Capitulo IX AGENTE ENCUBIERTO


Capítulo  IX

 

Los locales del Mercado Central en Santiago comenzaban a funcionar con sus cocineros y mozos que, después de abrir los locales, armaban las mesas y procesaban los mariscos recién llegados desde el terminal pesquero.
La vega chica, comenzaba a llenarse de desastrados hombres que, envolvían sus colgajos de viejas frazadas y colchones, para dejarlos en algún rincón de los locales donde pasaban la noche, y se encaminaban a la pileta central de la plaza, para mojarse la cara y el pelo apelmazado. Frente a ellos, en la entrada de la calle Recoleta, la imponente iglesia franciscana abría sus puertas para que los acicalados indigentes, ingresaran a los comedores a servirse el escuálido desayuno, ofrecido por la caridad de las beatas locatarias, consistente en un pan y un te servido en un tazón de plástico.
Después, los desastrados indigentes, se internaban en el patio de verduras que expelía un olor picante a fruta descompuesta, para descargar las cajas con hortalizas y frutos, desde los camiones que llegaban de las parcelas ubicadas en los alrededores de la capital.
La vieja casona con puerta metálica que se levantaba imponente y solitaria, frente a la Pérgola, de vez en cuando dejaba salir un automóvil de color negro, que enfilaba rápidamente hacia el poniente, haciendo chillar los neumáticos por la fricción con el pavimento y los baldosines de piedras.
En uno de estos autos, el Fiscal en jefe Vladimir acompañado de su grupo de tres agentes, enfilaba hacia la comuna de Conchali, por la calle Independencia.
- ¿Cual fue la última ubicación de la perra roja? - Preguntó el Gringo Schillins.
- En la casa de la hermana. Fantasma informó que pasó la noche ahí.
- Ya no es mucha la información que nos entrega esta perra. -  Agregó Giovanni. -  Con la ratonera de la calle Conferencia cayeron casi todos los contactos que tenía.
- Hay que pensar en otro contacto... -  Interrumpió Vladimir volviéndose a mirar a los agentes que viajaban en el asiento trasero. - En el próximo procedimiento la desechamos y con Rasputin definiremos que otro barrabas nos puede servir como informante.
- Esos monos se están cuidando más, así que va a costar encontrar uno con buenos contactos. - Insistió Giovanni. -  Su trabajo de contrainteligencia les está dando resultados.
- Vámonos paso a paso. - Agrego el Jefe. -  Primero, terminemos el ciclo de la Perra Roja, haremos el barrido en la zona Sur, con los datos y contactos de Talagante. Esos son los últimos que ella conoce y por lo tanto los acompañará en la aventura. Con los hornos terminamos los regionales y solo nos quedarían los del Comité Central.
El vehículo rodeo la plaza que se emplazaba en el medio de la avenida. Al costado oeste, las figuras de hormigón con forma de cabezas equinas sobre la entrada del Hipódromo Chile, se recortaban iluminadas por el sol de la mañana. El viraje a la derecha les hizo enfrentar los rayos solares y el automóvil se detuvo frente a la boletería del estadio de fútbol, que mostraba su armazón de madera para sostener las galerías, que se alzaba sobre las casas vecinas.
Quedaron en su interior, esperando el momento preciso. La gente que transitaba esporádicamente por la acera, no le prestaba atención o no parecía importarle, el negro vehículo con vidrios polarizados, que esperaba estacionado en el lugar.
Amalia salió de la casa de su hermana y cuando cerraba la puerta para partir en dirección al paradero del autobús, se percató del vehículo estacionado y un sudor frío le comenzó a correr por la espalda. A pesar que ya, muchas veces, los agentes habían establecido contacto con ella, siempre era igual el terror que sentía al verlos.
La adrenalina recorría su tembloroso cuerpo, cuando comenzó a caminar hacia los agentes que, ocultos en el interior, esperaban su llegada. El sol calentaba su espalda contribuyendo a la sudoración que le bajaba hasta la cola mojando la pretina del calzón bajo su vestido.
La ventana de la puerta trasera del automóvil se abrió cuando Amalia llegaba al vehículo. El Gringo le entregó un periódico doblado, el que Amalia recibió caminando y sin detenerse, continuó hacia la avenida Independencia.
Llegó al paradero. Abrió el periódico y comenzó a buscar entre sus hojas, descubriendo un párrafo publicitario marcado con lápiz rojo. Espero unos minutos, hasta que el vehículo apareció en la avenida desde el norte, rodeando la plaza para volver hasta detenerse en el paradero y abrir la puerta trasera. Amalia subió rápidamente y el automóvil enfiló hacia la calle Vivazeta.
- Necesitamos coordinar el encuentro con su contacto de Peñaflor. - Indicó Vladimir sin mirar a la mujer.
- No hay encuentro programado, para estos días... - Respondió Amalia dubitativa. - En cuatro días más... podría arreglar un punto.
- Muévase rápido. - Agrego levantando la mano para arreglar el espejo retrovisor. - Gringo, pásale cincuenta mil escudos para que disponga de recursos.  
El vehículo se detuvo y Amalia recibió el dinero.
- aquí la dejamos y no quiero demoras.
La mujer bajo del automóvil que, rápidamente siguió su camino. Mientras ella, quedaba inmóvil esperando recuperar su tranquilidad para seguir con su vida diaria.


*  *  *

La sala del Regimiento Escuela se encontraba en silencio.
El teniente Salinas junto al sargento Henríquez, terminaba de leer un documento  mandado por el Ministerio de Defensa, mientras los soldados esperaban expectantes.
 - Ha llegado el oficio respuesta del estado mayor, a las solicitudes de nombramiento como aspirantes y confirmación de grados. - Dijo el oficial dejando el papel sobre el escritorio. - Se nos exige además, que a contar de esta fecha comiencen a desempeñar funciones de guardia en el cuartel, con responsabilidades como cabo llavero y cabo de guardia.
Enseguida, sin agregar otra información, el teniente tomó sus documentos y se retiró dejando al sargento a cargo.
El instructor tomo el listado de los estudiantes y comenzó a leer la planificación realizada por el oficial.
La nómina con el calendario de guardias comenzaba con el más antiguo y deberían  cumplir turno dos aspirantes por día.
 - Menos mal que me toca en diez días más. - Pensó Luis - Y en la guardia dos solo entran vehículos. Es una suerte ser el último del curso.

Los días pasaban lentamente. Las clases teóricas en la mañana solo se limitaban a analizar las experiencias de los  aspirantes en la guardia. El sargento instruía lo que se debía hacer frente a las diferentes situaciones. Por la tarde, los soldados ejercitaban voces de mando entre ellos o practicaban ejercicios físicos en las canchas de arrastre. Lo mejor de este nuevo periodo de instrucción, era que podían salir todas las tardes en que no estaban de guardia.

