escuchaba. El brazo derecho, que era el único que sentía, comenzó a dolerle como si miles de espinitas le clavaran hasta el hombro.
- (…) Definitivamente, parece que el brazo izquierdo lo voy a perder. - Pensó.
Sorpresivamente lo levantaron del suelo. Un puntapié‚ en los testículos lo hizo doblarse a causa del dolor y sintió además que era arrastrado hasta una escala, también de cemento. Lo bajaron a tropezones y dando tumbos; el ambiente frío lo envolvió, un olor a humedad y a putrefacción salía al parecer de los rincones.
Lo arrojaron a un espacio pequeño, su cuerpo rozó algo blando y tibio. Al parecer, había alguien más dentro. Nuevamente un pesado silencio.
Pasaron unos segundos y sintió la respiración de la otra persona.
- Yo soy el sargento Pérez... ¿Quien eres tú? - Susurró sin obtener ninguna respuesta, solo la respiración continua. - ¿Eres militar? - volvió a insistir.
- ¡No! - Contestó casi imperceptiblemente el desconocido.
- ¿Sabes donde estamos?
- ¿Que estai hablando? ¡Hijo de puta! - Fue la respuesta que obtuvo, de alguien que se encontraba a unos metros más allá.
Los pasos acercándose primero y después, recibió un golpe en el oído que lo tiró contra una dura muralla, al parecer de cemento. El dolor intenso junto con un silbido interno, fueron los acompañantes del mareo que sintió a continuación. Un ajetreo como movimiento de sacos y costales, acompañados de algunos quejidos sordos y golpes que se alejaban, fue lo que siguió a continuación. Luego, unos segundos de silencio.
Pasó un momento, que comenzó a hacerse interminable, hasta que los pasos volvieron. Alguien fue tirado, o así parecía, al costado de Luis. Después, los pasos se alejaron nuevamente.
Nuevos segundos de silencio, hasta que el acompañante se movió quedando apoyado en el hombro del sargento.
- Ya se fueron... - Susurró el desconocido. - Ahora podemos hablar.
- ¿Eres militar? - Volvió a preguntar Luis.
- No, soy comunista. - Contestó el inquirido, pero el timbre de voz no era el mismo del "no" anterior.
Luis guardó silencio unos segundos.
- ¿Y a ti, que te pasó? - Insistió el desconocido.
- Yo, soy sargento y... no sé que está pasando. - Guardó nuevamente silencio y tragando saliva, para que el silbido en el oído terminara, continuó; - Me perdí en la cordillera, en la frontera con Argentina y trate de sobrevivir, de volver a mi unidad... Aunque al parecer, mejor hubiera sido morir congelado o que me atraparan los gendarmes.
- A mi me van a soltar mañana... ¿Quieres que le lleve algún mensaje a alguien? ¿A algún compañero? - Susurró el desconocido pausadamente y en tono amistoso. - ¿Quien es tu contacto afuera?
Nuevamente el sargento sintió inquietud. El estomago se le contrajo, sintiendo una sensación de vacío.
- A mi mamá, en la capital... Se llama Lucía... - Un nuevo golpe en el rostro interrumpió al sargento.
- ¡No hay caso! - Gritó el desconocido. - ¡No quiere cooperar! ¡Veremos si en la parrilla cambia de opinión!
Nuevamente los pasos, los golpes y el arrastre por el húmedo suelo. Lo llevaron por unos pasillos que parecían en bajada, llegaron a otro recinto frío, en donde se escuchaba el zumbido de algo, como un motor o una turbina.
Le quitaron las esposas, dejándolo en el suelo frío y mojado un segundo. De pronto, sintió un silbido y el agua le golpeo escurriendo en el cuerpo.
- ¡Sácate la ropa si no queris que te de una pulmonía! - Gritó alguien mientras le tiraba agua.
El sargento comenzó a quitarse la camiseta entre los chorros de agua, la capucha salió de su rostro, arrastrada por el angosto cuello de la polera militar y la venda, que se había corrido un poco por el ajetreo, dejo ver una figura que se recortaba por la luminosidad del fondo. Nuevamente el agua, golpeándole el rostro e introduciéndose por las narices y boca ahogándolo sorpresivamente.
- ¡Ponle la capucha a ese infeliz! - Gritó el individuo que lo mojaba.
Nuevamente los golpes, con unas especies de lumas de goma, hicieron doblarse a Luis. Alguien le introdujo nuevamente la capucha, mientras otro, con arma cortante al parecer un corvo, rajaba sus pantalones desde las piernas.
