domingo, 20 de marzo de 2011

Capítulo XX DULCE VENGANZA

Capítulo XX



El frío era intenso aquella noche. El negro y profundo cielo cordillerano, dejaba ver con toda su plenitud, la mancha blanquecina de la vía Láctea gracias a que no habían nubes, que se interpusieran para su observación. Millones de estrellas, formando una enorme cúpula titilante, hacían sentir insignificante al hombre que, observando la majestuosidad espacial, se extasiaba con su esplendor.

El sargento Pérez, arropado con una frazada de lana, observaba el cielo sumido en sus pensamientos. La suave brisa fría que daba en su rostro, parecía cortarlo con cientos de cuchillos, que le provocaban un leve dolor en medio de sus cejas, a pesar que una boina de lanilla cubría la mitad de su frente.

- Lo tengo aquí, al alcance de mi mano... - Reflexionaba. - Y debo pensar muy bien, como arreglar el asunto pendiente que tengo con el sapo de Kurt.

Se volvió un segundo para mirar el refugio iluminado por la fogata que, asando lentamente la carne, inundaba el ambiente con un agradable olor grasiento y activaba las glándulas salivares, que despertaban el apetito.

Se levanto de la roca y comenzó a caminar despacio hacia el grupo. Los soldados conversaban animadamente mientras saboreaban trozos de carne, que cortaban directamente del animal casi entero, suspendido sobre las brazas.

Extrovertido como siempre, Landon conversaba con el cabo Araya, entre mordiscos de carne y sorbos del mate, el cual era llenado cada cierto tiempo con agua caliente de un tacho, que se mantenía al lado de la fogata.

- Pareciera que es un buen sargento... - Comentaba Araya. - Aunque, lo conozco hace muy poco.

- Hum... Yo, lo aguanto desde que llegó como conscripto al cuartel uno. - Respondía Kurt - Y tengo que confesar, que no confío mucho en el.

- ¿Por que?... Por lo que yo he podido observar, pareciera que sabe mucho.

- Eso mismo es lo que me hace desconfiar. Cuando estuvimos en el puerto, tenía unos amigos sospechosos y además, participo de una insubordinación en un curso de paracaidismo...

- ¿Estas diciendo que el sargento podría ser un extremista infiltrado?

- ¡­No! ...Solo te comento esto para que tengas cuidado... Analiza bien las órdenes que te dé y cumple solamente con tu deber de patriota.

El cabo Araya se quedó pensativo succionando la bombilla. El sonido interno, provocado por la absorción del aire entre las húmedas hojas de hierba molida del mate, lo hizo reaccionar. Se incorporó para tomar el tacho de agua caliente y vertió su líquido en el recipiente vacío.

- Yo, me tomo el último mate y me voy a dormir.

Levantándose, se echó un último trozo de carne a la boca y partió rumbo al refugio. Landon, esbozando una leve sonrisa, le imitó dirigiéndose hacia los soldados que aún quedaban en rededor de las brazas.

- ¡­Silva y el negro! ¡Se quedan de guardia en el primer turno! - Ordenó mientras se sentaba entre ellos. - ­Los demás, siguen en el orden de siempre. Pueden acostarse si quieren.

Enseguida, tomó una de las mochilas y abriéndola, extrajo un paquete de papel café que desamarró. Tomó un papelillo de su interior y doblándolo por el centro, le puso cuidadosamente unas hojas secas y molidas. En seguida lo apretó enrollándolo, para formar una especie de cigarrillo, el que se lo pasó por los labios para que después, una vez armado, lo encendiera aspirando profundamente el humo que mantuvo conteniéndolo unos segundos.

- Lo más rico, después del mate... Es esta yerbita de Los Andes. - Agregó para fumar una nueva y profunda pitada.

Al día siguiente, Luis se despertó sobresaltado. Un ruido sordo, como de madera golpeando la roca le hizo saltar del camastro y salir del refugio, para mirar que ocurría.