Las calles del puerto se encontraban vacías a causa del calor ese día sábado. Una piedrecilla comenzó a rodar por la acera hacia la pendiente de la calleja porteña, producto del puntapié casual de un zapato militar. El joven soldado vestía de civil pero su corto pelo y su gallardo caminar, delataba su condición.
 - Es un buen momento para dirigirme a la playa a tomar sol...  o bien, a refrescarme con un buen baño. - Pensaba Luis mientras caminaba hacia el cerro Alegre.
Hacía ya varios días que no visitaba a Sonia, aunque su interés era por ver a su hermana María. Buscaba la oportunidad de decirle que sentía algo por ella a pesar de conocer su relación amorosa con el joven amigo de Kuan Li, estudiante universitario del puerto.
 - A lo mejor hoy le digo, si es que tengo la oportunidad... porque Sonia no me deja a solas con ella en ningún momento. - Pensaba mientras el ascensor subía lentamente.

Llegó al Block de departamentos, subió  las escaleras y se detuvo frente a la puerta.
 - Ojalá que abra María - pensó mientras golpeaba suavemente.     
Segundos después, en la puerta apareció Nora que mirándolo, le sonrió.
 - Hola, ¿como está señora Nora? - Dijo Luís - ¿Están las chiquillas?
 - ¡Luís! Te he dicho que no me digas señora, me haces sentir vieja. - Contestó ella sin dejar de sonreír. - Adelante, pasa.
Entraron al departamento. En la mesa, Kuan Li almorzaba  pausadamente mientras que al otro extremo, un plato servido esperaba.
 - Estamos almorzando, ¿quieres sentarte a la mesa? - dijo Nora mientras entraba a la cocina. - Te sirvo enseguida.
 - Ya que insiste... - dijo sonriendo Luis y se sentó a la mesa. - Buen provecho Kuan-li, ¿cómo estás?
Un movimiento afirmativo con la cabeza fue la respuesta que recibió, en ese momento entró Nora con un plato en su mano. Luego de acercarse y servirle pollo asado con ensaladas, se sentó.
 - Por lo que veo, Sonia y María salieron. - Dijo Luis mientras comía con gusto.
 - Si. Se fueron temprano. - Contestó Nora. - Llevaron comida  para almorzar en la playa.
 - ¿Fueron a Viña?
 - ¡No! Están en la playita anterior a la caleta El Membrillo. Fueron con un grupo de amigos.
Continuaron comiendo, Luis prácticamente se devoró el pollo. Después, un poco más lento terminó las ensaladas.
 - ¿Te sirvo más? - Preguntó Nora.
 - No gracias. Con esto está  bien, estaba delicioso.
Rato después, Nora en la cocina limpiaba los platos mientras Kuan Li ordenaba la mesa. Luis se sintió un poco incomodo por su inactividad y se acercó a la cocina.
 - ¿Te ayudo en algo? - preguntó tímidamente.
 - Claro, puedes secar la loza. Ahí hay un paño.
Terminaron con el aseo de la cocina, Kuan Li se dirigió a su pieza mientras Nora y Luis quedaron en el comedor. Se miraron sonriendo por un instante.
- ¿No quiso salir? - preguntó el joven indicando a Kuan Li.
- Tenia que preparar un trabajo de un ramo que dejo pendiente en la universidad. Por eso se quedó.
 - Creo que mejor voy a ir a la playa... - Dijo suavemente Luis. - A ver si encuentro a las chiquillas.
Dicho esto, se encaminó hacia la puerta.
 - Que tengas suerte. - Dijo Nora mientras buscaba algo en el mueble.
 - Nos vemos después. - Respondió el joven saliendo del departamento.

La Avenida Costanera estaba desierta. Uno que otro vehículo, pasaba mezclando el ruido del motor con el de las olas golpeando las rocas y se perdía entre la serpenteante avenida, que aparecía y desaparecía  por entre los cerros de Playa Ancha.

El fresco rocío que se levantaba, al estrellarse las inquietas aguas contra los acantilados rocosos, hacía olvidar por unos segundos la alta temperatura reinante en esos momentos. El graznar de las gaviotas, avisaba que la caleta  El Membrillo estaba cerca.
La pista de asfalto, en una de sus curvas, se alejaba por unos metros de la orilla del acantilado dejando una planicie de tierra, con un letrero a un costado que indicaba, "PLAYA NO APTA PARA BAÑARSE". Luis  se acercó a la orilla.
La pequeña playa, se encontraba a unos cuatro metros más abajo. Estaba encajonada por murallones de roca en sus costados y como único acceso, tenía una pequeña huella que comenzaba cerca de donde se encontraba el joven y zigzagueaba por el faldeo, enfrentando al inmenso océano que se perdía en el horizonte.
En la arena y a un costado de las rocas, un grupo de jóvenes reían y cantaban siguiendo la música de una guitarra manipulada por un apuesto muchacho. Luis buscó entre ellos a María.
Ella se encontraba tomada del brazo izquierdo del joven guitarrista, que sentado, parecía no incomodarle el hecho, al efectuar las posturas para los acordes de la melodía.
El soldado comenzó a bajar por el faldeo.
 - ¿Con que pretexto voy a llegar? - Pensaba. - A lo mejor, no les va a gustar que llegue un milico sin invitación.
El camino de bajada terminó, Luis se sentó en la arena y se quitó los zapatos.
 - Es más fácil así. - Pensaba mientras se levantaba para continuar caminando. - De esta forma, parece más casual que llegue al grupo.
Comenzó a acercarse. Sus pies se hundían en las ardientes arenas, haciendo lento el caminar.
 - Los Ángeles santa fe, fueron hombres del silencio. Hasta mi casa llegaba, la ley buscando al cuatrero. - Cantaban al unísono alegremente los integrantes del grupo.  - Mi madre escondió la cara, cuando el no volvió del ce...eerro.
Mientras se acercaba, Luis solo miraba a María que, dándole la espalda, entonaba alegremente la canción. Uno de  los jóvenes sentado al lado de Sonia, lo observó llegar y le dijo algo al oído. Esta miró sorpresivamente al visitante.
 - ¡Luís!  Ven, te quiero presentar algunos amigos. - Agrego enseguida la joven.
El soldado sorprendido miró a Sonia, mientras María, al escuchar a su hermana, se volvió a mirarlo. Fue entonces cuando Luis vio a Lehtman, que sonreía junto a los demás.
 - Hola. - Dijo Luis, pensando enseguida. - (...) Por lo menos no soy el único.
Sonia, que se había levantado, le tomó del brazo e invitándolo a sentarse, le presentó al grupo. Después de algunas bromas por su oportunismo, decidieron seguir cantando.
En un principio, Luis le restó importancia a las canciones que cantaban. Eran folclóricas y él se sabía algunas letras. Las había escuchado años atrás, cuando había surgido un movimiento artístico definido como "la nueva canción chilena" o la nueva trova, pero después del golpe militar, las tonadas habían sido prohibidas por considerarlas subversivas. El aspirante miraba a Lehtman que, al parecer, no le importaba esto y parecía sabérselas casi todas.
 - Bueno. Si las canta él que es oficial, que problema voy a tener yo, que soy un simple cabo aspirante. -  Razonó en su pensamiento.