- Sácate toda la ropa, mira que no queremos que te resfríes. Ja, Ja, Ja. - Agregó el otro.
Sentado en el suelo, el sargento terminó de sacarse las botas y los pantalones, mientras el agua continuaba mojándolo. Quedó solamente en slips y se levantó, en ese momento el chorro de agua se cortó. Nuevamente lo tomaron de los brazos y mientras el del corvo, le cortaba la única prenda que portaba, los otros lo llevaron hacia alguna parte, haciéndole chocar con una especie de cama metálica. Nuevamente los golpes con los laques de goma y levantándolo en vilo, lo arrojaron encima del camastro de metal. Sus muñecas fueron atadas con unas cintas adhesivas al igual que sus tobillos y el pecho.
Nuevamente lo dejaron algunos segundos, que pasaban lentamente, en medio de un pesado silencio. De pronto, algo como una ventosa fría es pegada en sus testículos; otras similares, pero de menor tamaño, son adheridas en los muslos, en la planta de los pies, las axilas, las costillas y otras partes del cuerpo.
- Antes que empecemos... ¿Quieres decirme algo? - Pregunta con voz paternal alguien.
- ¿Por que me hacen esto? - Responde Luis.
- ¡Aquí el que hace las preguntas soy yo! - Gritó el torturador casi encima y al oído del sargento.
Después, un nuevo golpe en el estomago lo hace emitir un gemido sordo.
- Partamos primero con ciento diez. - Indica la voz alejándose. - Veremos como aguanta y asimila esta carroña.
Pasa una fracción de segundo y un zumbido acompaña a la descarga de energía eléctrica que, igual como si fuese una garra gigantesca, toma al sargento y lo jala hacia arriba. La corriente comienza a circular desde los testículos, pasando por todas las partes del cuerpo que están en contacto con el camastro de metal, haciendo que este se caliente. El dolor se hace insoportable y una desagradable sensación de calambre, contrae los músculos del joven que siente su cabeza a punto de estallar. Un gutural sonido sordo se escapa de su garganta, cuando se detiene el golpe eléctrico.
- Ahora… ¿Estas listo para contarme quien es tu contacto afuera? - Pregunta un segundo después, el mismo individuo.
El joven trata de responder algo, pero su garganta solo emite sonidos inentendibles.
- No quiere... Súbele unos treinta más a ver que pasa.
Nuevamente el zumbido y ahora, comienza por la planta de los pies que parecen desgarrarse por miles de cuchillos. El dolor en los músculos es acompañado por un insoportable dolor interno, en la garganta, el estómago y el ano. El tiempo que dura la descarga se hace eterno y un grito ahogado, que no quiere o no puede salir, hasta que termina. El gemido final revienta con fuerza, como si las cuerdas vocales se hubiesen desgarrado junto con el dolor del pecho. Una sensación de adormecimiento corporal y un malestar de cansancio hacen que Luis comience a perder el sentido.
- Vamos... No tienes para que seguir sufriendo. - Le dice una voz lejana, que le retumba en su cerebro. - Dinos, ¿con quien trabajas? Solo queremos nombres...
La voz comienza a alejarse más y de pronto, el agua fría en su cuerpo le hace volver en si.
Una seguidilla de espasmos descontrolados le hace sentir un intenso frío.
- Esta tiritando la pobre bestia... Bueno, habrá que calentar otra vez la parrilla. - Agrega el sádico torturador.
El descontrol se hace aún mayor. Una crisis de pánico se suma a las tercianas de los adoloridos músculos que parecen reventar con los calambres. Luis trata de gesticular palabras mientras su cerebro busca febrilmente un nombre.
- La...Landon, ...Ku...urt Landon... - Balbucea.
- Así que se le está soltando la lengua. - Comentó irónica mente el encargado de la tortura - Entonces súbele a ciento ochenta.
Y nuevamente el martirio. Ahora la corriente entraba por las axilas y escapaba con fuerza quemando las partes que estaban en contacto con el metal del camastro. El sargento emitía un quejido como un estertor animal. El paso de la corriente provocaba una dolorosa expansión muscular, que el organismo trataba de contener, pero las fuerzas del joven sargento estaban al límite. Sintió como su estómago se contraía, sacando lo que tenía en su interior y expulsándolo fuertemente por la garganta, junto con caer repentinamente en un estado de inconsciencia, sus esfínteres también fueron vaciados en un acto espontáneo.