Escarbando entre las cenizas y la leña, un enorme puma volvió la cabeza para mirar al sargento, que estático se quedó en el umbral. Un brillo repentino en los ojos del felino, provocó inquietud en el soldado que sintió erizársele la piel, junto a un frío que, recorriéndole la espalda, le hizo tomar instintivamente su revólver. El animal, después de un segundo de observación, contrajo sus músculos moviendo casi imperceptiblemente su lustroso pelaje, para enseguida, en un rápido movimiento, tomar entre sus fauces unos huesos del suelo y saltar, para perderse entre unos requeríos.

- ¿Donde está el turno de guardia? - Se preguntó con el estómago apretado por la sorpresa. - ¿Les habrá pasado algo?

En ese momento, abriendo ruidosamente la ventana, Kurt junto a otros soldados se asomaron.

- ¿Donde está el maricón de Pavez? - Gritó el histriónico Landon. - ­ ¡Yo sabía que el huevon se mandaría un numerito algún día!

- ¡Debe haberse quedado dormido! - Agregó otro soldado. - ¡Tenía que haberme despertado, a las cuatro!

- ¡­Negro, Alemán!... ¡Ustedes dos, búsquenlo y tráiganmelo de inmediato!

- A su orden mi cabo. - Contestaron los soldados que lo acompañaban y poniéndose rápidamente sus botas, salieron del refugio.

El ajetreo de la mañana comenzó de inmediato. Los soldados salían de sus sacos, se calzaban las botas y mientras unos, tomaban sus cepillos de dientes saliendo a realizar sus necesidades, otros ordenaban el sector en donde habían pernoctado.

El refugio, era un galpón mediano, con soportes de fierro y cierres de latón grueso. Sus cubiertas interiores, eran de madera prensada y dos ventanas correderas, dejaban pasar la luz por sus gruesos vidrios ahumados. Unos anaqueles a modo de despensa, ocupaban las esquinas al fondo del galpón. A continuación, los seguía una hilera de casilleros, casi todos cerrados con viejos candados. Los abiertos entretanto, con sus puertas rotas o sin ellas, dejaban sucios espacios para poner botellas o uno que otro elemento personal. Un pequeño escritorio con una silla continuaba a los casilleros. En medio del galpón, un tambor de lata con unas perforaciones atiborradas de cenizas, soportaba un largo tubo cubierto de un negro polvillo de hollín, que salía desde el techo hacia el exterior.

Alejada algunos metros del galpón y en medio de las rocas, una caseta de madera sobre una grieta, servía de letrina. No expelía olores mientras no se usaba, puesto que la cavidad era profunda y se perdía hacia alguna quebrada cordillerana.

Pasaron solo unos minutos, desde que los soldados salieron en busca de Pavez hasta que regresaron.

- No está en ninguna parte. - informaron al cabo Landon.

- ­¿Que? ¿Se lo tragó la tierra? - Inquirió este. - ¿Buscaron bien?

- Si, mi cabo. Desapareció.

- ¿Ni siquiera encontraron sus restos?

- Tal vez hizo lo que venía diciendo hace tiempo. - Comentó el negro.

- ¿Que cosa es, que no me informaron?

- Que se iría... - Agregó el alemán. - Comentaba, que apenas pudiera, se largaría del ejército.

- ­Entonces, ¡este huevón desertó! ¡­Ahora va a saber quien es el cabo Landon! ­Negro, prepárense con la escuadra, iremos en busca de ese desertor y lo traeremos vivo o muerto.

* * *

El otoñal atardecer se reflejaba en los rojos arrabales, que pintaban las nubes sobre los cerros al poniente de Santiago. En la población Yugoslavia, los pasajes eran angostos; Los tres jóvenes, caminaron por el pasaje hasta la mediagua de madera rustica, que dejaba un pasillo por el costado hasta otra mediagua pequeña. Traspusieron la reja de madera y se internaron por el pasillo hasta el fondo.

- ¿Quién vive en esta casa? – Consulto Cecilia.

- Es de los curitas de la población. – Respondió Pancho. - Los de la capilla y de los comedores infantiles.