La tarde pasó rápidamente para el grupo. El inquieto mar, comenzó lentamente a tragarse al disco brillante que parecía teñir de rojo, el cielo y las aguas del océano. El grupo de jóvenes, en ceremonioso silencio, miraban el ocaso del día cargado de romanticismo.
Luis lentamente se levantó del lado de Sonia y se acomodó suavemente a un costado de María que, mirándole sonriente no dijo una palabra. Manuel le observó también y apretó tiernamente la mano de la muchacha que acercando su cara, le besó los labios.
En la baranda de la costanera entretanto, un joven militar al costado de un poste, observaba la escena. Después de un segundo, cubrió sus ojos con unos lentes para el sol que ya no estaba y se alejó por la calzada anotando algo en una pequeña libreta.


*  *  *

En el cuartel central de la DINA, ubicado en alguna parte de la ciudad de Santiago, Rasputin y Rogelio afinan detalles de un procedimiento de envergadura, en la lucha interna por la Seguridad Nacional. Se comienza a llevar a cabo, el plan "Primavera Roja" que consiste en atrapar a los restantes dirigentes políticos clandestinos del Comité Regional Sur, que en un largo trabajo de inteligencia e infiltración, los tienen ubicados en las comunas de Lonquen, Talagante, Peñaflor y Maipú.
- Debemos realizar una operación simultánea de captura, para definir los cuadros que nos servirán para llegar a los que tú no conoces del Comité Central. - Indicaba Rogelio con un puntero a una pizarra, que colgaba adosadas las fotos de personas en un organigrama, con algunos espacios en blanco. -  Debemos sacarles la mayor información posible.
- después de triangular la información que entreguen y cotejarla, ¿los pasamos a los tribunales militares para juzgarlos? - Consultó Rasputin.
- No podemos presentar ese tipo de publicidad... En el extranjero, los exiliados liberados de los Campos de Concentración, se están rearticulando en ONGs de derechos Humanos y nos están dando duro, con una campaña en favor de los que quedan relegados. Tenemos la venia del Gobierno para silenciar a los que son prescindidles.
De acuerdo, yo vuelvo a la calle para coordinar que los pollos se encuentren en los gallineros indicados, para que los grupos operativos les den el maíz y los reúnan.
- El cuartel de acopio será el del Cerro Chena.
- OK. Nos vemos el próximo mes.
- No te olvides que después, debemos preparar la otra operación, para atrapar al ex diputado que se nos corrió junto con los NN del Comité Central.
- Si... armaré el entramado al respecto. Tengo que atar algunos cabos sueltos.
El ex parlamentario mencionado por Rogelio había estado en un campo de concentración los primeros años de Dictadura. Había sido juzgado junto con los dirigentes sindicales que habían sido enviados a relegación forzada y había sido liberado para usarlo en labores de contra información, cuando todavía quedaba casi intacta la cabeza clandestina del Comité Central del PC. Rasputin había sido introducido por su intermedio y ahora se había descolgado y sumergido. Los aparatos de seguridad se encontraban ignorantes de su paradero, sin encontrar su rastro, por lo que de no ser atrapado se corría el riesgo que se descubriera el agente infiltrado y Rasputin comenzara a tener problemas de confianza para ellos.
Los exiliados se organizaban en comités de partidos marxistas en el exterior para la resistencia al Régimen y se tenía información que sacarían una Radio clandestina desde la Unión Soviética, con señal de onda corta. Lentamente la lucha ideológica se comenzaba a desarrollar en el exterior de las fronteras de esa larga y angosta faja al sur del mundo.


*  *  *

Era una mañana templada. Los jóvenes formados frente al oficial de guardia, escuchaban las últimas instrucciones junto a las recomendaciones para los aspirantes, que eran primerizos en el servicio.
 - ...Por lo tanto, la responsabilidad que tienen es muy grande. En especial la del cabo llavero, - Dijo el teniente mirando a Luis. - Eres el responsable de, que todo vehículo que entre por la guardia dos, sea revisado. No importa quién ingrese por ahí, aunque sea un general... En tu puesto y nadie tiene más grado que tú, solo tus superiores en la guardia. Si no controlas bien podrían entrar los marxistas, terroristas disfrazados de oficiales y en ese caso, nadie de este cuartel saldrá vivo... Recuerden que vivimos una guerra civil, junto con la agresión del marxismo internacional.
Rato después, la guardia entrante completa se encontraba en sus puestos, dispuestos a defender el cuartel del enemigo interno desconocido.
La mañana pasó tranquila para Luis, solo un vehículo militar salió a cargo del cabo Acuña y regresó cargado con insumos médicos.
Los relevos se hicieron sin novedad a la hora del rancho.
 - No es tan difícil la cosa. - Pensaba Luis cuando volvía a su puesto. - La tarde se me va a pasar volando y en la noche, no creo que haya movimiento.
Cuando llegaba a la guardia, una hilera de camiones de tropa eran revisados para su ingreso, como cruel respuesta a sus pensamientos. No habían ni terminado con ellos, cuando ingreso un vehículo con oficiales mayores.
 - La lesera... Todavía no ingreso los datos de los camiones al libro y tengo que anotar los nombres de estos oficiales. - pensaba mientras su cansada mano continuaba escribiendo.
 - ¿Le puedo hacer una sugerencia mi cabo? - Dijo el soldado que esperaba los documentos.
 - Sí, claro, dime cual es.
 - Mejor es que anote los datos en una hoja aparte y después los ingrese al libro de guardia, cuando tenga tiempo.
Luis miró al joven conscripto. Era un soldado antiguo de la quinta compañía, su cara tostada por el sol le daban una luminosidad especial a sus ojos color marrón, que lo miraban como esperando una respuesta.
 - Se nota que ésta, no es tu primera guardia. - Respondió. - Es una buena idea, anotar los datos en otra hoja.
Segundos después, el soldado entregaba las credenciales a los impacientes oficiales permitiéndoles el ingreso al recinto. Posteriormente Luis se dio la tarea de poner al día el libro de guardia, en medio de continuas interrupciones.
 - Y yo creí que en la tarde estaría tranquilo... - Pensaba, mientras realizaba su labor.

La noche llegó rápidamente. Desde la hora de la cena, hasta el toque de queda, prácticamente no hubo ingreso de vehículos. Solo algunos clases y oficiales del cuartel que, entraban o salían, hacia los departamentos del personal casado que se encontraba en un recinto, contiguo al regimiento.
 - Menos mal que empezó el toque de queda. - Pensaba el aspirante. - Por lo menos, no habrá movimiento y podré descansar. - Y como  respuesta a sus divagaciones, un Jeep con el oficial de rondas salió desde los talleres y se detuvo frente al portón. El teniente bajó del vehículo y después de la inspección de rigor, salió del cuartel y se perdió por las vacías calles. Rato después, un camión con tropas lo siguió.