- ¡Cago este huevón! - Comentó irónicamente el encargado y chasqueando los dedos, salió del recinto mientras ordenaba a sus colaboradores: - Sáquenlo de aquí y déjenlo en un estante, para seguir con el después de que yo almuerce.
Fue sacado inconsciente de la sala de torturas, a pesar de mojarlo repetidamente para hacerlo reaccionar. Lo arrastraron por un pequeño pasillo hasta un hall, en donde unas especies de estantes, mantenían en sus reducidas divisiones, de un metro cuadrado aproximadamente, a personas semi desnudas en posición fetal. A Luis lo metieron en uno de estos espacios, doblándolo sin importarles los espasmos y la rigidez de alguno de sus miembros. El brazo izquierdo, que sangraba junto con restos de materia producto de la infección, crujió como si algo se hubiese quebrado, pero no fue un impedimento para que los torturadores terminaran con su labor.
Las horas fueron pasando lentamente. De vez en cuando, pasaba algún equipo revisando a las temblorosas víctimas y se llevaban a alguno con rumbo desconocido. Los gritos de dolor y las ofensas de grueso calibre se repetían con una constancia casi exacta.
Luis se despertó tiritando, el cuerpo no le dolía pero tampoco podía controlar las tercianas. Sentía una presión en la espalda, tal vez por la incómoda posición fetal, en la que quedaba obligado, por el reducido espacio. Le costaba respirar y una sensación de ahogo le fue inundando, junto con el sopor del sueño. Luego de unos segundos, un profundo vacío.
Nuevamente el grupo de soldados se acercó a los estantes. Miraron la papeleta y se encaminaron directamente al reducido espacio donde habían dejado a Luis. Tomándolo del pie y brazo que estaban hacia el exterior, lo tiraron hacia afuera haciéndolo caer al piso. El cuerpo, en posición fetal, quedó inerte después del seco golpe en el cemento, una seña del militar a cargo y uno de los integrantes vuelve al sector de control.
Segundos después, mientras los demás arrastran el cuerpo hacia el pasillo, aparece el teniente que había traído al sargento Pérez del puesto cordillerano. Lo acompañaba un civil que portaba un estetoscopio en el cuello y de inmediato, procedió a revisarlo.
- Esta muerto. - Comentó el médico. – De una pulmonía fulminante.
Hasta para morirse tuvo que hacerlo como un soldado, sin decir una palabra. - Agregó el teniente y haciendo una seña, volvió sobre sus pasos. - ¡Métanlo en la bolsa, porque en unas horas más viene el equipo de limpieza!
Mientras el oficial se retiraba, los soldados abrían una gruesa bolsa negra tratando de cubrirlo.
- ¿A quien le toca llevarse los paquetes hoy? - Inquirió uno de los soldados, mientras amarraba el cuerpo.
- Creo que al Gavilán, el regalón del Tata. - Respondió el otro.
- Ojala que llegue luego... porque estos, cada vez apestan más.
Terminada su misión, subieron el cuerpo en una especie de carro y lo llevaron por los pasillos. Llegaron a una entrada que adosada a su dintel superior, sostenía unas anchas y largas huinchas de plástico. Se colocaron unas mascarillas en su nariz e ingresaron con el carro. Varios cuerpos desnudos y apilados a los costados del recinto, esperaban ser retirados. En un costado de la muralla, colgaba un portapapeles con un lápiz amarrado a un clavo. Uno de los que llevaban el carro, después de tirar el cuerpo sobre los otros, tomó el lápiz y anotó algo. Después, se retiraron dejando los inermes cuerpos, en su sueño eterno… Juntos, como tal vez muchos de ellos soñaron vivir, en una sociedad de hermanos y trabajando por el bien común.
Mientras, en lo alto de algún campanario de una vieja iglesia construida en adobe, frente a la plaza en un pueblo escondido entre los cerros, la campana tañía a réquiem...
EPILOGO
El helicóptero Puma sobrevolaba lentamente los parajes andinos. Los animales cordilleranos, asustados corrían a buscar refugio entre las rocas como a sabiendas que la muerte, acompañaba a la nave aérea. Un hermoso felino de lustroso pelaje café, bajando de una roca, giró su cabeza como mirando despectivamente a otro animal, al que no temía, a pesar de ser un depredador mucho más peligroso y sangriento que él. Tal vez intuía que esos animales estaban ocupados, matándose entre ellos.