El joven Víctor, más atrás, los miro en silencio. Llegaron a una puerta entreabierta, y Pancho ingresó dejando la pasada a la muchacha que, observó ávidamente a los presentes, para sonreír y encaminarse hacia David que se encontraba sentado al fondo de la pieza. El joven se movió en la banca, para dejar un espacio donde se sentó la muchacha; Víctor mirándoles de reojo, buscó un lugar cerca de la puerta para tomar asiento. Unos puestos más, al costado de la entrada, Sandra alzó la mano en señal de saludo y el joven se sentó a su lado.

Segundos después, por la puerta interior que daba a una pequeña cocina, ingresó el Padre Antonio con una taza de café.

- Los que llegaron recién y no han tomado café, pasen a servirse… - Indico, para tomar asiento en una silla de madera, mientras Pancho y Víctor, se dirigían a la cocina. - Comenzaremos la reunión para planificar el trabajo a largo plazo en formación juvenil e infantil, para lo cual, debemos partir preguntándonos la importancia de realizar Colonias Urbanas Populares en la población. Nos dividiremos en cuatro grupos y conversaremos media hora sobre el tema…

- Deben elegir en cada grupo, un secretario para tomar apuntes y un expositor, para presentar las conclusiones en el plenario. – Indico David. – Cada uno, sacara una tarjeta de color, para formar los grupos, y le pondrá su nombre con el plumón. Después, cada grupo sacara un papelógrafo para escribir las conclusiones.

- Mejor deberíamos estar preparando la insurrección... – Susurró Víctor a Pancho, mientras revolvía su café.

- De eso se trata… - Agrego el amigo. – Nosotros y dos compañeros más, debemos participar uno en cada grupo, para proponer formas de organización popular y capacitación social y política a los jóvenes. Es el primer paso.

- Tienes razón… Después, a medida de lo que surja en esa dirección, podremos exponer el problema de acumular poder popular con las ollas comunes, los comprando juntos y las otras organizaciones que apoyan la Colonia en la preparación durante el año.

Víctor Villagra guardó silencio. Mientras tomaba el café, su mente comenzó a repasar la vorágine de actividades que estaba asumiendo. Participaba en la reorganización del MIR con la Resistencia, trabajaba en clandestinidad, en la organización estudiantil universitaria, en el grupo estudio de la Plaza Garin; Era activista publico en el Comité por la Vida, en la Capilla y ahora en la Colonia Urbana. Solo le faltaba la preparación militar y recordó el ofrecimiento hecho por el Cacique, de partir a entrenamiento militar en Africa, por intermedio de Cuba durante ocho meses.

- (…) Y porque no… - Pensó. – Ya no tengo lazos que me aten a Cecilia, ella decidió tener una relación con David y mi familia, tendrá que aceptar mi decisión. Es un gran riesgo, pero que más del que estoy corriendo. Será una larga y esforzada lucha contra esta bestial dictadura, por lo que habrá que prepararse muy bien para sobrevivir en el intento.

* * *

La fresca mañana pasaba lentamente. Luis preparaba la escuadra para realizar la primera ronda por los límites fronterizos.

- Ese infeliz... - Pensaba mientras revisaba el equipo de sus soldados. - Seguramente, va a buscar al pelado que desertó y se largará hacia el campamento. No me dejó tiempo, ni siquiera para aclarar lo que pasó en el puerto con Hilda. Tendré que dejar mi venganza para otra vez.

Terminada la inspección, se dirigió al refugio y apretando el candado de la puerta, comprobó que todo estaba cerrado.

- ­Bien. ¡En marcha! Cabo Araya, puede salir de la fila.

La columna partió, siguiendo el sendero que se internaba entre los montes de las altas cumbres; el paso era lento y la respiración agitada. Una de las preocupaciones en la altura, era no exigir mucho al organismo para no apunarse, puesto que la menor cantidad de oxigeno en la atmósfera, no era asimilada antes de tres o más días por las personas.

Un par de horas les costó recorrer el paso cordillerano y cuando se detuvieron, el sargento comprobó por la carta topográfica, que estaban algunos cientos de metros en territorio argentino.

- Ustedes dos; - Dijo indicando a los últimos soldados de la escuadra. - Vigilen desde ese peñón si se acerca alguien. Los demás, pueden sacar sus raciones para el rancho.