Las vacías calles del puerto, servían como caja de resonancia al ruido de las olas golpeando las rocas o los paredones de la costanera. El sonido rebotaba en los peldaños de las interminables escaleras, dando la sensación que el mar estaba a la vuelta de las oscuras esquinas o entre los desniveles de las casonas que, con sus fantasmales sombras, parecían estar montadas, unas sobre otras.
El bullicioso silencio marino, fue roto por el chirrido de las ruedas del jeep militar que, bajando por una empinada callejuela, viró rápidamente para desaparecer entre las sombras de una esquina. Segundos después, el brusco frenar acompañado del sonido de los bototos corriendo en la acera, junto con disparos de armas cortas.
 - ¡Detente maldito! - Fue el grito que se oyó.
Después, una ráfaga corta junto a un quejido seco y un cuerpo que cae en la acera.
El arma del oficial a cargo, un revólver Rossi humeante, escupe dos veces su veloz metal encendido que, nuevamente, conmociona el bulto humano en el ensangrentado piso del callejón.
 - Ariel, avisa al cabo Tejada para que venga con la escuadra de limpieza y se lleve la carroña en el camión. - fue la orden que dio el teniente y en un segundo, se subió al vehículo. - Ahora, vamos un poco más arriba y veamos si había alguien más acompañando esta cosa.
El soldado, con su fusil también humeante, se encaramó de un salto en la parte trasera del jeep y el conductor, rápidamente puso en marcha el vehículo.

En el puesto de guardia, bajo la tenue luz de una lámpara, Luis anotaba en su libro de servicio las veces que el camión entraba y salía del cuartel.
A veces, ingresaba primero al Hospital Naval, que era el edificio anterior al Regimiento y después lo hacía por el portón que controlaba el aspirante. Siempre estos movimientos del vehículo eran posteriores a los disparos que se escuchaban en alguna parte en los cerros de la ciudad.
 - Y yo que pensé que la noche sería tranquila... - Reflexionaba el joven cabo de guardia.
En la madrugada, cuando en el horizonte marino aún era negro y en los cerros del puerto el cielo lentamente se iluminaba, ingresó el jeep con el oficial de rondas. Era seguido por el camión de tropas que, escurriendo agua acaramelada, de un lado al otro por entre los pies de los soldados, filtrándose hacia el suelo del cuartel.
Unos minutos después, el trompeta tocaba la Diana.

La guardia había terminado.
Luis tenía el día libre y podría salir cuando quisiera pero, cansado y con sueño se dirigió a la cuadra en donde sus compañeros de curso circulaban en un ajetreo interminable.
 - Creo que aquí no voy a poder dormir tranquilo. - Pensó al cruzar la puerta. - Mejor me voy donde Norita y le pido prestada la cama a Kuan-Li.
Dicho esto, se cambió rápidamente de ropas y salió, a las aún casi desiertas calles del puerto.
Sus pasos cansados terminaron de subir la escala y se dirigió a la puerta del departamento. Su puño listo para golpear, se quedó en el aire en el preciso momento en que la puerta se abrió. Nora sorprendida lo miró sonriendo.
 - Luís. ¿Tan temprano por estos lados?
 - Hola Norita, es que estoy saliente de guardia y en el regimiento no se puede dormir. ¿Puedes prestarme un sofá?
 - Sí, ningún problema. Kuan-li salió de compras y puedes dormir en su cama. En el closet hay sabanas limpias.
 - Gracias, tengo tanto sueño que, no creo que haga la cama.
 - Bueno te dejo, yo tengo que salir. Estás en tu casa.
Luis ingresó al departamento mientras miraba alejarse a Nora. - Tiene bonita figura. - Pensó al cerrar la puerta.
Cruzó la sala hasta la pieza de Kuan Li, la cama estaba desordenada. Se quitó los zapatos y la camisa timándose inmediatamente sobre la cama, el sopor comenzó a invadirlo.
De pronto despertó sobresaltado. Alguien trataba de sacarle los pantalones suavemente, se volvió para sentarse en la cama y vio a Sonia que le sonreía.
 - Es malo dormirse vestido sobre la cama. - Dijo esta, mientras se sentaba a su lado.
 - Yo pensé que estaba solo. - Respondió Luis, mientras observaba a Sonia que, con un camisón casi transparente, no se preocupaba de mostrar su silueta desnuda.
 - Si, estamos solos. - Acotó ella, acomodándose al costado de Luis que sintió en su torso desnudo, la suavidad de la prenda que Sonia llevaba puesta.
Los jóvenes se quedaron en silencio. Sonia apoyó la cabeza en el hombro del aspirante y su mano, acaricio desde el hombro bajando hacia su pecho, hasta llegar a las costillas. Un movimiento de su cara le bastó para acercar la boca, dejándola muy cerca de la mejilla de Luis, que sintió su respiración levemente agitada y un suave olor a perfume.
El joven se acomodó inquieto, sintió la presión de su pantalón en la bragueta a causa de la excitación que comenzaba a manifestarse con el crecimiento de su virilidad. La boca de Sonia se acercó más y sus labios, se juntaron suavemente en un comienzo. Ella giró su cuerpo, juntando sus senos con el pecho de Luis que comenzó a acariciar la espalda.
El beso tímido inicial se convirtió en un apasionado succionar de labios y las caricias de la muchacha, que comenzaron por el pelo y luego, bajaron lentamente por el torso desnudo hasta llegar a la pretina del pantalón, excitaron aún más al joven soldado que comenzó a tirar suavemente el camisón para subirlo hasta sentir la piel desnuda de Sonia. Sus manos acariciaron las caderas y lentamente se atrevieron más, hasta acariciar la suave nalga que quedaba libre por la posición de la muchacha que, al sentir la mano, se estremeció levemente.
El coloquio siguió siendo cada vez más apasionado. Sonia acomodó su cuerpo hasta quedar casi encima de Luis y con su mano, trató de bajar el pantalón. El joven le ayudó quitándoselos con dificultad, junto al calzoncillo, para quedar desnudo.
 - Esta es mi oportunidad. - Pensaba el soldado mientras pasaba su mano por el suave muslo de Sonia. - Si no aprovecho ahora que ella está dispuesta, no lo voy a hacer nunca.
La muchacha al sentir la desnudez del joven, intentó suavemente detenerse pero, las caricias y la presión de los  brazos que la sujetaban, la hicieron desistir y se dejó llevar por el momento que creía mágico. Las caricias y besos apasionados fueron acomodando los cuerpos y en un momento, Sonia se encontraba a merced de Luis que, sobre ella, terminó de sacarle el camisón y comenzó a besarle los senos. La excitación de los jóvenes llegó al momento culminante en que las piernas de la muchacha dejaron el espacio para la penetración que no tardó en llegar.
Todo ocurrió rápidamente, Luis no pudo alargar el momento de placer, terminando jadeante. Mientras la muchacha, con la excitación viva, intentaba continuar el acto con forzados movimientos.
 - Quiere seguir haciéndolo. - Pensó el soldado.  - Justo ahora que yo no quiero más guerra, que mala suerte para ella.
Sonia continuaba besando y acariciando su cuerpo sin obtener respuesta alguna. Un segundo después, el joven se dejo caer de espaldas en la cama, como poniendo término a lo ocurrido.  
- ¿Que pasa? - preguntó ella.
 - Nada, es que con la guardia de anoche estoy muy cansado.
 - Ya, no te preocupes. - contestó y poniéndose nuevamente el camisón se levantó de la cama. - Lo que te falta es un buen desayuno. Espérame, yo iré a prepararlo.
La joven salió de la pieza y se dirigió a la cocina. Tranquilamente puso la tetera al fuego y de la repisa, saco unos huevos para prepararlos.
Un rato después, volvía al dormitorio con una bandeja en sus manos. Se detuvo en la puerta y se quedó mirando al soldado que tapado con la sabana dormía como un tronco.
 - Parece que hoy no es el día mágico de mi primera vez. - Pensó, mientras las tazas, soltaban el vapor del café que se enfriaba.