El rotor cortaba el aire gélido, haciendo que la nave quedase suspendida los minutos necesarios para dejar caer su carga, sobre la blanca nieve de las cumbres andinas.
Uno tras otro, los bultos cayeron unos segundos para quedar enterrados entre la nieve y el lodo, o bien, rodar por entre los peñascos hasta quedar inermes a un costado de la roca.
Después, el helicóptero se elevó realizando un lento giro para volver hacia donde había venido y continuar con su deshonrosa misión.
Cuanto tiempo había pasado hasta el momento en que el animal se acerco a revisar lo que había caído del cielo. Fueron los minutos necesarios para que el golpeteo del rotor se perdiera con el eco cordillerano.
El felino realizó un rodeo y con su olfato comenzó a oscultar; sacudió su cabeza, exhalando fuertemente con su nariz y no realizando ninguna acción más, se alejó del lugar.
Mientras, el pequeño microbús subía la escarpada pendiente por la zigzagueante autopista cordillerana… Por la ventana de su costado izquierdo, sobre el logotipo “CATA” de color azul, el joven Víctor miraba inmutable los nevados macizos andinos. En el asiento contiguo, el rostro juvenil de Eric, dejo de leer el pequeño libro, distrayéndose un segundo a causa del golpeteo de las hélices del helicóptero militar, que se acercaba entre las blancas crestas que se recortaban en el cielo azul.
- Hasta en medio de la cordillera, nos venimos a topar con ellos… - Agrego Víctor. - Y no deben andar en nada bueno.
- Por lo menos, estaremos unos meses alejados de sus controles.
- Pero, no pienses que será fácil… - Concluyo el joven. - En la prepa, muchos de los que participemos en ella, quizás no volvamos y de los que regresen, no será para ver pasar los días desde una silla en un balcón cualquiera.
Los jóvenes guardaron silencio. Mientras Víctor, continuaba con la mirada perdida en el paisaje cordillerano, Eric bajaba la vista hacia el libro y continuaba con su lectura. Los jóvenes sabían que los meses siguientes, se encontrarían codeándose con la muerte, por selvas y valles lejanos allende la cordillera… En el inmenso y convulsionado continente negro, que los esperaba mucho más allá del Atlántico.
El microbús siguió su camino hacia la frontera. En el cielo entretanto, una pareja de cóndores planeaban contra el viento, descendiendo hacia unos bultos que contrastaban con el blanco de la nieve en el fondo de la quebrada. Se posaron aleteando sobre los fríos envoltorios y comenzaron a picotear desgarrando lentamente… Los minutos fueron pasando lentamente, mientras los andrajos, saltaban de los picos de las aves que engullían la carroña de los cuerpos descompuestos, la sangre oscura y espesa, lentamente cubría el hielo que al deshacerse, se mezclaba dejando un rojo charco que nuevamente, con el pasar del tiempo, se endurecía con el frío del atardecer.
El cielo comenzó a teñir de rojo los arrabales del oeste, los montes cordilleranos, recortados por la luminosidad del atardecer, fueron los mudos testigos de la incomprensible irracionalidad humana, que por defender mezquinos intereses, teñía con sangre los blancos y hermosos parajes, de las lejanas latitudes del sur del mundo.
DEDICATORIA
A todos esos jóvenes que son obligados a cumplir con el servicio militar obligatorio, para aprender a matar, a pesar de ir en contra, de sus valores morales y convicciones humanistas.
A Pedro Soto Tapia, que se ofreció a cumplir con su servicio militar como voluntario, porque creía en la honestidad del ejercito y en la patria.A los oficiales patriotas y constitucionalistas que fueron asesinados.
Al comandante Araya, a los generales Schneider, Prat, Bachelet y tantos otros que fueron traicionados por el dictador genocida y sus esbirros, títeres del imperialismo norteamericano.
A los suboficiales, clases y soldados, que no aceptaron cumplir órdenes de genocidio contra su propio pueblo y desaparecieron.
A los que tomaron las armas para luchar contra la Dictadura en la Resistencia, a los Lautaros, Rodriguitas y combatientes por la Libertad, por la democracia; Que entregaron sus vidas en un gesto de amor a su pueblo, a su partido y su fe, en la revolución socialista.
A todos ellos.
“Quien se niega a exigir justicia, para juzgar a los criminales; es el que los ha enviado, a cometer el crimen.” (Leonardo Da Vinci)
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