Los soldados, soltaron su equipo sentándose entre el suelo y las rocas, según les acomodara; sacaron los alimentos y comenzaron a servírselos rápidamente. Luis, abrió un paquete pequeño de chocolate y se echó un trozo a la boca.

- ¡Alguien viene! - Gritó de pronto, uno de los vigías.

- ­¡Maldición! - Dijo el sargento golpeando suavemente el hombro de Araya. - ¡­Deben ser argentinos! - Se levanto y partió, a paso rápido, hacia donde estaban los guardias.

El cabo lo siguió enseguida.

Llegaron a los peñascos y una vez arriba, Luis observó con unos binoculares.

- ¿De que color es el uniforme de los gendarmes trasandinos? - preguntó mirando a Araya - ¿Azules?

- Si, mi sargento.

- Entonces, son soldados de los nuestros. - Agregó volviendo a mirar por los larga vista. - Porque que yo sepa, los argentinos no tienen patrullas militares en la zona.

- Tal vez si. - Acotó el cabo. - Puede que ellos también están preparando sus tropas aquí.

- ¡Eso es exactamente lo que tenemos que averiguar. - Dijo el sargento entregándole los binoculares.

- ¡Espere!... Parece que traen a un prisionero.

- ­¡Maldición! ­¡Deben haber encontrado al desertor y descubrieron que nuestras tropas están aquí en la frontera! - Comentó mientras hacía unas señas a los soldados para que se ocultaran.

- Pero, a ver... ¡­Sargento, ese uniforme no es argentino!

- ¡­Déjame mirar de nuevo! - Agregó volviendo a observar con los binoculares entregados por el cabo. - ¡­Si! ­¡Y ese que viene Ahí es... Landon! ¡­El buche fue a buscarlo al territorio vecino!

Los soldados, bajaron rápidamente de la roca reuniéndose con los demás. El sargento, ordenó mantener la guardia en el roquerio, para evitar ser sorprendidos y envió a un soldado en busca de la escuadra comandada por Kurt.

Minutos después, la patrulla llegaba al improvisado campamento fronterizo. El soldado Pavez, caminaba por inercia cabeza gacha, ayudado por dos soldados que lo sostenían de los brazos. Su rostro se notaba maltratado y unos costrones frescos, marcaban rajuñones en los pómulos y manos. Su uniforme se encontraba completamente sucio y roto, jirones de tela colgaban de las piernas y brazos. Al llegar, lo soltaron y como un guiñapo humano, el soldado quedó tirado en el suelo en posición fetal.

- ­¡García! ¡­Cuida que no se escape, mientras nosotros comemos algo! - Ordenó el cabo Landon.

Los demás soldados se sentaron en el suelo y sacaron sus provisiones. Kurt, se acercó donde estaba Araya y buscó una roca donde sentarse.

- ¿Que día?... - Acotó el clase - Deberíamos estar en camino de regreso y por culpa de ese desertor, tendremos que aguantar hasta mañana.

- ¡­Lo trajiste bien maltratado! - Increpó Luis, mientras se acercaba. - ¿Que informaras al respecto, cuando llegues con él, tan machucado... al batallón?

- ¡Y a este carreta!... ¿Quien lo invitó? - Agrego Kurt.

- Parece que no conoces el reglamento de disciplina, cabo. ¡Aquí, yo soy tu superior y a ese soldado, debes llevarlo en buenas condiciones para el juicio por deserción!

- ¿Así que el sargento, se quiere dar aires de oficial? - Vociferó Kurt levantándose rápidamente. - ¡­Esa escuadra es mía y yo sabré como tratar a mis soldados! ­En cualquier momento ese desertor va a tratar de escapar... ¡Y capaz que sea hasta comunista, por lo que no me va a quedar otra que dispararle!

- ¡­Por la espalda! ¡­Como a tantos otros que ya mataste!

- ¡­Para que sepas, yo solo cumplo con las órdenes de mis superiores y con mi deber de patriota! ­No como otros, que se insubordinan cuando tienen la primera oportunidad.