*  *  *

El toque de queda para los ciudadanos de Santiago, se aplicaba inexorablemente. Cuatro vehículos negros y grises, entre las sombras de la noche, salían del cordón urbano de la ciudad por la avenida Cerrillos, pasando frente al Aeropuerto internacional de Santiago. Llegaron a una intersección lateral que, en diagonal, se internaba hacia los ceros de Lonquen.
Siguieron por el camino, entre las chacras y huertos que, con casas distantes, se internaba hacia el sur de la capital. El silencio y la quietud de la noche era roto por el ronroneo de los motores, acompañados por los ladridos de los perros tras las alambradas del camino. La luna llena, iluminaba con sus blanquecinos reflejos los campos de Lonquen y el cordón de cerros que se alzaba al costado del camino.
Una antigua iglesia con gruesas paredes de adobe, marcaban el ingreso a un fundo patronal que sobre la ladera del cerro, alzaba una amplia construcción destacándose entre las casuchas y ranchos de los peones.
Los vehículos se detuvieron en la entrada de la iglesia, en una especie de plazoleta y quedaron a la espera.
Pasaron varios minutos en silencio, hasta que subrepticiamente, los agentes comenzaron a bajar de los automóviles armados con sub-ametralladoras. El comandante Rogelio, acompañado de Vladimir disponía a los efectivos en el lugar.
- Los pacos ya están en posición y tienen cerrado el sector perimetral. - Le indico susurrando Vladimir. - Así que estamos listos para comenzar.
Una señal del Jefe, hizo juntarse a los agentes para escuchar las últimas instrucciones.
- Cada uno sabe lo que debe hacer. - Agregó en voz baja. - La casa está marcada y el grupo tres ingresa por el frente. El uno y el dos, rodean por el patio y los costados. Gringo tú te encargas del perro antes que entren al procedimiento.
- Tengo listo mi corvo del ejercito. - Susurró Schillins.
Nuevamente una señal y los agentes se dispersaron hacia sus lugares predispuestos.
Schillins, sacó un trozo de carne desde una bolsa en la maletera del vehículo y empuñando su cuchillo curvado en la punta, que brillaba con la luz de la luna, se agazapó dirigiéndose hacia una alambrada. Rápidamente se desplazo varios metros saltando una cerca, quedando frente a una casucha pequeña. Un gruñido seguido por un ladrido, orientó al Gringo que cortando un trozo de carne con el corvo, lo arrojó para que el can lo engullera. Blandeó el otro pedazo de carne y el animal, moviendo la cola se acercó.
Cuando el hocico del perro tomó el trozo de carne, el agente con un rápido movimiento de su corvo, degolló al animal que exhaló un ahogado gruñido y se desplomó en un hilillo de sangre.
Acto seguido encendió y apagó una pequeña linterna.
Los otros agentes se desplazaron imperceptiblemente hacia la casa, tomando posiciones que eran controladas desde el puesto de mando por Rogelio. Las ordenes de Vladimir por medio de señas, eran seguidas con precisión por los efectivos, hasta que se desató la vorágine.
Las ventanas saltaron en vidrios y trozos de madera hacia el interior de la casa, simultáneamente con la puerta principal, que no opuso resistencia a un grueso tuvo de metal lleno de hormigón en su cavidad interior, que sujeto por cuatro cadenas soldadas, se blandeo dirigido por los agentes. Los efectivos ingresaron en tropel a la escuálida vivienda.
- ¡Al suelo mierda! - Gritaban.
- ¡Tiéndete ahí maricón! ¡De boca en el suelo! ¡Las manos en la nuca!
Un llanto de un pequeño acompañado de un griterío de mujeres histéricas, se sumaron a los gritos.
- ¡En el rincón, al suelo! ¡Haga callar a ese niño!
En unos pocos segundos, los efectivos controlaron la situación y comenzaron a revisar la vivienda después de encender las luces.
El Gringo hizo una seña al puesto de mando.
- Todo está despejado y bajo control.
El comandante Rogelio se encaminó hacia la vivienda e ingresó a esta con desdén. Tres hombres se encontraban en el piso, tendidos con las manos en la espalda, en medio de la única pieza que albergaba las camas separadas por muebles y sillas. Dos mujeres y un pequeño niño, se acurrucaban asustadas en un rincón con las manos en la cabeza. El niño gemía en una especie de llanto temeroso. Una puerta daba a un cuarto más pequeño y otro hombre delgado de pelo cano en las sienes, se encontraba hincado hacia la muralla de madera.
- José Manuel Araneda... - Exclamó Rogelio. - Mira donde te vinimos a encontrar.
El hombre guardó silencio mientras continuaba mirando la pared. El agente tomo su pistola por el cierre y apretándola, descargó un golpe con la empuñadura en la sien del prisionero, que se desplomó golpeándose las costillas con el dintel.
- ¿Donde están escondidos tus otros compañeros? - Agrego enseguida.
El hombre se quedó tirado en silencio mientras por su frente comenzaba a emanar sangre.
- Pero, no te preocupes en responder a mis preguntas... Ya sabemos donde están y que han hecho las últimas semanas.
José siguió en silencio, tirado en el piso y doblado como había caído.
- Llévenselo, y saquen también al dueño de casa por cómplice de encubrimiento. - Agrego Rogelio mirando a los prisioneros. - también al adulto más joven, porque sabiendo que su familia estaba encubriendo a un terrorista, no dio aviso a la policía. Lo interrogaremos para ver que más es lo que sabe.
Hizo una seña de proceder y salió de la vivienda. Vladimir apuntó a los hombres y mientras, los agentes ataban a los prisioneros indicados, se paró frente a las mujeres.
- Y ustedes... Se quedan aquí, con orden de arraigo. Eso significa que no pueden irse de la casa y las podemos venir a buscar para interrogatorios. Indicó.
Los agentes, levantaron a los hombres haciéndolos caminar a culatazos en la espalda.