- ¡­Porque algunos tenemos valores morales! - Agregó Luis, mirando fijamente a los ojos de Kurt. - ­Y el respeto por los derechos humanos en estado de guerra, está consagrado en la convención de Ginebra.

- ¿Insinúas que yo soy un inmoral asesino?... ­En todos los enfrentamientos en que he participado, he estado bajo el mando de un oficial. Y estos han recibido órdenes de los mandos superiores. ¡­Aquí en el ejército, nadie actúa por iniciativa propia! ¡­Excepto tú!

- ­¡Muy bien cabo! ­Como aquí no hay un oficial que le ordene lo que debe hacer, yo como más antiguo y con un grado superior al suyo, le ordeno que lleve al desertor sano y salvo al campamento de campaña.

El clase sorprendido, guardó silencio. Luis, mirándolo de frente unos segundos, puso su mano en el revólver que cargaba en el cinto y agregó; - ­¡Es una orden!

Kurt, dándose la media vuelta, se alejó y comenzó a dar órdenes a sus soldados. Estos comenzaron a armar rápidamente el equipo.

El sargento miró a Araya que, sin decir palabra, observaba lo que ocurría.

- Reúne la escuadra para volver al refugio. - Le ordenó Pérez.

El cabo de reserva se levantó de su improvisado asiento y se dirigió hacia los soldados. Hizo una seña a los vigías para que regresaran, e impartió las órdenes para la marcha.

Minutos después, las escuadras iniciaban el regreso al refugio. El desertor no podía mantenerse en pie, por lo que dos soldados lo llevaban prácticamente arrastrando.

La marcha se hizo lenta a causa del prisionero. Cada cierto tiempo, los cansados soldados que lo arrastraban, se detenían y se sentaban unos momentos. Kurt, irritado con la situación, vociferaba a sus subordinados.

- ¡­Ustedes dos, remplacen a esos y hagan moverse al traidor! ­¡De seguro que está demorando la marcha, porque salieron en su defensa!

Los soldados obedecieron de inmediato; tomando a Pavez de los brazos, intentaron hacerlo caminar. El muchacho, rígido y adormecido, fue arrastrado unos metros.

- No quiere caminar, mi cabo. - Agregó uno de los soldados.

Landon, con su rostro desencajado, volvió sobre sus pasos y se acercó a los jóvenes.

- ¿Así que no quiere caminar el desgraciado? - Dijo tomándolo del pelo - ­Te vas a poner a caminar por las buenas o por las malas, hijo de puta!

Pero no hubo respuesta del adormecido prisionero. El soldado primero, que asumía como cabo de reserva de la escuadra de Kurt, se le acercó.

- Parece que perdió el conocimiento, mi cabo. - Acotó.

- ¡­No! ¡­El infeliz se está haciendo el enfermo!

Enseguida, haciendo una seña a los soldados que lo sostenían, lo tomó de la camisa para tratar de levantarlo. El entumecido cuerpo rodó por el suelo no pudiendo ser sujetado por el clase que, indignado, comenzó a gritar. - ¡­Levántate maldito! ¡­Camina!

Ante la nula respuesta del indefenso cuerpo que boca abajo, solo respiraba pausadamente, el clase propinó una feroz patada en las costillas.

- ¡­Dije que te levantes! - Gritó nuevamente y otra patada, pero ahora en el rostro, hizo que el desertor comenzara con convulsiones descontroladas.

La sangre comenzó a emanar por la boca y las convulsiones disminuyeron. Kurt nuevamente se preparó para golpearlo, pero esta vez Luis, llegando rápidamente, le sujetó por el hombro y le propinó un puñetazo que, rozando el mentón, golpeó el pecho haciéndolo retroceder.

- ¡­Termina con esto! - Agregó. - ¡No vez que este pobre está mal!

Landon, con los ojos desorbitados, sacó su revólver dispuesto a usarlo contra el sargento. El negro, en un acto impulsivo, levantó la mano del clase en el preciso momento que del cañón, salía el proyectil rodeado del fuego impulsor. El soldado, se desplomó hacia atrás con el pómulo sangrante y destrozado, por el roce del impacto.