Amelia dormía en una casa de Peñaflor, donde había hecho contacto con un compañero del sector. La noche pasaba en silencio. Solo una hora antes se había sentido un vehículo pasar por la calle Vicuña y después el silencio.
El cansancio de los últimos días, le hacía dormir profundamente y con una relativa tranquilidad. La casa disponía de un gran patio y la pieza donde dormía, se encontraba al costado de la vivienda principal donde habitaba la pareja dueña de casa.
De pronto, los golpes en las ventanas y la puerta de la vivienda, despertaron a la Dama de las camelias. Solo se escuchaban los gritos de los agentes dando órdenes. Se ponía un chaleco para levantarse, cuando el golpe ensordecedor bota la puerta, que queda colgando de la bisagra inferior. Tres agentes armados la encañonan.
- ¡Al suelo! ¡Las manos en la nuca! - Gritaron.
Amalia obedeció de inmediato. El temblor se apoderó de su cuerpo un segundo pero no sintió miedo como otras veces. Quedo tirada de boca mientras los agentes revisaban la cama y el mueble, sacando los cajones para vaciarlos. La mujer sabía que no encontrarían nada.
Un agente le ató las manos a la espalda y la dejo tirada unos segundos. Llegó el jefe del grupo a la pieza y la miró.
- Es ella. Llévenla con los otros. - Agregó y los agentes se acercaron a la mujer.
Uno de ellos la tomo del brazo y la tiró para que se levantara con dificultad. Sintió un dolor en el hombro y fue empujada hacia el patio que permanecía a oscuras. La condujeron a un vehículo camioneta con pic-up y la empujaron a la parte trasera donde quedo tendida al costado de la pareja que también se encontraban atados.
Varios minutos esperaron custodiados por dos agentes, hasta que las puertas fueron cerradas por fuera.
Después, el vehículo partió con rumbo desconocido.

*  *  *

Esa tarde de verano era fresca en el cuartel militar de Valparaíso.
Después del rancho, correspondiente al almuerzo, Luis conversaba animadamente con Zúñiga, Vega y Sazo en las escalerillas que daban a la cuadra, fumando un cigarro.
 - El comandante de guardia es la autoridad máxima en el cuartel. - Decía Sazo aparentando saber muy bien de lo que hablaba. -  Debe saber quién entra y quién sale autorizando él los ingresos, incluso de los oficiales superiores.
 - Pero su superior directo es el oficial de guardia. - Acotó Luis - Por lo tanto este es la autoridad máxima y el responsable de todo.
 - ¡Que sabes tú de responsabilidad! - Acotó Landon que se acercaba al grupo. - Eres el último del curso, la última chupa del mate y no tienes ni siquiera espíritu ni responsabilidad militar.
 - Y a este, ¿quien le dio vela en el entierro? - Respondió Zúñiga.
 - A mí nadie me dice donde meterme, para eso tengo amigos influyentes. - Continuo jactándose Kurt. - Además este huevón, no tiene dedos pa' piano y es un irresponsable de mierda.
 - Y a ti, ¿que te paso conmigo? - Respondió extrañado Pérez.
 - Porque, estás acostumbrado a andar siempre metiendo en problemas al curso y además, embarazaste a la Sonia y te corriste. - Terminó de decir Landon, mientras empujaba con la palma de su mano el hombro de Luis.
 - Estas hablando huevadas... - Respondió el soldado. - y ¿desde cuándo conoces a Sonia? Que yo sepa, no es amiga tuya. - Y dando un manotón en el pecho, Luis hizo trastabillar al inquisidor.
 La respuesta de Kurt fue inesperada.
De un salto, se abalanzó sobre Pérez golpeándolo en el estomago. El dolor hizo flectarse al aspirante que solo atinó a sujetar al atacante y ambos rodaron por el pasillo. En el piso, se trenzaron a golpes en los precisos instantes en que aparecía por los jardines, el teniente Salinas.
 - A ver... ¿Que está pasando aquí, Aspirantes?
 Ante la pregunta del oficial, Saso y Zúñiga, sujetaron a los soldados para separarlos, ayudándoles posteriormente a incorporarse.
 - Pregunté ¿que ocurre? - Repitió el teniente frente a Luis, que asumía posición militar.
 - Nada grave mi teniente, solo una diferencia de opinión.
 - El me agredió porque le dije unas cuantas verdades. - Acotó Landon, mientras se zafaba violentamente de Zúñiga.
 - ¡No me interesa que problema puedan tener ambos! - Continuó el oficial. - Pero, para que arreglen sus diferencias, tienen treinta días de arresto y se presentarán de inmediato con su comandante de escuadra.
 El teniente se retiró, mientras los magullados soldados, se encaminaban a la cuadra.
 - Otra vez problemas por tu culpa. - Aludió Kurt apuntando a Luis. - Menos mal que a mí, me gusta quedarme en el cuartel.
 - Claro po huevón, si pasas castigado por las cagadas que siempre te mandas. - Contestó Zúñiga, golpeando suavemente el hombro de Pérez que guardaba silencio. - No te preocupes compadre, este huevon es un estúpido.
- Ustedes dos... las perdieron conmigo. - Respondió Landon. - Van a cagar juntos, los maricones.