Repuesto por la sorpresa, Luis se abalanzó sobre él clase y rodando ambos por el suelo, sujetó la mano que sostenía el revólver. Kurt, en un intento desesperado, trato de golpearlo pero el cuerpo de su adversario no se lo permitió y un dolor en la muñeca que soportaba el arma, le hizo tirarla unos centímetros más allá.

Todo ocurrió rápidamente, Araya llegó al lugar y tomando el revólver, disparó al aire. Enseguida, apuntó a los clases que detuvieron el forcejeo.

- ¡Bien Araya! - Dijo Luis levantándose. - ¡Arresta al cabo Landon!

- ¡­Recuerda lo que te dije, amigo! - gritó Kurt desde el suelo. - ¡­Es un traidor y tú debes asumir el mando de la escuadra! ¡­Asume tu deber de patriota!

El soldado indeciso, continuaba apuntando a los combatientes. Fueron unos segundos de tenso silencio, Luis comenzó a caminar lentamente hacia el cabo.

- Entrégame el arma, cabo. - Susurró - No cometas una tontería.

- Deténgase, sargento... por favor. - Exclamo Araya sin bajar el arma.

Kurt, miró a su costado, en el lugar donde había caído el negro. El fusil, tirado en el suelo, solo estaba a unos metros y mientras el sargento Pérez, trataba de convencer al cabo de reserva, el clase comenzó a incorporarse subrepticiamente.

- ­¡Vienen gendarmes argentinos! - gritó el soldado de la retaguardia.

Todo sucedió rápidamente, Araya bajó el arma y Luis, sacó su revólver preparándose para la defensa.

- ¡­Rápido, Araya! ¡­Lleven a los heridos hacia la frontera mientras voy a estudiar la situación!...

El sargento no alcanzó a terminar, cuando Landon, de un salto, tomó el fusil disparando al cuerpo del desertor que se estremeció con el impacto. Un quejido ahogado, junto a abundante sangre, dejó escapar por su boca en un estertor de agonía.

- ¡­No quedaran heridos que retrasen la retirada! - Balbuceó Kurt, mientras apuntaba a la cabeza del negro.

Nuevamente el disparo retumbó entre los cajones cordilleranos. El proyectil penetró por el cráneo dejando el suelo rocoso, cubierto de sangre y masa encefálica con su salida. Sorprendidos, el cabo y el sargento, no reaccionaron ante la crueldad del hecho dándole la oportunidad al desquiciado clase, de correr hacia unas rocas, junto con el arma humeante.

- ­¡Ahora voy a arreglar a esos gendarmes hijos de perra! - Gritaba mientras corría y saltaba entre los roquerios.

- ­¡Ese maldito!... - Exclamó Luis. - Ya delató nuestra posición y pretende arrastrarnos a un enfrentamiento para cubrir los asesinatos. Cabo, llévate a las escuadras hacia la frontera y espérame en el refugio un día. Si no llego, elaboras el informe para mandarlo al batallón, porque este asesino tiene poder para cambiar los hechos.

- Pero, mi sargento...

- ¡Haz lo que te digo! Yo tratare de arrestar a Landon y llevarlo para un consejo de guerra.

Sin decir más, Luis partió tras del clase.

El cabo Araya, reunió a las escuadras y se encaminó por el sendero hacia el refugio. Mientras el sargento, con largas zancadas, se dirigía a las rocas por donde Landon escapara. Avanzó unos metros, sintiéndose inmediatamente cansado; su agitada respiración, marcó el preludio de la fatiga y su andar se hizo más lento.

- Debo tener cuidado con apunarme. - Pensó. - Ese infeliz, lleva más tiempo que yo en la altura, por lo que ya debe haberse aclimatado.

Agudizó los sentidos y mientras caminaba entre las rocas. Un viento frío comenzó a silbar en su paso por los recodos cordilleranos. De pronto, sintió un fuerte golpe en el hombro izquierdo, seguido de un disparo que se repitió a causa del eco. La fuerza del impacto lo tiró contra unas rocas y una sensación de calor inundó su cuerpo. El brazo no le dolía, o más bien no lo sentía.

- De donde vino el disparo... - Pensó de inmediato buscando entre los grandes peñascos. - Seguramente el desgraciado quiere que me encuentren los gendarmes.