*  *  *


El cuartel del Cerro Chena, al sur de la capital, se encontraba enclavado en las faldas del cordón de cerros anterioriores al Río Maipo. Su único acceso, era por un camino lateral que salía desde la carretera cinco sur y se encontraba prácticamente aislada de las viviendas del sector.
Las Mazmorras, un sector aislado al fondo del cuartel, era usado por los grupos de seguridad, político militar de la nueva DINA y los últimos tres días, había tenido un movimiento inusitado en las horas del toque de queda. Los pequeños espacios separados por latones de zing, eran usados como calabozos, se encontraban con al menos, una veintena de prisioneros de la zona sur de Santiago.
Junto con varios dirigentes políticos clandestinos, se encontraban campesinos de las localidades de Lonquen y Talagante, que estaban prisioneros a pesar de no participar en actividades políticas, por el simple hecho de ser fieles a la tradición del campo chileno, abrir las puertas de sus casas a los amigos de sus amigos, que necesitaban un lugar para dormir.
Amalia, se encontraba también prisionera, en un pequeño espacio del lugar, manteniendo algunos privilegios como doble agente cooperadora. Había sido llevada el primer día, en un operativo simultáneo en las localidades campesinas y esperaba la llegada del comandante a cargo, el Superior del fiscal Vladimir que actuaba como su contacto para la entrega de informaciones, para que autorizara su liberación. Disponía de un camastro, a diferencia de los otros prisioneros que dormían en el suelo y no llevaba la vista vendada como los demás, cuando eran llevados a los interrogatorios.
Las torturas hasta el momento, habían sido selectivas, aplicadas solo a los dirigentes políticos conocidos. Los demás prisioneros, que solo eran golpeados y maltratados, mantenían la secreta esperanza que pronto serían liberados, por lo que en los interrogatorios trataban de cooperar.
El secretario político del Regional Sur, Manuel Araneda, nuevamente era sacado de su calabozo, con una capucha y cojeando al caminar. Custodiado por tres agentes, fue conducido hasta la sala de interrogatorios. El comandante Rogelio esperaba en la penumbra y orientó la luz del foco hacia el prisionero que era amarrado en la rejilla metálica.
- Espero que hayas descansado, José Manuel... - Agregó en un tono amigable Rogelio. - Y que vengas dispuesto a cooperar.
- Ya te dije todo... lo que querías escuchar. - Respondió el dirigente. - Puedes terminar conmigo... pero, las ideas antifascistas seguirán... en la conciencia, del pueblo.
- No entiendo cómo puedes ser tan idealista, si solo eres un marxista ateo. - Agregó sarcástico el Agente. - Creo que deberemos seguir ablandándote.
Una señal del censor hizo moverse silenciosamente al verdugo que, levantando el interruptor, provocó una larga descarga eléctrica que hizo remecer al prisionero perdiendo la conciencia.
-  Con la última sesión, el corazón del prisionero estaba en pre infarto... - Indicó el uniformado que portaba un estetoscopio en su cuello. - Tal vez no resista una nueva descarga.
-  Si no la soporta, sería una lastima... Mayor. - Agregó Rojelio. - Hay que buscar un lugar para el encubrimiento posterior de los que no resistan. Creo que en Lonquen hay un lugar apropiado, unos hornos de un Empresario, con una infraestructura que ya no les sirve. Los residuos se entierran en los hornos  y el grupo de limpieza dinamita el lugar. Asunto arreglado.
El oficial Medico guardó silencio, se acomodó el instrumento que portaba en los oídos y se encaminó hacia la víctima, que atado a la parrilla, soportaba su propio peso.
En el fondo del cuartel se encontraba el polígono de tiro, algunos soldados colocaban unos blancos de cartón colgando en una especie de arco, frente al murallón de fondo que formaba parte del cerro.
- Que lástima, mañana estamos de guardia... - Indicó a su amigo un famélico soldado. - Nos vamos a perder el ejercicio de tiro.
- Una práctica menos... - Contestó el acompañante. - En la ronda nocturna se ocupa más plomo que en los ejercicios.
- Es que los rotos tienen la piel dura y cosida... con el alcohol.
- Pobres infelices, es la única forma que tienen de pasar el frío en la noche y para colmo de su mala suerte, se van al paredón por toque de queda... ni saben que si los pillamos, será su última cura.
- Para arreglar la nación, hay que hacer la limpieza... Eso dicen los oficiales y... Ordenes, son órdenes.
Colgado el último blanco, los jóvenes soldados se alejaron hacia el almacén de guerra. Mientras en las mazmorras, lentamente la tarde comenzaba a caer.
El comandante Rogelio se dirigió a las mazmorras, ingresó por la puerta de metal mientras los soldados de guardia en la entrada saludaban en posición firmes. El agente no respondió y siguió su camino.
Amalia, estirando un ajado cobertor en el camastro, se disponía a dormir en el preciso momento que Rogelio apareció en el lugar acompañado de dos agentes.
La mujer se incorporó observando al encargado que, levantando su mano en una rápida indicación, gritó a los guardias.
- ¿Que hace esta mujer aquí?
- Ella es informante, Señor. - Respondió uno de los custodios, mientras el temor se reflejaba en el rostro de Amalia.
- Y ¿por que no está con los ojos vendados? ¿A cuántos de ustedes les ha visto la cara?
Los guardias se miraron sorprendidos y sin dar una explicación, se acercaron donde la mujer. Rogelio, siguiendo de largo, agregó iracundo... -  ¡Pónganle una capucha! Aunque, ya no tiene sentido pues me vio el rostro y a ustedes ya les conoce.
El terror comenzó a apoderarse de la mujer mientras los agentes cumplían la orden.
Amalia sabia que al ser modificada su situación, corría peligro tanto en su partido, al ser descubierta como colaboradora, o en la DINA por dejar de ser confiable y conocer agentes junto con manejar información del aparato represivo.
Rogelio en tanto, recorrió los pequeños cubiculos, marcándolos para algún procedimiento posterior. Solo algunos se libraron de la medida.
Esa noche, los prisioneros no pudieron dormir... aunque su desorientación sobre el día y la noche, producto de los constantes interrogatorios con torturas y ayunos prolongados con esporádicas comidas sin horario definido, era constante.
Amalia percibió un inusual movimiento de personal. Los prisioneros eran sacados de sus celdas por grupos y eran llevados a algún lugar fuera de las mazmorras. Sus temores se acrecentaron ante la prolongación de la situación y aún más al escuchar las sorpresivas descargas de fusilería en el exterior.
Un lúgubre silencio momentáneo, fue roto por disparos aislados de armas cortas, que se repitió un par de veces. Después, el llanto y los sollozos de alguna prisionera que, presagiaba el terrible desenlace de la noche que se estaba viviendo.
Varios minutos después, de una supuesta tranquilidad, Amalia sintió que era sacada del camastro, tomada entre dos personas, que sujetando sus brazos para atarlos a la espalda, fue empujada haciéndola caminar hacia un rincón. Quedó esperando de pie unos segundos hasta que otra persona era llevada por los guardias empujándola hacia su lado. El prisionero tembloroso se detuvo al chocar con la mujer que esperaba sudorosa, a pesar de la frescura del ambiente.
En un par de minutos, fue reunido otro grupo de prisioneros. Un pinchazo en el brazo de Amalia le hizo sentir calor en el músculo que parecía inflarse con la inyección sorpresiva. Un leve sopor comenzó, segundos después, a apoderarse de la mujer mientras era tomada del brazo para conducirla, seguida de los demás prisioneros, hacia el exterior de las mazmorras.