Se incorporó, preparando el revólver que su mano derecha presionaba con fuerza. desplazándose entre las rocas, siguió buscando algún indicio del lugar donde se encontrara Kurt, una luminosidad repentina surgió de un peñasco en las faldas de un murallón, el clase había delatado su ubicación.

Sigilosamente, Luis hizo un rodeo para acercarse al lugar. Unos minutos le bastaron para aproximarse, escaló las rocas con dificultad puesto que su brazo izquierdo estaba inutilizado; con sigilo, llegó a una posición que reunía condiciones de tiro y buena visibilidad. Con su cuerpo pegado a la roca y la adrenalina al máximo, se asomó para mirar a su adversario. Esperando alguna respuesta y con su arma preparada, pudo controlar visualmente el lugar.

No se veía a nadie, solo las rocas inermes barridas por el viento cordillerano.

- Debe estar en alguna parte. - Pensó y mirando el suelo, buscó algo que le ayudara - Usare el famoso truco de las películas para hacerlo salir... veremos si resulta.

Dejó su arma a un costado y tomó una piedra, la arrojó unos metros más allá de la posición y recogiendo nuevamente su revólver, apuntó. La piedra rodó entre las rocas hasta caer en la tierra y quedar silenciosamente estática. Luis contuvo la respiración pero nada ocurrió.

De pronto, un par de metros al norte, la figura del clase se asomó lentamente apuntando con el fusil al sector donde cayera la piedra. Ofreciendo una buena posición de tiro, Kurt se movió sigilosamente. Luis presionó suave el disparador hasta que el martillo percutor estuvo preparado, corrigió su punto de mira y disparó. El estampido retumbó entre los cerros y un silbido agudo llenó los oídos del sargento, mientras Landon recibía en su antebrazo el impacto del proyectil, haciéndole saltar el arma junto con la sangre.

Todo ocurrió en unos segundos. El sargento, saltó de su escondite para caer casi encima del sorprendido clase que, semi aturdido por el impacto, no pudo reaccionar. De pie y encima del, Luis le apuntó a la frente mirándolo con odio y decisión.

- Ahora vas a sentir el miedo y la indefensión que provocaste a otros... - Murmuró Luis. - Ahora te toca ser a ti, la víctima y quedarte con la incertidumbre de saber si vas a morir o seguir sufriendo.

- Po...por favor, no me... mates. - Balbuceó en una lastimera súplica.

- Tú vas a morir. - Sentencio el sargento guardando silencio un segundo. - ¡Pero no por mi... maldito asesino! Tienes que sufrir todo lo que les hiciste a los otros.

El arma comenzó a bajar hacia el estómago del tembloroso Landon que gemía como un niño. Repentinamente, un disparo reventó la rodilla del clase, que paso de los lamentos a gritos destemplados.

- Veremos como te las arreglas ahora, hijo de puta... - Agregó Luis levantando su revólver humeante. - Esto fue por Hilda y Alejandro.

En ese instante, ruidos de caballos y ordenes inentendibles, hicieron ponerse en alerta al sargento. Los gritos del clase fueron apagándose hasta convertirse solo en jadeos, mientras el ruido de los gendarmes, se sentían más cercanos. Luis se movió rápidamente, ocultándose entre las rocas y buscó por donde salir del lugar sin ser visto.

Miró su hombro para comprobar que ya no sangraba y se alejó sigilosamente.

El roquerio, terminaba en un pequeño acantilado. El sargento, buscó la ruta más fácil para bajar y se dirigió a esta con paso cansino. Lentamente, fue descendiendo por las rocas hasta llegar a un seco lecho de río. Con movimientos torpes, producto de un manifiesto cansancio, se sentó en la arena apoyando su espalda en una roca.

- Debo aguantar para volver al refugio... - Pensó. - Si me pilla la noche aquí, de seguro, el frío me va a matar.

Su mente comenzó a sentir la fatiga y un sopor le inundó. La visión comenzó a llenársele de puntos blancos sintiendo que todo daba vueltas y de pronto, la oscuridad.

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