Salieron al patio del cuartel. Los pies pelados de Amalia sintieron la fría arenilla, una que otra piedra, acompañada de un mareo inusual, le hacía perder el paso y trastabillar junto a los prisioneros que eran llevados, mientras una sensación de tranquilidad los embriagaba. La sequedad de la boca, acompañada de una excesiva sudoración, provocaban en los condenados extrañas sensaciones. Amalia percibía como lejanos los ruidos emitidos por el caminar junto al sonido de las piedrecillas aplastadas por los pies descalzos, los pasos de los guardias y el ruido metálico provocado por los fusiles con el roce de la ropa.
El piso comenzó a ponerse arenoso y un fino polvillo era levantado por los pasos de los condenados que fueron obligados a detenerse, quedando de pie en un barro gelatinoso y en silencio.
Esperaron así unos segundos. El golpe metálico del cierre, que arrastraba la munición a la recamara del fusil, se repitió sucesivamente... El silencio de la noche era roto por la respiración continua y agitada de los presentes en el paredón. Amalia sintió fuerte el golpeteo del latir de su corazón que quería continuar en ese frenético ritmo y un golpe en el pecho seguido de un estallido, le hizo caer a la nada.
Los cuerpos ensangrentados se desplomaron golpeando el murallón del cerro, rodando al piso con la tierra que se desprendía de la ladera. Quedaron inertes y vaporizantes, mientras Vladimiro, acompañado por el médico el encargado de confirmar el deceso, se acercó a los cuerpos con su revólver en la mano. El mayor, oscultaba con su estetoscopio y confirmaba la muerte, el movimiento de su mano indicando con su dedo índice, era la señal para que Vladimiro apuntara en la frente del desdichado y descargara el tiro de gracia.
- El próximo grupo no lo vamos a revisar... - Agrego después de cumplir su macabra tarea. - Total, si no están muertos, la tierra de Lonquen los va a dejar sepultados para siempre.
Una vez terminada la ignominiosa tarea, los agentes tomaron uno a uno los cuerpos aun tibios y los tiraron en un camión militar junto con los ejecutados del grupo anterior.
El tercer grupo fue sacado de las mazmorras bajo la atenta mirada de Rogelio y conducido igual que los demás, al paredón de fusilamiento.
Horas después, la columna con dos camiones militares y tres automóviles, enfilaban por el callejón transversal, con rumbo a Lonquen, mientras la luna llena se escondía correteando entre los árboles.
El socavón de tierra caliza, se internaba por el cerro en una galería reforzada con hormigón y material resistente al calor. Varias fogatas y bombillas eléctricas amarillentas iluminaban fantasmagóricamente los túneles que se encontraban en una gruta principal. Un túnel perpendicular subía hasta una chimenea enclavada en la ladera, con el roído soporte ennegrecido por años de uso, reflejando una tenue luminosidad.
Un camión se estacionó a la entrada del socavón, mientras dos automóviles escoltando un furgón policial, se cruzaban en el único camino de entrada a los hornos. Una decena de civiles de terno y corbata, con un brazalete amarillo en el brazo derecho, bajaron de los vehículos con sus armas automáticas de combate rural, para controlar junto con el contingente de Carabineros la bajada de una quincena de personas desde el furgón.
- ¡Vamos escoria! - Gritaba un agente. - ¡A la cueva todos, rápido!
El grupo de prisioneros estaba compuesto de campesinos y algún pordiosero en estado de ebriedad, quienes corriendo entre culatazos y patadas, se internaron en el socavón.
- ¡Ahí, alto! Las manos en la espalda y mirando contra la pared. - Ordeno un esbelto Sargento de Carabineros.
El grupo cumplió lo ordenado mientras dos agentes ataban sus muñecas con alambres dejándoles un espacio entre brazos para el movimiento.
- Déjenlos con nosotros para el interrogatorio. - Indico el agente al sargento encargado de la patrulla policial que había realizado el arresto de los campesinos. - Entrégueme los antecedentes, la bitácora y el parte policial del procedimiento.
El suboficial entrego los papeles, extendiendo además un acta de entrega de los prisioneros al agente, que mirándolo, tomo el acta y la rompió.
- ¡Con la documentación es suficiente, Sargento! - Acoto el agente. - Indique en su unidad que los prisioneros se los entrego al fiscal militar... o no informe nada del arresto. Del papeleo y los interrogatorios nos encargamos nosotros.
- Entonces, ustedes deberán encargarse de comprobar domicilio y avisar a sus familiares. - Indico el policía.
- ¡Si! ¡No se preocupe! Ahora, apoyenos en la entrada de la mina prestando cobertura a la caravana militar que viene a retirar a los prisioneros.
Los policías se subieron al furgón y partieron por el camino hacia la entrada, mientras los agentes, ordenaron a los prisioneros sentarse en un rincón del socavón, dejando una guardia de agentes en la entrada al túnel.
La caravana de Vladimiro ingreso al recinto de los hornos, los vehículos rodearon el lugar mientras los camiones se estacionaban en la segunda entrada al socavón con su trailer hacia el túnel.
Los bultos ensangrentados fueron descargados y apilados al interior del socavón en la galería contigua a los prisioneros que, a medida que pasaban las horas, dormitaban en el rincón de la caverna bajo un pique perpendicular que funcionaba como chimenea. Un anciano somnoliento miro un segundo la macabra faena y sin prestar importancia, se acomodo entre sus compañeros, para seguir dormitando a pesar de los ronquidos que rebotaban en las paredes de los hornos de Lonquen.
Un grupo de agentes entretanto, descargaban unas cajas de madera que eran acomodadas en las entradas y el socavón principal, mientras otro grupo, con un par de explosivos, escalaba el faldón del cerro hasta llegar a la chimenea.
Lenta y pausadamente sacaron los paquetes iniciadores, procediendo a amarrar los cables a los terminales y a desenrollar los carretes para realizar el tendido cerro abajo. Cuatro tendidos fueron dirigidos hacia la entrada de la mina, donde un iniciador de contacto eléctrico, esperaba la conexión.
- Tengo un grupo de huasos y curaditos que detuvo personal policial, al encontrarlos infringiendo el toque de queda. - Indicó el Agente a Vladimiro. - ¿Los llevamos al cuartel?
- Debería aplicárseles la ley de fuga. - Respondió. - ¿Firmaste algún documento de recepción?
- ¡No! Le tire los grados encima al Paco y me deshice del acta.
- ¡Bien! Pediré instrucciones.
Se dirigió al automóvil y tomó la radio para contactar a la central, mientras los agentes terminaban las conexiones. Los camiones militares, enfilaron hacia la entrada del recinto para volver a sus cuarteles a recibir el lavado matutino.
- Trae el registro de los indigentes. - Agregó Vladimiro saliendo del automóvil.
Siguió al agente hacia el otro vehículo y recibió la bitácora solicitada. La tomó y sin revisar se dirigió a una de las fogatas de los socavones; la arrojó en las llamas y observó un segundo como se consumía, volviendo sobre sus pasos.
- Corten la energía y déjenlos dormir adentro. - Agregó alejándose. - Todos juntos estarán calientitos.
La luminosidad matutina comenzaba a reflejarse en el cordón montañoso andino. La luna, se perdía entre los cerros del poniente y los siniestros personajes a la entrada del recinto privado, esperaban observando al encargado de la detonación. Un movimiento del interruptor provocó una sorda explosión seguido de las otras tres, provocando una polvareda en los cuatro puntos de entrada a la galería de los hornos. En la ladera del cerro, la chimenea soltó la tierra provocando un pequeño derrumbe por la ladera y el polvo salió expelido como una humareda bullendo por la chimenea, levantándose fantasmagóricamente hacia el cielo.
Instantes después de la barbarie, Vladimiro seguido por algunos agentes, confirmaban la clausura de los hornos de Lonquen y cuando la claridad de la mañana, despuntaba con sus ruidos matutinos, los negros vehículos americanos junto al furgón policial, enfilaban en distintas direcciones hacia la Ciudad de Santiago.